Todos los personajes pertenecen a Hidekazu Himaruya, sin ánimos de lucro.


Capítulo I

Sadiq se hallaba tomando un poco de alcohol, en la esquina de un bar muy concurrido. Estaba solo y por la expresión en su rostro, melancólico. Las cosas no habían estado saliendo bien. No podía recordar cuándo había sido la última vez que había sido realmente feliz.

Sí, antes de que él se hubiera marchado. Ésa había sido la última vez.

Dos años antes, Sadiq y Heracles disfrutaban de una relación bastante sana. Y larga, para añadir. Desde la secundaria que habían estado juntos y ahora que cada uno se había recibido en sus respectivas carreras, compartían el mismo techo.

Ese viernes, Sadiq pensó que era como los demás. Regresar después de una larga jornada de trabajo junto a Heracles y ver una película, era todo lo que ansiaba.

No había hablado con él en todo el día. Pensó que simplemente había estado muy ocupado como para llamarle o mandarle un mensaje de texto. Ya tendría el tiempo de hacerlo, ahora que estaba en su piso.

Sin embargo, cuando entró, no había rastro del griego. Nada. No estaban sus tan queridos libros de filosofía e historia, que normalmente andaban esparcidos por toda la sala.

Tampoco estaba su saco o su boina blanca. Fue hasta su habitación y abrió su armario: No había nada que perteneciera al griego. Sadiq se sintió desesperado. ¿Cómo era posible que las pertenencias de Heracles hubieran desaparecido de esa manera?

Le llamó como un loco a su móvil. Le daba apagado. Esto no ayudó demasiado al turco a sentirse mejor.

Cuando estaba a punto de llamar a la policía, encontró una nota sobe la cama. Apenas la consiguió ver, pero de inmediato la agarró. Todo lo que decía era lo siguiente: "Me voy. Heracles".

Y cuando levantó la mirada, lo encontró. Una sonrisa sincera. Esos ojos verdes brillantes. Ese cabello desordenado. Esa boina blanca. Sí, era él.

El recién llegado se sentó a su lado y le agarró de la mano.

—¿Heracles? —preguntó el turco, bastante sorprendido. Tenía emociones muy encontradas.

El griego se sentó a su lado y le agarró de la mano, sin darle ninguna explicación. Lo había estado buscando por todas partes y finalmente, lo había hallado. Heracles estaba realmente contento y algo cansado por todo el recorrido que había tenido que hacer.

El hombre de inmediato sacó su mano. No estaba seguro de cómo reaccionar ante aquella acción del heleno. No quería la lástima de nadie y mucho menos de él.

Gruñó algo inentendible para el recién llegado. Pero no le importó. Ya estaba acostumbrado a su mal carácter. Y eso no iba a bastar para alejarle de su lado.

—¿Quién más? —respondió éste.

—¿Qué se supone qué estás haciendo aquí? —indagó. Hacía más de dos años que no lo veía, más de dos años que lo había dejado por comenzar una nueva vida. ¿Por qué ahora estaba sentado a su lado?

—¿No resulta evidente? —Heracles ladeó su cabeza —. Quería volver a verte, Sadiq.

—Podías… —Se calló. Estaba más que irritado por la presencia de aquel. ¿Cómo se atrevía a aparecerse así de la nada? Luego de lo que habían vivido, ¿por qué le sonreía de ésa manera? Era un estúpido, un tonto —¡Podías haberme llamado, idiota! —le reclamó con furia.

Golpeó su puño contra la mesa, haciendo saltar el jarro y derramando un poco del alcohol. Como si no tuviera más problemas, ahora el griego le había abierto una vieja herida. Una que recién había curado. Una que pensó que ya no existía.

—Podías haber avisado, tarado —comentó luego de unos minutos de silencio. Estaba furioso, enojado. Tenía un torrente de emociones que no sabía cómo lidiar.

—Entonces, no tendría gracia, ¿no crees? —cuestionó con un tono despreocupado mientras acariciaba la mano del otro.

