Aclaración: todo el universo y personajes de Harry Potter pertenecen a J. K. Rowling, aunque he jugado con algunas reglas de la magia por falta de información. El único personaje de mi autoría es Kathleen. Esta historia sucede en un Universo Alternativo.
ESCLAVOS DEL AMOR
Parte 1
Hace mucho tiempo, antes de que los no magos, los muggles, comenzaran con la persecución y cacería de brujas y magos, éstos tenían un gran poder. Escondiendo su magia como precaución al temor de los muggles, se dedicaban a los negocios y la política, y a la mayoría no le importaba utilizar los conjuros para satisfacer su voluntad.
Fue en esos tiempos cuando comenzó el desprecio por los nacidos muggles, que los sangre pura o limpia (magos con antecesores magos, sin una gota de sangre muggle) llamaron despectivamente sangre sucia. Y en estos tiempos, cuando el dinero compraba a la ley y los fraudes eran el pan de cada día, cuando la justicia solo obraba en las palabras y el honor justificaba los asesinatos, los magos de sangre limpia hicieron un gran negocio: la esclavitud de los sangre sucia, considerados más asquerosos que los mismos muggles... Principalmente, porque éstos, al tener familia muggle, solían valorar más el trabajo honesto, lo cual, claro, los hacía mejores personas; pero no más ricas.
Este negocio se mantuvo durante casi dos siglos, hasta que el Ministerio de Magia ilegalizó la esclavitud, y en adelante ese período negro en la historia de la magia, se ocultó, sin enseñarse en colegios ni casas, manteniendo ignorante a la población acerca del inicio del odio recíproco entre los sangre limpia y los nacidos muggles, hasta que se olvidó. No obstante, mientras se declaraba ilegal la esclavitud de los nacidos muggle, empezó la de los elfos domésticos, aunque muchos argumentaran que a ellos les gustaba la esclavitud.
Nuestra historia, sin embargo, comienza en esos tiempos de esclavitud, a mano del primogénito de la familia Black, Sirius, heredero de la fortuna de la familia, y una joven bruja común y corriente, de nombre Kathleen, nacida muggle...
Era una mañana despejada y fresca cuando Kathleen despertó, lo que no concordaba para nada con su estado de ánimo.
Desde hacía casi una semana estaba viviendo una pesadilla interminable, de la que no podía escapar. Maldijo el momento en que la pequeña Alice se asustó y salió corriendo, obligándola a ella a perseguirla para impedir que la agarraran los cazadores.
Los cazadores eran magos sangre pura o mestizos que se ganaban la vida apresando a los nacidos muggles. Técnicamente, su nombre era "Los cazadores de sangres sucias"; pero la gente los llamaba simplemente cazadores o, despreciativamente, carroñeros, ya que muchas veces eran magos de mucha pobreza que hacían cualquier cosa por un poco de oro.
Kathleen suspiró. Por mucho que se quejara sabía que se sacrificaría una y mil veces por Alice. Después de todo, la niña tenía muchos años por delante, y quizás se salvara de un destino de esclavitud...
El carroñero jefe se acercó. Era el más grande, estúpido y codicioso, y, por lo tanto, era el que mandaba. Sin embargo, también era muy cruel y la joven había visto cómo mataba a un muchacho por haber creído que quería escapar. De manera que, en contra de su naturaleza, Kathleen había dominado sus impulsos de escapar y había esperado por una buena oportunidad.
—Acérquese, señora Black y señora Black. Esta es nuestra última mercancía. Pasen y vean —hizo una pausa para tomar aire—. ¡Eh, ustedes, basura! ¡De pie! —bramó, dirigiéndose a las muchachas sucias, desaliñadas y tristes que estaban en la habitación.
Las chicas obedecieron, algunas con temor, otras con resignación mientras intentaban taparse con las túnicas rotas que les habían dado, símbolo claro de la esclavitud.
Kathleen se puso en pie con furia. Estaba cansada de ese trato denigrante. Ella era una persona, una bruja con sus mismos derechos... Claro que tampoco era tan tonta como para ponerse a discutir con alguien que podría matarla sin sufrir por ello ninguna consecuencia.
—En fila —ordenó el hombretón y las muchachas obedecieron.
Las señoras se pasearon tranquilamente, mirando la "mercancía", discutiendo entre ellas los defectos y virtudes que tenían las chicas expuestas.
Kathleen miró hacia el suelo cuando llegaron ante ella, que era la última de la fila. Había aprendido de la manera difícil que debía adoptar esa postura cuando sus "superiores" se dirigieran a ella. Todavía le dolían los músculos del cruciatus que había recibido.
Las señoras Black eran cuñadas; pero ambas, una por sangre y otra por casamiento, pertenecían a una de las familias más influyentes en el mundo mágico y en el muggle.
La señora Black que estaba a la derecha era rubia, alta y flaca. Levantaba la cabeza orgullosamente, como si fuera de la realeza (lo que verdaderamente era un poco así), y miraba despreciativamente a todo el mundo, claramente con la opinión de que nadie valía ni siquiera lo mismo que ella. Si Kathleen no se equivocaba, ella era la Black por sangre, que, una vez muerto su marido, se negaba a ser llamada por el apellido de su esposo.
La otra también era alta, pero tenía pelo muy oscuro, de color negro, aunque pajoso, lo que se notaba aun cuando lo llevara recogido en un apretado y elegante moño. Parecía creer que la gente debía arrodillarse a su paso, y sus ojos negros tenían un brillo de locura y crueldad que a Kathleen le produjo el deseo de correr y ocultarse en las montañas.
—Mmm, no me convence ninguna... Igualmente está bien, con el chico que llevo para Narcissa estoy conforme. Será un buen regalo de cumpleaños... y un buen entrenamiento para el futuro, después de todo tiene que aprender a llevar una casa. Su enlace con Malfoy será pronto —dijo la rubia.
La morena asintió.
—Yo no estoy segura. Regulus quiere llevarse a las dos esclavas que compré hace poco. Supuestamente una debía ser para Sirius; pero todos sabemos que el verdadero orgullo de la familia es Reg. Y no sé si vale la pena comprarle una esclava a Sirius —dijo con patente frialdad al nombrar al primogénito.
—Deberías comprarle una, Walburga —le contestó la rubia—. Después de todo, sé que Sirius es una decepción; pero quizás si te esfuerzas un poco no haga falta implementar el plan para sacarlo del medio...
Kathleen hizo esfuerzos para dejar la cara impasible; pero ¡Merlín! ¿Había entendido mal o de verdad esa señora planeaba matar a su propio hijo?
—Tienes razón, Soraya —aceptó la morena y volvió a examinar a las chicas en fila.
Se alejó de Kathleen, que comenzaba a relajarse al ver que no resultaba elegida (los Black tenían fama de ser personas absolutamente crueles, gente sin escrúpulos, a los que importaba más el apellido, el oro y la pureza de sangre que cualquier otra cosa en el mundo. Además, después de lo que había escuchado...).
—Tú —escuchó que decía Walburga, y con algo de temor levantó apenas la vista para saber si le hablaba a ella. El corazón le dio un vuelco cuando constató que sí—. Edad —dijo simplemente.
—Diecisiete... señora —contestó con voz firme y tragándose el orgullo, que le decía que les dijera allí mismo que era lo que pensaba de ellos.
La señora Black se quedó mirándola, y a pesar de todo, Kathleen sabía por qué. Ella nunca se había considerado una belleza ni nada por el estilo; pero su pelo rojo y sedoso llamaba mucho la atención. La morena la hizo dar una vuelta y, cuando quedaron nuevamente cara a cara le preguntó:
—¿Eres virgen? —con la mayor desvergüenza del mundo.
Kathleen sintió que enrojecía. Pensando en lo mucho que le gustaría ahorcar a esa mujer, respondió.
