Es primera vez que me atrevo a tocar a fondo esto de los trastornos psiquiátricos en una historia y dudo que lo vuelva a hacer. No al menos en un corto plazo.
HikariCaelum pidió un Ken/Mimi para el foro Proyecto 1-8 y aquí lo cumplo, no podía juntarlos en circunstancias más… favorables. De segundo plano quería un KouSora, pero sigo dudosa de llegar a lograrlo más allá de insinuaciones…
No prometo más drama que con Canción para Mañana, pero de todos modos aviso que trataré temáticas delicadas tales como:
– Problemas psiquiátricos (trastornos de la personalidad, entre otros más.)
– Trastornos alimenticios
– Problemas conductuales
– Problemas sociales y familiares.
También advierto otras cosas como lenguaje soez.
Como siempre, Digimon no me pertenece, tampoco sus personajes.
Si no se sienten lo suficientemente fuertes para leer o no les gusta la temática o la pareja a tratar, por favor, no lean.
Los dulces de la felicidad
Pasivo–agresivo.
Sus ojos pasearon por la consulta y reposaron en la joven mujer que sostenía en su zurda un bolígrafo y con la diestra se apoyaba en la manga del sillón. De piernas cruzadas, cabello rubio recogido en una especie de tiara y la nívea piel despejada, esperaba respuestas, respuestas simples o de las escabrosas, pero él permanecía en su mutismo. Sus ojos azules escrutaban, a su vez, a la mujer frente a él.
No podía creerlo, estaba completamente resentido a abrir la boca y, sin embargo, sabía que debía hablar.
—Ichijouji-san, te pido que cooperes por favor.— La mujer se inclinó en su posición, pero el ojiazul no pronunció palabra alguna.
Llevaba media hora, quizás más en aquella consulta de paredes blancas, sentado en aquella silla, observaba los diplomas de la mujer, psicóloga infanto-juvenil, se le antojaba odiosa con sus preguntas, con sus ojos verde mar curioseando en él, como si quisiera obtener respuestas de un alma pérfida y depravada. Él le esquivó la mirada, completamente incómodo. Se removió en su asiento, como queriendo huir. Otro diploma, psiquiatría infanto-juvenil, otro de algo con trastornos de personalidad y vaya a saberse qué más.
—Ichijouji-san, por favor.
Se mordió el interior de la mejilla por no decir nada ofensivo, ¿es que lo tomaban por loco para estar en esa repulsiva sala de muros blancos y plantas de interior? La mujer con la bata abierta y vestida con una franela azul cielo y jeans oscuros lo estaba intimidando, de algún modo. Alzó la cabeza, mirando el techo de vigas de madera a la vista, con un barniz café como el de la pesada puerta de la oficina con estilo occidental. Deseó un terremoto que echara abajo ese maldito techo y, si daba suerte, que una viga lo matase a él o a la intrusa terapeuta.
Quería salir corriendo, pero sus padres estaban invirtiendo ridículas sumas en un problema que él creía no tener. O en el peor de los casos realmente le pasaba algo, sin embargo estaba lo suficientemente aterrado como para siquiera decir nada.
—Comprendo que la primera vez estuvieras nervioso, la segunda vez hablaste ya algo, ¿por qué haces este retroceso en tu tratamiento, Ichijouji-san?
La pieza de Clara Schumann interpretada por Hélène Grimaud lo estaba poniendo nervioso, la voz de la soprano (¿o mezzosoprano?) lo estaba sacando de quicio, sentía la nuca empapada de sudor. Los ojos claros de la mujer lo seguían estudiando como si se tratara de una rata de laboratorio en medio de las pruebas, dijo algo que él no alcanzó a escuchar y siguió escribiendo. Ken se acomodó en su asiento casi en un respingo, suspirando resignado.
—¿Qué quiere que le diga?— Sentía la lengua pastosa, como si hubiese permanecido callado por años, por siglos.
—¿Qué crees que te pasa? ¿Estás triste? ¿Feliz? ¿Enojado? ¿Algo te falta?— Seguía tomando apuntes antes de llegar a una conclusión, fuera de que no era tan problemático como le hubo descrito en un informe la psicóloga de la consulta del hospital público.
—Yo estoy bien.— Mintió, claro que había un problema. —Soy una persona sin problemas.
—Todos tenemos problemas en algún momento de nuestras vidas, Ichijouji-san, absolutamente todos. Pero aquí estamos, para ayudarte a confrontarlos y superarlos. No te preocupes tanto, es natural en ustedes los jóvenes.
Ken sólo suspiró, frunciendo el ceño de manera demasiado notoria. La mujer lo apuntó en su fichero, sólo negando con la cabeza, ¿ella también lo creía un inepto?
