Disclaimer: NADA ME PERTENECE. Los personajes son de Stephanie Meyer y la historia es de la escritora Leona Lee.

Argumento:

Edward se separa de Isabella, una vez más, pero esta vez sí puede perderla para siempre...

CAPITULO 1

Edward Cullen se despertó con el sonido del teléfono y se incorporó en la cama. Al mirar a su lado, le sorprendió que su esposa, Isabella, ya se hubiese levantado.

La primera vez que ocurre, pensó. Normalmente, yo me levanto antes.

Su móvil seguía sonando insistentemente, por lo que alcanzó los pantalones y lo sacó del bolsillo.

—¿Sí?

Edward se alegró de que Isabella no estuviera allí. Cuando comenzaron su luna de miel, él le prometió que no trabajaría, pero en los tres días que llevaban en la isla, había recibido al menos una docena de llamadas que provocaron más de una pelea. Al finalizar la llamada, apretó los dientes y abrió un cajón para buscar unas bermudas.

Ya en la cocina, se sirvió una taza de café antes de ir en busca de su esposa.

Mi esposa. ¿Alguna vez me cansaré de decirlo o de creer que es cierto?

Cuando contrató a Isabella como becaria de EAC Enterprises, sabía que tenía los estudios adecuados, pero se sintió tan atraído por aquella indomable castaña, que esperó llegar a conocerla mejor. Nunca tuvo intención de encariñarse con ella, y mucho menos de enamorarse y casarse. Pero le había demostrado que podía contar con ella, incluso cuando no lo merecía, y esperaba poder pasar el resto de su vida agradeciéndoselo.

¡Si le dejaban aquellas malditas llamadas! Jurando por lo bajo en ruso, volvió a contestar el teléfono. Mientras hablaba, miró por la ventana de la cocina y vio a Isabella entrando en las cristalinas aguas del océano Pacífico. ¿Está...? ¡Está desnuda!

Interrumpiendo a su interlocutor con una excusa, Edward dio por terminada la llamada y dejó el móvil en la encimera. Se apresuró por la cubierta trasera, café en mano, y recorrió la senda que conducía a la orilla, para ver nadar a su esposa.

Al darse la vuelta tras completar otro largo, Isabella distinguió a Edward de pie en la arena, y le saludó con la mano, haciendo que sus pechos brincaran por encima de la superficie del agua. Y él cerró los ojos ante el suculento espectáculo de su desnudísima mujer deslizándose por el océano. Su cuerpo le hizo saber de buena gana cuánto apreciaba verla de aquella manera, y se alegró de haber elegido unas bermudas holgadas.

Al terminar sus largos, Isabella se encaminó hacia él, creando pequeñas olas mientras se acercaba a la orilla. Al coger la toalla que él le ofrecía, Edward observó cómo el agua caía en regueros por su cuerpo ligeramente bronceado. Sin saber qué decir, se quedó allí en silencio mientras ella se ponía de puntillas y le besaba la mejilla, apoyando contra él su mojado cuerpo y refrescando su cálida piel.

—Gracias— le dijo ella y, en lugar de secarse, se envolvió el pelo con la toalla, antes de dirigirse hacia la casa.

Gimiendo, Edward se ajustó su ya dolorosa erección y dejó caer la taza de café. Con un grito, corrió hacia ella, la levantó en brazos y se la puso sobre un hombro, mientras se dirigía al edificio a grandes zancadas.

La última vez que cargó a Isabella sobre su hombro, ella le había golpeado la espalda, enfadada. Esta vez, sus manos acariciaron sus costados mientras deslizaba los dedos bajo la cintura de sus bermudas. Antes de que pudiera llegar demasiado lejos, Edward la depositó en una de las tumbonas de la terraza. Tirando del cordón de sus pantalones, los dejó caer hasta los tobillos, antes de unirse a ella.

La tomó por la barbilla y se inclinó para besarla. Isabella suspiró en su boca, fundiéndose con él, que se abría paso entre sus salados labios. Sus manos le acariciaron la espalda, y la estrechó más fuerte contra él.

—Qué cosas me haces, kotyonok— canturreó en sus labios. La dura presión de su miembro le rozó el muslo, y él sintió cómo se contraía su cuerpo. La agarró por la cintura, trazando con la boca el contorno de su mandíbula y cuello, con la punta de la lengua ardiendo sobre su cuerpo, lamiendo y mordisqueando, y besándola en el hombro antes de concentrarse en sus senos.

Isabella arqueó la espalda al sentir la calidez de su boca sobre su pezón, succionado y chupando hasta que estuvo erecto, antes de pasar al otro pecho. Con sólo tocarla, tenía el poder de derretir sus entrañas. Ella gimió, presionando su seno contra su ávida boca.

Su mano encontró sus pechos, y pasó el pulgar por sus emergentes pezones, alternando con la boca, mientras Isabella comenzaba a jadear. Con cada toque, su cuerpo se tensaba de deseo, pero consiguió controlarse y no temblar.

Edward deslizó las manos entre ambos, con los dedos rozando el interior de su muslo, y ella separó las piernas para darle acceso.

