ROBERT FLAME
Y
EL CORAZON DEL MUERTO
Para
Fer
Al
Luis
Dani
Jorge
Y los que sepan disfrutar de este libro.
"Un día nos sentamos y dimos vida a este relato"
La siguiente historia está ambientada en el mundo mágico creado por J.K Rowling, este libro es un "Fanfic" que contará la aventura que viví junto a mis amigos.
INTRODUCCIÓN
El Elfo y el Patronus
Apenas el crujir de los árboles y el sonido del galope de los centauros se atrevían a romper la calma que reinaba aquella noche en el Bosque Prohibido. Habrían pasado mas de tres horas desde que el sol se perdiera más allá de las montañas y sumiera a Hogwarts en las tinieblas de la noche.
Tras el fin de una discreta cena, como los casi cincuenta días anteriores, los aurores y algunos de los empleados del colegio se pusieron sus capas y salieron a patrullar por los terrenos. Meses atrás los habitantes de Hogsmeade, el pueblo más cercano a la escuela de magia, habían denunciado el ataque de dementores. Nadie había resultado gravemente herido, pero varios vecinos aún tenían pesadillas, e incluso la pobre señora Flowerly se quedaría calva tras la terrible experiencia.
Harry Potter, jefe del cuerpo de Aurores, ordenó desde aquel momento la búsqueda de aquellos seres y la protección del cercano colegio de manera prioritaria. Muchos de sus hombres sabían de su aversión a aquellas criaturas y además, aparte de tener ya a dos hijos en el colegio, en apenas unos días su hija pequeña iría a la escuela en su primer año. Todos sabían que el ataque de un dementor podía ser de lo más terrible que podría pasarle a nadie, y conscientes de que la mayoría de sus hijos estudiaban en Hogwarts, nadie se opuso al plan de Potter.
Cerca del límite de los terrenos del colegio se encontraba un grupo un tanto extraño. Un elfo encabezaba la marcha, era viejo y calvo; de sus enromes orejas salían matojos de cabello gris que se alborotaba asemejando su aspecto al de un paraguas. A cada tres pasos soltaba un suspiro que dejaba claro que aquellas caminatas por el bosque no eran de su agrado.
En medio del grupo, iba un muchacho joven, flacucho y de cara afilada. Tenía el pelo y los ojos castaños. Miraba de aquí para allá luciendo una gran sonrisa que desprendía aquella melancolía de quien se encuentra en un lugar al que tiempo atrás había querido y que echaba mucho de menos.
Cerraba la marcha un hombretón fuerte y alto, les seguía ágilmente pese a cojear de un modo bastante agresivo. Tenía una cicatriz que le atravesaba la mitad derecha de la cara y una quemadura que evidenciaba que en algún momento las llamas de un dragón habían lamido su cabeza, dejándole una gran calva desde la frente hasta casi la nuca. La otra mitad lucía una melena rubia, luminosa como el oro y perfectamente cuidada. Sonreía de manera bobalicona y su mirada perdida dejaba claro que su mente se hallaba muy lejos de allí.
- ¿Sabéis? – dijo el hombretón como saliendo de un trance – Mañana me voy con mi Robert a comprar todo lo que necesita…
- Al callejón Diagón – le cortó el muchacho – Sí, lo sabemos Oeilvert, Robert viene a Hogwarts este año.
- Otro niño que tirará de los pelos a Kreacher – se quejó por lo bajo el elfo – Más trabajo, más ruido, más mocosos.
- Le diré a mi hijo que no haga tal cosa, Kreacher – dijo Oeilvert- Es un poco diablillo sí, pero tiene un corazón que no le cabe en el pecho… - era evidente que el embobamiento de Oeilvert era por el muchacho – Me ha pedido una escoba – dijo cambiando totalmente de tema – Me ha dicho que él también va a entrar en el equipo de Quidditch en su primer año, como…
- Como Harry – volvió a adelantarse Ted, Oeilvert soltó una carcajada – Oeil, tienes que regresar aquí. A mí también me gustaría que llegara ya el día de mañana para que no tengamos que hacer más estas patrullas… Pero concéntrate, por favor; es nuestra última noche y puede que encontremos por fin a los dementores.
- Eso lo dices porque tú solo llevas unos días aquí – le contestó Oeilvert, exagerando el tono cansado – ¿Y qué dices de encontrarlos? – le preguntó sorprendido – ¿Para qué quieres encontrarlos? A mí me basta con que se hayan ido lejos de aquí y no vuelvan más… Con el repelús que dan esos engendros, por las barbas de Merlín – dijo sin poder evitar tener un escalofrío.
- Harry me ha dicho esta mañana que iban a distribuir las patrullas de manera envolvente, para que si queda alguno en el bosque, lo vayamos cercando y lo encaremos varios grupos a la vez.
- Ohhhh… - saltó Oeilvert simulando una mueca de asombro – ¡Las ventajas de ser el ahijado del jefe! – en su voz no había reproche; todo lo contrario, disfrutaba como un enano picando a Ted.
