Capitulo 1: Una razón para seguir
Ahí estaba él, de pie y sin moverse, inmerso en su propia realidad que, aunque más parecida a un vacío que a cualquier otra cosa, lo llenaba paz. En un lugar en el que no había nada más que él mismo y una espesa negrura a donde quiera que mirara, el cerro sus ojos, pues no los necesitaba, no había nada que ver pero, donde los ojos salían sobrando, su sentir no le era suficiente. Un cumulo de sentires, usando las mascaras de la tranquilidad y la paz, recorrían su cuerpo de manera sutil y constante, trazando su camino desde los pies hasta las puntas de su alborotado y castaño cabello. Sentía como si la vida misma fluyera libremente a través de su ser.
Sin saber para qué, lentamente abrió sus ojos, los cuales relucían con el mismo color que su cabello, y alcanzó a ver un leve destello que, a lo lejos, se asomaba tímidamente de entre la oscuridad, como una pequeña estrella solitaria atrapada en el fondo de la noche. Pese a ser tenue y delicada, emanaba una calidez, para él, reconfortante desde la distancia, lo envolvió y atrapó en una sensación tan intensa, tanto en alegría como en tristeza, que fue capaz de robarle una lagrima desde lo más profundo de su alma. Por un lado, sentirla, lo hacía feliz, por otro, poder sentirla lo hacía sollozar -Eres... -logro decir susurrante, antes de que su vista comenzara a nublarse por la salada humedad de sus ojos.
Desesperado, extendió una mano intentando alcanzarla sin importarle lo lejos que la luz estuviera. Tambaleante por la lluvia de sentires que había atravesado y aún con su mano extendida, dio algunos pasos hacía la luz pero, por más pasos que daba, el se quedaba en el mismo punto, sin avanzar en lo absoluto, lo que solo lo hacía caer en desesperación.
Escuchó un susurro detrás de él pero, no le importaba nada que no fuera esa luz, el susurro se escuchó de nuevo, un poco más fuerte pero, seguía siendo demasiado débil para distinguirlo y este se volvió a escuchar una tercer vez, ahora con la suficiente fuerza para distinguir en él a una voz varonil y lograr arrojar al viento el nombre que guardaba. –¿Seiya? –fue lo que el susurro ocultaba en un tono grave y con un rastro de preocupación.
La inútil caminata de Seiya fue finalmente interrumpida por un cuarto intento de parte de la misma voz, solo que ahora mucho más enérgica y decidida. Ahora quieto, Seiya, aún con su mano extendida, cerro sus ojos nuevamente, para abrirlos, en seguida, con un dejo de sorpresa en su mirada y al hacerlo, el ya no veía más oscuridad. Volteando hacia todos lados, de nuevo, veía la sencilla habitación de paredes blancas, con pequeños muebles de madera juntos a las mismas, su cama, que se mantenía tan arreglada como cuando acababa de entrar a la habitación, y frente a él, una ventana completamente abierta que, desde el segundo piso, tenía una vista perfecta de la ciudad que dormía bajo el abrigo de la noche y de un hermoso cielo estrellado.
A sus espaldas, Seiya escuchó de nuevo su nombre proveniente de la puerta de su habitación, mismo lugar de donde surgió un suspiro así como las siguientes palabras de esa misma persona. –Por un momento, pensé que te arrojarías por la ventana. -dijo con un evidente alivio en la voz.
Seiya, escuchándolo, notó que su mano aun se extendía hacía fuera de la ventana y suspiro al entender la relación. –¿Nunca has visto una estrella tan brillante que te vuelve imposible contener el impulso de querer tomarla entre tus manos? -preguntó Seiya contemplando el horizonte y con un tono burlón y acompañado de una leve carcajada, esto, con la intención de alejar a ambos de un tema que ni el mismo era capaz de comprender del todo. –Despreocúpate, As, vuelve a dormir, que ya solo quedan pocas horas antes de que tengamos que irnos.