—Sí, señora —y por alguna razón sintió que estaba firmando su sentencia de muerte. Si consideraba esa pregunta como un augurio de su suerte, más le valía morirse en ese momento. No era extraño que los esclavos terminaran siendo utilizados sexualmente para el placer de sus amos, algo que era una práctica común; pero mal vista a grandes rasgos, por el hecho de tocar de esa forma a los sangre sucia. Claro que nadie hacía nada al respecto.
—Mmm —murmuró la mujer y la observó unos segundos más—. Llevo ésta —dijo finalmente al carroñero, que hizo una seña y, mientras Kathleen sentía explotar la furia y la desesperación dentro de su pecho, alguien la tomó de los brazos y se los ató a su espalda.
Hizo un gesto de dolor cuando la empujaron hacia la salida con rudeza.
Las señoras Black ya estaban allí, pagándole al carroñero. Finalmente, éste les hizo entrega de las varitas que les habían quitado a los esclavos y les agradeció su compra.
Salieron a la calle y se encaminaron con seguridad por el camino que conducía a las casas más ricas de la pequeña ciudad.
Kathleen no podría decir cuánto tardaron, porque estaba muy ocupada tratando de convencerse de que todo eso solo era una pesadilla y que despertaría en cualquier momento. Cuando por fin aceptó que su mala suerte era épica y aquello era verdad, ya habían llegado.
Walburga la hizo pasar y luego echó a andar por un pasillo sin mirar atrás. Kathleen se preguntó por unos instantes qué hacer y luego, suspirando, porque se enfrentaba quizás a su primer castigo, la siguió.
Sorprendentemente, a la señora de la casa aquello pareció satisfacerla y cerró la boca que había abierto para hablar, como si se lo hubiera pensado mejor y hubiera cambiado de idea. La miró evaluativamente.
—¿Nombre, esclava?
Kathleen sintió agitarse la ira en su pecho.
—Kathleen, señora —dijo, controlando su voz para que no expresara todo el desprecio que sentía por ella.
—Bien, sangre sucia, ¿asumo que sabes que tienes que estar agradecida de que puedas siquiera mirar, y mejor no hablemos de vivir, en la noble y ancestral casa de los Black? ¿Y que no eres más que una cucaracha, asquerosa sangre sucia?
Kathleen entrecerró los ojos. Sentía las manos picarle por la urgencia que tenía de pegarle a ese horrible ser una cachetada; pero sabía que eso era suicida (aunque tampoco podía hacer mucho con las manos atadas). Además, no entendía de qué casa ancestral hablaba, tampoco era como si la familia tuviera una larga tradición. Su instinto de supervivencia fue más fuerte, y se obligó a responder con calma.
—Lo sé... señora —dijo, intentando no escupir con desprecio la última palabra, y sin lograrlo.
Contra todo pronóstico, Walburga sonrió burlonamente, lo que sorprendió a Kathleen, porque sabía que había notado el odio en su último "señora".
—Veo que eres más inteligente que las idiotas que suelen terminar aquí. Eso es bueno, quizás puedas aguantar más que ellas —hizo una pausa, y Kathleen estuvo segura de que disfrutaba enormemente de su imposibilidad de contestarle—. Servirás especialmente a Sirius, él será tu amo; sin embargo, cualquiera que pertenezca a la familia puede darte órdenes y tú obedecerás, a menos que Sirius te diga lo contrario. No tienes ningún derecho y tu cuerpo, tu conciencia y tu alma pertenece a tu señor. ¿Has entendido, basura?
Kathleen tuvo un inmenso deseo de matarla. Después de todo, dejando de lado las posibles consecuencias, estaba segura de que el mundo se lo agradecería.
—He entendido, señora —replicó, casi entre dientes.
Sin embargo, Walburga extendió el brazo y le pegó una cachetada.
—Dirígete a mí como "mi señora", y a Sirius como "amo". ¿Ha quedado claro, esclava? —terminó casi con rabia.
—Sí... mi señora —contestó tragándose el orgullo nuevamente, aunque por dentro estaba gritando su furia.
La señora Black pareció contenta con esa respuesta, y añadió que la siguiera. Se dirigió al segundo piso, y Kathleen pudo echarle un vistazo a la casa: era horrible, demasiado oscura, decorada con runas que representaban sangre, horror, maldad y magia oscura.
Porque a pesar de todo lo que pudieran decir los sangre pura, la educación mágica de Kathleen había sido excelente. Recordó con cariño a Tommy y Arthur, quienes le habían enseñado todo lo que sabían... lo cual no era poco. En realidad, su educación estaba a la altura de la de los sangre pura, si no superior, ya que Arthur era un sangre pura (aunque no compartía los ideales de sus iguales), y Tommy era mestizo. Ambos eran grandes magos, y sus técnicas de enseñanza eran muy inteligentes (aunque también podían ser algo... Bueno, no, eran peligrosas), pues todo lo relacionaban con una cuestión de supervivencia, y los alumnos sabían que en cualquier momento podían enfrentarte a situaciones en las que, para escapar, tenías que saber la lección.
Kathleen había perdido la cuenta de cuántas veces había casi muerto de miedo durante esas lecciones. Sobre todo, porque su especialización había sido de Defensa Contra las Artes Oscuras y Criaturas Mágicas, lo que incluía tanto a las buenas como las malas, y eso, la mayoría de las veces, significaba problemas. Con decir que todavía conservaba la cicatriz en el brazo por su encuentro con el dragón. O que todavía se acordaba del miedo que tenía cuando resolvió el acertijo de la esfinge...
Pero volviendo al tema, en su estudio sobre las runas había visto esas. Las runas por sí solas no eran nada, solo una forma de escribir de los antiguos magos griegos, sin embargo, con ciertas palabras (que muy pocos conocían), podían ser portadoras de un conjuro, o maldición, mejor dicho, que se "despertaría" al tocar las runas o al penetrar en el espacio que éstas guardaban. La mayoría de las veces sólo se escribían como forma de advertencia; pero cuando no lo hacían lo más probable era que el hechizo fuera magia oscura. Pese a todo, las runas individuales que decoraban (nótese el sarcasmo) las paredes eran francamente oscuras, se tratara o no de magia.
Walburga se detuvo delante de una puerta cerrada, dio un golpe fuerte en ella y abrió la puerta, entrando y apartándose lo suficiente como para que Kathleen pudiera ubicarse en el umbral de la misma y observarla.
Era un cuarto espacioso, con una gran cama que apenas ocupaba la mitad del lugar, y un ventanal que dejaba entrar la luz (lo único luminoso en la habitación). Las paredes estaban pintadas de un gris oscuro, aunque se veían vestigios de intentos por iluminar las paredes con telas rojas y doradas.
Walburga bufó al ver la decoración y se dirigió con paso seguro a una puerta ubicada frente a la cama. Repitió el mismo proceso antes de entrar y dejar el espacio libre. Kathleen se acercó con curiosidad, aunque tenía un mal presentimiento.
Para su vergüenza, era el baño, decorado de forma tan horrible como el resto de la casa. La bañera era de un gris plomo, con dibujos de serpientes, un animal considerado mágico pero oscuro, utilizado muchas veces en rituales de magia negra.
Y, desde la bañera, un hombre de cabello castaño oscuro y profundos ojos grises le devolvía la mirada con curiosidad.
Kathleen apartó la vista inmediatamente a pesar de que al hombre no se le veía otra cosa que la cabeza. Sintió un instinto asesino. ¿Cómo se le ocurría a aquella mujer llevarla hasta allí cuando alguien se estaba bañando?
—Sirius, ésta es tu nueva esclava —anunció con solemnidad, como si se mereciera un aplauso por comprar personas.
Él endureció la mirada. Sus amables ojos grises adoptaron un tono acerado que hacían recordar a las nubes de tormenta. Kathleen deseó no encontrarse nunca como el objeto de su ira.
