Capitulo I
EDWARD POV
El gélido viento de invierno mecía las ramas desnudas de los árboles, las cuales apenas tenían hojas secas que las guarecieran del frío. La luz tétrica y amedrentadora del crepúsculo bañaba las calles vacías, tan vacías como lo había estado mi corazón de piedra durante, si mis cuentas no fallan, cuarenta años.
Poco importaba el tiempo transcurrido. Tampoco importaba ya ese dolor estremecedor que siempre iba de mi mano, al igual que la soledad. Me había acostumbrado a existir con ellos.
Aún estando en compañía sentía el aliento gélido de la soledad a mi lado, recordándome constantemente que aquel era mi destino, porque yo mismo así lo había decidido.
Mis pasos resonaban en el asfalto, interrumpiendo por cortos tramos de tiempo el silencio. Había una quietud propia de películas de terror, aunque, después de todo, yo era como aquellos personajes... frío, aterrador, sin vida, solitario...
Las hojas secas no dejaban de crujir bajo las suelas de mis zapatos negros, los cuales hacían conjunto con el traje de etiqueta del mismo color. Sinceramente, tan innecesario ya... Pero, también una muestra del dolor y la opacidad que habían inundado cada parte de mi ser, al fin y al cabo.
No tenía por qué guardar luto ahora, no después de haber permanecido ausente durante tanto tiempo; no después de haberme exiliado en aquel castillo lleno de asesinos despiadados, cuyos cuerpos carecían de alma, al igual que el mío. Era una falta de respeto, una osadía atreverme a vestir tales galas después de tanto tiempo... Después de incontables días en los que su cuerpo yacía bajo tierra, pudriéndose.
Aunque, si lo pensaban detenidamente, venir ya era un insulto a su alma, la cual, seguramente descansaba en un lugar lejano... Excesiva y dolorosamente muy lejos de mí.
Crucé la gran reja negra, por la cual, aún estando lejos, se podía entrever las hileras de lápidas que se desperdigaban por todo el campo santo.
A unos pasos de la entrada, se hallaba una anciana vendiendo flores de todo tipo. Debo confesar que me sorprendió sobremanera verla allí, con aquel frío glacial, de pie. Iba sumamente abrigada, así que di por hecho que ello le ayudaba a guarecerse de la helada, pero hubo algo... Un destello en su mirada me inquietó.
Me detuve en medio del camino de gravilla, el cual, siquiera medía unos dos metros de anchura. Desde allí, se podían divisar a lo largo el resto de escasos caminos que conducían a otras partes del cementerio.
Mientras yo permanecía paralizado, la anciana condujo sus vacilantes, pero decididos pasos hacia mí, con una sonrisa que dejaba vislumbrar las ocasiones que había vivido esa misma situación.
Yo era uno más, uno de los tantos personajes con el rostro inexpresivo, y el interior descompuesto por el dolor... Pero, sin embargo, tuve la sensación de que era le primero, de que aquella viejecita se acercaba para brindarme su consuelo, con dos rosas —quizá por cruel casualidad, o capricho del destino— de color azul en mano, y un mirada inescrutable que por un momento logró hacerme estremecer. Al llegar frente a mí, sus ojos azul grisáceo se clavaron en los míos, provocando en mí aun más inquietud, si cabe, de la que había antes. Parecía que tan sólo con ese gesto se había adentrado en mi mente, y había leído todos mis recuerdos.
"Pobre muchacho", pensó.
Gracias a aquel pensamiento pude volver a la realidad, y darme cuenta de que aquellas no eran más que ideas mías... Tontas ideas.
—Es la primera vez que te veo por aquí. —Su voz rompió el silencio de cristal. Era tan fina, que parecía imposible que tales sonidos emanaran de sí. Su mano se estiró, brindándome así las dos hermosas rosas azules.
—¿Cuánto..? —pregunté, con la voz entrecortada, llevando mi mano derecha a los bolsillos de mi pantalón de tela, para extraer de ellos mi billetera.
