Tuve el agrado de leer esta historia (de un libro) hace un tiempo, y ahora tomé la decisión de compartirla con ustedes y la disfruten tanto como yo.
Los personajes no me pertenecen.
A leer (:
Prólogo
Son muchos los opuestos que gobiernan el flujo y reflujo de nuestras vidas: la noche y el día, el invierno y el verano, la juventud y la vejez...A lo largo de la historia, hombres y mujeres se han acomodado al curso natural de las cosas. Pero también sabemos que, cuando las codiciosas garras de la oscuridad se extienden hacia la resplandeciente belleza de la luz, aparecen las sombras.
En lo más profundo de la Tierra, nuestro mundo comparte una frontera con otro mundo, un mundo lleno de oscuridad y maldad. Sus pálidos habitantes codician la luz que el hombre da por supuesta. Una frágil barrera mantiene separados a los dos mundos, pero, cuando las placas continentales se desplazan o un volcán entra en erupción, la barrera se desmorona. Entonces los Otros la atraviesan, con la oscuridad que les es propia, y contaminan todo lo que tocan.
Como en tiempos remotos, los Paladines permanecen alerta para hacer que los Otros regresen a su lugar de origen y la oscuridad vuelva a donde pertenece. Estos caballeros son los defensores de la luz y luchan por nosotros en el delgado límite de la oscuridad. Ésta es su historia.
Capítulo 1
Luchó por liberarse de las sombras mientras inhalaba dolorosas bocanadas del preciado aire. Los últimos y fétidos vestigios de la muerte se fueron desvaneciendo. Poco a poco, el corazón empezó a latirle de nuevo, tomándose el tiempo necesario para recuperar su inolvidable ritmo. Inhaló y exhaló, y con cada gramo de oxígeno la vida volvía reacia hacia sus extremidades.
¡Joder, cómo odiaba aquello! Ya había muerto en demasiadas ocasiones. A veces, por una causa que merecía la pena y, otras, por ninguna razón en absoluto. Cada vez que regresaba del límite, el proceso era una auténtica agonía. Y, en cada una de estas ocasiones, volvía a la vida con un poco menos de humanidad, hasta que apenas recordara lo que era sentirse, sencillamente, un hombre. A lo largo de las décadas, las sombras que la muerte había dejado en su alma lo habían hecho más fuerte, pero también más duro, irascible y enojado.
-Ya está aquí.- Aquella voz familiar no le resultaba grata.
-Necesita descansar antes de que lo envíe a una nueva misión, coronel.- declaró una voz femenina.
-Lo necesitamos ahora.
Sus palabras tenían el tono cortante de un hombre acostumbrado a dar órdenes y a que le obedecieran sin titubeos.
-Como tutora suya, debo protestar incluso del hecho de que esté usted aquí. Señor.- la última palabra fue, claramente, un apelativo reacio de último momento-. La transición ya le resulta lo bastante difícil sin público. Si no se va, tendré que presentar una queja a mis superiores.
Inuyasha sonrió para sus adentros. "Eso es, cariño, házselas pasar canutas." Las protestas de ella serían inútiles, pero exasperarían al hombre de Intendencia.
-Lo siento, srta. higurashi- mintió el coronel con voz suave-, pero, como ya le he dicho, lo necesitamos en cuanto esté listo.
Como respuesta, se oyó una maldición impropia de una señorita.
-Diríjase a mi como doctora higurashi. Y, según intendencia, siempre lo necesitan en uno u otro lugar. Si continúan colocándolo en esas situaciones mortales sin los cuidados adecuados, lo perderán del todo.
A pesar del tono calmado de su voz, había un fondo enérgico en sus palabras, uno que inuyasha apenas pudo descifrar.
La voz del coronel naraku se volvió dura.
-El uso que hagamos de él no es de su incumbencia, dra. higurashi. Él nos pertenece.
El viejo bastardo no soportaba que lo cuestionaran, y menos una mujer. La tutora tendría que andar con pies de plomo.
-Usted decide cómo utilizar las habilidades de inuyasha taisho, coronel, pero yo decido cuándo y si está o no para acudir a una nueva misión.
Se acercó tanto a la camilla de inuyasha que éste sintió el calor que irradiaba su cuerpo. Las emociones de kagome higurashi, en general serenas, aquel día estaban alteradas.
-Será mejor que coja sus papeles y se vaya, coronel. No pienso firmar nada hoy, ni mañana ni, quizá, pasado mañana.
A la doctora le habían salido las garras desde la última vez que inuyasha revivió, pero los hombres de intendencia contaban con décadas de experiencia en salirse con la suya.