Desde la abertura de la puerta, un rostro, de tez clara y coronado por cabellos rojizos y rizados, que apenas llegaban a la mitad de su frente, asentía al tiempo que sus ojos azules observaban muy pendientes la quietud del cuerpo ante él, esperando, ya fuese una frase, una acción o, tan solo, el más leve cambio en el ambiente. Ni siquiera él mismo sabía que era lo que esperaba, solo se mantenía así, esperando, con su mirada clavada en Seiya, como si, con ella, quisiera obligarlo a hacer eso que él esperaba.
Seiya, que podía sentir el peso de la mirada de As sobre su espalda, pensaba en algo que decir, buscando ideas en la vista que la ventana le proporcionaba, algo que le evitara tratar de explicar eso que ni el mismo entendía, algo que hiciera que, As, dejara de pensar en lo que vio pero, sin dejarlo a él como un loco, o al menos eso era de lo que Seiya intentaba convencerse a sí mismo en su silencio, como ya otras veces lo había hecho. Muy en el fondo, Seiya conocía la verdadera razón del por qué, una vez más, le escondería algo a una persona con quien compartía recuerdos desde su infancia y es qué, muy dentro, él aún no podía confiar en As tanto como él quería, como ahora, siempre hubo un impulso que lo detenía justo antes de decirle algo importante y esto lo incomodaba y entristecía sobre todo cada vez que recordaba sus días compartidos en el orfanato, cuando eran niños pero, había vuelto a decidir hacerle caso a ese impulso.
-Bueno, será mejor dormir, hay que aprovechar que está vez contamos con camas. –dijo Seiya en un tono somnoliento, como si no hubiera pasado nada o ,al menos, no le importara, sacudiendo su cabello con su mano mientras se giraba para darle a As una sonrisa burlona y forzada, luego, tras un bostezo, caminó hacia su cama para dormir, no sin antes pedirle a As, con el mismo tono somnoliento, que hiciera lo mismo y cerrara la puerta cuando se fuera.
-Seiya, realmente, hiciste que me preocupara por un momento –dijo As entre susurros, tan bajos, que solo él logro escuchar, y esbozando una sonrisa a ojos cerrados, cerró la puerta para luego caminar por el pasillo hasta dar con una ventana cerrada al final de este, donde se detuvo y contemplo la luna durante unos instantes. –Seiya, aunque quiero, ya no soy capaz de dudarlo más. –dijo, mientras que admiraba la belleza y esplendor, del ojo marfil que prestaba su belleza al firmamento. Absorto en ella, parecía intentar hablarle con los ojos, la miraba como si se tratara de algo más que solo un adorno colgado en lo alto. –Supongo que fui el único que llego a hacerlo. ¿Cierto?
Bajo el mismo fulgor plateado que mantenía cautiva la atención de As, lejos de ahí, las paredes y columnas de un enorme santuario eran delicadamente iluminadas. Formado por cinco templos que en conjunto hacían alusión a una forma de cruz, siendo el templo del centro en el más grande así como el que estaba al frente el más alargado y el que se encontraba en la parte posterior el más pequeño, mientras que los templos a los lados eran del mismo tamaño.
El enorme y espeso bosque que lo rodeaba, hogar de una majestuosa cantidad y diversidad de flora y fauna, llenándolo de vida, así como la luna que, abrumadoramente cerca, llenaba los muros de mármol de elegancia, dotando de una tenue, delicada y casi celestial luz que cubría cada rincón, iluminando tanto como si se tratase del amanecer de un día nublado, ambos cargaban el ambiente con una esencia y una vista tan bellas que rozaban la divinidad.