—Se lo agradezco, madre —dijo de tal forma que parecía decir todo lo contrario—. No quiero ser imprudente; pero creo recordar que le dije lo que pensaba acerca de los esclavos.
—Lo dijiste —confirmó la señora—; pero la que toma las decisiones soy yo —repuso—, y quería hacerte un regalo —terminó, con lo que Kathleen le pareció un intento de sonrisa; pero fallando estrepitosamente.
Kathleen alzó una ceja inconscientemente, expresando su burla ante la mentira de la mujer, mientras la miraba de reojo. Sirius pareció captar el significado del gesto, porque sonrió casi imperceptiblemente antes de volver a hablar.
—En ese caso, gracias, madre.
Su madre asintió con la cabeza, miró a Kathleen, le dijo que empezara a servirlo (olvidándose de que todavía llevaba las manos atadas) y salió de allí. Kathleen necesitó unos momentos para controlar los sentimientos negativos que esa mujer le producía.
Sin embargo, volteó la cabeza al escuchar la voz de Sirius.
—¿Cómo te llamas?
—Kathleen —contestó, olvidando por completo que supuestamente debía acompañar sus respuestas por un "amo".
A Sirius no le importó. Sonrió amablemente y comentó:
—Es un lindo nombre —la miró unos segundos—. ¿Te importaría salir? —dijo acompañando sus palabras con un gesto de su mano— Debo...
—¡Oh! Claro —murmuró la muchacha y se apresuró a obedecer. Fue hasta la ventana.
Apoyó la frente contra el cristal y cerró los ojos. ¿En qué lío estaba metida? Recordó el terror que la había embargado cuando Tommy y Arthur la hacían enfrentarse a las criaturas más peligrosas del mundo mágico. Tuvo que reconocer que, pese a todo, dentro de sí había una cierta seguridad: estaba en casa, rodeada de gente en la que confiaba, que la salvarían a último minuto si las cosas salían muy mal. Pero ahora... ahora no tenía nada. Su libertad era violada salvajemente y no había nadie que la salvara si las cosas iban mal. Estaba, por primera vez en su vida, completamente desprotegida e indefensa. Y las probabilidades de escapar con vida eran ínfimas.
"Simplemente genial. E irónico" pensó. "Dragones, esfinges, dementores y hombres lobo no pueden conmigo; pero termino como esclava. La vida tiene un sentido del humor bastante sarcástico. Y algo siniestro, también."
Prácticamente no se dio cuenta de que Sirius había salido ya del baño; pero cuando lo hizo se aseguró de no voltear hasta estar segura de que estaba vestido.
Kathleen se quedó muy quieta mientras lo miraba: el hombre ante ella tendría más o menos su misma edad, y un cuerpo que parecía fuerte y atlético sin llegar a ser corpulento. Tenía un aire ligeramente altivo. Los rasgos de su cara eran algo aristocráticos, aunque curiosamente risueños, como si la vida fuera para él una graciosa aventura. Sin embargo, lo que más destacaba eran sus cabellos, extrañamente sedosos, según le pareció a Kathleen, y sus ojos, de ese extraño color plata.
Intentó descubrir en su mirada sus intenciones; pero antes de que pudiera hacerlo él habló:
—Deja que te quite esa cosa de las manos —expresó con algo de enojo en su voz. Se movió con rapidez y gracia, y antes de que la muchacha alcanzara a procesar ese extraño comportamiento amable, Sirius ya estaba desatando la cuerda mágica.
Kathleen se frotó las muñecas, que estaban de un feo color morado, y evitó mirar al heredero Black, sin saber cómo comportarse ante esa amabilidad por parte de su enemigo.
—¿Tienes frío? —preguntó Sirius, que la miraba atentamente.
Hasta ese momento, Kathleen no se había dado cuenta de que temblaba, ya que la casa estaba fría como un témpano de hielo y sus ropas eran bastante delgadas. Pero como había estado perdida en sus pensamientos acerca de su suerte...
Asintió con la cabeza y el joven volteó.
—Creo que puedo darte algo —dijo; pero un grito interrumpió su acción.
—¡Sirius! ¡Baja! ¡Y trae a la sangre sucia!
Kathleen lo vio tensarse y apretar la mandíbula. Cerró los ojos un segundo y luego la miró.
—Será mejor que no hagamos esperar a la arpía de mi madre. Vamos.
La chica lo siguió escaleras abajo. Walburga los esperaba en la cocina.
—Ven aquí, esclava —dijo apenas los vio.
Kathleen agachó la cabeza y apretó los dientes mientras obedecía.
La mujer sonrió con expectación, la tomó del brazo y la hizo dar vuelta. Repentinamente, la débil túnica que la cubría se rasgó, dejando a la vista su hombro izquierdo.
—Todo animal debe ser marcado, ¿no es cierto?
Kathleen abrió grande los ojos y el miedo invadió su cuerpo. Delante suyo, Sirius se tensó y comenzó una queja que no fue capaz de terminar porque la bruja ya había lanzado el hechizo.
Sin tener tiempo para prepararse, Kathleen sintió la parte posterior de su hombro en llamas, como si la estuvieran quemando con un hierro al rojo vivo hasta llegar a la carne. Un quejido escapó de sus labios; pero se forzó a no emitir sonido.
Tan rápido como había empezado, todo terminó, aun cuando la piel ardía y la sangre se deslizaba espalda abajo.
Kathleen apretó los puños, decidiendo que aquello era demasiado. Sin pararse a pensar que eso era suicida, intentó volverse hacia la mujer y abalanzarse sobre ella. Estaba segura de que ni siquiera necesitaría la varita para vencerla.
Sin embargo, Sirius adivinó sus intenciones, porque se adelantó y la agarró del brazo con delicadeza; pero con firmeza.
—Eso no era necesario, madre —espetó, furioso.
—Siempre has sido cerrado de mente como para ver las maravillas de la tradición.
Sirius no se dignó a contestar, si no que llevó a la muchacha escaleras arriba y la sentó en la cama.
—Déjame ver —musitó segundos antes de examinar la herida. La limpió con un movimiento de la varita. Maldijo entre dientes al verla de cerca y luego suspiró con resignación—. Es magia negra, así que no puedo hacer mucho —dijo a continuación; pero igualmente lanzó un hechizo a la herida.
Kathleen sintió algo frío extenderse por la zona dañada, calmando el ardor. Giró la cabeza y alcanzó a ver levemente cómo los cortes abiertos que formaban una B encerrada en un círculo se cerraban, para terminar ofreciendo el aspecto de una herida de hacía un par de días; pero que no estaba cerrada del todo. La chica movió el brazo con cuidado, la zona estaba adolorida; pero mucho menos que antes.
—Supongo que igual te quedará una cicatriz —hubo un momento de silencio y luego Sirius continuó—. Estás temblando más que antes. ¿Por qué no vas a bañarte mientras te busco algo abrigado para que te pongas?
Kathleen se quedó algo extrañada, aunque pensó que a esos extremos ya tendría que acostumbrarse; pero reaccionó cuando él le puso la mano en la espalda para empujarla delicadamente hacia la puerta del baño.
Lo cierto fue que el agua caliente la relajó notablemente, aun cuando al entrar en contacto con la herida le picó horriblemente. Mientras estaba limpiándose oyó una puerta cerrarse y pensó que Sirius había abandonado la habitación, lo cual coincidiría con lo que llevaba viendo de él.
Sin embargo, no sabía que pensar de aquel joven hombre. Pertenecía a una familia de sangre pura, seguramente desde pequeño lo habían inculcado en el desprecio a los nacidos muggle y a aprobar los tratos como los que había recibido ella desde que fue capturada. No obstante, Sirius se mostraba más bien furioso, y ¿acaso su propia madre no le había replicado sobre su mente cerrada a las tradiciones?
