1.

7 de octubre

Al acercarse las cuatro de la mañana, Krista se preparaba para dormir luego de una jornada de 24 horas en el hospital. Estaba exhausta y un poco angustiada. La muerte de un paciente siempre pesaba en su alma mucho más de lo debido. Deseaba recostarse envuelta en su cómoda cama para descansar y dejar salir todo tipo de preocupaciones. El examen que debía rendir en unos días le producía cierto temor, pero confiaba en su experiencia clínica para, al menos, esa noche dormir en paz.

Decidió tomar una última taza de té mientras esperaba a que terminara el lavado de su uniforme. Sin embargo, no alcanzó a servir el agua caliente en su taza favorita cuando escuchó un nervioso llamado a la puerta de su apartamento.

Se volteó un tanto asustada dejándose enredar por el silencio que la aturdió.

Un nuevo llamado, esta vez un poco más rápido e inseguro.

Se acercó a la puerta ignorando el nudo que se le formó en el estómago. Las imágenes que se desataron en su mente producto de la ansiedad le dejaron la boca seca. Tuvo miedo de volver a verse violentada y atada a una silla llorando por su vida. Temía cada vez que algo tan sospechoso sucedía.

Miró por el ojo de la puerta y se tranquilizó al ver a Leorio al otro lado, aunque nervioso y pálido, mirando a todos lados como si alguien lo siguiera.

Abrió la puerta de inmediato esbozando una sonrisa que pronto se esfumó al notar las lágrimas en los ojos de su amigo. Estaba desesperado.

-Krista-le dijo tomándola por los hombros y hablando con un nudo en la garganta-necesito tu ayuda

-q…que pasa-susurró angustiada

Leorio volvió a salir al pasillo del piso y entró al apartamento cargando en sus brazos un muchacho inconsciente.

-sé que prometí no meterte en problemas, cariño-balbuceaba Leorio entre suspiros- pero no tengo a quién recurrir…

La joven enfermera cerró la puerta con llave. Entendía que todo tenía relación con la profesión de cazador de Leorio, un apartado de la vida de su amigo que detestaba y que él había prometido ignorar mientras se encontrase a su lado. Seguramente la situación era crítica y por ello había llegado hasta ella, en plena madrugada, con un chico agonizando.

-¿quieres que lo cuide?-le preguntó nerviosa, y un poco molesta, desocupando el sofá junto al ventanal para que Leorio pudiese acomodar al muchacho.

-sí. Solo por unos días. Yo no puedo decir que estoy con él…tengo que fingir que no sé dónde está

-¿lo buscan?-preguntó mirándolo de reojo antes de evaluar el aspecto del muchacho herido. Parecía grave, pero las curaciones de Leorio eran efectivas y sus vendajes perfectamente aplicados

-es un imbécil-susurró soltando un sollozo-…le di antibióticos y un analgésico, pero lleva horas inconsciente y no sé qué más hacer, estoy bloqueado

-tranquilo. Sírvenos té. Yo me ocuparé de tu amigo…que asumo es un cazador

-se llama Kurapika, y es un kuruta

Krista expandió sus pupilas relajando sus manos sobre el brazo del amigo de Leorio olvidando que controlaba su pulso. Su corazón se acongojó profundamente y comprendió por qué lo había llevado hacia ella, y también por qué le confiaba la vida de su querido amigo.

-eres la única persona que conoce bien como funciona su organismo. Pero Kurapika no le dice a nadie quién es, espero que guardes el secreto

-es un milagro que esté vivo-dijo Krista quitándole importancia al asunto mientras observaba la herida en la cabeza de Kurapika-¿lo atacaron con nen?

-no lo sé

-¿no lo sabes?

-me llamó hace unas horas pidiéndome ayuda…él nunca pide ayuda nadie-agregó sorbiendo por la nariz-cuando llegué ya era demasiado tarde y solo pude contener las hemorragias y traerlo hasta aquí

-has té -insistió con una amable sonrisa apremiante

Durante una hora y luego de 5 tazas de té, Krista se sintió satisfecha con el ritmo cardiaco de Kurapika y la hemorragia pobremente coagulada en la zona temporal del cráneo del chico. Seguía preocupada, pero sin un equipo médico de sostén no podía hacer mucho más.

Leorio se había dormido sobre la alfombra intentando mantenerse despierto a la espera de que Kurapika volviera de su inconsciencia, pero la pena y la pesada vida que había decidido llevar no le permitía esos lujos.