—Hay algo que te da miedo afrontar, ¿verdad? Por eso eludes las situaciones difíciles o dolorosas, no te relacionas mucho con las personas y evitas, en lo posible, llamar la atención. Pero cuando eras un niño eras alabado por ser un genio y a ti parecía no incomodarte recibir toneladas de atención, pero si ahora una persona se preocupa de ti, entras en pánico.
Se sentía apabullado en su asiento, la voz suave de la mujer parecía condenarlo.
—Cerrando con que esta semana sufriste otro ataque de pánico.
E iba a sufrir otro más si esa tortuosa sesión no terminaba de una vez.
La mujer suspiró algo derrotada, agarrando un talonario, escribiendo algo en él y entregándoselo con una nota adjunta. Señores Ichijouji, cito a ustedes a la siguiente sesión. Dra. Orimoto.
—Pídele una cita a la recepcionista, para en dos semanas más. Nos vemos, Ichijouji-san.— Claudicó, guardando el fichero y sacando el del siguiente paciente. —Pasa a la farmacia de la entrada a pedir tus medicinas.
Se despidió de ella y salió, haciendo tal cual la mujer le había indicado y apresurándose en guardar los frascos con píldoras en su bolso. Salir a la calle era otro asunto estresante, por lo que se apresuró a caminar a casa, con la nota de su diagnóstico.
«Trastorno de Personalidad por Evitación – Comportamiento Pasivo-Agresivo.» Y dejó de leer lo demás, tentado a romper la nota y decirle a sus padres que todo iba de perlas, pero sabiendo que si mentía, su querida doctora terminaría llamando a sus padres.
Ya no se trataba del caso de un adolescente difícil. Siguió caminando a casa, completamente molesto consigo mismo, por ser alguien tan "inepto". Sabía muy bien que su conducta cobarde lo estaba privando de demasiadas cosas, que estaba dañando sus relaciones interpersonales y que había causado hasta problemas en otras personas, personas a las cuales no deseaba causarles dolor alguno y sin embargo lo estaba haciendo. Imperdonable.
Bulimia
Se quedó de pie ante la vitrina de la pastelería, ¡cuánto le apetecía comer una senda mordida que fuera de ese tentador pie de chocolate! ¡Pero no, no debía! Siguió caminando orgullosamente con la cabeza en alto, ¡conste que iba porque no tenía nada mejor que hacer!
Y justo cuando ya había logrado calzarse esos hermosos pantalones de talle 0. Maldijo entre dientes, ¡sus padres no sabían una mierda! Con su metro y cincuenta y cinco centímetros debía ser hermosa y delgada, nada de piel sobrante, nada de grasa, ¡debía ser hermosa ante todas las cosas! Mimi sentía una aversión casi tragicómica al hecho de engordar, al hecho de verse fea. La sola idea de ser horrenda le despertaba los peores llantos y las peores rabietas.
Por eso se había propuesto tan firmemente someterse a un tratamiento par adelgazar, pero llegaban periodos en los que sencillamente no aguantaba la tentación de la deliciosa comida, su conciencia parecía desconectarse de sí y comía, comía como si de eso dependiera su vida, comía y comía hasta que le daban arcadas. Y la bendita, bendita paz. Se reía como desquiciada hasta que el raciocino llegaba otra vez a ella. Y se echaba a llorar, avergonzada, asqueada de sí misma. Para no perder los nervios, fumaba, dos paquetes en cinco días a veces, salía a correr por las mañanas antes de las clases y por las noches antes de dormir, iba al sauna de manera continua y tomaba cuanta píldora le aseguraban que servía como quemador de grasas o como inhibidor del apetito, ¡todo valía! Más de una vez se metió los dedos a la garganta tras comer, tras aquellos atracones y la paz regresaba a ella.
¡Desde luego que ella no tenía un problema! El problema lo tenían los demás por no comprender que ella deseaba ser delgada y hermosa por siempre, ¿por qué tenían que ser tan egoístas? ¿Por qué no, simplemente, la dejaban ser? Gente insulsa, no tenían puta idea de nada. Se detuvo otra vez en una de las vitrinas de un almacén de ropa, una marca famosa, la dichosa firma Prada y sueña con verse vistiendo el hermoso vestido negro y entallado que porta el maniquí.
Ella desearía ser tan delgada como el maniquí de la carísima tienda. Si no almuerza y ahorra el dinero entre clases, si evita gastar en transporte y va a pie, puede comprarse uno de esos hermosos vestidos. Aunque bastaría el simplemente pedírselo a sus padres, pero mamá no quiere que vista con algo tan osado, dejándola siempre con los bonitos y risueños conjuntos de Burberry. Ella desea ser tan hermosa y tan refinada como sus idols, como las estrellas del cine y la música.
Sí, a veces era algo absurdo, pero, ¡por Dios! ¡Cómo temía subir un asqueroso kilo!
