La última noche no fue demasiado diferente a las demás. Hubo gritos, algunos golpes, otra vez el danés imponiéndose ante la ya de por sí resquebrajada voluntad del sueco y el encuentro de sus bocas condimentadas por el metálico sabor de la sangre y las lágrimas que ninguno de ellos jamás dejaría rodar frente al otro.

Él no se lo dijo en voz alta pero Dinamarca lo sabía perfectamente. Que pese a que nada parecía diferente, las cosas estaban a punto de fracturarse finalmente entre ambos y que si no hacía algo por detenerlo, seguramente se arrepentiría después.

Amarrarlo a la cama, romperle las piernas para impedirle marcharse o dejarlo en coma por algunos días fueron algunas de sus opciones. Incluso pasaron por su cabeza incontables excusas y peticiones. Millones de frases inconclusas, sosas, susurros amorosos que Berwald no se merecía -no, porque estaba pensando en largarse y ambos eran bastante conscientes de que el otro lo sabía tan bien como el primero-, y tácticas políticas y militares variopintas que lo retuvieran a su lado.

Pero no dijo nada. No mientras sus ojos verdes y oscurecidos por la ira permanecieran fijos en los suyos y su boca cerrada por la fuerza, torcida en un gesto duro y enmarcado por su mandíbula tensa se negara a abrirse y gemir, y a buscar aire y a suplicarle por más.

-Esto es lo que te gusta, ¿no?- le había preguntado, hundiéndolo todavía más contra la cama, apretándole las muñecas entre sus palmas cerradas y adentrándose con fuerza en su interior caliente entre un vaivén completamente despiadado. -Que duela, ¿no? Es lo que te gusta...

Berwald no había respondido a sus provocaciones por primera vez en mucho tiempo, y Dinamarca sonrió pese a que no se sentía triunfante, porque el hecho de que Suecia no hubiera peleado no podría augurar nada bueno, y aunque se dijera que no, que se lo imaginaba, dentro de sí la herida que el desprecio del más alto provocaba se abrió todavía más.

Estaba sonriendo cuando llegó al final y se descargó en su interior con un gemido ronco; estaba sonriendo cuando le besó el cuello, el mentón y la herida sangrante en la boca, y también sonreía cuando se reacomodó encima de él, aplastándolo bajo su propio peso, y sus manos aflojaron el agarre de las muñecas que ya habían dejado de pelear.

-En ningún otro lado lo encontrarás...- había dicho, con voz ronca y sin dejar de sonreír, y sus labios se apoyaron en la base de los hombros del mayor, acariciándole la piel con ansiedad. -...lo que te gusta... lo que solamente yo podría darte... y por eso, si te vas...

No añadió nada más y Berwald no preguntó tampoco. Los ojos del danés se cerraron en contra de su voluntad pero no se movió de su lugar, y tal vez fue aquello lo único distinto que pasó entre ellos esa noche. Eso, y que entre sueños Dinamarca creyó escucharlo diciendo algo y cómo los dedos que jamás lo habían tocado de aquél modo le recorrían la espalda desnuda con las yemas hasta posarse sobre su nuca casi afectuosamente.

-...si te vas...

Aún así, Suecia se fue. No estaba a su lado la mañana siguiente y no estaba en el resto de la casa. Finlandia se había ido también. Noruega no hizo ningún comentario al respecto cuando ambos se encontraron frente a frente y Dinamarca gruñó, gritó y rompió todo lo que se apareció en su paso, y tampoco hizo nada para evitarle salir corriendo hacia el bosque en un último intento desesperado por retener a Berwald a su lado. Por volver a golpearlo una última vez, la definitiva, para que comprendiera que no podía irse. Que le pertenecía más que nunca.

-...si te vas,- había dicho la noche anterior, y ahora, con los ojos fijos en el camino cubierto de nieve que desaparecía serpenteando entre el bosque y con los puños fuertemente cerrados, el danés no podía estar más de acuerdo con sus propias palabras. -haré que te arrepientas cada uno de los días de tu vida.

Era una promesa.