Inuyasha oyó el ritmo entrecortado y enojado de los pasos del coronel al abandonar la sala. Naraku se repondría y regresaría, pero, de momento, se había ido y el aire de la sala parecía más fresco, más potente.
Unos dedos fríos se apoyaron en su muñeca para controlarle el pulso. Inuyasha se preguntó por qué ella no aceptaba sin más la lectura de aquellas máquinas que pitaban y zumbaban y que sabían más acerca de su persona que él mismo.
-Ya puede dejar de fingir, señor taisho. El coronel se ha ido.
¡Mierda, creía que había disimulado mejor su recuperación!
Se esforzó en abrir los ojos como ella le había ordenado, pero los párpados le pesaban y necesitó varios intentos y un empeño considerable para conseguir, apenas, vislumbrar a su tutora. La cara de duendecilla de ella estaba inclinada sobre la de él con expresión de preocupación mientras le hablaba en un susurro. El rostro de kagome era más interesante que bonito, con los ojos separados y oscuros, del rico color del chocolate negro. Contemplar aquella mirada enmarcada en espesas pestañas se había convertido en la parte favorita de su reavivación.
-Estoy vivo. Otra vez.
Inuyasha no estaba seguro de querer estar vivo de nuevo. No con el coronel y sus amigos revoloteando a su alrededor.
-Esta vez a sido más largo.- kagome frunció el ceño-. Casi demasiado.
¿Su voz reflejaba temor? Inuyasha deseó no tener las manos atadas para poder ofrecerle el consuelo de su tacto. Aquel impulso inesperado le sorprendió.
-Quíteme las ataduras- pidió inuyasha.
-Sabe que no puedo hacerlo. Todavía no.- miró el reloj que colgaba en la pared-. Al menos, tenemos que esperar otra hora. A estas alturas, ya debería conocer el protocolo, señor taisho.
Sí, pero eso no significaba que le gustara. Tenían que someterlo a pruebas, comprobarle los reflejos, extraerle y evaluar varias muestras corporales... Toda una pérdida de tiempo, algo de lo que disponía realmente poco. Además, si se hubiera convertido en uno de los Otros, ella lo habría sabido en cuanto él hubiera abierto los ojos y, como no había pedido ayuda, debía de quedar suficiente humanidad en él para superar todas las pruebas a las que le sometieran.
Inuyasha apretó los puños y evaluó la resistencia de las ataduras. Las cintas cedían un poco, pero no lo suficiente para liberarse sin riesgo de hacerse daño. Su cuerpo aún estaba utilizando todos los recursos disponibles para sanar las heridas de la otra noche. Aunque consiguiera reunir la fuerza suficiente para liberarse, si insistía en romper las ataduras sólo conseguiría retrasar todavía más la recuperación. Inhaló tan hondo que le dolió, y se esforzó en relajarse concentrándose en calmar la tensión que le producía irritación y enfado.
-Buena elección, señor taisho. Luchar contra las circunstancias no le ayudará a usted ni a mí a realizar nuestro trabajo.- Kagome se separó un poco de él con su omnipresente tablilla sujetapapeles apretada contra el pecho. Sus ojos oscuros se desplazaron a lo largo del cuerpo de inuyasha-. ¿quiere otra manta?
-No.
Inuyasha no tenía frío. Sobre todo con aquel cuerpo femenino tan cerca de él. Uno de los efectos secundarios de la reanimación había sido, siempre, el intenso e inmediato deseo de satisfacer las necesidades corporales básicas, y la comida y el sexo estaban al principio de la lista. Cuando era más joven, solía ceder a este impulso con la primera mujer complaciente con la que se encontrara. Sin embargo, últimamente, se había sentido menos predispuesto a constituir el pasatiempo de cualquier desconocida.
A pesar del fuerte olor a medicamentos que impregnaba el laboratorio, sus sentidos, siempre sensibles pero sobre todo después de cada viaje de regreso de la muerte, le pedían con insistencia disfrutar del olor femenino de kagome.
Inuyasha apartó deliberadamente la mirada y la dirigió hacia el techo. Entonces se dió cuenta de que ella había cambiado los carteles que solía colgar allí para entretenimiento de sus pacientes.
Las exuberantes rubias que jugueteaban en la playa vestidas con poco más que una sonrisa suponían una mejora considerable comparadas con los gatitos y perritos de la última vez.
-Bonitas obras de arte.
Kagome miró hacia el techo y una sonrisa se dibujó en sus labios.
