Sus labios eran adictivos, Rosalie lo sabía y jugaba conmigo tomando en cuenta mi debilidad, ella.

Habíamos caído en el amplio y confortable sofá de cuero negro, mientras nuestras manos recorrían con experiencia cada centímetro de nuestros cuerpos, deleitándose ante el tacto suave, pero a la vez frío de nuestra piel. Ella se había posicionado sobre mí, al tiempo que una sonrisa aparecía en su perfecto rostro.

Me acerqué más a ella, tomándola por la cintura, levantando levemente mi cuerpo y la besé dulcemente, pero luego aquel dulce beso no tardó en tomar un ritmo apasionado y salvaje. No pude identificar el momento exacto en el que mi remera posaba en la alfombra, junto con sus zapatos de taco. Rosalie estaba tomando el control y eso no era algo de mi agrado.

La oí reírse cuando sus labios depositaban pequeños besos por mi cuello.

– Vístete y ponte algo cómodo, será un largo día hoy –me susurró sensualmente y se separó de mí. Estaba volviéndose loca si pensaba en dejarme así–

– ¿Qué sucede? –Cuestioné algo confundido, sentándome en el sofá–

Entonces, el timbre sonó y una vocecilla que podría haber reconocido incluso con auriculares llamó a la puerta.

– Eso sucede. –me respondió Rose sonriendo– Hoy es sábado, día de Renesmee, amor.

Lo había olvidado completamente, había olvidado en qué fecha estábamos. Cada sábado, Renesmee pasaba el día con nosotros, y eso era algo que alegraba a Rosalie, por lo que también me alegraba aún más tener de visitas a Nessie. Ver feliz a Rose, era mi propia felicidad y eso era lo que me bastaba, su sonrisa sincera y sus ojos destellantes.

Mi esposa salió al encuentro de la niña, y luego de colocarme la remera, las seguí. Tenía el presentimiento de que iba a ser un gran día, sobretodo porque luego de que Nessie se marchara, Rose tendría que continuar con lo que habíamos dejado pendiente sobre el sofá negro.