Kathleen se secó rápidamente, suspirando ante la sensación de estar limpia nuevamente y se quedó ante la puerta del baño, escuchando atentamente en busca de ruidos que revelaran que en la otra habitación había alguien. Después de un minuto, suspiró y, armándose de valor, abrió la puerta, encontrándose con el cuarto vacío.
Encima de la cama había ropa y arriba de ésta, se encontraba su varita. Kathleen corrió hacia ella sin poder contenerse. Se había sentido como si le faltara un brazo ante la pérdida de aquel instrumento, compañera de tantas aventuras y peligros.
Cuando se vistió, se sentó en la cama, sin saber qué hacer. No pasó mucho rato antes de que la puerta se abriera y entrara Sirius, quien sonrió aliviado cuando la vio presentable.
—¿Estás mejor? —preguntó con un tono que a Kathleen se le antojó de preocupación.
—Sí —contestó—. Gracias.
Sirius sonrió y sus ojos brillaron. Por alguna extraña razón, a Kathleen le encantó ver esa expresión en su rostro.
—No fue nada —se acercó hasta sentarse cerca de ella—. Lamento no poder darte nada mejor para vestir; pero si mi madre te ve con alguna cosa mejor, seguro te castigará.
—Está bien —repuso la muchacha. Después de todo, la túnica era lo de menos.
Sirius la miró con una mezcla de extrañeza y curiosidad.
—¿Cuántos años tienes? —preguntó finalmente.
—Diecisiete.
—¿Y de dónde vienes?
—De una ciudad cerca de las montañas.
Black pareció asombrado.
—Es un largo viaje hasta aquí —comentó—. ¿Te capturaron allí?
—Sí —asintió, y por alguna razón, continuó—. No quería que atraparan a Alice, de modo que la perseguí y la saqué del medio... No fui tan afortunada como para salir yo —murmuró, pensando en el instante en que fue derribada. Lo peor de todo fue que no utilizaron un hechizo aturdidor, sino un cruciatus. El hechizo no era agradable de sentir en ninguna circunstancia; pero a veces podías mentalizarte de lo que iba a ocurrir. Era tremendamente espantoso correr y repentinamente sentir tu cuerpo en agonía, como si miles de cuchillos candentes horadaran cada centímetro de tu piel, carne y huesos, sin saber al principio qué sucedía.
—Lo lamento.
Kathleen se encogió de hombros, aunque verdaderamente sentía ganas de llorar.
Sirius cambió de tema. Pasó a explicarle lo que debía hacer para evitar los castigos de "la arpía de mi madre" y "el estúpido de mi hermano" tal como los llamó él. Por como hablaba, resultaba evidente que no les tenía mucho aprecio.
Kathleen sabía que todo podría ser una estratagema (de una mente sádica, eso sí); pero algo la impulsaba a confiar en Sirius. Hablaba de forma relajada, aun cuando su rostro se contraía de furia algunas veces, y era imposible no notar su sinceridad.
Cuando llegó la hora de comer, bajaron. Sirius comía con la familia en el comedor. Los esclavos lo hacían en la cocina, con algo que parecía una sopa aguada.
Ahí fue cuando Kathleen conoció a las otras dos esclavas. Las dos eran rubias. Una era alta, con ojos azules y una permanente cara impasible, como si nada pudiera sorprenderla y nada le interesara. La otra era más pequeña, con ojos marrones y sonreía todo el tiempo. En serio, todo el tiempo. Incluso mientras comía. Por lo que Kathleen la apodó Cara Sonriente. Y también hablaba. Mucho. Con una voz aguda que después de unos minutos te hacía desear silenciarla. Lamentablemente, se la pasó hablando todo el rato, y antes de que la comida terminara, Kathleen sentía palpitar sus sienes. Aunque no sólo por su voz.
Al parecer la chica era mestiza; pero su familia había caído en la quiebra, y habían tenido que recurrir a métodos extremos para sobrevivir. De forma que ella misma había llegado a un acuerdo con los Black. Por la forma en que hablaba, y lo que decía, era evidente que tenía relaciones con Regulus y que a ella le encantaba. Lo que Kathleen no podía entender era por qué se comportaba como la amante del menor de los Black cuando era su esclava. En opinión de Kathleen, la chica era boba.
El día terminó sin demasiadas novedades. Mientras los amos no ordenaran nada, los esclavos se ocupaban del aseo de la casa, de forma que el resto del tiempo lo pasó limpiando. Cuando por fin llegó la noche, se alegró de retirarse a la habitación (para terror de Kathleen, los esclavos dormían en la habitación de sus amos), porque su paciencia estaba más que colmada del infinito parloteo de Cara Sonriente.
Sirius había hecho unos arreglos. Contra una de las paredes había colocado una cama individual. Kathleen sonrió antes de acostarse en ella. Lo cierto era que las emociones del día y la actividad hecha la habían dejado agotada.
Se durmió inmediatamente.
•••
El pensamiento se formó en su mente dos segundos después de despertar. Era temprano, demasiado temprano, la hora en la que se despertaba en su casa natal para aprovechar las horas de luz diurna. La casa estaba en silencio y por las ventanas apenas se veía el horizonte clareado. ¿Qué mejor oportunidad que ésta?
Lentamente, se sentó en la cama. Sirius estaba de espaldas a ella, de modo que se quedó quieta por unos minutos interminables. Luego, al ver que no se movía, se levantó, poniendo en práctica las enseñanzas de su padre cuando la llevaba a caminar por el bosque sin llamar la atención.
Con mucho cuidado se acercó a la puerta, aferrando su varita con mano nerviosa. Extendió el brazo y sus dedos ya rozaban el picaporte. El corazón latía ansiosamente.
—¿Piensas escapar? —inquirió una voz divertida.
Kathleen se congeló. Cerró los ojos y tomó una bocanada de aire. Su suerte era horrible. Pensó que Sirius se merecía una respuesta honesta por lo que había hecho ayer, aunque se ganara un castigo por eso.
—Sí.
Sirius lanzó una carcajada.
—Valiente, ¿eh? Me gusta —sonrió. Un brillo apareció en sus ojos y frunció el ceño—. Pero no te lo recomiendo. Mi madre es verdaderamente horrible y ha puesto encantamientos que no permiten la salida ni entrada de personas que no pertenezcan a la familia, exceptuando que un miembro de la misma lo invite a entrar. Créeme, no quieres sufrir esos hechizos en carne propia... Ni saber de qué tratan —agregó al ver la pregunta en los ojos de la joven.
La muchacha volvió a suspirar y luego se sentó con desgana en la cama. Algo en su aspecto debió conmover a Sirius porque imprevistamente susurró:
—Oye, no estés así. Sé que es duro; pero buscaré una firma de liberarte. Te lo prometo.
Kathleen advirtió la honestidad en su voz, y sus ojos brillaban de tal forma que le fue imposible no creerle. Asintió con la cabeza y esbozó una leve sonrisa.
—Así me gusta. Iremos a ver a James —agregó—. Si alguien sabe cómo liberar a los esclavos, es él. Lleva desde los catorce queriendo liberar a Lily.
El silencio invadió la habitación. No era incómodo; pero tampoco exactamente cómodo, más bien un término medio.
—¿Cansado? —Kathleen intentó buscar un tema de conversación, lo que de paso le servía para tantear el terreno con Sirius. Los amos podían ser muy sádicos a veces, aunque no lo creía con Sirius. Todo lo que había visto de él decía lo contrario.
Sirius terminó de bostezar.
—No dormí bien anoche —aclaró—, por eso te escuché levantarte —miró la ventana—. ¿Siempre te despiertas a esta hora? —preguntó a continuación.
Ella asintió.
—En mi pueblo teníamos que aprovechar las horas de luz. Solía ayudar en mi casa por las mañanas y luego irme a clases.
Sirius negó con la cabeza.
—¿Todos los días levantada antes del amanecer? ¡Eso es un crimen! —gimió con dramatismo.
Kathleen soltó una carcajada. Se sentía bien volver a reírse por algo sin importancia después de todo lo pasado.
