Disclaimer: Nada de esto me pertenece; todo es propiedad de J.K.Rowling y no hago esto con fines de lucro.

¿Cómo podía ser así? ¿Cómo podía hacerlo temblar de pies a cabeza con sólo mirarlo con sus ojos melados y brillantes de dulzura?

No lo sabía. No lo sabía y tampoco quería saberlo; sólo quería dejarse dominar por el encanto de sus ojos, su cuerpo, su boca…

Pero quería hacer algo más allá de soñarla y admirarla en clase, mientras controlaba las desastrosas pociones de los otros alumnos. Él quería tenerla cerca, sentir su esencia de niña y robar el regalo divino de su inocencia. La quería a ella…

¿Pero cómo hacerlo? No podía castigarla. No a ella, a Hermione Granger, a la mejor estudiante de Hogwarts, a la perfección en persona. Por otro lado, ¿por qué no? Él era Severus Snape, el arisco profesor de Pociones que no soportaba nada ni a nadie; el que siempre encontraba una excusa para bajar puntos a Gryffindor y subirle a Slytherin, aunque fuese una total estupidez.

Sonrió para sí al pensar eso; a veces ser el profesor más odiado de Hogwarts tenía sus ventajas. Ya encontraría una razón para imponerle algún castigo, al mínimo error…

Se levantó de su escritorio y comenzó a andar por entre los bancos de los estudiantes, que se estremecían al sentir la mirada penetrante en sus calderos sin terminar pero que ya tenían un aspecto horrible, incluso los de la casa de las serpientes. Bufó, fastidiado de tener alumnos tan incompetentes, cuando pasó por al lado del banco del trío dorado. Fijó su mirada despectiva en Potter y Weasley, que miraban desesperados sus calderos, los cuales bullían a temperatura inapropiada y expedían un humo violáceo y espeso. Disfrutaría mucho escribiendo grandes "T" en sus trabajos. Y también la vio a ella, a su ángel de sueños imposibles y fantasías nocturnas, con su expresión serena viendo cómo su trabajo casi estaba terminado. Lo miró a los ojos y el hombre se estremeció pero no dejó que se viera. Rompió el contacto visual y se puso al frente del salón, apoyando las manos encima de su escritorio y llevando el peso de su cuerpo a ellas.

-¿Alguien puede decirme qué produce la poción "Felix Felicis" cuando ésta se consume en exceso?- Hermione levantó la mano por inercia.- ¿Alguien más que la señorita Granger?- todos se quedaron callados.-Qué ignorancia. Díganos entonces, Granger.

-La poción Felix Felicis, cuando es consumida en exceso, produce mucha confianza, mareos e imprudencia. La poción contraria a ésta es la poción "Afelixis", que hace que la persona haga lo que más desea pero no se atreve a realizar. Aunque sea su contraria, la poción Afelixis no es el antídoto para el consumo en exceso de Felix Felicis.- concluyó la castaña.

-Como siempre, la insufrible sabelotodo, Granger; yo sólo pregunté los efectos de la toma en exceso, no dije nada de Afelixis. Y veo que sus compañeros no sabían nada de lo que pregunté, diez puntos menos para Gryffindor.

-¡Pero si yo le contesté!- le dijo molesta por la actitud de su profesor.

-Y ha vuelto a hacerlo, diez puntos menos para Gryffindor. No me provoque más o se llevará un castigo, señorita Granger.- le advirtió amenazante. "Por favor, sigue provocándome…"

-Pues, ¿sabe? Yo no vi tampoco ninguna mano de algún Slytherin levantada, profesor Snape.- le contestó sin pensar, fuera de sí.

-¡Se acabó! Está castigada, hoy después de la cena en mi despacho y no se atreva a faltarme el respeto una vez más lo lamentará, Granger.- pudo ver cómo los ojos melados de Hermione se nublaban a causa de las lágrimas reprimidas y cómo, al salir de clase, rompía en un lastimero llanto que lo hizo sentir fatal pero satisfecho a la vez. Ahora sólo quedaba esperar hasta la hora de la cena.

Hermione comía feliz una tostada mientras miraba con mirada soñadora a Ron, quien hablaba acerca de las estrategias de Quidditch a Harry. Le gustaba todo de él: su cabello rojo fuego, sus ojos azul cielo, en los que le encantaba perderse; su torpeza, la inteligencia que tenía a su modo, su valentía, todo. Estaba perdidamente enamorada de él, y albergaba en su corazón la esperanza de que ese amor fuese correspondido. Pero había alguien más: Lavander Brown. Esa niñita tonta que no se fijaba más que en el hecho de que Ron fuera lindo; n sabía apreciar sus otras cualidades como ella lo hacía.

Desvió la mirada sin querer hacia la mesa d profesores, específicamente en el lugar de profesor Snape, y éste le devolvió la mirada; sentimientos ocultos tras la coraza de desprecio e indiferencia.