La luz de la luna se escabullía hacía dentro de los templos a través de los hermosos vitrales que los adornaban y en los cuales se representaban diversas escenas con la luna misma como protagonistas. También, tragaluces en cantidades decentes, tomando en cuenta el tamaño relativamente grande de los templos, permitían una iluminación agradable y fue precisamente a través de uno de estos que un rayo de luna se adentro en las intimidades del templo central, donde un joven de armadura carmesí, dormía recostado sobre una de las incontables columnas que sostenían el templo.
Como si esa fuera su intención, el haz lunar se llego hasta la pálida piel de su rostro, que era cubierto por algunos de sus cabellos de esmeralda, donde comenzó danzar, hasta que, con su caricia, finalmente pudo despertarlo. Sus ojos aqua se abrieron y al sonar de las cadenas que colgaban de sus brazos, comenzó a levantarse, más por reflejo que por voluntad propia, pues el resto de su conciencia perecía aun fuera de él, ocupada en otras cosas.
Caminaba sin saber a dónde iba pero, ni siquiera por eso reaccionaba y a través del opacado destello de sus ojos entreabiertos se podía ver todo, menos conciencia. Su mente aun estaba ocupada, intentado darle sentido a sus últimos recuerdos, poniendo en orden el momento en el que, tras luchar hombro con hombro al lado de su hermano, cayo rendido al agua, donde flotó tranquilamente por momentos pero, lo que no podía asimilar, era aquella intensa luz, una luz que a pesar de ser tan brillante, terminaba volviendo todo oscuro. La desesperación comenzó a abrazarlo cuando, por más que lo intentaba, no podía recordar lo que sucedió después de ver la luz, aquella le impidió llegar a su destino, allá donde se encontraría con ellos.
-Ellos. ¿Quiénes eran ellos? –se pregunto así mismo, dándose cuenta que la respuesta que buscaba no estaba después, sino antes de su ultimo recuerdo, llegando así, a los dos cosmos que necesitaba alcanzar. –Aténa! ¡Seiya! –exclamó con sobresalto, mismo que hizo que sus ojos se abrieran por completo y que le devolvió el brillo a su ojos, junto con la totalidad de su conciencia. Lleno de consternación por no saber lo que le sucedió a esas personas su primer impulso es correr a donde estén y entonces logra razonar el hecho de que é ya no se encuentra en las ruinas del templo de Aténa y que ya ni siquiera es capaz de sentir el cosmo de, al menos, uno de ellos. –Aténa, Seiya. –Dijo de nuevo, ahora con susurros acompañados por la salinidad de sus ojos recorriendo sus mejillas y con el único consuelo del frio y luminiscente abrigo de la luna, cubriendo su pena. Y en medio de esa pena, logró escuchar leve sonido, parecido al de una pequeña campana.
-Esos nombres que de tu boca han salido, será mejor que los guardes en tu corazón, de lo contrario sus dueños caerán en el olvido, Shun de Andrómeda. –dijo una voz a sus espaldas, en un tono serio, como queriendo asegurase de que su palabras fueran tomadas en serio y que fue capaz de cortar las lagrimas de Shun.
Shun, sintió un cosmo sereno, pero impresionante y se giró para encarar a su dueño, quien le hablaba, al hacerlo, notó a un joven que aparentaba una edad similar a la suya, de cabello rojizo, su piel aunque clara, estaba algo bronceada, sus ojos, azules como el cielo, eran enmarcados por un antifaz de plata y, sobretodo, notó que iba vistiendo una armadura del mismo color que sus ojos y con detalles en plata, como su hombrera derecha que parecía el ala de un ángel.
Shun quiso reaccionar, obligar al sujeto que tenía en frente a contarle lo que había sucedido pero, en ningún momento pudo sentir que sus cadenas reaccionar hostilmente, fuera quien fuera él, no estaba ahí como su enemigo así que quiso hablarle pero, el habló primero. –Mi nombre es Icaro, acompañame, hay alguien con quien debes de hablar.