Sirius la miraba con sus ojos brillando intensamente.
—Y dime, ¿estudiabas mucho?
Kathleen sonrió burlona.
—Con los profesores que tenía no quedaba otra opción, a menos que desearas morir de una forma muy dolorosa.
Sirius alzó las cejas con aire interrogante.
—¿Morir? —replicó— ¿Eso no es algo excesivo?
—No —la muchacha disfrutó unos segundos del aire decepcionado y algo enojado del hombre frente a ella—. Arthur y Tommy relacionaban todo con una cuestión de supervivencia, así que si no sabías las lecciones...
—Eso suena algo... tétrico.
Kathleen negó con la cabeza.
—No te confundas. Ellos nunca permitirían que muriéramos. Tampoco es como si enfrentaran a un niño de once años a un dragón. Puede sonar un poco duro; pero la presión es una buena maestra. Sabíamos que nos enfrentaríamos a alguna situación que nos obligaría a saber realizar los hechizos, a mantener la cabeza fría, y a pensar con rapidez. Arthur y Tommy repetían que de nada servía ser capaces de hacer magia si no sabíamos utilizarla, y que, ya que seguramente íbamos a encontrarnos, aunque sea una vez, en una situación peligrosa, debíamos entrenar en mantener la calma y pensar cuál era el método más seguro de salir de ella.
Sirius había ladeado un poco la cabeza, y Kathleen pensó que le hacía acordar a un perro cuando te mira sin entender.
—Espera —dijo lentamente—. ¿Eso significa que no los hacían enfrentarse a los once a un dragón; pero sí de más grandes?
—Bueno... depende de tu especialización —dijo algo burlonamente, no sabía por qué esto le causaba gracia.
—¿Especialización? —repitió Sirius, mirándola muy serio.
Ella movió la cabeza afirmativamente.
—Si te especializabas en Criaturas Mágicas, seguramente te encontrarías frente a uno. Pero las especializaciones comienzan después de los quince años y las verdaderas prácticas a los diecisiete años, un poco antes si estás muy adelantado.
Era evidente que Sirius tenía problemas para decidir si eso era asombroso, una locura o emocionante. Pero parecía inclinarse más por la segunda.
—¿Qué especialización elegiste tú? —preguntó a continuación y en su voz hubo un extraño tono de... ¿preocupación?
—Defensa Contra las Artes Oscuras y Criaturas Mágicas.
—¿Te has enfrentado a un dragón? —dijo, susurrando.
Kathleen asintió y se adelantó a su próxima pregunta.
—Los dragones son criaturas salvajes. No pueden ser domesticados y la mayoría de las especies consideran a los humanos como una excelente comida. Sin embargo, como todos los animales salvajes, tienen en cuenta dos cosas: la fuerza bruta y el respeto.
—¿Qué?
—Todos los animales reaccionan a la fuerza. La mayoría de las veces se guían por ella. Los animales mágicos no son la excepción. Pero también entienden el respeto. Si una posible presa escapa de ellos lo suficiente, eludiéndolos sin hacerles daño, llegará un momento en que se ganará su respeto. Lo considerará un rival digno, no una simple comida, y, por tanto, lo dejará escapar. El truco consiste en no perder la calma, no dañarlo y eludir sus ataques. Y comportarse con dignidad, sin demostrarle miedo.
Sirius estaba impresionado. Movió la cabeza de un lado a otro para sacudirse el entumecimiento.
—De acuerdo —murmuró, no muy seguro—. Será mejor que nos pongamos en marcha.
No tardaron demasiado en prepararse para salir; aunque si lo suficiente como para que no llegaran a horas inapropiadas.
El viaje fue muy distinto al que había hecho con la señora Black. Apenas salieron de la casa, Sirius apoyó delicadamente una mano en su espalda para guiarla, manteniéndola a su lado. Pronto comenzó a hablar, comentándole cómo era James Potter y su familia. La chica advirtió que quería a su amigo como a un hermano, y que éste y sus padres eran más su familia que la propia.
—Kathleen —perdida en sus pensamientos, la muchacha no había oído que Sirius llamaba su atención.
—Lo siento, ¿decías?
—Ya hemos llegado.
Kathleen observó la casa, bastante señorial, antes de apresurarse a seguir los pasos de Sirius.
La puerta fue abierta por una señora con aire elegante, de pelo cobrizo y ojos castaños. Sin embargo, le ofreció a Sirius una sonrisa maternal.
—Oh, pasa, Sirius, cariño. ¿Cómo has estado? —preguntó con voz amable.
—Muy bien, Euphemia, ¿y tú? —preguntó con evidente cariño en su voz y rostro.
—Bien, cariño, bien. Un poco cansada, ya sabes... —prosiguió mientras lo dejaba pasar.
—Tienes que hacerme caso. Echa a James. Yo sería un muy mejor hijo, no te daría tanto trabajo... —expresó con una sonrisa inocente.
Euphemia rió.
—Oh, calla, bribón —reprendió cariñosamente—. ¿Y quién es esta hermosa señorita? —preguntó a continuación, fijando sus ojos en Kathleen.
—Buenos días, señora Potter. Soy Kathleen —se presentó la muchacha. No pensaba añadir que era una esclava. Todavía le quedaba algo de amor propio.
—Encantada, querida. Llámame Euphemia, por favor— se volvió hacia Sirius con el ceño fruncido. Parecía algo molesta—. ¿No era que nunca ibas a... ayudar con ese horrible negocio?
—¡Y no lo hice! —se defendió el chico— Mi madre apareció ayer con un "regalo" —replicó, haciendo énfasis en la última palabra—, a pesar de haberle advertido qué era lo que pensaba de eso.
La señora Potter negó con la cabeza y suspiró.
—Pasa, cariño, James está en la biblioteca.
Sirius hizo un gesto extraño, como si lo asombrara que su amigo estuviera en ese lugar; pero se encaminó hacia allí.
A diferencia de la mansión Black, esta casa era luminosa y alegre. Apenas llegaron a la biblioteca, grande y cómoda, vieron a un muchacho de la edad de Sirius, con pelo azabache despeinado y ojos castaños escudriñando un libro.
—La influencia de la pelirroja te ha hecho definitivamente mal, James —se burló Sirius.
El otro levantó la cabeza y sonrió.
—Claro que no. Es una técnica.
Sirius debió entender a qué se refería, porque sonrió profundamente.
—Oh, claro —dijo irónicamente.
James rió, miró a Kathleen y a continuación a Sirius, confundido. No obstante, saludó con educación. La muchacha devolvió el saludo.
—Mi adorada madre apareció ayer con lo que, según ella, era un regalo —explicó Sirius, el enojo patente en su voz.
James negó con la cabeza; pero antes de que dijera algo, la puerta se abrió y entró una muchacha de unos diecisiete años, con largo pelo de color rojo y unos brillantes ojos verde esmeralda. Llevaba en sus manos un ramo de flores.
—James —comenzó—, ¿has encontrado lo que querías? Oh, hola Sirius.
—Hola, pelirroja —contestó Sirius sonriente.
Kathleen no podía creerlo. Era Lily. Su prima. No la había visto desde los trece años; pero era ella. La recorrió con la vista una vez más: el cabello ondulado y rojo, los almendrados ojos verdes, su voz melodiosa, sus movimientos gráciles y firmes. En su pueblo solían decir que parecían más hermanas que primas, pues su parecido era evidente. Aun así, había algunas diferencias. El pelo de Kathleen era lacio y de un color más bordó, a diferencia de Lily, que tenía un pelo rojo fuego. Por otro lado, los ojos de Kathleen eran de color miel, casi dorados. La mayor diferencia entre ellas residía en la personalidad.
De pequeñas las dos solían controlar algo de magia sin varita, al punto que se había convertido en costumbre el levitar cosas cuando alguna de las dos llegaba, o el jugar con las flores...