-…gracias

La voz asfixiada y lánguida que brotó de los labios de Kurapika le rompió el corazón. El muchacho había ocupado toda su energía en darle las gracias. Tal vez llevaba un rato despierto y al fin había podido hablar, o quizás ni siquiera podía verla y le agradecía solo por ayudarle a sentirse mejor, seguramente tampoco sabía que Leorio le había salvado la vida, ella solo lo había estabilizado.

Ella volvió a tomar el pulso de Kurapika y sonrió al sentir que seguía normal. Acarició su mano para hacerlo sentir seguro y dijo con calidez:

-Leorio te trajo hasta aquí. Están a salvo los dos, puedes descansar.

No obtuvo respuesta, aun así, se sintió confortada.

Lo observó atentamente por primera vez deshaciendo su postura de enfermera. Era un hombre joven, no más de 23 años. Tenía el cabello rubio y mal cortado, como si un inexperto le hubiese entresacado mechones y dejado un flequillo a medio armar, de todos modos, no parecía quedarle tan mal. No había podido conocer el color de sus ojos, pero asumía un azul cristalino o un gris opaco; la descendencia kuruta no se apartaba de esa gama de colores y no creía que Leorio pudiera mentirle con la identidad de Kurapika.

Era inevitable sentirse nerviosa. Su padre había hablado de aquella tribu del sur desde que tenía memoria, tan lejana, como si de un cuento se tratase. Todo era tan fantástico y maravilloso para él, como si los kuruta fuesen el vestigio de la verdadera identidad humana. Sin embargo, Mamá no compartía esa visión y lo dejó antes que Krista cumpliera 10 años para enseñarle que no podía ser padre y etnógrafo a la vez, que no podía abandonar a su hija para ir en busca de los pueblos de Rukuso. Krista no había comprendido bien la separación de sus padres hasta ser una adolescente sin tiempo para sufrir por amor o para sentirse incomprendida.

Y lo único que logró entender fue que su padre no estaba equivocado como Mamá creía, Papá nunca renunció a sus sueños, la había llevado con él a recorrer el mundo y le había enseñado mucho más que cualquier padre ordinario. Por eso a veces se preguntaba por qué la vida se lo había arrebatado tan pronto, siendo tan joven y tan ingenua.

-¿en qué piensas? -le preguntó Leorio colocando una mano sobre el hombro de la muchacha apoyada en el sofá

-en nada-le sonrió abiertamente y se sobó los brazos por el frío que sintió de pronto en la espalda-¿no quieres ir a dormir a mi cuarto? Yo me quedaré cuidándolo

-estoy bien. Eres tú la que ha soportado más de un día despierta

Krista bostezó asintiendo.

-¿puedo hacerte una pregunta, Leorio?

-¿qué sucede?

-si no sabes qué le sucedió a Kurapika… ¿cómo sabes que debes esconderlo?

El chico de ojos castaños suspiró con tristeza.

-te dije que ante todo este chiquillo es un imbécil

Ella rió sorprendida.

-escucha, la Asociación es muy estricta con sus contratos, muy quisquillosa con cada detalle de sus cazadores más importantes. Nos tienen prácticamente de las bolas para que hagamos cada cosa que nos pidan sin ir por nuestro propio lado…-hizo un silencio frunciendo el ceño. Él también se sentía acorralado-pues bien, Kurapika acaba de romper al menos cuatro puntos de su contrato; estoy segurísimo que fue tras un objetivo personal. Todos los cazadores del círculo conocemos el itinerario del otro, y Kurapika no debía salir esta noche…está a cargo de una situación especial y dejó su lugar sin avisar a nadie. Portaba un arma de la Asociación, la utilizó…no sé si habrá cobrado la vida de alguien porque al parecer fracasó…

-entiendo, entiendo. No te estreses más-le dijo sin querer ahondar más en esos temas complejos de contratos y asesinatos de la Asociación. Le sonrió a su amigo y lo abrazó depositando un beso en su mejilla-¿te das cuenta por qué no quería que te metieras en esto? Pudiste quedarte con tu licencia, estudiar tranquilo junto a mí y volver a casa para instalar tu propia consulta gratuita. Ahora ni siquiera puedes venir a verme sin avisar.

-…son mis amigos…-se excusó como un niño pequeño y triste-¿estás enojada?

-sí. Pero no es contigo mi rabia. Este maldito mundo sería mucho mejor si no existiera gente sucia y desagradable como los cazadores, ambiciosos asesinos.