Detestaba esa tonta expresión en su rostro. Detestaba lo cómodo que parecía estar a su lado. Detestaba tener esos sentimientos de vuelta a su vida. Pero, por sobre todo, detestaba darse cuenta de que seguía enamorado de él, a pesar del tiempo que ya había transcurrido.

—Sadiq… —Si bien lo había ensayado mil veces lo que habría de decirle al turco, ahora que lo tenía enfrente era mucho más difícil —. En verdad, lo siento.

—¿Por qué? Ya ha pasado el tiempo —comentó éste, intentando disimular la rabia que sentía por el abandono del otro.

—Entonces, ¿estás diciendo qué ya te olvidaste de mí? —indagó Heracles, quién sabía que el otro se estaba haciendo del duro. Simplemente era cuestión de presionarle un poco más.

Sadiq quiso pronunciar algo al respecto. Abrió la boca para contradecirle de inmediato, pero ninguna palabra salió de su boca. Se mordió los labios y miró hacia otro lado. No le podía mentir tan descaradamente a alguien que lo leía como un libro. Era increíble cómo podía sentir esas sensaciones tan mezcladas.

—Es lo que me diste a entender —comentó el hombre —. Nunca me diste una razón para irte de ésa manera. Es más, no fuiste capaz siquiera de avisarme que te ibas. Te largaste y te borraste así nada más —explicó éste.

Heracles se acercó un poco más, siempre con mucho cuidado. Dejó sus maletas a su lado. Se dio cuenta de que el turco seguía tan testarudo como siempre. Apoyó una de sus manos por su rodilla y le miró al otro.

—¿Qué…? —Sadiq estaba sorprendido. A pesar de que estaba intentando que el otro se alejara de él, pareciera que no había caso. Heracles continuaba aproximándose cada vez más, lo que le ponía mucho más nervioso.

—Sadiq, por favor —le dijo en tono casi suplicante —. ¿Podrías escucharme aunque sea por un momento? —Se quedó pensando por un buen rato, mientras que observaba la reacción del otro —. Escúchame.

El turco suspiró. No quería oír una palabra más así que se levantó de allí. ¿Quién se creía el griego para venir a pedirle eso, después de ni siquiera molestarse en llamarle? ¡No fue capaz de enviarle una triste tarjeta! ¿Por qué entonces esperaba que lo escuchara? No, no lo iba a hacer.

Dejó el dinero por la bebida y la propina sobre la mesa, para luego marcharse. Sin embargo, antes de poder salir por la puerta, sintió que alguien le agarraba y no pensaba soltarle pronto. Respiró profundamente, era obvio que Heracles no le iba a permitir que se fuera tan fácilmente.

Vio algo en esos brillantes ojos verdes que le hizo sentir… Mal. Por más irritado que estaba, sabía que no podía abandonarle de ésa manera. Podía hasta adivinar que luego se arrepentiría de su ofrecimiento, pero no podía dejarlo solo.

—¿Tienes algún lugar donde quedarte? —le preguntó, intentando aparentar que no le interesaba demasiado.

El griego negó con la cabeza, ya que su plan desde un primer instante había sido quedarse en el apartamento del turco. Sonrió al ver que el otro no iba a negarse, así que se levantó de inmediato.

—Supongo que puedes quedarte por esta noche —comentó Sadiq de mala gana. A pesar de estar molesto, no podía permitir que se fuera a dormir a otro lado. Hasta se le pasó por la cabeza, que volvería a huir de esa forma, si lo dejaba por su cuenta. Tomó las valijas de aquel y marcharon hacia el apartamento de Sadiq.

Heracles estaba ciertamente contento con el ofrecimiento de su ex. Podría conversar un poco más con aquel, a lo largo de la noche. No tenía demasiadas expectativas, pues era obvio que no le iba a perdonar tan fácilmente. Era bastante lógico que luego de dos años, y de aparecerse mágicamente allí, que el turco se sintiera de ésa manera.