Una de las flores que Lily tenía, de grandes pétalos blancos, comenzó a cerrar y abrir sus pétalos, como una burda imitación de una extraña ostra. Lily la miró fijamente por tres segundos antes de inspeccionar la habitación y soltar un grito al ver a Kathleen. Se abalanzó sobre ella y la aferró en un abrazo que la hizo tambalearse.
—¡Kathleen! —gritó, prácticamente en su oído.
Kathleen rió quedamente y le devolvió el abrazo.
—Hola, Lils.
—Te extrañé, gatito —comentó Lily, y por una vez Kathleen no se molestó al escuchar cómo la llamaba su prima. Lily la había llamado así desde que descubrió que el inicio de su nombre sonaba muy parecido a "gato", y a Kathleen nunca le había gustado, aun cuando lo soportaba con paciencia.
—¿Se conocen? —preguntó James.
—No, Cornamenta, no lo hacen —le contestó Sirius con sarcasmo—. Qué pregunta más estúpida.
James lo miró con los ojos entrecerrados.
—Intentaba ser cortés, Canuto. No soy tan estúpido como para no darme cuenta de que se conocen.
Sirius levantó una ceja como toda respuesta.
—Somos primas —respondió Lily, aún abrazada a Kathleen. Se separó de ella y le preguntó— ¿Cómo es que estás aquí?
—Oh, quise visitarte. Ya sabes, hace mucho tiempo que no nos veíamos —dijo Kathleen con ironía.
Lily la fulminó con la mirada.
—No estoy para bromitas, minino.
—Nunca lo estás, en realidad —contestó Kathleen, haciendo caso omiso de las señales de peligro.
—Kathleen...
—Calma, Lils. ¿Qué crees que ha ocurrido?
—Esperaba que no te atraparan —suspiró.
Kathleen se encogió de hombros.
—¿Recuerdas a Alice? —esperó a que Lily asintiera antes de seguir— Volvíamos de una clase y aparecieron los cazadores. Nos ocultamos; pero Alice se asustó y comenzó a correr. No podía dejar que la agarraran, así que salí tras ella y la obligué a esconderse en "el pozo". Tuve que alejarme para que no la encontraran y... —"y entonces me derribaron con un cruciatus"; pero no iba a decir eso.
Lily se animó repentinamente.
—Ya volvemos —exclamó y, tomando a Kathleen del brazo, la sacó de la habitación—. James, guarda eso cuando termines.
—Claro —aceptó el muchacho.
—Estás muy domado, Cornamenta. Te controla más ella a ti que tú a ella —escuchó decir a Sirius.
Lily la condujo a un cuarto cercano y comenzó a bombardearla a preguntas sobre sus padres, Tommy, Arthur y el pueblo.
Finalmente, pasaron al tema de los esclavos. Los nacidos muggle que eran atrapados debían servir toda su vida a la familia que los comprara, y no tenían posesiones. Si después de servir a sus amos por un período de tiempo mínimo de cinco años, o hasta alcanzar la mayoría de edad, dependiendo del caso, su dueño lo decidía, podía darle la libertad. Sin embargo, para ser considerado libre, debía poder asegurarse su futuro, en caso contrario, se lo devolvería a la esclavitud. Como los dueños no podían darle plata ni casa a sus esclavos o antiguos esclavos, eso significaba que encontrar la forma de liberar a alguien era prácticamente imposible.
—No te sientas tan mal, gatito —le susurró Lily en ese punto—. Tu "amo" es Sirius y es una buena persona. Te aseguro que, si tienes que servir a alguien toda tu vida, es bueno que sea alguien como él, o como James.
—¿Y el resto de la familia?
—Ya sé que salen con el discurso ese de que tienes que obedecer a todos; pero no es así. Al único que tienes que obedecer es a tu amo, es el que tiene la última palabra en todas las decisiones.
Kathleen asintió. No podía negar que ya lo presentía.
—Así que... ¿James? —preguntó socarronamente.
Lily enrojeció.
—¡No, claro que no!
—Oh, por supuesto, mi dulce flor de lirio. ¿Cómo se me pudo ocurrir algo así?
—De acuerdo —suspiró y luego su rostro se volvió soñador—. Es que es tan... no lo sé, tan...
—Bien. Te has enamorado con todas las letras, ¿no? Y ¿él?
Lily se encogió de hombros.
—No sé. A veces pienso que sí; pero no estoy segura. James es muy guapo —dijo con mirada embelesada— y tiene muchas... admiradoras. Me da la impresión de que es un talento natural el saber cómo tratar a las mujeres. Así que no estoy segura —suspiró—. Igual, aunque resultara que sí, es imposible. Yo soy una esclava.
—Si él de verdad te amara, eso sería lo de menos.
•••
El tiempo pasó, y Kathleen llegó a acostumbrarse a la especie de rutina que tenía. Se despertaba temprano (lo que, en opinión de Sirius, era una tragedia), y como Sirius nunca le ordenaba que hiciera nada, se la pasaba limpiando. Últimamente, de igual modo, procuraba evitar por todos los medios a Cara Sonriente, que había vuelto con Regulus y la otra esclava hacía pocos días del lugar donde estudiaba, porque francamente la ponía de los nervios.
A pesar de todo, lo más preocupante en esa casa eran Regulus y Walburga. Kathleen intentaba permanecer invisible, porque que la señora de casa la viera seguramente significaba insultos, sin mencionar los innecesarios castigos por faltas inexistentes.
No obstante, Regulus parecía tener un radar para ubicarla. A Kathleen su mirada la ponía nerviosa. Regulus se parecía bastante a Sirius; aunque era más bajo y sus rasgos menos aristocráticos (y definitivamente mucho menos atractivo que Sirius). Lo que más los diferenciaba era, en realidad, su mirada. Los ojos grises de Sirius eran amables, risueños. Los de Regulus eran fríos, calculadores y a la muchacha le producía una sensación de peligro constante, como sentir sobre sí los ojos de un depredador.
Por las tardes, acompañaba a Sirius a casa de James, quien rápidamente se había ganado la confianza de la chica con su trato agradable y fácil.
A Kathleen le encantaba volver a encontrarse con Lily. De pequeñas habían sido muy unidas, compartiendo todo, y cuando los estallidos de magia aparecieron, se volvieron prácticamente inseparables. Cuando atraparon a Lily a los trece años, se había sentido devastada, y necesitó de varias charlas con Tommy y Arthur para recuperar su humor habitual, por no hablar de dejar de pensar en planes para liberar a Lily.
Por otro lado, su forma de relacionarse con Sirius había cambiado mucho. Al principio, a pesar de sentir que no era un mal chico, se había comportado de forma desconfiada. No podía evitarlo, porque ella era desconfiada. Sin embargo, el tiempo la había hecho relajarse y pronto mostró su verdadera personalidad.
De manera que las tardes en casa de James eran el mejor momento del día, pasándola entre amigos.
Kathleen se levantó aquel día con cansancio. No había podido dormir muy bien a la noche, tardando varias horas en poder conciliar el sueño. Se sentó en la cama y observó a Sirius con ternura. Parecía un niño dormido, e incluso se le dibujaba una ligera sonrisa en la cara. Se vistió y salió de la habitación, dispuesta a comer algo y comenzar su día.
Se perdió en sus pensamientos mientras limpiaba. Lo cierto era que, pese a extrañar su pueblo, a Tommy, Arthur, pasear por sus bosques y hacer cosas tan bobas como estudiar cuando se le diera la gana o irse a dormir cuando quisiera, no era tan infeliz como podía haberlo sido.
Por un lado, estaba Lily. Por otro, había encontrado en James y Sirius dos buenos amigos (en cuanto se había sentido lo suficientemente confiada como para soltarse), algo que no podía decir que fuera normal para ella porque en su pueblo no había demasiada gente de su edad, y mucho menos que fueran magos. A decir verdad, lo más cercano era un chico de quince años.
