Los personajes son de Stephenie Meyer. Solo la trama es de nuestra autoría.

Escrito por: Carla Liñán [MaeCllnWay]

Capítulo beteado por Tamara Escobar (Tammy Swan de Cullen), Betas FFAD

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Capítulo 1
Mejores amigos


En Forks, llovía a cántaros. No era ninguna novedad para el pequeño pueblo de Washington, que estaba acostumbrado a vivir bajo un cielo encapotado la mayor parte del año. Eso no detenía a nadie de seguir con sus actividades cotidianas.

Edward miró por quinta vez el reloj en la pared. Todavía quedaban quince minutos para que terminara la clase, pero ya estaba bastante desesperado por salir. Faltaban un par de semanas para el Baile de Invierno, pero ya se podía sentir el ambiente navideño en el aire.

Se veían afiches por las paredes, y de vez en cuando hacían el anuncio correspondiente en las noticias escolares.

Estaba prácticamente dormido sobre su mesa de laboratorio, y Jacob le hacía segunda. Como ya estaban en la parte final del semestre, lo único que hacían los profesores era repetir una y otra vez los temas a repasar para los exámenes.

― ¡Ya quiero salir! ―susurró Jacob en voz baja. Edward levantó la cabeza, lo miró por un par de segundos, y se volvió a recostar. Contestarle que él sentía lo mismo sería una obviedad.

― ¿Acaso este hombre no se callará nunca? ―gimoteó su amigo en voz alta. Todos se quedaron callados después y voltearon a verle.

― ¿Algo que quiera compartir con la clase, Señor Black? ―El maestro le preguntó, alzando una ceja.

―Nada, Señor Berty ―dijo quedito.

―De acuerdo, jóvenes. Como iba diciendo, antes de la interrupción del joven Black, les notifico que a partir del próximo lunes podrán inscribirse para el famoso Sorteo Navideño que se realiza cada año para el Baile de Invierno. ―El salón empezó a cuchichear.

Recuerden que primero tienen que anotarse en la lista, y posteriormente serán llamados individualmente para notificarles el resultado. Todo será computarizado, así que no habrá problemas con posibles fraudes ni margen de error.

¡Genial!, pensó con sarcasmo. Cada año era igual, y al final nadie quedaba conforme con su pareja y cada quién hacía lo que le venía en gana. Era pura pérdida de tiempo.

En ese momento, sonó el bendito timbre y todos se amontonaron para salir del salón.

― ¿Irás? ―le preguntó Jacob cuando se dirigían a sus casilleros a dejar sus cosas y poder salir de la escuela.

― ¡Nah! ―se limitó a decir, encogiéndose de hombros.

Prefería pasar un sábado por la noche jugando con la consola de video a hacer el ridículo frente a toda la escuela. Además, implicaba mucho gasto: rentar un traje de dudosa procedencia, comprarle un ramillete a la chica en cuestión, el auto, la cena... prefería evitarse todo eso. Había pasado todo el año ahorrando para poder irse de campamento con su mejor amigo, así que le dolía despilfarrar tanto dinero en una sola noche.

Por supuesto, Esme, su madre, había insistido hasta el cansancio para que participara.

―Tienes que integrarte, Edward ―le dijo con dulzura―. Rosalie siempre se anota en esos concursos, y nunca la he escuchado quejarse.

Y es que su hermana era bastante discreta. Delante de sus padres se mostraba totalmente calmada y hasta contenta con la idea de ir al baile con su pareja previamente seleccionada por el sorteo, pero Edward era testigo de los tremendos berrinches que hacía su melliza cada vez que le daban un resultado que ella no deseaba.

Edward no tenía problemas para integrarse, a pesar de lo que podía pensar su madre. Tenía su buen grupo de amigos, salían de vez en cuando e iba a bastantes fiestas con ellos. Aunque, por supuesto, a veces prefería pasar sus ratos libres frente a un videojuego, con Jacob. El problema de Esme era que en casi cuatro años de Instituto, Edward jamás había llevado a una chica a la casa, ni le había escuchado de ninguna novia.

