The Devil

Y, a pesar de haber nacido antes que su hermano, a pesar de haber demostrado ser más diestro en la batalla y la organización, a pesar de tomarse las cosas más en serio, a pesar de todo, su padre lo había escogido una vez más a él. Su hermano menor sería rey y no él. Su hermano menor, el que en ningún momento había demostrado algo más que bondad, buena fe y esperanza, Hun sería rey.

—¡Hermano! — dijo el futuro rey, cuando vio que Sunan salía de la habitación.

—¿Qué queréis? — masculló. Ahora debía tratarlo con un rango mayor.

—No os vayáis, por favor. Ahora pasaremos a celebrar un banquete en honor al nombramiento. No me gustaría que os lo perdierais, hermano — suplicó.

—No — se negó –. Mejor id solo vos con padre, yo tengo cosas que hacer.

Sin esperar una respuesta de su hermano menor, Sunan continuó el trayecto hacia su habitación por los luminosos, alegres y decorados pasillos del palacio real. Al quedarse a solas en su habitación, explotó.

—¡¿Por qué tiene que ser el rey?! — gritó tomando un retrato familiar enmarcado —. Yo siempre deseé ser el rey, me esforcé… Estudié y mejoré mis habilidades de batalla… Pero siempre, siempre, siempre tiene que ser él. ¡¿Por qué?! — tiró al suelo el retrato.

Miró a su alrededor. Solo había libros, armas, apuntes y toda una vida malgastada en intentar convertirse en rey. ¿Y todo para qué? Para que su hermano menor, hijo de la segunda esposa de su padre, fuese nombrado rey porque así su progenitor lo quería.

—Yo ya no pinto nada en este palacio — susurró.

Tan pronto como se dio cuenta de este hecho, comenzó a empacar sus cosas. Si se quedaba, como mucho conseguiría algún puesto de consejero. Y si tenía suficiente suerte podría heredar el reino de Hun si al morir este no tenía descendencia, pero no iba a esperar tanto. No iba a vivir en ese palacio, no bajo la vergüenza de ser el heredero al que arrebataron su trono antes de poder acercarse unos centímetros.

Al anochecer, cuando todo el palacio dormía a excepción de unos pocos soldados, huyó. Sunan caminó durante días. Sabía por las habladurías de los pueblos por los que pasaba que lo estaban buscando, preocupados de que le hubiese pasado algo, así que se apresuró en recorrer su camino y salir lo más pronto posible del reino.

—Joven — le detuvo un señor ataviado con una capa oscura, sin que pudiera distinguir sus rasgos —, os he visto recorrer con paciencia estos parajes. ¿Huis de alguien?

—Si no os importa, pretendo seguir mi camino — ignoró al anciano y continuó caminando.

Sin embargo, en cuanto levantó de nuevo la vista para mirar al frente, volvió a ver al anciano frente a él, mirándolo fijamente. Cada vez que lo pasaba, el hombre volvía a aparecer frente a él.

—¿Quién sois y qué queréis? ¡Identificaos! — Sunan tomó su espada de entre sus cosas.

—Podéis guardar esa espada. No pretendo sino ofreceros mi ayuda.

Sunan guardó la espada con recelo y escuchó.

—Sé que deseáis más que nadie el trono, fuisteis criado para obtenerlo y sois consciente de vuestras propias capacidades. Vos debéis tomar el trono, no vuestro hermano, quien no sabe sino sonreír — susurró — y yo puedo ayudaros.

—¿Cómo sabéis todo eso?

—Sé todo de vos. Llevo vigilándoos desde hace tiempo… Tenéis talento. Y si quisierais uniros a mi cometido podríais ser el gobernante no de un mísero reino, sino de cientos. De planetas… Del universo.

—Identificaos.

—Soy Evil Dusk, el Señor de la Oscuridad — Sunan frunció el ceño —. La luz, presente en personas como tu hermano — dijo, haciendo hincapié en Hun —, ha arruinado mis sueños y otra vez. Yo solo quería un poco de espacio en este basto universo para mí, algo así como lo que la Señora de la Luz tiene… Pero — su expresión pasó a ser rencorosa —, cada vez que estaba cerca de mis planes… Ella y sus malditas guardianas legendarias se interponían… Aunque siempre lo he hecho solo — y al decir esto miró a Sunan —, y a veces me gustaría tener a alguien más con quien compartir mis planes. Dos personas piensan mejor que una. Y tú tienes oscuridad suficiente en tu corazón como para ser esa persona.

—Yo…

—Antes de que digas nada. Mi plan es acabar finalmente con la luz. ¿Cómo va a ser buen rey alguien que no se ha formado como tú para ello? Solo por su sonrisa y el amor que le tiene tu padre ha conseguido arrebatarte el puesto. Eso es injusto.

—Ciertamente, pero matar a inocentes…

—Nadie ha dicho nada de matar — se sorprendió —, ¿por qué no dominarlos? No son más que meros ciudadanos sin conocimientos, no saben nada más allá de sus narices. Tú como soberano podrías enseñarles… Podríamos enseñarles. Podríamos enseñar a todo el universo. Podrías tener tu enorme reino, la inmortalidad, todo el oro y caprichos del mundo; y yo finalmente tendría la paz que tanto he estado buscando.

—Habrá enemigos. Y habrá que combatir contra ellos.

—Tú sabes de armas. Eres diestro con la espada y has estudiado lo suficiente como para dirigir una guerra.

—Yo solo no puedo — replicó.

—Ah — dijo, antes de empezar a reír —. No estarás solo. Serás el jefe de ellos.

Sunan titubeó.

—¿Quiénes son ellos?

—Personas a las que salvarás tal y como yo te he salvado a ti.

—¿Por qué habrían de seguir mis órdenes? Cualquiera de ellos podría en cualquier momento hacerse más fuerte y derrotarme.

—Tú serás el rey. Yo te daré poder. Entonces, ¿te interesa? — subió el tono de su voz, mientras contenía las ganas de reírse — ¿Seguirás vagando durante toda tu vida hasta que puedas alejarte de tu hermano lo suficiente? ¿O tomarás lo que es tuyo por derecho? Tu inmortalidad está a tan solo una respuesta, y la tienes tú.

—Sí — respondió al cabo de unos segundos —. Acepto.