Llevaba en esa casa ya cuatro meses, y toda la situación le producía sentimientos encontrados: se sentía segura, contenida y alegre cundo estaba con sus amigos, y frustrada y enojada cuando recordaba su condición de esclava (cosa que Walburga se encargaba de recordar con un efectivo cruciatus).
Aun así, no podía decir que su posición social la había hecho menos impulsiva. Recordó el episodio de hacía un mes con una ligera sonrisa mientras limpiaba una mancha particularmente tenaz del suelo.
James y Sirius debían comprar ciertos víveres por orden de la señora Potter, y las habían convencido, a Lily y a ella, para acompañarlos. Después de todo, habían dicho, un paseo no hace mal a nadie.
Se encaminaron hacia allí, divirtiéndose con las payasadas de los dos chicos, que eran regañados frecuentemente por Lily.
Cuando llegaron al lugar, Lily y ella decidieron esperarlos fuera, de modo que comenzaron a caminar de aquí para allá mientras hablaban.
Lily le estaba contando de su casi beso con James cuando apareció ese tipo. Carrow.
Sólo con verlo a Kathleen le cayó absolutamente mal. Y no sólo por la apariencia, que francamente, dejaba bastante que desear, si no por el modo en que parecía creerse el dueño del universo.
Y su percepción se arruinó aún más cuando abrió la boca:
—Hola, sangre sucia.
Kathleen lo miró. Carrow observaba a Lily de una manera muy desagradable, como a un pedazo de carne que deseara comer. Al parecer ésta lo sabía, porque se tensó y volteó la cabeza lentamente.
—¿Has pensado en mi propuesta?
Lily no contestó, aunque miró de reojo en la dirección por la que debían llegar los chicos.
—Vaya, ¿ya no hablas? Si mi memoria no falla, la última vez sí lo hiciste. Una boca bastante sucia... como tu sangre.
Kathleen entrecerró los ojos. Pero como no quería meter en problemas a Lily se mantuvo callada.
—Igual no te preocupes. No es que importe tu sangre para lo que voy a hacer. Tu cuerpo es muy... apetecible —la miró de abajo hacia arriba y se mojó los labios. A Kathleen le dio asco— Pienso violar...
Kathleen no lo soportó. Su pecho se llenó de ira y por un momento creyó que su magia se descontrolaría y explotaría a ese intento de ser humano (algo que no le hubiera importado si no fuera porque atacar a un sangre pura con magia estaba penado con la muerte, y una parte de sí sabía que morir por ese engendro era muy idiota).
Pero no. Su magia estaba controlada, algo que la sorprendió mucho, porque ella no lo estaba. Se abalanzó hacia adelante y le pegó un puñetazo con todas sus fuerzas en la nariz.
Carrow cayó al suelo con un chillido en el que se mezclaba el miedo y el dolor. Intentó sobreponerse y habló con la cara llena de sangre que le caía de la nariz.
—¡Pero ¿quién te crees que eres?! ¡Soy un sangre pura! ¡Me aseguraré de que...!
—Será mejor que mantenga la boca cerrada o se la cerraré a golpes— amenazó con voz tranquila, aunque la rabia todavía corría por sus venas.
—¡Asquerosa sangre sucia! Haré que te maten. ¡Y luego disfrutaré de esa perr...!
La varita de Kathleen estaba en su mano antes de que terminara la última y ofensiva palabra. El estúpido ese se estaba pasando dos pueblos.
Lily parecía tener problemas para contener su ira; pero era de naturaleza más tranquila que Kathleen, y menos impulsiva, razón por la cual le agarró la muñeca.
—No vale la pena.
En opinión de Kathleen si la valía.
—¡¿O se creían que nadie sabe que son put...?!
De acuerdo. Ahora sí lo mataba. Su varita se vio borrosa de tan rápido que la movió y Carrow se calló con miedo. Miró el arma con expresión aterrada.
Repentinamente, un brazo la sujetó de la cintura y una mano intentó hacerle bajar la varita.
—Tranquila, Kat —le susurró Sirius al oído.
—¿Has escuchado lo que le dijo ese? —escupió ella entre dientes, debatiéndose para soltarse.
—Tú relájate.
Mientras tanto James se había puesto delante de Lily.
—¡Me ha golpeado! ¡Y amenazado! ¡Exijo una compensación!
—No querrás que te recuerde quiénes poseen más poder en esta ciudad, ¿verdad, Carrow? Entonces mantendrás la boca cerrada. ¿Está claro?
Antes de que el tipo pudiera hacer algo más que mirar a James horrorizado, Sirius intervino:
—Si vuelves a rondar cerca de ellas, me encargaré personalmente de ti. Y créeme, no quieres que suceda.
Carrow asintió antes de salir corriendo.
—¿Estás bien? —le preguntó James a Lily con voz preocupada mientras la chequeaba con la mirada. Ésta asintió.
Sirius la dio vuelta, aun manteniendo el brazo en su cintura.
—Kat —dijo, parecía debatirse entre la diversión y la preocupación—. Buen derechazo —añadió finalmente. Luego suspiró—. Hubiera sido muy divertido si no fuera que ha sido muy...
—Peligroso —interrumpió ella en voz baja—. Lo sé; pero ese idiota me sacó de quicio. Tú lo escuchaste —su respiración se agitaba cada vez más al recordar las palabras del hombre, que volvían a encender su furia.
A Sirius le divertía su enojo.
—Tranquila, fierecilla. Sólo intenta no ser tan impulsiva la próxima vez. Se lo merecía, de acuerdo —dijo al ver su intención de interrumpir—; pero es peligroso. Si nosotros no hubiéramos llegado para cubrirlas, él podría haber exigido tu muerte y no habría nadie para defenderlas.
Kathleen había prometido controlarse más; pero sabía que le sería muy difícil y que quizá no lo cumpliría.
Aunque hasta ahora estaba haciendo un buen trabajo.
Pasó a la siguiente mancha y pensó en los hechos del día anterior.
Habían llegado con Sirius a casa de James. La señora Potter los había hecho pasar y ellos entraron, dirigiéndose hacia el salón, donde sabían que encontrarían a James y Lily. Lo que no esperaban era encontrárselos de esa manera.
Estaban prácticamente abrazados, los brazos de James alrededor de la cintura de Lily, las manos de ella en el pecho de él y los rostros a centímetros de distancia, mirándose con ojos brillantes.
Sirius y ella se congelaron en la puerta y luego se miraron, compartiendo una mirada que era tanto de confusión como de complicidad.
Kathleen agarró a Sirius del brazo y tiró de él para dejarlos solos. Lamentablemente, un ruido proveniente de la calle provocó que los tórtolos se separaran, mirando incómodos a cualquier lugar que no fuera el otro. En ese momento fue Sirius quien la arrastró dentro de la habitación para cortar la tensión, actuando con normalidad.
Cuando salieron de allí, Sirius le comentó que estaban así básicamente desde que Lily había llegado (técnicamente, desde que la habían rescatado de la familia Yaxley, que eran los que la habían comprado. Cuando los Potter vieron cómo era tratada la pequeña, a instancias de James, llegaron a un acuerdo. Como no podían devolverle la libertad, la dejaron vivir en la mansión Potter. Aunque Kathleen pensaba que, una vez más, James había tenido mucho que ver).
—James estaba insoportable. Decía que Lily era la mujer de su vida. No le dijo nada, claro, porque ella estaba acostumbrándose a todo ese nuevo mundo. Luego, cuando James tenía quince, dieciséis años, empezaron todas las insinuaciones de las chicas y muchas citas arregladas por los padres (una costumbre de las familias de sangre pura. En opinión de Kathleen, una de las más estúpidas). Y James decía que no podía decirle a Lily que la quería porque quedaría hipócrita. Además, ella no estaba interesada.
—¿Qué? —preguntó Kathleen, a quien esa afirmación le parecía imposible.