Incluso, en algún momento, le escuchó cuchichear con su padre la posibilidad de que su hijo fuera homosexual. Llegó en el preciso momento en que se preguntaban si Jacob Black era en realidad su pareja sentimental. Casi se delata a sí mismo con una sonora carcajada. ¡Eran imposibles!

No era para nada gay, por supuesto que no. De hecho, era un chico que apreciaba completamente la belleza femenina. No era ningún promiscuo, tampoco, pero sí salía de vez en cuando con alguna chica de su grupo social. Solo que nadie le había llegado al corazón de Edward Cullen, aunque varias ya habían hecho el intento por conseguirlo.

Pero dicha parte de su cuerpo ya tenía dueña: Isabella Swan.

No le importaba que fuese un año menor que él. Tampoco importaba que no fuese del mismo grupo de amigos, o que no llevaran las mismas materias. El solo hecho de contemplarla por los pasillos ya era lo mejor que le podía pasar en el día. Podía recitar de memoria cada parte de su cuerpo; cada peca y cada lunar que cubría su pálido rostro, y sus pequeñas, pero definidas curvas. Pero, lo que más le atraía a Edward, eran esos orbes color chocolate, que parecían llegar hasta la parte más profunda de tu alma.

Para él era sencillo hablar con las chicas, pero se congelaba en su sitio cada vez que Isabella pasaba por su lado. Los nervios lo invadían, y estaba seguro que los latidos de su corazón desbocado se escuchaban hasta el gimnasio.

El único momento en que habían coincidido había sido cuando ella recién comenzaba el Instituto. Bella tenía unos cuantos problemas con Biología, y el Señor Banner le había pedido a Edward que le diera tutorías. Al principio, por supuesto, se mostró reacio a enseñarle a una "niña", pero cambió de parecer en cuanto la vio llegar a la biblioteca. Se quedó gratamente sorprendido al ver la madurez con la que se expresaba, y sus ojos lo tenían completamente enganchado.

Durante este tiempo, sus pláticas eran casi nulas, pues a Edward lo dominaban los nervios por dejarle una buena impresión a su "alumna". Bella, por su lado, tampoco hizo mucho por iniciar una conversación, y Edward pensó que era tal vez por desinterés hacia él.

A pesar de esto, las tutorías sólo duraron un par de semanas, pues Bella comenzó a tener un mejor rendimiento y el profesor dio por terminada la ayuda de Edward. Después de eso, ya no hubo manera de encontrarse con ella.

Después de eso, simplemente no lograba conseguir el valor suficiente como para acercarse nuevamente a la chica. No era inseguridad, por supuesto, sino que nunca se había sentido correspondido por ella.

La observaba todos los días: desde que llegaba en esa horrible camioneta, durante la hora del almuerzo, y a veces se encontraba con ella a la hora de salir. Conocía a sus amigos más cercanos; sabía que Ángela Webber era su mejor amiga, y que Mike Newton era su perrito faldero, siempre detrás de ella. Se le revolvía el estómago siempre que la veía reír por cualquier cosa que el chico le contaba; quería ser él quien consiguiera sacar aquella sonrisa tan hermosa.

En los tres años que Isabella llevaba en el Instituto, jamás le había conocido algún novio, pero eso no implicaba que ella no pudiera tener alguno fuera de la escuela, ni que no fuera a citas. No obstante, se permitía soñar de vez en cuando en que algún día le confesaría sus sentimientos, y sería correspondido.

Sí, Bella Swan siempre lo volvía un cursi sin remedio.

― ¿Irás mañana a la fiesta de Stanley? ―le preguntó Jacob por teléfono.

―No lo sé. ¿Irás tú?

― ¡Ya lo creo! Esperaba que fueras conmigo.

― ¡Venga, Jake! ¿Acaso me estás pidiendo una cita? ―se burló.

― ¡Claro que no, idiota! Necesito de tu apoyo moral.

― ¿Apoyo moral?

―Sí. Me dijo Eric que Nessie estará ahí.

― ¿Quién? ―Fingió no saber, solo para molestar a su amigo.

