La lluvia se soltó de la nada cuando ambos se encontraban fuera. Lo primero que ella hizo fue voltear al cielo, mientras las gotas comenzaban a aumentar y a mojarle el rostro. Él se acercó, y ella corrió a su lado. Como si se hubieran conectado, y pensado lo mismo él abrió su abrigo y ella se colocó dentro. Era lo suficientemente grande como para que ella, tan pequeña, cupiera ahí. El calor del cuerpo de Kougami le cubría del frío que se acercaba afuera, y él al rodeó con sus brazos. Akane era tan pequeña, tan delicada y tan dulce, que lo único que él podía hacer era protegerle, incluso de algo tan inofensivo como la lluvia. Kougami sentía que incluso eso podía hacerle daño y no quería permitirlo, no quería dejar que nada la tocara.
Ella miró hacia arriba y le dedicó una sonrisa. Sus enormes ojos marrón estaban contentos, por el simple hecho de mirarle. Ella era una mujer fuerte, y aunque él lo sabía, le costaba aceptarlo. La veía como una criatura frágil, tan suave, que a veces el miedo le inundaba el cuerpo. Tenía miedo de perderla.
Luego ella hacía algo, decía algo, ponía esa mirada, esa justa mirada que le demostraba que ella era todo menos débil. Había cambiado en poco tiempo, eso era lo que te hacía ese trabajo, te hacía fuerte quisieras o no.
Luego el miedo se le iba, la miraba a los ojos y veía lo más preciado que había encontrado. Porque era su razón para ser algo mejor, era algo que le hacía bien.
"Kougami-san..." le llamó. Aún a pesar de lo que había sucedido entre ambos, ella le seguía llamando así. Y él le decía por su apellido mientras no se encontraran en la habitación. Todo era diferente, afuera estaban juntos, se miraban, y dentro, en el calor del cuarto, se llamaban por sus nombres, y se miraban a los ojos sin necesidad de explicar otra cosa más que quererse.
Kougami era terco, pero decidido. En su mente ella siempre sería esa mujer dulce, sin importar las veces que le disparara el Dominator, sin importar las veces que le salvara o le mandara al hospital, ella siempre iba a ser una criatura delicada, porque así lo quería. Pero era su criatura delicada. Era la mujer pequeña y delgada que él quería y que no iba a dejar de querer sin importar lo que sucediera.