- Si tú no estuvieras todo el día pensando en cómo tu hijo y tú vais a vaciar la tienda Weasley, quizás Harry te lo habría dicho a ti también.
Mientras los dos aurores se chinchaban mutuamente, Kreacher dirigía al grupo por donde les correspondía. Andarían por el linde del Bosque Prohibido más cercano al colegio, y después se adentrarían para encontrarse con el resto en su intento por rodear a las criaturas.
Cuando el techo del bosque apenas dejaba pasar la luz de la luna, tuvieron que aumentar el brillo de sus varitas. El elfo, por su parte, creó un orbe del que emanaban llamas blancas que flotaba sobre su mano derecha.
Cientos de ojos inquietos reflejaban la luz de los magos. Ninguna criatura se atrevía a cruzarse en su camino, pero los había a puñados siguiéndoles entre la maleza. La pareja de aurores seguía erre que erre y Kreacher miraba cansado hacia delante, deseando encontrar al resto de patrullas para poder volver al castillo a ocuparse de tareas verdaderamente importantes y librarse de aquellos dos.
- Y yo te digo que este año los Vientos de Wight van a ganar la liga- le espetaba Ted a Oeilvert.
- ¡Pero hombre! Con lo joven que es ese equipo… Deberían darse con un canto en los dientes si se quedan en primera división.
- Hemos llegado – cortó hastiado el elfo – Somos los primeros, y no hay nada ni nadie.
- Tendremos que esperar, Kreacher – le contestó Ted mientras se separaba unos pasos de Oeilvert – Si llega el resto y no hay dementores, podrás irte corriendo a la escuela.
- Como diga el señor Lupín – le respondió el elfo con un ademán de obediencia.
- Por favor, Kreacher… que soy yo – Ted se había puesto colorado – Hace tres años que me he ido y ya me tratas como a un carroza.
El elfo no pudo evitar que el amago de una sonrisa apareciese en su cara, pero un ruido cerca de los árboles que delimitaban el claro hizo que sus orejas se tensaran y que los blancos pelos que le poblaban el cuello se erizasen.
Una respiración profunda y exagerada parecía consumir todo el aire que había tras uno de aquellos árboles. Pronto fue evidente para los tres que había criaturas desplazándose fuera del campo de luz, y que les rodeaban utilizando la vegetación para no ser vistos. El eco de respiraciones resonaba por todos los lados. Oeilvert, algo más experto que los otros dos en criaturas tenebrosas, creyó por el movimiento y las respiraciones que debía haber lo menos una docena de dementores.
- Lumos Máxima – el auror lanzó varias esferas de luz que fueron a colocarse en distintos puntos del claro.
- Rub concelebere – de la varita de Ted nacieron luces rojas que subieron hacia el cielo y estallaron como un trueno – Espero que lleguen pronto…
El hechizo del joven mago teñía la luz de la luna que caía sobre el claro de un rojo cobrizo. El resto de esferas creadas por Oeilvert dejaban ver que tras los árboles una maraña de telas negras, que levitaban como serpientes aladas, iban y venían, rodeándoles, esperando el momento para abalanzarse sobre ellos.
La respiración se iba haciendo cada vez más alta, era húmeda y fétida. El olor a podredumbre asedió el claro; y tras el olor, como si de una ola imparable se tratara, un hálito gélido atravesó sus cuerpos y se aferró a sus corazones.
Ted se agarró el pecho luchando por respirar. Una imagen llegó a su cabeza: un par de extraños a los que reconocía por fotos se despedían de su abuela entre lágrimas y salían por una puerta para no volver jamás… Los dementotes, como ya pudo comprobar en su entrenamiento, hacían que reviviera una escena en la que de bebé veía cómo sus padres le dejaban al cuidado de su abuela y se marchaban a la batalla de Hogwarts, en la que morirían luchando.
Oeilvert por su parte se mantenía en pie, no parecía ceder ni un centímetro, y una extraña calidez emanaba de él. Sujetaba en alto su varita con la mano derecha y agarraba fuertemente algo con la izquierda. Estaba concentrado y preparaba en su mente el hechizo para lo que, como era evidente, venía a continuación.
No fueron diez los dementores que se abalanzaron contra ellos, tan sólo uno apareció entre los árboles, implacable y terrible. Oeilvert no lo pensó ni un momento. Llenó su mente de imágenes: su hijo volando de niño en una escoba junto a él, su mujer acariciándole la cara y besándole cariñosamente, su boda, el nacimiento de Robert, la llegada de su carta de Hogwarts y la alegría de sus padres, la misma carta para su hijo… Todo un ejército de buenos momentos preparados para combatir a los dementores, tal y como Harry Potter les había enseñado a todos.
- ¡Especto Patronum! – Rugió. Su calidez se extendió a todo el claro, y de la punta de su varita emergió un enorme león plateado que saltó sobre la criatura – ¡Ted, ahora! Ahora es el momento, ¡aprovecha!
