Todo a GRRM.

Este fic participa del Reto "Reto Especial de Navidad: ¡Seamos generosos" del Foro Alas Negras, Palabras Negras.


(Para Lucy)

― Déjame ir contigo.

Las palabras no sonaron tan fuertes como deseaba, ni firmes ni dignas de un caballero de la Guardia Real, sonaban desesperadas y Arthur se odiaba por aquello. Agradecía que el Lord Comandante y Ser Oswell estaban dentro de la torre refrescándose y no allí en donde podían escucharlos. Rhaegar no dijo nada, no evadía su mirada ni le ofrecía palabras de consuelo.

Se acercó hasta él, Arthur trató de no dar un paso hacia atrás (rechazado, dolido), sino que se plantó en la arena roja del desierto, sintiendo la mirada de la torre en su espalda. La mano del príncipe cayó suavemente en su hombro y apretó una y dos veces.

― Te necesito aquí, Arthur. Necesito que hagas esto por mí.

Las palabras de su príncipe solo hicieron que se enfureciera. ¿Ya no había hecho suficiente? Había ayudado a secuestrar a la chica Stark y la había escoltado hasta Dorne, para luego ser apostado en la puerta mientras Rhaegar la convencía cada día de que debían cumplir la profecía. ¿Cuántas veces no había escuchado que el dragón debía tener tres cabezas de los labios de Rhaegar? ¿Cuántas veces lo seguiría repitiendo para justificar sus acciones? Hubo un tiempo en el que creía en la profecía también, noches pasadas en su estudio repasando los textos y Rhaegar explicando, casi febril, sobre cómo debía pasar.

Arthur había creído en la profecía casi tanto como había creído en Rhaegar. Antes.

Se sacudió la mano de su hombro y ésta cayó sin ninguna oposición, pálida y triste como su dueño.

― ¿Y qué pasa con Elia? ¿La dejarás sola en Desembarco del Rey? ―de sus labios no salía lo que quería preguntar («¿Por qué no me dejaste quedarme con ella si no me ibas a querer contigo?»), ni dejó que viera lo desesperado que estaba. Rhaegar no se inmutó.

― Tiene a los niños y madre todavía no se ha ido a Rocadragón. Ser Jaime las protegerá en caso de que algo pase.

«Ser Jaime ―a su cabeza se vienen imágenes de su hermano, joven, impulsivo y todavía con un largo camino por recorrer―. De haber sabido hubiese insistido en quedarme». Era el deber de Rhaegar de cuidar a su familia por todos los medios necesarios, ¿quién sabía qué podía ocurrirle a Elia y a los niños? «Soy tan culpable como él», pensó con tristeza.

El sol apenas estaba saliendo por detrás de las montañas, por detrás de ellas, el Torrentine y más al sur, Campoestrella.

― Déjame ir contigo ―repitió, y esperó que más firme que la primera vez. Albor le pesaba en la espalda, años y años de historia enterrándolo cada día más. Cuánta sangre, cuántos sacrificios.

― Sabes que no puedes ir, no es el lugar para ti ―el tono de Rhaegar era distante ahora, como sin una pared se hubiese levantado entre ellos.

«Mi lugar es junto a ti, te seguiría a donde fuera». Las palabras se le hacían pesadas como arena en la boca, nunca estaba listo para decirlo, siempre en la punta de la lengua. Apretó los puños.

Su príncipe montó el caballo, rápido y práctico, le dio una última mirada a su torre y luego sintió su mirada sobre él. Arthur no encontraría sus ojos. Lo escuchó perderse en la distancia y se dió la vuelta. La torre lo esperaba.