Escalera de caracol
PREFACIO
Nec spe, nec metu (sin esperanza, sin miedo)
Sangre.
El líquido escarlata estaba por todos lados manchando el lugar, el olor a óxido impregnaba de manera densa el ambiente, el olor a metal y hierro se mantenía en su nariz como si sus filtros nasales no pudieran purificar el aire que respiraba. Sangre de tres individuos. Ese bello elixir de vida que circula por venas y arterias dentro de nuestros cuerpos. Glóbulos rojos, blancos y plaquetas conviviendo entre si formando el tejido. Sangre es vida y sangre es muerte. Inmortalidad simbolizada en forma de rubí licuado. La viscosidad del plasma sanguíneo era espeso, creando así una sensación de adherencia entre las palmas de sus manos y su camisa vieja y desgastada. Apretaba y presionaba la herida pero la hemorragia no cedía ni tenía intención de hacerlo. No sabía cuan profunda era esta. ¿Había llegado el momento? Le había perdido el miedo a la muerte hace tiempo, más no el miedo a morir sin confesar todo lo que silenció un día.
Pánico. El sentimiento le recorre de pies a cabeza. Notaba una intensa sensación de mareo pero dudaba si el motivo era del propio pánico que estaba sintiendo, del fuerte olor que desprendía la sangre del lugar o ambos. No tenía fuerzas para levantarse del suelo, las paredes giraban a su alrededor junto con los muebles que decoraban el pequeño salón de su casa, cada vez más y más rápido. La imagen que sus retinas enviaban al cerebro era borrosa y confusa, la percepción era tan intensa que tuvo que bajar sus párpados y evitar así la vertiginosa imagen. ¡No! No podía permitirse cerrar sus ojos o mucho temía que no los volvería a abrir jamás, pero tenía tanto sueño que se cerraban solos, el peso de sus párpados cada vez era más pronunciado.
Resistencia. Tenía que aguantar, fuere como fuere, se negaba a irse. Negación por dejarse vencer por la muerte, era fuerte. ¿O fue? No lo sabe con certeza después de todo, pero tenía claro que debía decirle la verdad. La verdad por la cual había llegado a esta situación, en este lugar y tiempo. Explicarle todo lo que ocurrió, no omitir los hechos como consecuencia de no mentir. No fue capaz de mirarle a los ojos y mentirle pero si lo fue de mirarle y no decirle nada, aún así viendo el dolor en sus ojos, la tensión de su cara al ver que callaba. El silencio establecido. Y eso hirió. A ambos. Una bala incrustada en sus almas. Una bomba que cae del cielo y erosiona acabando con todo.
-Por favor. Por favor. Tengo que ver su cara una vez más. Solo una vez más y podré dejar este mundo, pero antes necesito observar su rostro por última vez- rogaba mentalmente una y otra vez.
Su cuerpo cada vez responde menos pero su actividad mental sigue funcionando bien. Es una sensación extraña, tu cabeza funciona y la mente está despierta, sin embargo, no hay una conexión con el cuerpo. Las extremidades son las primeras en entumecerse y el dolor que siente en su abdomen es cada vez más intenso, la vida se desvanece por ese orificio sangrante. ¿Por qué hace tanto frío? Las manos tienen pulso por si mismas, tiemblan sin control y es difícil mantener una presión firme. A más inri, cada vez que intenta hacer más fuerza con tal de presionar la herida le duelen más los brazos, todo esto es un martirio.