Icaro pasó a un lado de Shun y con un paso firme se dirigió hacia la salida del templo que conectaba el templo central con el templo posterior. Shun, por su parte se mantuvo estático, la incertidumbre no lo dejaba moverse e Icaro se percato de ello. –Como estabas inconsciente, los demás se te adelantaron y ya se han ido de este lugar, eres el único que queda de los cuatro, si no quieres retrasar más esto, te sugiero que empieces a caminar. –dijo Icaro para sacar a Shun de su momentáneo letargo, y funciono pues ahora Shun lo seguía de cerca.
Saliendo del templo central, caminaron por un sendero rodeado por maleza y flores, Shun no paraba de contemplar la belleza del lugar en el que estaba, llegó al punto de compararlo con los campos elíseos y mientras caminaban, usando el ruido de fondo de la campanilla que Icaro tenpia sujeta a su muñeca, la mente de Shun imaginaba el tipo de persona con quien hablaría, así como a donde se habían ido todos, suponía que habría regresado al templo de Atena pero, algo, le decía que las cosas, no habían resultado tan simples.
Finalmente Icaro y Shun llegaron al templo posterior, el más pequeño de los cinco, cuya entrada era precedida por escalones que recubrían la pequeña colina sobra la que estaba postrado el templo y al entrar con solamente un salón, que al igual que los otros templos, estaba decorado con vitrales en sus paredes, y tragaluces en el techo, las únicas diferencias además de su tamaño, era que la parte central del suelo estaba cubierto con un alfombra de terciopelo de color plata así con algún detalles azules y que siguiendo la misma y llegando al fondo del salón, se encontraba un trono hecho de madera con cubiertas de terciopelo plateadas y en la parte superior, sobre una base, reposaba un arco de relativamente gran tamaño que parecía hecho de plata. Icaro se acerco al trono, ante el cual se arrodillo en señal de respeto, Shun, nervioso, se acerco después y se mantuvo de pie.
La luna parecía brillar con mayor intensidad, atravesando los vitrales con su luz, como si no hubiera nada que la obstruyera e iluminando con más fuerza el interior del templo. Shun estaba agobiado por no saber qué hacer o qué esperar, miró a Icaro y vio como este, a ver el efecto de la luz, bajó la cabeza y un cosmo comenzó a inundar la habitación, un cosmo del tipo que solo había sido capaz de sentir un contado número de veces, algunas brindándole calor, y otras, terror, un cosmo que llevaba la esencia de lo divino.
Segundos más tarde, como salida del viento, una hermosa mujer de cabellera larga y dorada, con una piel blanca como la nieve y ojos tan dorados y brillantes como su cabello, aparecía tras el trono de madera y al acercarse a ellos, su elegante vestido blanco se meneaba con el viento como si fuese uno con él, haciéndole parecer como si fuera aún más largo de lo que ya era. Ver su figura era ver la elegancia pura, así como sentir su cosmo era sentir la más pura dignidad, en definitiva, Shun estaba convencido que tenía enfrente a una diosa.
-Artemisa, aquí está el último de los cuatro caballeros de Atena, Shun de Andrómeda. –dijo Icaro, quien aun se mantenía arrodillado. Shun, al oírlo, suposó que Icaro se había equivocado, pues ellos siempre habían sido cinco y no cuatro pero, recordó las palabras que la había dicho Icaro momentos antes. "Esos nombres que de tu boca han salido, será mejor que los guardes en tu corazón, de lo contrario sus dueños caerán en el olvido, Shun de Andrómeda." Tras recordarlo, Shun ya entendía lo que había sucedido pero, el se negaba a creerlo, así que le pido, o mejor dicho, suplico a Artemisa por una respuesta concreta.
Artiemisa, dudosa, miro por un momento a Icaro, preguntándole algo con los ojos, y este le respondió de la misma manera y después se dirigió a el caballero de Andrómeda. Shun escucho de la voz de la diosa de la luna, como es que una batalla entre Icaro y Seiya, se convirtió en un intento de suicidio, tal como Artemisa lo llamó, cuando Seiya levanto su puño contra Apolo, el dios del sol y como, tras esa insolencia, Apolo decidió acabar con todo, destruyendo por completo el santuario de Atena y todo en su interior, para que ese hecho no volviera a repetirse.
