La primavera había llegado con fuerza ese año. Estaban a principios de mayo y el calor ya era sofocante. Aquella mañana el cielo se había cubierto de nubes amenazando con tormenta. Era sábado y Magde se levantó tarde, como de costumbre, se vistió con un ligero vestido amarillo que tiempo atrás su padre le regaló en su cumpleaños. La profunda depresión que sufría su madre desde que Magde era una niña, hacía que siempre estuviera sola. Su padre no tenía tiempo para ella y se redimía comprándole aquellos vestidos que Magde, viviendo en el Distrito 12, no necesitaba. A sus 17 años, sabía perfectamente cuidarse sola. Se ocupaba de la casa, aunque tenía una criada que limpiaba algunos días, caía sobre ella la responsabilidad de que la casa estuviera siempre perfecta. Además se ocupaba de su madre cuando su padre estaba trabajando, tarea que despreciaba, ya que su madre no la reconocía y rara vez le mostraba cariño. Aquella mujer era una desconocida a la que alimentaba y arreglaba diariamente.
Los sábados y los domingos eran los únicos días que Magde estaba libre, su padre estaba en casa y le permitía hacer cuanto quisiera. Eran más de las doce cuando Magde bajó las escaleras, no encontró a nadie por la planta inferior así que se dirigió a la cocina a picar de la nevera. Magde no era gran comedora, pocas veces había sentido hambre, comía porque el horario lo exigía. Además su nevera siempre estaba llena para calmar su pequeño apetito. Pero era primavera y las fresas estaban en su apogeo.
Lamentablemente su amiga Katniss, que siempre le traía fresas, había sido designada como tributo. Si estaba sola en casa, ahora también lo estaba en el instituto. Pocos días iba al comedor, la falta de apetito y de compañía hacían que fuera un sufrimiento la hora de la comida. Se quedaba sentada en un banco al sol, mientras el resto de sus compañeros se afanaban en ir al comedor. Compañeros. Realmente solo eran eso, Magde no tenía más amigos que Katniss, el resto de personas solo se acercaban a ella por ser la hija del alcalde, pensando que así recibirían un trato de favor. A Magde, esto le repugnaba. Su padre, realmente no tenía casi poder, y no podría conseguir favores especiales para nadie. Ya era casi un milagro que consiguiera la morfina para su madre.
Magde tenía una vida llena de comodidades. En su casa no hacía frío en invierno ni calor en verano. Era la persona que mejor vestía del colegio, su nevera siempre estaba llena. Su padre ganaba más dinero que nadie en todo el distrito. Comparado con la mayoría de habitantes su vida era completa. Pero Magde no era feliz. Podría pensarse que tuviera brotes depresivos como su madre, pero sabía perfectamente que ella era más fuerte. Su carácter no era nada parecido. Además lo que Magde sentía no era pena sino odio. Odiaba que su madre estuviera enferma, que nunca se hubiera ocupado de ella como veía hacer al resto de madres. Odiaba que su padre, siempre pendiente de su esposa, hubiera dejado la responsabilidad del cuidado de su hija a criadas. Extrañas que solo pensaran en llagar a fin de mes, y aunque eran muy cariñosas con ella, nunca serían de su familia.
Ese sábado cuando abrió la nevera, recordó que jamás volvería a comer fresas, y por consiguiente que su amiga no volvería. Pensó en lo sola que estaría, en cómo sería su futuro, se imaginó como Haymitch. Solo en una enorme casa, rodeado de comodidades pero siempre patético, solo, borracho. Y en ese instante sintió envidia. Envidia de que él pudiera emborracharse y escapar de la realidad.