No podía quitar los ojos de aquellos pozos oscuros que la arrastraban hasta sus profundidades y, cuando volvió la mirada a sus amigos, ya se habían ido a las mazmorras, bufando, a la primera clase de Pociones.

Los alcanzó corriendo y con la tostada a medio terminar en la mano.

La clase había sido como siempre: todos entraron, se sentaron, Snape explicó un poco acerca de la poción (cosa a la que no le prestó mucha atención, puesto que ya lo sabía), las instrucciones aparecieron en la pizarra y se pusieron todos a realizar la poción Felix Felicis.

Luego de una hora y media, el oscuro hombre se levantó de escritorio y comenzó a examinar los trabajos de sus compañeros; se permitió sonreír al ver el brillo dorado de su caldero, similar al oro, en el que su poción tomaba unos minutos de reposo antes de ser embotellada. Emitió una risilla ahogada al ver la cara de desesperación de sus mejores amigos ante su mala labor de Pociones y se puso a pensar en otra cosa, perdiéndose en el brillo hipnotizante de brebaje mágico.

Su profesor llegó hasta la mesa en la que se encontraban los tres chicos; dos con cara de "estoy perdido, fue un gusto haberte conocido" y la otra ensimismada, mordiéndose ligeramente el labio mientras miraba tranquilamente su recién terminado trabajo. Notó la figura negra de su maestro y no pudo evitar mirarlo, como acto reflejo, a los ojos; los mismos que la hicieran desviarse un minuto de su amado pelirrojo y le provocaran descargas eléctricas en la espina dorsal.

El enlace de miradas no duró mucho, ya que el cetrino ser de ropas negras se dirigió al frente de la clase e hizo una pregunta.

-¿Alguien puede decirme qué produce la poción "Felix Felicis" cuando ésta se consume en exceso?- Hermione alzó la mano casi por instinto.- ¿Alguien más que la señorita Granger?- todos se quedaron callados.-Qué ignorancia. Díganos entonces, Granger.

La chica de rebeldes cabellos castaños tomó aire y comenzó la exposición oral.

-La poción Felix Felicis, cuando es consumida en exceso, produce mucha confianza, mareos e imprudencia. La poción contraria a ésta es la poción "Afelixis", que hace que la persona haga lo que más desea pero no se atreve a realizar. Aunque sea su contraria, la poción Afelixis no es el antídoto para el consumo en exceso de Felix Felicis.- remató la chica.

-Como siempre, la insufrible sabelotodo, Granger; yo sólo pregunté los efectos de la toma en exceso, no dije nada de Afelixis.- eso sólo había sido un dato que había aprendido y le pareció importante remarcarlo, ¿por qué siempre tenía que desvalorizar sus estudios?-Y veo que sus compañeros no sabían nada de lo que pregunté, diez puntos menos para Gryffindor.

Hermione se quedó pasmada, enfurecida. ¿Qué tenían que ver sus compañeros? ¡Ella había sido a que había respondido, no ellos!

-¡Pero si yo le contesté!- le dijo molesta por la actitud de su profesor. Después de eso no encontraba mucha razón para defenderlo de las críticas de sus amigos.

-Y ha vuelto a hacerlo, diez puntos menos para Gryffindor. No me provoque más o se llevará un castigo, señorita Granger.- le advirtió amenazante, apoyándose de nuevo en sus manos sobre el escritorio de ella.

-Pues, ¿sabe? Yo no vi tampoco ninguna mano de algún Slytherin levantada, profesor Snape.- cólera, era todo lo que sentía. Y cuando Hermione Granger se encolerizaba, no medía palabras ni reacciones. Ahora, que fuera que Dios quisiera…

-¡Se acabó! Está castigada, hoy después de la cena en mi despacho y no se atreva a faltarme el respeto una vez más lo lamentará, Granger.- ahora no era cólera ni ira lo que sentía; era impotencia. Impotencia de no poder hacer nada para salvarse de aquella situación; de hacer que su amargo profesor lo pensara dos veces y no la castigara. ¡Merlín, ella jamás había estado castigada! Y lo peor de todo, era que afectaría a sus notas escolares, y eso, para ella, era su talón de Aquiles.

Sus ojos se inundaron en lágrimas que contuvo hasta el final de la hora, y que sólo dejó salir cuando llegó a los terrenos del colegio llevándose consigo unos cuantos alumnos en el camino.

Se sentó bajo un árbol de sombra, cerca del Lago Negro, y lloró; lloró por su estupidez y falta de precaución con el maestro más odiado de la escuela. Y no había esperado otra reacción de su parte, pero le dolía en el alma que su promedio descendiera por aquello.

Ahora sólo quedaba esperar hasta la hora de la cena…