Shun supuso que esa debió haber sido la luz que vio antes de que todo se tornara oscuro y comenzó a preguntarse cuál era la razón del por qué sigue vivo, así como los otros, según comentó el mismo Icaro. –Y la única razón por la cual, tu y los que entraron al santuario de Atena junto contigo, siguen vivos, es porqué Artemisa así lo deseó, fue su voluntad, la que los salvó. –Comentó Icaro. –En el último momento, ella los sacó del santuario y los trajo aquí, al santuario de la luna pero, tú habías estado inconsciente desde entonces.
Artemisa, sabía que el corazón de Shun aun guardaba la pregunta más grande así que se decidió a contestársela aunque esté no se la hubiera preguntado aún, diciéndole que nadie, ni siquiera ella tenía idea de que fue lo que sucedió con Atena o con el caballero de Pegaso, pero, dado que el poder de Apolo, el cual fue capaz de convertir el santuario de Atena, en arena, no estaba dirigido propiamente al santuario, sino a ellos dos, era bastante viable decir que ambos habían muertos, aunque el único que podía decir lo que pasó en realidad, era el mismo Apolo. –Lo siento mucho, Andromeda pero, esta será una guerra que tendrán que luchar sin su diosa que los guíe y, sin el caballero, que hasta ahora, de entre ustedes ha sido el único capaz de derrotar a un dios. –dijo Artemisa, en un tono frio, importándole poco la manera en la Shun lo tomara.
Shun cayó de rodillas al suelo, y estrechos ríos salados emergieron nuevamente de sus ojos, la sensación que tuvo cuando despertó había regresado, pero esta vez no era una simple preocupación o presentimiento, esta vez era una realidad, él no había sido capaz de llegar hasta donde estaban Seiya y Atena luchando contra Apolo y ahora ambos estaban muertos.
Artemisa, continuaba hablando, pero el sufrir de Shun le impedía escuchar algo no fuera su propio llanto, hasta que, como un eco resonando dentro de su alma, escucho un pequeño fragmento de las palabras de Artemisa diciendo "nueva guerra." Tras escucharlo, las lágrimas de Shun se detuvieron y sus ojos aqua, aun nublados, se fijaron en el bello y delicado rostro de la diosa ante él. Quiso mirarla con enfado, pero lo único que lograba enviarle con la mirada, era angustia.
La desesperación volvió, finalmente, su víctima al caballero de Andrómeda, y aunque no se atrevió a llegar hasta la diosa de la luna, se hazlo de golpe y entre sollozos se acerco tambaleante hasta ella, sus lagrimas se abrían paso de nuevo, por el camino que ya conocían bien y con voz quebrada le reclamo, le exigió que explicara a que se refería con las palabras "nueva guerra."
La divina mujer comprendió la reacción del joven caballero. –Espero que no pensaras que la cólera de Abel terminaría de una forma tan sencilla. –comento con sarcasmo y frialdad, la encarnación de la luna, para luego continuar. –Si bien es cierto que el mismo canceló el juicio divino al que se había condenado a la tierra, el no lo dejara así y ni siquiera yo estoy consciente de sus fines o motivos.
Cerrando sus dorados ojos y suspirando, Artemisa volvió a repetir lo que ya había dicho, remarcando sus palabras referentes a su actual situación en la que carecían de una diosa y un líder que los guiara en medio de una guerra recién desatada. El caballero de Andrómeda usando la negación para no terminar hundido, finalmente es vencido, cayendo nuevamente de rodillas rindiéndose ante la histeria y ahí, arrodillado en el suelo, perdió toda esperanza, exclamando, tan fuerte como su pena se lo permitía, la falta de sentido y motivo que tenia seguir luchando sin Atena, sin la razón que ella les representaba, sin el único motivo que les inspiraba la disposición a morir en batalla, lo único que justificaba las cicatrices en su piel.