Magde cerró la nevera, se acercó al bote donde había dinero para los pequeños pagos y cogió bastante, demasiado. Muy decidida y sin bacilar en el paso se acercó a la puerta trasera, se colocó las sandalias y salió. Caminaba segura, no se percató de la poca gente que había por la calle, no saludó y no se culpó por olvidar sus modales de aquella manera. Cruzó caminando toda la ciudad y se adentró en la veta. Rara vez había ido por allí, pero no se sintió extraña, la gente le miraba, pero eso le pasaba siempre. Todos la miraban pero pocos entablaban conversación por miedo a que ella pudiera usar su poder como hija del alcalde y mandarlos matar o algo así. Esto era algo que a Magde le divertía, pues no tenía ningún tipo de privilegio especial por ser ella, es más, debía de llevar mucho cuidado con lo que hacía ya que la posición de su padre estaba en juego. Por eso lo que ahora estaba haciendo era el hecho más temerario que había realizado en su vida. Y se sentía bien.
Cruzó toda la veta y llegó al Quemador, ampliamente conocido y siempre negado por todos. Nadie sabía nada. Todo lo que allí sucedía, su simple existencia era ilegal. Magde entró decidida, era la primera vez, así que caminó lentamente buscando su objetivo. Todos se giraron al verla entrar y rápidamente escondieron muchas de sus pertenencias, sabía que la presencia de la muchacha era un peligro, que traería consecuencias y no buenas. Magde iba caminando lentamente y observó cómo la gente esquivaba su mirada. Prefería que fuera así, si ellos no decían nada ella encontró el puesto deseado. Reconoció las botellas que tantas veces había visto a Haymitch y se acercó a comprar. El vendedor no quería venderle alcohol a una chica de su edad, pero tampoco quería negarse. Magde compró tres botellas, más que suficiente para alguien que no ha bebido nunca, y pagó mucho más dinero del necesario. Comprando así, el silencio del mercader.
Eran más de la dos de la tarde cuando Magde salió del Quemador con una saca cargada de alcohol. No podía ir a su casa, tampoco le apetecía. Solo quería estar a solas, así que sin pensárselo dos veces, se dirigió a la valla que separaba el bosque. Sabía que katniss cruzaba regularmente y pensó que si katniss podía ella también. Cómo hacerlo era un secreto a voces, así que sabía cómo y por donde cruzar. Caminó por el bosque durante un tiempo hasta que encontró un bonito claro soleado. Se tiró en la hierba, se descalzó y disfrutó del sol que atravesaba entre las desafiantes nubes.
Sentada sacó una de las botellas, la miró unos instantes vacilando y le pegó un enorme trago. Fue repugnante, la garganta le ardía, y más tarde el estómago. Aquello estaba asqueroso y pensó en cómo alguien podía beber aquello. Pero enseguida dio un nuevo trago, esta vez más pequeño. Con nuevos tragos empezó a degustar el sabor, ya no le repugnaba tanto y el calor que le producía comenzó a ser adictivo. Cuando se dio cuenta ya se había bebido una de las botellas y miró las otras dos pensando que había comprando poco.
Estaba en medio del prohibido bosque, había salido y no sabía si podría regresar. Pero le daba igual, además el alcohol hacía que todo fuera menos importante, y en su estado de embriaguez sería peligroso volver. Las tremendas nubes, cada vez más oscuras, comenzaron a lanzar tremendos rayos y estruendosos relámpagos, que habrían hecho que en otras circunstancias se muriera de miedo, pero hoy, era algo magnífico. Magde sintió que nunca había estado mejor. La lluvia que comenzaba a caer empapaba su lindo vestido, refrescaba el agobiante calor que cubría el ambiente y limpiaba su mente de malos pensamientos. Estaba feliz, no pensaba en cosas importantes, solo en estúpidas y pequeñas cuestiones que no le llevaban a ningún lado.
- ¿de dónde vendrán estas nubes? ¿Qué se verá desde allí arriba?...
Con la mitad de la segunda botella ya en su estómago, su mente estaba paralizada, ya no pensaba solo observaba el bosque a su alrededor.
Disfrutaba de su momento de paz. No sabía cuánto lo necesitaba hasta que estuvo allí y lo disfrutó. Pero todo llega a su fin.
- ¿Crees que esto es divertido?