-no digas eso…yo aún no mato a nadie-sonrió haciéndola reír

-¿Qué pasará si saben que está acá?-preguntó bajando un poco la voz, temía que Kurapika pudiese oírlos

-lo más probable es que le quiten su licencia o si es que es muy buen elemento para la Asociación lo van a transferir o rebajarlo…no lo sé, son muchas opciones

-creí que lo matarían

-depende de las consecuencias que provoque lo que hizo. Si se enfrentó a otro cazador del círculo o renombrado, está perdido

-haré lo posible por mantenerlo a salvo…pero tú sabes que el que me importa aquí, eres tú. No me interesa si tus amigos tienen que morir, no voy a permitir que sigan haciéndote daño.

-Krista

Ella negó con la cabeza sin darle opción de alegar. Estaba segura en sus palabras y no cambiaría de opinión.

-debo irme, no puedo quedarme-soltó Leorio mirando con lástima a su amigo dormido en el sofá-cuídalo mucho, por favor, Krista. No es un cazador de los malos…-agregó abrazándola de nuevo-es una buena persona

-hablas como si pudiera dejarlo morir-rió

Leorio tomó su chaqueta y su bolsito de siempre dirigiéndose a la puerta. Se despidió con un fuerte abrazo y una mirada suplicante. Krista prometió llamarlo desde el otro teléfono para decirle cómo iban las cosas sobre su supuesta mascota herida. Volvió a insistirle que cuidaría bien de Kurapika y que no le dejaría salir a menos que ella lo decidiera. Luego lo dejó partir rogando a su dios que llegase sano y salvo a su apartamento.


8 de octubre

-¿dónde demonios crees que vas?

Krista lo sostuvo del brazo interponiéndose entre el chico rubio y la puerta.

Él la miró con ojos sorprendidos, como si no hubiera esperado que lo atrapase de pronto. Movió sus labios intentando articular una mísera palabra y no dejó de mirarla, confundido y expuesto. Sus pupilas grises parecían haberse atormentado por la peor de las pesadillas.

-Leorio dijo que solo te dejara ir cuando estuvieses recuperado. Y a penas te puedes las piernas-aclaró ella, lejana y seria, aunque no podía evitar el dejo de preocupación y tristeza que se esfumaba por sus palabas.

Kurapika no alcanzaba a comprender dónde estaba ni cómo había llegado hasta allí. No conocía a esa mujer que lo miraba con frialdad y lástima a la vez, que rozaba en la arrogancia al tenerlo firmemente tomado del brazo sin permitirle escapar. No recordaba en qué momento había estado con Leorio ni cómo había terminado tan debilitado que una simple mujer sin nen ni aura evidente podía deternerlo.

No pudo contestarle ni mostrarse enojado. Simplemente se dejó encaminar hacia el sofá donde se sentó intentando reconocer a la chica, no había nada en ella que le hiciera contacto con su realidad. Estaba en un apartamento ordenado, había olor a tostadas en el ambiente y el imponente sol entraba por el ventanal alumbrando la pequeña sala que se componía del sofá, una mesita de centro con libros a medio leer junto a una planta a punto de marchitarse y un pequeño comedor esquinado para dos personas. Había una única foto enmarcada y colgada en frente del sofá, y un mural repleto de horarios y apuntes de fechas en papelitos de colores.

Se quedó solo cuando la mujer se apartó hacia la cocina. Un pequeño pasillo separado de la sala de estar por una media cortina atada a un costado del umbral.

Ella no había vuelto a decir una palabra, aunque podía sentir su mirada sobre él desde la mesita de la cocina. Preparaba dos tazas de té y tostadas mirándolo de soslayo cada dos segundos. Era una mujer común y corriente, por más que buscase en ella algún rastro o potencia de nen no hallaba más que un aura desordenada y llena de preocupaciones que dejaba en evidencia sus intenciones. O quizás él estaba aún muy aturdido como para percibir sus verdaderos propósitos.

No fue capaz de moverse hasta que la vio venir hacia él acercándole la mesita de centro. Quitó de encima la planta y los libros, y dejó en ella una taza de té verde y tostadas con queso derretido.

-come. Te hará bien-le dijo volviendo a escabullirse en la cocina

Kurapika frunció el ceño. Algo no estaba bien y lo sabía. Seguramente estaba soñando o extremadamente confundido. Incluso una extraña angustia se había colado en su estómago.

¿cuándo había sido la última que alguien le sirviera desayuno en un lugar tan agradable?

Hola! He vuelto después de mucho, mucho tiempo con este nuevo fanfic y como siempre espero que les guste.

Poco a poco volveré a subir los fanfics anteriores, un poco editados (solo mejoré la redacción) para que puedan seguir o volver a leerlos.

Los echaba de menos. Besos.

Saludos desde Chile 3