―Nessie, la hermana de Bella. ¡Ya sabes! La que tiene un nombre rarísimo, que parece que solo Bella puede pronunciar.

Renesmee era la más joven de la familia Swan. Apenas cursaba el primer año del Instituto, y en su primer semestre ya se estaba haciendo notar. Jacob se había quedado prendado de ella desde el primer momento en que la vio. Era el único tema de conversación que conocía últimamente, y como no podía pronunciar su nombre completo, hasta le había inventado un sobrenombre.

Aún recordaba el día en que Jacob había llegado a la cafetería, totalmente embobado, diciéndole que había conocido al amor de su vida. Después de burlarse de él por un buen rato, se dio cuenta de que su amigo hablaba en serio.

Y aunque su amigo tenía la peor fama de ser un rompecorazones, Edward sabía perfectamente que estaban cortados con la misma tijera. Los dos esperaban a la chica correcta, y al igual que él, el amor lo volvía extremadamente cursi. El problema de Jacob era que creía que el amor se le presentaba a cada momento, y por eso le costó tomarlo en serio cuando le confesó que estaba enamorado de Nessie Swan. Sin embargo, de eso ya habían pasado varios meses y el interés de su amigo solo aumentaba considerablemente.

― ¿En serio, Jacob? ¿Irás solo porque te dijeron que esa niña estará ahí? Además, con tantas chicas de último año, no entiendo por qué estás tan aferrado a ella.

― ¡Mira quién lo dice! El Señor sólo-tengo-ojos-para-Bella-Swan. ¿Acaso olvidas que ella tampoco es de último año?

― ¡Déjame en paz! ―refunfuñó.

―De acuerdo. Sólo acompáñame un rato y ya. Te deberé una de por vida.

― ¡Me debes muchas! ―suspiró con fuerza―. De acuerdo, iré. Pero voy en mi auto y me marcharé en cuanto me sienta aburrido.

― ¡Como si eso sucediera te sucediera estando Bella presente! ―se burló, colgando inmediatamente para evitar una réplica grosera.

―Bastardo ―murmuró.

Edward esperaba que de una buena vez Jacob se decidiera a pedirle una cita. Nessie tenía una pequeña fama de ser terriblemente sincera, y al parecer no tenía ningún filtro a la hora de elegir sus palabras, y eso le aterraba a Jacob. Si ella no estaba interesada en él, el ego de su amigo quedaría bastante herido.

Se contempló nuevamente en el espejo. No era un muchacho muy vanidoso, a diferencia del resto de sus amigos, pero quería verse bien para Bella. ¿Quién sabe? Tal vez esa noche era la indicada, el valor llegaría a él y la invitaría a salir. Le parecía algo absurdo, pues no era la primera vez que se encontraba con la joven Swan en una fiesta, pero siempre lo traicionaban los nervios y se quedaba en un rincón.

El teléfono celular le indicó que tenía un nuevo mensaje de texto. Resopló, pues sabía que se trataba de Jacob. Era peor que una novia acosadora. Le había mandado cinco mensajes en la última hora.

Pero, entonces, recordó con cierta melancolía la razón por la cual siempre estaba disponible para su mejor amigo. Lo conocía desde hacía casi diez años. Los Black se habían mudado a la casa de enfrente, cuando los dos jóvenes tenían ocho años. Para Edward, fue la mejor noticia de su vida: por fin tendría a un amigo de su edad, y podría despedirse de las empalagosas amigas de su hermana Rosalie.

Pasaban juntos todas las tardes. Jugaban a ser súper héroes, haciendo pequeños fuertes en el jardín de su casa, hasta que Carlisle les había construido una casa en el árbol, que pronto convirtieron en su cuartel secreto "Anti Niñas". Jacob había estado para él cuando se fracturó la pierna al caer del árbol, y Edward estuvo para su amigo cuando la mamá de éste murió de cáncer cuando tenían catorce años. Habían estado juntos en las buenas y en las malas. Eran como hermanos, y como tales, se compartían prácticamente todo lo que pasaba en sus vidas: desde su primer beso hasta con quién habían perdido su virginidad.