Miró la hora, iba a tiempo aún, si bien pudo tomar el tren, caminar significaba un desgaste de energías y, por ende, de calorías. ¡Uno, dos! La belleza debe conseguirse a como de lugar.
Ha estado ayunando en los últimos dos días, sólo se ha permitido beber agua purificada, sólo agua y nada más que agua. Quizás esta noche se permita una ensalada. ¡No! No hay que comer de noche, que esas calorías no logran quemarse… ¡Mejor por la mañana! Medio pomelo, al almuerzo un plato de lechuga con algo de limón como sazonador. Iba bien con el régimen, quizás hasta podría permitirse comer un poco de filete de pavo, el más magro de todos.
Ya no mentía al respecto, al comienzo sí, decía que había comido con una amiga o algo así, en las mañanas decía que iba corta de tiempo para no desayunar y que tomaría algo en el descanso, cosa que naturalmente, nunca hizo. Y sus padres al comienzo lo vieron normal, ¡vamos! A los dieciocho años toda chica se mete en una dieta, no tiene problemas.
Su primer error fue no trancar la puerta esa vez, papá la encontró de bruces sobre el retrete vomitando el almuerzo. Se excusó esa vez, diciendo que estaba delicada del estómago, pero el cepillo de dientes en su mano la delató de inmediato. Y justo cuando ya no debía pelearle a los calambres causados por el hambre, cuando ya estaba acostumbrada.
Suspiró y se miró en otra vitrina otra vez, traía los ojos congestionados y desde hace tiempo venía estando con la voz desgarrada por culpa del esfuerzo de su garganta. Algo de colirio, un trago de agua y una capa de brillo labial para ocultar lo resecos que están.
Se niega a admitir que está enferma, tan enferma como nunca lo ha estado. Y es más, planea escaquearse de la sesión con la molesta terapeuta, ¡qué va a saber esa puta! Si sus padres no saben nada, ¡menos aún esa zorra rubia! Es hermosa, ¡no tiene que preocuparse de estos problemas de imagen! Gruñe y sigue caminando, pero le duele la cabeza. Desde luego, no lo atribuye a la fatiga, ¡esas son tonterías!
La vista se le nubla, pero sigue caminando, no, no es fatiga, no es culpa del ayuno, ¡debe ser la falta de sueño, sí! Sigue caminando tan altiva como siempre, las piernas le tiemblan, está sudando frío y le da todo vueltas, ¡no importa, debe seguir caminando y demostrarle a esa perra que Mimi Tachikawa está perfectamente sana!
Y sin embargo sus piernas le fallan, no sostienen su peso y cae.
Reconocer el problema
Algo detuvo su caída, lo sabía.
—¡Mimi-san! ¿Estás bien?— Mimi estaba casi segura que conocía al dueño de esa voz. Abrió poco a poco los ojos y se encontró con una mirada azul que la observaba con preocupación. Intentó levantarse, pero no tenía fuerzas ni para abrir la boca o siquiera asentir o negar a la pregunta.
Ken pasó uno de sus brazos por el torso de la chica, alzándola al vuelo casi. La apoyó contra sí y como pudo se la llevó hasta una banca y rebuscó en su bolso hasta encontrar el pastelillo de arroz que su madre le había echado dentro en la mañana. Se lo ofreció, parecía estar hambrienta.
Mimi había vuelto –más o menos– en sí, pero rechazó el alimento. Ken insistió un poco más, completamente avergonzado, ¿había sido en realidad inoportuno? Mimi tomó su botella de agua y se la acabó en un trago.
—Estoy gorda y debo hacer dieta.— Explicó, de manera inusualmente escueta.
El chico se sentó a su lado, mirándola por el rabillo del ojo. ¿Gorda, ella? ¡Vaya tontería! Sacó el pastelillo de su envoltorio y lo partió a la mitad, concediéndole una a ella y quedándose con la otra en la mano.
—Pues al tomarte me pareciste liviana, casi ni debí esforzarme con traerte.— Sinceró, aunque estuviera completamente sonrojado y nervioso; debió hacer un esfuerzo sobrehumano para no tartamudear. —Por favor, come aunque sea una mordida. Son pastelillos integrales, menos grasa y más fibra, bah, e-esas cosas.
La ojimiel le miró dudosa un momento, tomando entre sus dedos el trozo del bocadillo ofrecido, mordiéndolo apenas, le dolía horrores tragar por culpa de las pocas úlceras causadas por tanto inducirse vómitos. Pero comió al final de cuentas.
—Es… curioso verte por estos lados, según Miyako-chan y Daisuke-kun no estás saliendo mucho de tu casa…— Tan inocente como siempre, al menos con eso.
—A-ah, sí, andaba haciendo algunos… trámites.— Cortó él, avergonzado.