-Uno de sus amigos me los envió después de recuperarse. No tuve el coraje suficiente para tirarlos a la basura sin antes exhibirlos como se merecían.
-Parece algo digno de Miroku.
Ella arrugó la nariz.
-Ha acertado a la primera. Personalmente, yo prefiero los gatitos.
-Usted no es la que está atada a esta maldita camilla como un animal de laboratorio esperando a ser diseccionado.
La sinceridad brutal de sus palabras la hizo estremecerse. Pero tenía razón. Si durante los primeros segundos después de su reanimación hubiera percibido en su mirada a uno de los Otros en lugar de a un Paladín, no habría dudado en inyectarle las drogas que acabarían con su vida.
De momento, no habían tenido que enfrentarse a ese pequeño problema, pero, a la larga, sí tendrían que hacerlo.
Éstos eran los papeles que tenían asignados en aquella tragedia. En lugar de seguir hablando, inuyasha cerró los ojos y simuló dormir. Ella era demasiado lista para dejarse engañar, pero le permitió representar aquella pequeña farsa. Unos segundos más tarde, las luces se atenuaron e inuyasha se durmió de verdad.
Kagome se preguntó si inuyasha sabía que roncaba. Ella experimentaba placer al oír aquel ruido sordo y áspero mientras trabajaba en el ordenador. Se trataba de un sonido hogareño que hacía que inuyasha taisho resultara un poco menos inquietante, un poco más humano. En realidad, no era humano, al menos, no por completo, pero ella quería que conservara lo poco que le quedaba de humanidad tanto tiempo como fuera posible.
Un ligero pitido electrónico anunció que su periodo de cuarentena había finalizado, pero kagome decidió no despertarlo de inmediato. El hecho de que se hubiera dormido en una camilla de acero indicaba que necesitaba aquel descanso. Kagome volvió la cabeza hacia la camilla iluminada con una luz tenue. Nadie había podido explicarle por qué tenía que ser tan incómoda. Seguro que un ligero tapizado no comprometería la resistencia del acero. En su opinión, los Paladines merecían cualquier comodidad que pudieran tener en la vida.
No es que ellos lo admitieran, pues se enorgullecían de ser los cabrones más duros del mundo. Y era cierto. Todos empezaban siendo fuertes y corpulentos y, con el paso del tiempo, la maldad se unía a esta mezcla. Incluso los guardias fuertemente armados que estaban apostados fuera de la habitación se movían con prudencia cuando un Paladín entraba en el edificio.
Sobre todo cuando se trataba de Inuyasha Taisho.
Kagome suspiró. Apenas transcurría una semana sin que uno de los Paladines estuviera de nuevo a su cargo durante, al menos, uno o dos días. Los Paladines luchaban, morían y acudían a ella para que los curara y los reanimara. Algunos eran más fáciles de manejar que otros, pero de ninguno se podía decir que resultara fácil de tratar.
De todas maneras, inuyasha era distinto. Su mera presencia hacía que su espacioso laboratorio pareciera lleno y estrecho, como si él ocupara la mayor parte del espacio y respirara la mayor parte del aire. Kagome se volvió de nuevo para observarlo.
Tenía el perfil anguloso y atractivo. Las cejas eran dos franjas oscuras que le surcaban el rostro. La mirada de kagome se deslizó hasta su boca. Era sorprendentemente sensual, casi fuera de lugar junto al resto de sus facciones. Kagome se preguntó si besaría tan bien como hacía todo lo demás en lo que ponía su empeño.
Antes de que pudiera registrar, mentalmente, nada más, se dio cuenta de que los ojos dorados de Inuyasha estaban abiertos y la miraban de tal modo que pudo sentir su intensidad desde el otro extremos de la habitación.
-Lo siento, no me había dado cuenta de que estaba despierto.
Kagome se puso de pie y casi volcó el taburete en el que estaba sentada.
-No pasa nada. Supongo que estaba demasiado ocupada mirándome para darse cuenta.- No había ningún deje de humor en sus palabras-. Quiero levantarme.
Kagome ocultó su vergüenza tras una retahíla de palabrería médica.
-Primero le extraeré sangre y después podrá levantarse. Pero, antes de nada, tengo que evaluar su estado actual...
Él la interrumpió.
-Conozco el protocolo, doctora. Hágalo y punto.
Sus palabras no deberían haberla herido, pues había oído cosas peores a lo largo de los años. Al fin y al cabo, estar muerto solía volver un tanto arisco al más calmado de los hombres. La mayoría de las veces podía pasar por alto las quejas, pero le resultaba más difícil conseguirlo con inuyasha.