Aunque Jacob se había burlado de su amigo cuando le confesó que se había enamorado de Bella Swan, siempre había estado ahí para ayudarle. Casi siempre que la chica iba a una fiesta, Jacob parecía tener radar para encontrarla y avisarle a Edward, aunque tuviera que llevarle a rastras, o incluso cambiar sus planes para el fin de semana. Siempre lo motivaba a invitarla a salir, sabiendo la razón por la cual no lo había hecho.

―Me rechazará ―afirmó una vez, mientras la contemplaban durante el almuerzo.

― ¡Déjate de niñerías, Edward! ¡Sé un hombre e invítala de una buena vez!

Después de tres años, siempre tras la sombra de Bella, y ayudado por su amigo, Edward sentía que le debía mucho a Jacob. Cualquiera en su lugar ya lo habría dejado a un lado, riéndose de su infantil nerviosismo. Pero él no; a pesar de que sabía que su postura le frustraba, Jacob se mantenía a su lado. Devolverle el favor, ahora tras la pista de la hermana pequeña de Bella, no le costaba absolutamente nada. Era lo menos que podía hacer por él.

La fiesta, por supuesto, era lo más aburrido y tedioso del mundo. Jessica Stanley se caracterizaba por alardear mucho al respecto, e invitar a un montón de gente que no se conocía entre sí. Una gran parte del Instituto se encontraba ahí, y pronto el lugar estuvo a reventar.

Edward se sentía incómodo y acalorado. Aunque el clima en Forks estaba bastante fresco afuera, dentro de la casa de Jessica se sentía un calor humano bastante sofocante. Todos contoneándose al ritmo de la música, pegados hasta convertirse en una sola persona. Resultaba bastante fastidioso, así que optó por irse al área de bebidas, en la cocina de la casa. Ahí pudo disfrutar de cierta intimidad, pues solo estaban otras cuantas personas ahí, cuchicheando. Jacob se le había perdido hacía un buen rato, pero estaba acostumbrado a estar rezagado de los demás.

Estaba considerando la idea de hablarle a su amigo para despedirse e irse a casa. Ya tenía un par de horas ahí y no había rastro alguno de Bella ni de su hermana. Era obvio que ninguna de las dos se presentaría ahí, así que ya no le veía caso quedarse más rato. Prefería marcharse y pasar la noche viendo películas y consumiendo chatarra, a seguir en esa tediosa fiesta.

Cuando por fin se decidió a hacerlo, sintió el toque de una pequeña mano sobre su hombro, asustándolo ligeramente.

―Hola, Edward ―escuchó el ronroneo de una voz femenina―. No pensé que iba a encontrarte por aquí.

―Victoria ―dijo entre dientes, visiblemente incómodo por la presencia de la pelirroja.

― ¿Qué estás haciendo aquí, tan solo?

―Este... ―balbuceó―. Nada, realmente. De hecho, ya pensaba irme.

Tan delicadamente como pudo, retiró la mano de Victoria que posaba sobre su brazo, pero ella se aferró a su camisa para retenerlo.

―Eres tan inocente ―rio coqueta―. Eso es bastante atractivo, ¿sabes?

― ¿Has venido sola? ―trató de cambiar de tema.

―Llegué con James. Se suponía que estaríamos juntos, pero al parecer ha encontrado un nuevo juguete para entretenerse ―dijo, haciendo un pequeño puchero. Abrió la puerta de la cocina y vio a la multitud que brincaba con la música.

Edward siguió su mirada, paralizándose con lo que encontró frente a él: James estaba platicando con Bella. Sintió que la sangre se le iba al piso, pero trató de componerse lo mejor posible para no ser tan obvio delante de Victoria. Bella parecía bastante incómoda con él; lucía como un pequeño ciervo deslumbrado por los faros de un camión. Lo único que Edward quería era ir hacia ellos y protegerla de lo que sea que James le estaba diciendo.

―Es bastante mona ―interrumpió Victoria―. Claro, no se compara para nada conmigo, pero creo que él podría sacarle potencial.