El frio gélido retrocedía y la criatura chillaba de dolor rodeada por el gigantesco león. Ted podría expulsarla de allí con otro Patronus. Pero para cuando Ted hubo levantado la varita, el frío regreso con más fuerza y Oeilvert sintió cómo el León aflojaba su presa. Fue entonces cuando se percató de lo inusual de aquella criatura.
Aquello no era un dementor. Los dementores no eran tan grandes, ni tenían una boca como aquella. En lo que parecía ser su cabeza se abría una suerte de grieta dentada de la que escapaba una luz verde. Aparte de aquella luz mortecina, parecía que de la boca de la criatura escapaban gritos, lamentos y maldiciones de multitud de gente. La criatura contaba con varios pares de brazos y su túnica se extendía más allá del claro, rodeando la vegetación y moviéndose cual espectro, como si de una telaraña viva se tratase. Los aurores no estaban preparados para aquello, Ted estaba visiblemente derrotado y a Oeilvert le empezaban a fallar las fuerzas. "¿Dónde esta el elfo?", pensó.
Como si la aspiración de la criatura llegase hasta su alma, Oeilvert sintió cómo muchos de los recuerdos que le daban fuerza se evaporaban y eran destruidos por el engendro, el frío cada vez llegaba más cerca de su corazón. A penas sentía sus piernas y no le quedaban fuerzas para moverse. Uno de los brazos de la criatura se estiraba hacia Ted. Oeilvert quería ayudarle, pero si retiraba la varita, el León desaparecería. Intentó gritar a su compañero para que evitase el agarre, pero apenas pudo oírse él mismo.
Entonces, cuando el brazo de aquel ser estaba a punto de tocar a Ted, de detrás de la capa del auror caído apareció Kreacher. En su arrugado rostro de anciano elfo no había nada más que ira y desprecio; Oeilvert jamás habría creído que un elfo doméstico le asustaría de aquella manera. Al percatarse del pequeño elfo, la criatura quiso retirar el brazo, pero fue tarde. Kreacher agarró la mano escamosa de aquel monstruo y pronunciando unas palabras ininteligibles provocó una convulsión terrible. El claro estalló en dolor y la criatura comenzó a agitarse de un lado a otro violentamente. La piel de su brazo se resquebrajó, dejando entrever la misma luz que salía por su boca. La herida fue abriéndose paso hasta su hombro y llegó al pecho.
- ¡Señor Flame, hágalo de nuevo! – le grito el elfo con un deje de desesperación en su voz – ¡Repítalo!
Asombrado por lo que acababa de pasar, Oeilvert detectó que la criatura ya no seguía borrando los momentos de felicidad que le daban fuerza. Había bajado la guardia, y eso sería su final.
En la habitación se encontraba su suegra, una mujer algo gruñona y feúcha pero de gran corazón. Su mujer, agotada por el esfuerzo, agarraba sin fuerza la mano de su madre y miraba con anhelo el bulto que su marido sostenía en brazos.
Oeilvert sostenía a Robert. Apenas tenía unos momentos de vida y ya veía en él tantas cosas…
"Tú y yo nos vamos a llevar muy bien, enano", le susurró con la esperanza de que aquellas palabras se grabaran a fuego en el alma de su hijo.
Como si Robert le hubiera entendido, alargó su diminuto brazo y le agarró de la nariz.
El frío había desaparecido y en su lugar, un dulce calor emanó de su pecho e hizo que sus ojos se inundaran de lágrimas. Lo sintió llegar, escuchó cómo pronunciaba el hechizo y cómo brotaba el torrente argénteo de su varita.
- ¡ESPECTO PATRONUM! – la fiereza del hechizo reforzó al león ya presente y rodeó por completo a la debilitada criatura.
Cuando el hechizo fue a golpear en el debilitado cuerpo del monstruo, Kreacher, en un último esfuerzo, lanzó algo también; algo que se fundió con la magia del auror y fue a estrellarse contra su enemigo.
Oeilvert se sintió caer sobre sus rodillas, se encontraba exhausto y su vista se nublaba. Podía oír el grito desesperado de la criatura que se retorcía mientras se deshacía en pedazos. Chorros fétidos caían a la tierra, donde la vegetación se marchitaba al instante, y la telaraña formada por la túnica moría con el viento reduciéndose a polvo…
No veía demasiado bien y cada vez caía mas en el abismo, pero pudo ver cómo el cuerpo de la criatura se desquebrajaba por completo y cómo el lugar recuperaba la normalidad. Un segundo antes de perder el conocimiento, un destello le llamó la atención. Un hombre, o lo que parecía un hombre, estaba tras la primera fila de árboles observándoles. Parecía estar encorvado, casi deforme. No pudo ver su cara, pues la túnica que llevaba escondía su rostro en las sombras, pero sí pudo ver lo que había llamado su atención: su mano izquierda no era de carne y hueso, sino que parecía estar forjada en plata.