El último esfuerzo. La puerta de su piso no se encuentra tan lejana de su posición, tiene al menos que intentarlo. Se gira sobre su cuerpo y se arrastra con las pocas fuerzas que le quedan, afirma la mano fuertemente en la superficie plana del mueble que tenía a su lado y se impulsa sobre él. Y entonces un dolor agudo, un fuerte pinchazo le recorre mientras se le escapa un jadeo doloroso y parece que va a caer pero se agarra a la madera como si fuera un salvavidas. Intenta ponerse a caminar pero las piernas a duras penas le responden así que lo único que puede hacer es apoyarse sobre su hombro izquierdo e intentar ir hacia la puerta como pueda. Una mano en la pared tratando de mantener el equilibrio mientras la ensucia, rastros esparcidos de sangre por el tabique mientras la otra mano sigue entaponando la herida, atroz imagen. Las piernas tiemblan así como sus manos, un paso, otro y otro. Al cuarto pierde el equilibrio y cae, se golpea la ceja derecha fuertemente contra el suelo y siente el calor de la sangre en su cara. Fantástico, ahora tiene dos focos sangrantes. La brecha de la ceja no le causa un dolor tan agudo como el de su abdomen. Desde el suelo sabe que no puede levantarse otra vez, así que lo que hace es apoyar la espalda en la pared para aligerar la sensación de mareo. Y empieza a chillar a su vecino.
-¡Heikki!- la voz apenas se oye, hasta sus cuerdas vocales han dejado de tener fuerza, vuelve a intentarlo- ¡Heikki!- Si hubiese estado en sus cabales se hubiese reído de la situación, se sentía como si estuviera en un plató de rodaje pidiendo auxilio, pero la realidad estaba muy lejos de la ficción de la película. Esto no era una actuación, ni una escena, ni tenía un director al tanto de sus gestos evaluando su interpretación. Esto era la vida real, la sangre no era ketchup y si alguien no venía a ayudar moriría irremediablemente. Empieza a sollozar, los hombros son los siguientes en temblar y tiene una mueca en su cara de desesperación. Sus costillas están magulladas por los golpes. La comisura de su labios está pronunciadamente hacia abajo y le salen unas arrugas en la barbilla por el gesto. La primera lágrima cae de su ojo derecho y resbala por toda su mejilla, dándole una leve sensación de cosquilleo hasta llegar a su boca, mezclándose así con el río de sangre que recorre desde su ceja hasta la barbilla. Salado y metálico. Más sollozos y más sacudidas. Está sudando, un sudor frío repartido por todo su cuerpo y el rostro pálido, como un papel. Una hoja en blanco, arrugada y malgastada. El gesto abatido en su cara es deplorable. Cansancio, sueño, frío. Cansancio, sueño, frío. Frío, frío, sueño... Solo cinco minutos...
-¡Heikkiiiiiiiiiiiii!- hubiese añadido algún insulto, preferiblemente un joder para darle énfasis en su grito pero no tenía el vigor necesario. Si ha de morir en esos momentos quiere hacerlo en sus brazos, aún siendo consciente de no merecerlos, pero aún en ese momento se siente egoísta y lo desea. Quiere que le acune en sus brazos, creando esa burbuja de protección, el calor de su cuerpo caldeando el suyo, la suavidad de su piel rodeándole, que le acune la cabeza en su pecho, sentir su barbilla en la coronilla de su cabeza y que le susurre palabras relajantes, de esperanza. Añora el suave balanceo de su cuerpo contra el suyo, hacerse un ovillo encima, sentir el suave roce de sus labios en su frente. Que pronuncie todas esas palabras que siempre le dijo y fuera recíproco por una vez. Sentirse algo pequeño y delicado en su jaula de piel, sentir que pertenece a alguien en un gesto tan delicado y protector. Así quiere morir si tiene que hacerlo, es su último deseo, pero lo que ocurre es bien diferente. Está muriendo en soledad, medio cuerpo apoyado en la pared, desangrándose. Merecida o no, la muerte se acerca. A paso lento, silenciosas y pequeñas zancadas mortales.
Secretos. ¿Quién no los tiene? Pequeños acontecimientos que guardamos dentro de lo más profundo de nuestro ser por varios motivos: vergüenza, miedo, complicidad, amor... Es de las pocas personas que todavía saben mantener el significado de la palabra. Los pequeños secretos pueden ser compartidos con otra persona con la cual sabes que JAMÁS los dirá nunca, porque con estos se crea la confianza y el compromiso, pero solo los pequeños secretos. Sin embargo, los grandes secretos no son revelados hasta alcanzar la máxima confianza en el cómplice, saber a ciencia cierta que el receptor podría entregar todo cuanto tuviera en caso de relevar su contenido y por un secreto de esa magnitud es por el que se encuentra en esta situación, al borde del abismo, del precipicio de la vida, de la muerte. ¿Y si le hubiese confesado su mayor secreto, se encontraría en otro estado diferente al actual? Puede ser, lo que es seguro es que no puede viajar al pasado para remediarlo. Esa es la única verdad del momento.