—Eso es lo que él creía. Hasta un ciego se hubiera dado cuenta de que estaban enamorados, excepto ellos, claro. Aunque debo reconocer que Lily lo disimulaba mucho mejor que James. Creo que se había convencido de que no le gustaba. Igualmente, esperaba que dieran el paso hoy.
El día pasó lentamente. Cuando llegó el momento de la comida, Kathleen fue a la cocina, donde no pudo escapar de Cara Sonriente, lo que provocó que, al finalizar ésta, deseara ahogarla en el plato de sopa.
Volvió a limpiar mientras esperaba que Sirius la buscara para ir a casa de James; pero el joven se retrasaba. Pensando que quizás algún asunto relacionado con el negocio familiar lo atrasaba, la muchacha siguió fregando mientras esperaba.
Sin embargo, las horas pasaban y Sirius no llegaba. Casi cuatro horas después, Kathleen estaba prácticamente desesperada: no podía dejar de pensar en todas las cosas que podían haberle ocurrido a Sirius, y sólo una de esas posibilidades era buena.
En su mente se repetían una y otra vez las palabras que la tía de Sirius había dicho delante de ella el día que la compraron: "...no haga falta implementar el plan para sacarlo del medio." y que había recordado con un sobresalto apenas hacía unos quince minutos.
Ella sabía que Sirius no había cambiado ni su actitud ni sus decisiones en el negocio familiar. ¿Y si su madre había decidido que era tiempo de matarlo? ¿Y si lo había arreglado todo para ese día? ¿Y si en ese mismo momento Sirius estaba luchando por su vida? O peor, si ya estaba...
"No, no lo está. Sirius no está muerto" repitió Kathleen en su mente una y otra vez, porque el solo pensar en esa posibilidad le producía un paralizante dolor en el pecho que dejaba su mente aturdida. El efecto de ese pensamiento era como el de los dementores, semejante a un frío que te sumía en la desesperanza y te hacía desear el olvido; pero al mismo tiempo te angustiaba aún más.
Finalmente llegó la hora de acostarse y Kathleen fue a la habitación, donde se paseó de un lado a otro, demasiado angustiada como para mantenerse quieta.
Las horas pasaban muy lentamente y cada minuto que se acababa aumentaba la desesperación y tristeza de la muchacha, que ya desde hacía horas sentía el corazón en la boca...
Repentinamente, la puerta se abrió y entró por ella la persona a la que Kathleen había estado esperando durante horas.
—¡Sirius! —exclamó, al tiempo que se abalanzaba sobre él y lo aferraba en un fuerte abrazo.
—¡Kat! —dijo Sirius sorprendido mientras aguantaba el equilibrio y la rodeaba con sus brazos— ¿Estás bien? ¿Ha ocurrido algo?
Ella negó con la cabeza. Sentía las piernas débiles y temblorosas del alivio que la había llenado al verlo sano y salvo.
—Kat, ¿qué pasa?
—Nada, yo... —no pudo evitar que los ojos se le llenaran de lágrimas, aunque no sabía si era por el alivio o por toda la angustia que había pasado— pensé que...
—¿Estabas preocupada? —inquirió Sirius con ternura, aun sosteniéndola en el abrazo.
—Cuando tu madre me compró —comenzó a decir en un hilo de voz—, estaba hablando con tu tía, y comentó que no sabía si comprarte una esclava porque no eras el orgullo de la familia —Sirius no se inmutó—. Entonces tu tía le dijo que quizás, si ella se esforzaba, no necesitarían implementar el plan para sacarte del medio... —Kathleen aumentó la fuerza con la que lo apretaba hacia sí. Sin quererlo, las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas— En el momento en que me compró, yo estaba demasiado confundida y tardé bastante en relajarme, y aquello se me fue por completo de la mente. Y hoy, al ver que no volvías, pensé que... y sería mi culpa porque no te había avisado —ocultó la cara en el hombro de Sirius y sollozó con angustia al pensar en perderlo.
Sirius le acarició la espalda de arriba a abajo y la llevó delicadamente hasta una de las camas, donde la sentó, acomodándose a su lado.
—Ya, Kat. Tranquila. No ha pasado nada. Estoy bien. Tranquila, cálmate —susurró con voz relajada—. Ya ha pasado.
Cuando Kathleen se aseguró de que su ataque de pánico o nervios o lo que fuera había remitido, se separó de Sirius. Él le sonrió. Parecía cansado; pero aun así sus ojos brillaban con cariño mientras la examinaba.
—Sin embargo —dijo como si no hubieran pasado mínimo cinco minutos desde la última vez que alguien había hablado—, si mi madre de verdad hubiera hecho eso esta tarde, no hubiera sido tu culpa, Kat. No, escúchame —dijo al ver que ella iba a interrumpirlo—, no lo hubiera sido, porque estabas demasiado ocupada aprendiendo a sobrevivir en este infierno, y tampoco podías saber si yo era de confiar —continuó—, ¿está bien?
Kathleen asintió; pero no estaba nada convencida.
Una hora después, los dos se encontraban en sus respectivas camas. Sirius le había contado que le habían llegado noticias acerca de una reunión urgente. Había pensado que tardaría poco en resolver el asunto; pero éste se había alargado demasiado, y todo por culpa de Malfoy.
—Un minuto después de que abriera la boca por primera vez, ya quería estampar su cara contra la mesa infinidad de veces. No sé cómo me contuve. En verdad, deberían darme un premio por hacerlo.
No obstante, Kathleen no pensaba en eso. Mientras Sirius dormía profundamente, ella miraba el oscuro cielo nocturno y reflexionaba acerca de lo sucedido esa tarde.
Pensándolo fríamente, sus sentimientos parecían algo exagerados para ser solamente amigos... ¿o no? Analizó con cuidado sus pensamientos y recuerdos acerca de Sirius. Lanzó un suspiro trémulo y cerró los ojos al darse cuenta. Estaba enamorada.
Se mordió el labio con inquietud y se aseguró de que Sirius dormía. Luego tomó su varita y apuntó al centro de la habitación. Le parecía una buena forma de comprobarlo...
—Expecto patronum —susurró y, en vez del habitual gato montés que siempre salía, la sombra se deformó en una niebla plateada que permaneció así mientras Kathleen esperaba aguantando la respiración. Finalmente, la niebla fue adquiriendo otra forma, hasta que se transformó en un gran lobo de gran tamaño... O coyote, más bien.
Kathleen dejó que el patronus se desvaneciera y se dejó caer en la cama. Se sentía extraña, inquieta, algo temerosa y alegre, todo al mismo tiempo, lo cual, en conjunto, no era agradable.
El patronus cambiante. Solía pasar a veces; aunque las razones no eran las mismas.
El patronus cambiaba dependiendo de cada persona, no podían repetirse, porque cada persona era diferente; y ya que el patronus se adaptaba a la personalidad de cada uno, adoptaba una forma distinta. Sin embargo, muchas veces éste cambiaba de forma.
Se sabía que, en una pareja, si los patronus no cambiaban, igualmente eran animales que estaban relacionados de alguna forma (unidos en la cadena alimentaria, características físicas o de carácter similares, entre otras). Aunque todo eso entre los magos que podían hacer un patronus corpóreo (que no eran muchos).
Sin embargo, la teoría decía que los grandes acontecimientos que marcan y cambian a una persona, podían contribuir al cambio de los patronus, y entre esos acontecimientos se encontraba el amor. Después de todo, una persona cambiaba cuando estaba enamorada. ¿Acaso no pensaba más en el otro que en sí mismo? ¿O no deseaba más la felicidad del otro que la propia? ¿O no era, en definitiva, más fuerte si tenía que luchar por su amor?
Kathleen suspiró. Su gato montés se había transformado en un coyote muy parecido al perro de Sirius, y eso lo confirmaba. Estaba completa e irreversiblemente enamorada de Sirius Black.