Él no soportaría saberlo. De hecho, si tan sólo hubiera sospechado la cantidad de tiempo que ella dedicaba a estudiar su historial para saber más sobre su forma de ser, en aquel momento estaría llamando a la puerta del jefe de kagome para pedir que le asignaran otro tutor.
Y era imperativo que ella siguiera ocupándose de él. Inuyasha taisho era uno de los Paladines más antiguos. Ya había sobrepasado la esperanza de vida de sus congéneres en dos décadas. Si ella pudiera establecer a qué se debía su resistencia al patrón habitual que regía la vida de los Paladines, quizá podría ayudar a los demás a alargar la suya.
Kagome soltó las cintas que sujetaban el brazo derecho de inuyasha y le ató un torniquete justo por encima del codo. A él nunca le había gustado que le sacaran sangre, de modo que realizó una mueca y apartó la mirada mientras ella introducía la aguja en una de sus venas. Kagome bombeó la sangre roja, espesa y oscura, al interior de la jeringuilla, reemplazó ésta por otra y llenó dos más antes de soltar el torniquete. Después, aplicó un algodón sobre la aguja y la extrajo del brazo de inuyasha.
-Doble el brazo.
Kagome sacudió con suavidad los tubos en los que había vertido la sangre, los colocó en un receptáculo y regresó junto a inuyasha.
-Déjeme ver el pinchazo.
Él suspiró y estiró el brazo. Kagome inspeccionó la piel para comprobar que no se había producido ningún morado y cubrió el pequeño pinchazo con una tirita. Cuando él vió que la tirita estaba decorada con caritas redondas, amarillas y sonrientes, kagome tuvo que esforzarse para no reír. Sin duda, él no valoró el pequeño toque de alegría.
-muy divertido.
-Estaban de oferta.
Claro que las tiritas sin decoración también lo estaban.
Kagome desató la primera de las cintas que sujetaban las piernas de inuyasha a la camilla y fue desplazándose hacia arriba simulando no darse cuenta de que él permanecía desnudo bajo la ligera manta que lo cubría. Cuando le llevaban a un Paladín por primera vez, le resultaba fácil adoptar una actitud profesional en relación con estas cuestiones. Intentó recordar éste hecho mientras desataba la última de las cintas e inuyasha se sentaba con la manta arremolinada alrededor de la cintura.
-¿cómo se encuentra? ¿siente náuseas o mareo?
-No.- Inuyasha se frotó las muñecas para eliminar el entumecimiento que sentía-. me siento exactamente igual que las últimas doce veces que pasé por esto.
Se puso en pie y sobresaltó a kagome en cerca de treinta centímetros.
Ella levantó la mirada con exasperación y no permitió que su altura la intimidara.
-No abrirán las puertas hasta que yo se lo indique, y necesito respuestas.
Él recitó una letanía de respuestas a las preguntas no formuladas de la doctora; todas ellas memorizadas de visitas anteriores.
La lista de sus heridas no debería impresionarla, pues era ella quien se las había curado, pero oírlo enumerarlas sin la menor emoción, la preocupó mucho.
-¿Y cómo nota la pierna? ¿la siente débil? ¿experimenta algún dolor?
-Mire, doctora higurashi, todo funciona de maravilla.
Inuyasha dejó caer la manta para demostrar su afirmación.
Ella consiguió mantenerse firme, pero no pudo evitar sonrojarse al ver su potencia masculina.
-Mientras se viste, pediré que le tragan la comida. Su ropa está en la taquilla.
Inuyasha se dio la vuelta y Kagome se encaminó a su escritorio a realizar una llamada.
-Por favor, encárguese de que envíen la comida favorita del señor taisho lo antes posible. Ya sabe lo irritable que se pone cuando no come enseguida.- había levantado la voz apropósito para que él la oyera.
-Puedo comer en casa.
Kagome dio un brinco de casi un palmo. ¿cómo podía moverse tan silenciosamente? Inuyasha se inclinó sobre ella mientras se abotonaba la camisa y se la arremangaba.
-Sí, puede comer en su casa. Pero antes, no puede irse sin que compruebe que su estómago no rechaza la comida.
Antes de que inuyasha replicara, las puertas del laboratorio se abrieron. El doctor Neal, el supervisor inmediato de kagome y jefe del departamento de investigación, entró transportando una bandeja cargada de comida.
Inuyasha lanzó al jefe de kagome una mirada de indignación antes de lanzarse sobre la comida.