De nuevo volvieron a callar, Mimi estaba muy concentrada en deglutir el pedazo de pastelillo de arroz, Ken sin saber a qué hora irse, esperando que ella al menos recuperase el color de la cara, porque dejarla así como así sería imperdonable. De pronto sonó su móvil, se apresuró a sacarlo del bolso, dejando caer de pronto uno de los frascos con "las píldoras de la felicidad", ordinariamente Prozac para prevenir que se terminara trepando a la azotea y harto de todo se dejara caer sin más.
Mimi tomó el frasco, leyendo la etiqueta y devolviéndosela en silencio. Ken deseó que se abriera la tierra y lo tragara en ese preciso minuto. En cambio, ella, parecía tan tranquila como si hubiera leído el reporte del clima.
—Parece que vamos con la misma persona.— Sonrió ella, hasta con un dejo de dulzura. Ante la mirada azul, incrédula de sus palabras, Mimi sólo suspiró. —Mis padres también me envían con esa horrenda mujer, Ken-kun. Creen que estoy enferma, que estoy loca.
Ken permaneció en silencio, sin mirarla, sin alzar la vista del piso, avergonzado y abatido. Mimi siguió hablando como si él no estuviera allí.
—Claro, como la muy desgraciada es hermosa naturalmente, dice que soy bulímica. Quizás lo sea, ¡pero puedo ejercer control sobre mí misma!
Alzó bruscamente la cabeza, incrédulo, ¿la chica más inocente que conocía estaba con… ese problema? Era para no creerlo, sencillamente. Claro, no es que él estuviera exento de un problema terrible, pero siempre lo había estado minimizando.
Cayó en cuenta que estaba renegando de sí mismo, que estaba torturándose demasiado y que debería comenzar a cooperarle más a la doctora Orimoto si quería desprenderse de esas putas píldoras que lo traían en un eterno letargo. A veces pensaba que el letargo era mejor a la vergüenza, al sentimiento de inutilidad. Pero enfrentar la vida daba tanto miedo…
—Mimi-san… es obvio que… estás mal.— Articuló al fin, sin atreverse a mirarla. Le dolía, en alguna parte de su bondadoso ser, le dolía verla en ese estado, en negación.
¿Y no lo había estado él, en los últimos meses, en los últimos dos años? Suspiró y se quedó en silencio allí, mirándose las manos, cualquier cosa que lo tuviera distraído de sus pensamientos, pensamientos que amenazaban abrumarlo, ¡no le gusta sentir tal dolor!
—Vuelvo a casa.— Murmuró, levantándose de la banquilla.
—Espera.— Alegó la chica, tomándole del brazo. —Lo admito, Ken-kun, estoy enferma, estoy asquerosamente enferma. Pero…— Se le quebró la voz un momento, mientras alzaba la cabeza para mirar al chico, varios centímetros más alto que ella. —Estoy asustada, no quiero que piensen que estoy mal de la cabeza o algo así, es algo que escapa de mí… y-yo no quiero engordar ni volverme fea.
Lo meditó, meditó cuidadosamente lo que le confió ella y meditó lo que iba a decirle, ¿mentirle y decir que sólo era un cuadro nervioso? ¿Decirle la verdad y que ella lo creyera un pobre diablo, además de trastornado? Juzgó las posibilidades y volvió a sentarse a su lado.
—Comenzó como un cuadro de ansiedad, con algunos síntomas depresivos, estuve antes con otros terapeutas, pero nada… Mimi-san… yo también tengo un problema.
Y, mágicamente, el peso sobre sus hombros disminuyó al verbalizarlo.
La próxima vez, comenzaría a buscarle solución junto con la doctora Orimoto, sin duda alguna.
— . . . —
Se me hace raro hasta a mí que este par comience a confiar entre sí, pero más o menos logré encontrar "el pretexto". Tenía ganas de un drama que rayara en lo angst, sí, desde hace rato.
¿Por qué miss Tachikawa bulímica? Ni idea, lo hablé con una amiga (gracias Kanna por todo) y acordamos que el trastorno alimenticio que iría bien con nuestra princesa sería justamente el sufrir bulimia, la anorexia era demasiado fuerte para ella y el sufrir depresión o algún grado esquizoide no me lo veía en ella.
¿Y por qué TPE en Ken? No lo sé, me lo imagino, de alguna forma, ese tipo de persona que es casi alérgica a las relaciones interpersonales y que busca evadir por sobre todo las situaciones dolorosas o estresantes.
Algo sé del tema, no por nada me he pasado casi once años de mi vida (venga, la mitad) entre terapia y terapia con estos galenos medios raros –sin ofenderles a los futuros psicólogos, claro–.
¿El título? Coloquialmente llamamos así a los antidepresivos.
No estoy bajo el efecto de ningún psicotrópico, por si os queda la duda.
¡Gracias por leerme!
* . Carrie.