—No te preocupes —me interrumpió—, puedes quedártelas. —Y así, dejando unas palabras prisioneras en la cárcel de mis labios, se marchó al sitio del cual provenía, no sin antes, por supuesto, frotar lo que alcanzaba de mi brazo con intenciones de reconfortarme.
Reconduje mis pasos por el camino de gravilla, convenciéndome a mí mismo de que aquella mujer lo había hecho puramente con la intención de reconfortarme, ya que, aunque las lágrimas fueran inexistentes en mi organismo, las ganas de llorar estaban presentes, y eso la había empujado a llevar acabo aquel acto. Fruncí el ceño en un acto de desasosiego.
Temí que las flores se rompieran en mis manos, tanto como temí que su vida se extraviara en un lugar desconocido por mi culpa, medio siglo atrás...
Los latidos del corazón me habían sido devueltos, tan sólo para que tuviera la sensación de que todo mi cuerpo palpitaba a su compás, y un sudor frío, producto de la vida devuelta, recorriera mi espalda.
Ahí estaba...
Tras varios minutos recorriendo, detenidamente, con la mirada cada una de las lápidas, había dado con ella...
Juro que aquel mundo que me había acunado en sí durante, ya dentro de poco dos siglos, detuvo sus giros. El cielo fue más oscuro, el ambiente más cargado del molesto aliento invernal, y el silencio aún más aterrador. Todo a mi alrededor desapareció, para dar protagonismo a aquella imagen que había rogado tantas veces —a un Dios posiblemente inexistente— no presenciar jamás.
No porque no quisiera estar con ella en aquel momento, si no porque la certeza de que mi amor desapareciera me golpeaba tan fuerte, como un gran muro de rocas golpearía a una persona débil, y no a un ser... inmortal y duro como la roca misma.
ISABELLA
MARIE SWAN DWYER
1987-2024
Siempre
vivirás, porque una persona tan sólo muere
cuando se la olvida.
Toda tu familia y amigos te
llevamos dentro.
Estupefacto, recorrí cada una de las letras con los ojos, mientras pronunciaba en voz baja su nombre.
Desde que, después de cuarenta años de distanciamiento del mundo exterior a las paredes del castillo Vulturi, decidí que era hora de llevar a cabo una de las condiciones que había puesto "para resolver si quería o no formar parte de su guardia" (trabajaría para ellos, pero sólo con la condición de no alimentarme de humanos, ya que, por encima de todo, no quería que Carlisle se decepcionara del todo de mí. Otra de las condiciones había sido la de marcharme cuando así lo desease. Ellos habían aceptado, pero no estaba convencido de que iba a ser por mucho tiempo).
Así pues, fue una vez que crucé las murallas que rodeaban al gran palacio, cuando me comuniqué con mi familia... No estaba muy seguro de si aquella era una buena opción, no después de tantos años de distanciamiento...
Mi inexistente, hasta ese momento, buen estado de humor volvió al escuchar la voz cantarina de Alice. Después de varios días de búsqueda, había dado con su paradero, y me satisfizo que así fuera. Les necesitaba... Necesitaba alejarme de aquel mundo de completa oscuridad... Había querido obligarme a resistir estar en aquel sitio, pero ni el tiempo que había transcurrido pudo borrar de mí su fragancia.
No sabía si ella seguía viva, no sabía si Isabella continuaba allí, esperándome... Pero esa pequeña esperanza rondaba en mí, por muy remoto que fuese el hecho de que ella siquiera me recordara.
No supe qué decir cuando Alice me comunicó lo que había sucedido... Y me culpé, sí.
Deseé la muerte a vivir sabiendo que ella no estaba, a saber que ni siquiera había vivido lo suficiente para tener nietos correteando por su jardín, mientras entablaba una cómoda charla primaveral con alguno de sus hijos. Y no me importaba que aquellos hijos fuesen de otro hombre.
Yo jamás hubiera podido dárselos, pero mientras ella fuese feliz... yo sería desgraciado, pero al menos alguno de los dos habría alcanzado la dicha que te proporcionan ese tipo de experiencias.