El doctor Neal le pidió a kagome la tablilla de datos de inuyasha. Lo único que resultaba sorprendente era que éste seguía sin experimentar los cambios que, en general, iban asociados a las múltiples muertes que había padecido. Kagome no había comentado sus descubrimientos a nadie salvo al doctor Neal; ni siquiera al mismo inuyasha. Hasta que lograra explicar aquellos desconcertantes datos, no quería concederles demasiada importancia. Quizá sólo significaba que inuyasha tenia suerte.
El doctor Neal hojeó los informes y luego se los devolvió a kagome.
-Quiero que pase por aquí cada dos días para repetir las pruebas hasta que vuelvan a asignarle una misión.
Inuyasha levantó los ojos de la comida y les lanzó una mirada airada.
¡Y una mierda vendré! Utilice a otro como rata de laboratorio, no a mí.
-Le recuerdo, señor taisho, que sus órdenes consisten en cooperar con los miembros de mi equipo en todo momento.
El doctor obtuvo una retahíla de obscenidades como respuesta y, después, asintió con calma.
-Sabía que estaría de acuerdo conmigo. Ahora, si me disculpan...
Inuyasha volvió a centrar su atención en la comida.
Cuando las puertas se cerraron tras el dr. Neal, kagome se sentó y quedó con la mirada fija en la pantalla del ordenador. Los ojos le escocían de puro agotamiento.
-¿cuánto ha dormido desde que me trajeron aquí?- preguntó inuyasha.
Kagome hizo rotar los hombros para liberar la tensión acumulada y luego los encogió sin mirar a inuyasha.
-El dr. Neal me ha estado relevando de mi puesto unas cuatro horas al día.
Kagome se inclinó hacia delante hasta apoyar la frente en los brazos y cerró los ojos.
Mientras asimilaba el significado de sus palabras, Inuyasha terminó lo que le quedaba de cena. A juzgar por las ojeras oscuras que enmarcaban los ojos de kagome, debía de estar a punto de desmoronarse.
-¿Doctora Higurashi?
No se oyó respuesta alguna.
-¿Kagome?
Eran pocas las ocasiones en las que inuyasha se permitía llamarla por su nombre de pila.
Tampoco obtuvo respuesta.
Entonces la tomó en brazos y la llevó hasta el catre que ella conservaba en el laboratorio para cuando sus pacientes estaban en estado crítico. Sólo se movió hasta acomodar la cabeza en la almohada. Inuyasha cogió la manta que habia dejado caer al suelo y se la echó por encima mientras se resistía al impulso de besarla en la frente. Al colocarle un mechón de cabello detrás de la oreja, Kagome sonrió en sueños, y aquella sonrisa fue como una caricia para él.
Inuyasha se apartó del catre. ¡Maldición, tenía que alejarse de ella como fuera! Aunque kagome preferiría morir a aceptarlo, sin lugar a dudas su interés por él iba más allá del de un médico por su paciente. Si sólo la veía mientras estaba atado a la camilla, podría manejarlo. Tenía que hacerlo. Ella era lo único que lo mantenía anclado a este mundo, como un cordón umbilical que luchaba con esmero para sacarlo del abismo en el que vivía y luchaba. Inuyasha tenía el horrible presentimiento de que cualquier otra persona lo habría dado por perdido años atrás.
Había llegado el momento de largarse de allí. Pulsó el botón para llamar a los guardias.
-Enseguida voy.- Aquella voz era del sargento Purefoy.
Sin duda, entraría armado hasta los dientes y con dos o tres guardias de apoyo. Inuyasha se puso en el medio de la habitación e hizo lo mejor posible para parecer inofensivo. Aunque la verdad era que esta estrategia nunca le había funcionado, pues su reputación como Paladín estaba muy consolidada.
Las puertas se abrieron y el sargento purefoy entró seguido por sus hombres.
-Bienvenido de vuelta al mundo de los vivos, señor.
Inuyasha se encaminó hacia la puerta escoltado por los guardias y se alegró de alejarse del laboratorio y de la encantadora último que necesitaba en aquel momento era adiestrar a un nuevo tutor. Habia demasiado en juego. Las manos que sujetaban la espada que había acabado con él no eran las de un Otro.
Cerró los ojos para recordar todos los detalles posibles de aquellos últimos minutos: El destello de una espada mientras lo penetraba, con demasiada facilidad, en el costado.
El impacto lo hizó caer de rodillas y después al suelo mientras la herida le sangraba a borbotones.
Inuyasha nunca vió el rostro de su atacante, pero si las manos que sujetaban la espada. Sin duda, aquellas manos eran humanas. Su último pensamiento mientras se desangraba fue la certeza de que uno de los suyos habia intentado matarlo.