Sin fuerzas. Tiene la cara todavía más pálida que antes, su sistema ha perdido demasiada sangre, en estos instantes ya no tiene ni la fuerza ni el empeño en mantener sus ojos abiertos. Ahora solo se concentra en los recuerdos, en todos aquellos instantes que merecieron ser escondidos en su memoria, desde lo más compungido hasta lo más dichoso, de lo más importante a lo más superficial, porque incluso el recuerdo más banal e insignificante es capaz de crear una reminiscencia entorno a él. ¿Lo más relevante de todo eso? Que su memoria solo era capaz de rememorar todas sus vivencias con la misma persona, pues no podía pensar en nadie más. Un seguido de imágenes sin espacio entre ellas, una tras otra, como los peldaños de una escalera, recuerdo tras recuerdo, escalón tras escalón, no en una dirección bidireccional sino en ambos sentidos. Una escalera infinita hacia el cielo o el infierno, pero no de manera recta o firme, sino de manera circular, enroscada, como una escalera de caracol.
-Dime algo bonito.
-Tus piernas.
-¿Crees en el cielo?
-Creo en las estrellas.
-¿Cuántos hijos quieres que te haga?
-El mundo está poblado de feos, ¿para que queremos más?
-Me encanta viajar ¿a ti no?
-Solo para besarme en todos los rincones del mundo contigo.
-No le caigo bien a tu madre.
-Claro que si.
-Tonta.
-Precioso.
-¿Qué haces mirándole el culo a esa?
-¿Qué? No, yo no estaba...¡Bella espera!
-Levanta dormilona.
-Cincuenta minutos más.
-¿Qué hay para desayunar?
-Hay tetas.
-A que no me pillas, cara de papilla...
-Vuelve aquí, ¡te atraparé bruja!
-Enjuágame el pelo.
-Eres una insoportable marimandona.
-Cierra los ojos.
-Eres un cursi.
-No te engañes, sé que te encanta.
-¿Por qué?
-No lo sé.
-¿Así, sin más?
-¿Me amas?
-¿Y tú?
Nunca se le dieron bien las emociones, ni canalizarlas, ni analizarlas, ni demostrarlas, pero el sentimiento de melancolía siempre había sido el más preciado. Era tan mágico experimentar la melancolía, la sentía en sus huesos, en su corazón y en su alma. En la melancolía reside una ambivalencia emocional entre la tristeza y la felicidad. Por una parte, es bello añorar recuerdos y sentirse triste porque jamás se repetirán, pero por otra parte es lo que hace únicas esas vivencias, la magia que esconde sabiendo que jamás habrá algo igual como aquello, puede ocurrir algo semejante, en un lugar diferente y con personas distintas, pero la mente siempre guardará aquel momento que hizo brincar al corazón por hechos, gestos y palabras determinadas.
Afán por crear nuevos recuerdos y así melancolizarlos posteriormente, inventar nuevos peldaños de su escalera, no podía quedarse en la mitad de esta. Abrió los ojos y deseó no haberlo hecho. Ahora las paredes no giraban simplemente, sino que daba la sensación de que se le echaban encima y cerró los ojos rápidamente porque la vertiginosidad era abrumadora.
Desesperación. La esperanza es lo último que se pierde.
Había perdido.
Aún en su aturdimiento y desorientación consigue oír el sonido de la puerta abrirse. Pasos cautelosos en la entrada. Ellos vienen a por mi, van a acabar con mi sufrimiento. Lo siento amor. Sé feliz sin mi, sé que lo harás.
La presencia de alguien delante y unos manos que sostienen y alzan su cabeza delicadamente.
-¿Bella?