Sería demasiado pedir, para un individuo como yo, ser tan feliz como lo son las personas que tienen un alma... Por ello me hubiera limitado a observarla entre bastidores, sin acercármele, porque de haber sido así, hubiera perturbado su felicidad.
Le traería malos recuerdos...
Sería simplemente alguien que ella ya olvidó... Como cuando un niño olvida a aquel vecino con el que jugaba de pequeño, y con el cual no tuvo más contacto desde el día que éste último se mudó.
Y ahora, heme aquí, sin poder creer que lo que ven mis ojos es real, aferrándome a la absurda idea de que no es ella, si no otra persona la que yace debajo del suelo de mármol de este cementerio situado en Forks; un pueblo en que el sol pocas veces asoma, gracias a que las nubes siempre lo esconden; un pueblo en el cual, detrás de aquella imagen de lugar pacífico y aburrido, se esconden secretos de un mundo fantástico y tal real como el de los humanos que viven ajenos a todo lo que sucede mientras ellos duermen.
Aquí estoy, recordando las veces que sus cálidas manos llegaron a tocar mi pálida y fría piel; recordando los besos que siempre hacían que su corazón acelerase sus latidos... Recordando su hermoso rostro lleno de dolor el día que me marché... Devolvería el tiempo si pudiese... Vendería mi alma si la tuviera, por tal de volver a escucharla respirar, por verla dormir cada noche...
"— ¿Quién será? —Ni siquiera la había escuchado acercarse, de haber sido así, me hubiera alejado antes de que pudiese verme. Pero estaba tan aturdido, que mis sentidos habían desconectado de mí."
Me giré rápidamente, con las dos rosas en la mano. Frente a mí se erguía una joven de no más de veinte años, quien llevaba un ramo de rosas azules, al igual que las mías, que fue a parar al suelo cuando dirigí mi mirada a ella.
"—Tranquila Elizabeth —se dijo—. Tan sólo son imaginaciones tuyas, éste joven no puede ser quien tú crees... —Y, ¿quién creía ella que yo era?"
Estaba desconcertado, después de todo, ella no podía pensar eso. Aunque, de poder, podía... pero era algo ilógico.
—Hola... —intenté que mi voz no reflejara el dolor que sentía, aunque daba por hecho que mi rostro se encargaba de ello.
—¿Quién eres? —preguntó con cierta desconfianza y nerviosismo.
"—Eli —volvió a entablar una conversación consigo misma—, no puedes pensar que este joven es.."
—Edward Cullen —respondí, inclinándome a recoger el ramo de rosas que aún estaba en el suelo. Al incorporarme, una ráfaga de viento frío la hizo estremecer, mientras yo empezaba a ser conciente... a vislumbrar quién podría ser aquella joven.
"— ¡Oh, Dios! —Exclamó en su fuero interno—. ¡Cálmate Eli! Seguramente te tratará de..."
Lo más sensato en ese momento hubiera sido marcharme de ahí, darle un golpe que la dejase inconsciente mientras yo huía, pero, aunque sabía que era lo mejor, no lo hice. La curiosidad pudo conmigo, otra vez.
—Yo... yo... —tartamudeó—. Mi nombre es Elizabeth Voegele Swan.
Ella era su hija... Elizabeth era la hija de Isabella...
"— ¿Por qué no habla? —Se preguntó—. ¡Oh, no! ¿Y si se trata de un fantasma? Estúpida Elizabeth. Los fantasmas no existen."
Ahora todo encajaba. Su fragancia... era ligeramente similar a la de Bella, pero no sólo eso. Su estatura, si no me equivocaba, era de ciento-sesenta centímetros, más o menos lo mismo que su madre, aunque eso no significaba nada, pero su piel era sumamente pálida, en contraste con una cabellera castaña oscura con algunos matices rojizos que enmarcaba su rostro, cuyas mejillas estaban ligeramente enrojecidas.
Aquello le confería un toque más aniñado a su rostro, aunque sus jugosos labios carmín, gruesos y finos a la par, le hacían lucir un poco más mayor, más femenina.
Elizabeth parecía una hermosa y esbelta muñequita de porcelana.
Frágil, dulce y aniñada.