—¿Te he dicho cuánto te quiero? —preguntó, colocando la mano entre sus piernas. Isabella se olvidó de hablar al intensificarse su deseo, que llegaba hasta lo más profundo de su ser.

Él colocó las manos por debajo ella y la levantó, para darse luego la vuelta y colocarla a horcajadas sobre sus caderas. Apoyándose en sus rodillas, ella lo miró, mientras sus manos recorrían todo su cuerpo.

—Eso está mejor— dijo con una sonrisa seductora. —Quiero ver cómo el placer se apodera de ti—. Con un gemido, se inclinó para besarlo, y él hundió su lengua entre sus labios, mostrándole lo que iba a hacerle a continuación. Con una mano, le quitó la toalla del pelo, que cayó en cascada alrededor de ella. —Eres muy hermosa— susurró.

Le acarició el costado, avivando el fuego que ya ardía en su interior, y sus manos bajaron por su cuerpo. Tras acariciar sus caderas, se agarró a su culo, hincando las uñas ligeramente, y ella respondió con un gemido. Continuó restregando y masajeando su trasero, y con los dedos le cosquilleó a lo largo de la raja, haciendo que ella embistiera con las caderas, pidiendo más. Él lanzó una risita, disfrutando de lo cachonda que se ponía con sólo tocarla.

Ella le dedicó una mirada lasciva, y se humedeció los labios. Tras mordisquearle la barbilla, besó su cuello, antes de comerle el lóbulo de la oreja, mientras él siseaba en respuesta. Sus duros pezones rozaron su pecho, y se inclinó sobre él, apretando más las piernas.

Edward le frotó las caderas con las palmas de las manos, haciendo que lanzara un gemido mientras sus labios le acariciaban los pezones, primero uno y luego el otro. Isabella trazó círculos con la lengua, succionando a la vez que los comprimía con los labios, y él lanzó un gruñido.

Edward deslizó una mano entre ambos y la colocó sobre su vagina, acariciando sus pliegues con los dedos y jugando con su clítoris, lo que hizo que Isabella se quedara sin aliento. Ella se restregó contra su mano, separando más las piernas al sentir dos dedos en su interior, sin dejar de lamer sus pezones.

De pronto, Isabella se incorporó, inclinándose hacia atrás para apoyarse sobre los muslos de él, y le miró con un profundo deseo. Usando la otra mano, Edward trazó lentos círculos alrededor de su clítoris con el pulgar, a la vez que empujaba más los dedos dentro de ella. Sus paredes vaginales ardían al contraerse vorazmente sobre sus dedos.

Isabella empujó hacia atrás con un gemido, arqueando sus caderas, pidiendo más, mucho más. Con unas embestidas cortas y rápidas, Edward movió su mano de dentro a fuera, e Isabella comenzó a sacudir sus caderas hacia adelante y hacia atrás, jadeando con el placer que le recorría todo el cuerpo.

Sin saber cuánto más iba a aguantar, Isabella le agarró las manos y detuvo sus movimientos. Acercándoselas al rostro, se metió los dedos mojados en la boca, para lamer los jugos de su pasión, mientras él la observaba embelesado.

Edward colocó su erecta verga en la apertura de Isabella. Levantando las caderas, ella le cubrió la punta y, muy lentamente, se introdujo toda la polla, deteniéndose cuando él tocó fondo, y ambos gimieron de satisfacción.

Ella se volvió a echar hacia atrás y apretó los muslos, comenzando a oscilar sus caderas haciendo ochos, disfrutando del roce en las zonas más sensibles, a la vez que contemplaba la pasión en su rostro.

Él intentó que fuera más rápido, tomándola por las caderas, pero Isabella le ignoró, y cerró los ojos ante las sensaciones que ella misma estaba creando. Edward le pellizcó los pezones, haciendo que ella abriera los ojos y lo mirara.

Al tirar de ellos, Isabella se inclinó hacia abajo para que él pudiera meterse uno en la boca. Con un jadeo, comenzó a mover las caderas más rápido, mientras él lamía y succionaba sus pezones, haciendo que se estremeciera cada vez más.

Aferrándose a sus brazos, Isabella levantó las caderas, subiendo y bajando con más fuerza contra sus embestidas. Bajó una mano y se frotó el clítoris, haciendo que se corriera con un grito.

—No pares— gruñó él, aferrándose a sus caderas y obligándola a moverse más rápido y a rebotar encima de él, experimentando un orgasmo detrás de otro, y pronunciando su nombre con un prolongado gemido. Con un grito, Edward alcanzó su propio orgasmo, que hizo que se tensara antes de tomar a Isabella y besarla apasionadamente mientras se vaciaba dentro de ella.

Isabella se derrumbó encima de él, y Edward le acarició la espalda.

—Ha sido increíble— consiguió decir, y le besó la barbilla, demasiado cansada para moverse.

Él acarició su cabello, le dio un beso y soltó una carcajada.

—Todos los días son increíbles cuando estoy contigo, kotyonok.