Pedirle perdón no iba a servir de mucho, tampoco. Sadiq, si bien era un hombre muy bueno en el fondo, era algo rencoroso. Y pasar una noche no iba a borrar los errores del pasado. Sin embargo, había regresado justamente para retomar su vieja relación en donde la habían dejado.

Caminaron en silencio. Heracles seguía al otro sin saber qué decir. O por lo menos, esperaba que Sadiq le dirigiera la palabra, por más que dijera una tontería. No obstante, el turco no pronunció palabra alguna.

Entraron al edificio donde se suponía que estaba el piso del turco. Luego de subir unos tres pisos, entraron a un lugar bastante cómodo. No tenía demasiadas decoraciones y no era el lugar más lujoso que había, pero bastaba para que dos hombres solteros pudieran convivir allí.

Heracles sintió una triste añoranza. Había vivido en aquel lugar por unos meses antes de irse de la ciudad. Había sido su casa por un buen tiempo, un lugar donde había pasado excelentes momentos. Sí, le alegraba poder quedarse a dormir allí, aunque fuera por una noche.

Sadiq dejó las maletas y se volteó de inmediato hacia su inesperado huésped. Tenía casi la misma sensación que él. La verdad era que nunca se había imaginado que iba a volver a tenerlo allí, frente a frente.

—Dormiré en el sofá —le explicó fríamente —¿Quieres algo para comer? —Quería ser indiferente pero no podía ser tan cruel.

—Ya comí —respondió —. No te preocupes por eso, Sadiq.

—Está bien… —Fue a acomodar las maletas del griego en su vieja habitación, pensando que no podía ocurrir nada mientras estuviera ausente.

Cuando regresó, el griego estaba mirando algunas viejas imágenes. Se dio cuenta de que aquel aún mantenía todas las fotografías que se habían sacado durante la época en la cual eran felices.

Sadiq quiso sacárselo de las manos. No había recordado de ese "pequeño" detalle hasta que fue muy tarde. Si se hubiera acordado de ello, le hubiera hecho esperar afuera del piso hasta que sacara cada fotografía o cualquier recuerdo de su antigua relación.

Sin embargo, Heracles se movió lo suficientemente rápido para que el otro no pudiera quitárselo.

Además, había podido notar algo bastante llamativo. A pesar de parecer rudo e indiferente, ahora tenía una excelente señal de que aún estaba enamorado de él. O por lo menos, todavía pensaba en él.

—No… No te hagas ilusiones —El turco le arrebató la fotografía.

—Sadiq, ¿vas a dejar que te explique? —Aprovechó la ocasión para agarrarle de la mano y acercarse lo más cerca que pudo. Estaba nervioso, pero se iba a asegurar de que el otro le escuchara.

El hombre arqueó una de sus cejas. Le costaba confiar en las palabras del heleno. ¿Qué le aseguraba que le diría la verdad? Sin embargo, sentía curiosidad. La otra parte de su ser le decía que debía saber qué era lo que había ocurrido con el griego durante todo ese tiempo. Suspiró, pues estaba tremendamente confundido.

Al final, el turco lo llevó hasta su habitación y cerró la puerta.

—¿De verdad, me dirás que has hecho durante este tiempo? —le preguntó.

Heracles sonrió levemente, al darse cuenta que el otro parecía que estaba dispuesto a escucharlo. Se sentó sobre el colchón, sobre aquella cama que habían comprado cuando recién se habían mudado allí. Era un buen cambio, además, pues había viajado en un incómodo asiento en el autobús.

—Esto no significa nada, Heracles —le aclaró de inmediato Sadiq —. Sólo… Sólo quiero saber.

El otro asintió. Era un progreso, considerando cómo lo había tratado una hora atrás.

—Te lo diré todo —dijo el heleno. —. Sólo quiero que me des tu atención.


Decide cambiar al segundo personaje y mejoré algunos detalles.

Gracias por leer.