―Es un año menor que nosotros ―susurró entre dientes.

―Sí, tiene esa imagen de virgen que es imposible de esconder ―rio―. Es lo que más le gusta a James.

― ¿Y a ti no te molesta?

―Para nada. Sé que lo hace por diversión. ―Se encogió de hombros―. En cuanto se aburra de ella, se buscará otro juguete. A veces, hasta consigue que los tres tengamos algo de diversión.

Un ramalazo de pánico lo invadió. Las ganas de ir a protegerla se hicieron mucho mayores. Sentía que debía alejarla de ese par de locos. Bella era demasiado pura para tanta perversión, tan frágil y delicada. La corromperían sin ninguna vergüenza y la botarían en cuanto se cansaran de jugar con ella. Apretó los puños con fuerza, y se aguantó las ganas de ir a partirle la nariz a ese malnacido.

―Creo que eso es vil ―dijo finalmente.

―No, mi querido Edward. Eso es lo que le da chispa a una relación ―rio coquetamente, le dio un besito en la mejilla, y se marchó de la cocina, perdiéndose entre la multitud.

Se le revolvió el estómago y le dieron ganas de patear algo. Sin embargo, no podía hacerlo. Por más que le hirviera la sangre, no tenía ningún derecho de ir a interrumpirlos; no era nada de Bella, ni siquiera eran amigos. Si lo hacía, podía resultar contraproducente y Bella haría más pronunciada la brecha que los separaba.

Con mayor razón sabía que tenía que marcharse. A la porra con la fiesta y su plan de acercarse a Bella esa noche. Podría estar desperdiciando una valiosa oportunidad, pero en ese momento se sentía realmente molesto.

Dio un último vistazo hacia donde se encontraba la chica, y vio que James seguía con ella. ¿Por qué no lo ahuyentaba? ¿Acaso le interesaba?

No, pensó, de ser así, no luciría como si quisiera desaparecer de ahí.

Se despidió brevemente de Jessica, quien hizo un horrible puchero para tratar de convencerlo a que se quedara un rato más, y se puso en marcha rumbo a su auto. Se encontraba a un par de metros de él, cuando escuchó que alguien lo llamaba por su nombre.

― ¡Edward! ¿A dónde vas?

― ¿A dónde más, Jacob? Me voy a mi casa. Ya estoy cansado ―suspiró.

― ¡Pero es muy temprano! ¡Venga, quédate un rato más! Nessie acaba de llegar ―gimoteó.

―Tú no tienes que irte, Jacob.

―Dijiste que me darías apoyo moral ―le chantajeó.

Rodó los ojos ante el descarado intento de su amigo por convencerlo de permanecer en la fiesta. No era la primera vez que lo hacía, así que ya estaba acostumbrado a las medidas que tomaba.

―Sabes que eso ya no funciona conmigo, Jake.

― ¡Oh, vamos! Al menos concédeme una hora más ―suplicó―. Solo una, lo prometo. Y ya después podrás irte. Te prometo que solo necesito una hora para poder acercarme a ella y pedirle que salga conmigo la próxima semana, en serio.

Suspiró frustrado y regresó hasta donde estaba su amigo. Alzó una mano para indicarle que ya no dijera más al respecto. Al final, siempre era lo mismo.

Después de todo, solo sería una hora más...

Una hora bastante larga, pensó Edward, mientras veía a Jacob bailar con Nessie. La chica reía abiertamente, y poco a poco se iban acercando cada vez más. Era cuestión de tiempo para que terminaran el uno sobre el otro; esperaba que eso fuera un incentivo suficiente para su amigo, y por fin se animara a soltarle la bomba. Todo esto de la cursilería y los nervios ya estaba siendo bastante ridículo para los dos.

Jacob tenía razón: tenían que empezar a comportarse como hombres, en lugar de verse como un par de niñitas enamoradas.

Le dio un gran trago a su bebida, haciendo una mueca por el sabor amargo de la cerveza. Tenía que recordarse que no podía beber demasiado, pues tenía que regresar manejando hasta su casa.

― ¿Disculpa, puedes pasarme una servilleta? ―Aquella voz que lo torturaba día y noche salió de repente.

Cuando se giró hacia la persona que le hablaba, no pudo evitar escupir un poco de aquel líquido. Rápidamente, cubrió su boca y se limpió el mentón, sintiéndose completaba abochornado por su impecable muestra de torpeza delante de Bella. Ella rio quedito, con sus mejillas alcanzando un delicioso tono escarlata.

―Parece que tú la necesitas más que yo.

― ¿Eh?

Bella soltó otra risita y se estiró hasta alcanzar las toallas de papel que reposaban junto a Edward. Tomó un par y le tendió una, amablemente. Sin embargo, Edward no terminaba de reaccionar, y Bella optó por limpiar su barbilla con delicadeza.

―Mucho mejor ―le sonrió con dulzura.

― ¡Bella! ―la llamó Ángela―. ¡Ahí estás! ¡Ven, me encanta esa canción! ―dijo, arrastrándola hasta la improvisada pista de baile.

Tardó exactamente diez segundos en reaccionar. Sacudió la cabeza ligeramente, como si despertara de su letargo. Su corazón latía con fuerza y sentía que su rostro iba a estallar en llamas de un momento a otro.

Bella Swan había estado cerca de él. Bella Swan le había hablado. Bella Swan lo había tocado.

Necesitaba aire fresco, así que regresó al patio de adelante, y se sentó en uno de los pequeños escalones. Se pellizcó con fuerza el antebrazo, pensando que con eso por fin despertaría de aquel sueño tan hermoso. Sin embargo, solo consiguió una fea marca roja.

― ¡¿Dónde te habías metido?! Te he buscado por toda la casa.

―Lo siento ―dijo simplemente.

― ¡Tengo noticias maravillosas!

― ¿Por fin la has invitado?

― ¡Mejor! ¿A qué no sabes de qué me enteré?

―Jake, ya es tarde. Déjate de adivinanzas y dime de una buena vez.

―De acuerdo, de acuerdo. Mientras bailaba con Nessie, le pregunté si quería salir conmigo en un par de semanas. Ya sabes, como una alternativa al ridículo Baile de Invierno. ¡Y no sabes lo que me ha contestado!

―Jacob ―sentenció. Quería marcharse de una buena vez, llegar a casa y poder rememorar una y otra vez su pequeño encuentro con Bella.

― ¡Impaciente! ―chilló―. Dijo que ya tenía planes. Por supuesto, casi me sale espuma por la boca al pensar que ya tenía una cita o algo así. Ya tenía todo planeado para ese día y sería horrible que todo se viniera abajo, sobre todo por el tiempo que...

― ¡Jacob, corta ya y dímelo!

― ¡Se inscribirá en el jodido sorteo!

Miró a su amigo por unos instantes, esperando a que le dijera lo que era realmente importante. ¡¿A Edward qué le interesaba que esa niña participara en eso?!

― ¿Y eso es bueno? Ya sabes que esa cosa solo termina mal. Nadie queda conforme con su pareja.

― ¡Por supuesto que sí! Si me inscribo, tengo una posibilidad de ir con ella al Baile.

―Y, si no, estarás echando espuma por la boca ―añadió Edward.

―Oye, no me cortes las alas. Se supone que, como mi mejor amigo, deberías apoyarme en esto.

―Es una completa ridiculez.

―Entonces no te diré la mejor parte. ―Esperó a que Edward hiciera una respuesta sarcástica, pero no llegó―. Me dijo que inscribiría a su hermana, a escondidas.

― ¿Qué? ―balbuceó.

―Lo que escuchaste, mi estimado amigo. Si jugamos bien nuestras cartas, esa podría ser la mejor noche de nuestras vidas ―sonrió, poniendo su brazo sobre sus hombros―. Solo es cuestión de inscribirnos al Sorteo Navideño.

A lo mejor, la idea no era completamente ridícula, pensó, sonriéndole de vuelta.


Listo el primer capítulo. Esperamos que sea de su agrado.
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