Artemisa perecía decepcionada ante la escena que contemplaba comazado, incluso, a dudar si había hecho lo correcto al salvarlos de la cólera de Apolo. La diosa de la luna, suspiro nuevamente y, acto seguido, volvió a mirar a Icaro, quien se mantenía arrodillado, iniciando por segunda vez, una plática interpretada solo por los tonos de azul y oro de sus ojos. Al final, Icaro, asintió con la cabeza, se irguió y camino firme aunque con calma, hasta el caballero de Andrómeda, esté al tenerlo junto a él, alzo su mirada para cruzarla con el guerrero de Artemisa pero, lo que encontró fue el puño del mismo, viajando hacía su rostro, lugar donde impactó, cuyo impulso causó que Shun rodara un poco por el suelo, sacándolo del espacio alfombrado y quedando tendido, mirando el techo, sobre el suelo.
Antes de que, Adrómeda, lograra siquiera moverse, una jabalina dorada se incrusta en el suelo, a escasos centímetros de su cara, haciéndole reaccionar. –Shun. ¡Eres una desgracia a tu título de caballero! –exclamó con, Icaro, agresividad, quien de nuevo, estaba al lado de Shun. –Si realmente piensas de esa forma, será mejor que ahora mismo ponga fin a tu existencia, junto con la de los problemas, que seguramente les causaras a tus compañeros, que aún ahora, se yerguen firmes ante el poder de Apolo.
Shun no sabía que responderle al hombre que amenazaba su vida, al tiempo que cuestionaba su honor. –Andrómeda. ¿Tan fácil te hez olvidarte de lo que significaba Atena? –Interrumpió la diosa. –Puede que ahora, se encuentren más solos que nunca, ante el enemigo más temible que han enfrentado pero, aun así cuentan con todo lo que han necesitado en batallas anteriores para salir airosos, una causa, y lo más importante, que siguen vivos.
En el suelo, Shun cerraba los ojos intentando asimilar las palabras de Artémisa y de Icaro, dándoles vueltas en su mente hasta llegar a algún punto donde él pudiera darles significado, hasta que poco a poco, estas fueron tomando forma y sentido, se dio cuenta, que el aun con una diosa enfrente, nunca lucho, por los intereses o caprichos de ella, sino que las cicatrices en la su piel, su armadura y su alma, son el resultado de una lucha constante por su propio deseo de justicia, paz y amor sobre la tierra. Tal vez Atena, su diosa, ya no esté a su lado, pero la causa que ambos compartían, misma que compartía con el resto de los sagrados caballeros de Atena, aun, seguía viva en él, eso era por lo había luchado y por lo que, en respeto, honor y memoria de su amada diosa, seguirá luchando hasta el día en el que su cosmo se reuniera con con el de ella. Por un momento, Shun se sintió culpable al arrojar, tan fácilmente, al viento, todo lo que Atena significa para él y eso le hizo darse cuenta de lo que había tras las palabras de Icaro. Con qué derecho, él se atrevía a llevar la armadura de Andrómeda y llamarse caballero de Atena si era capaz de olvidar, de un momento a otro, aquello por lo que Atena y sus caballeros, siempre han estado dispuestos a dar la vida.
De manera intensa, el cosmo del caballero de Andrómeda comenzó a emanar, deshaciendo la jabalina de oro que estaba a su lado, Shun abrió los ojos y aunque un guardaban secuela de su llanto, por primera vez desde que despertó en el santuario de la luna, ya no tenía rastro alguno de duda, y comenzó a levantarse. Icaro, solo esbozó una sonrisa y se separo del lado de Shun quien avanzaba, ahora con paso firme, para detenerse justo enfrente de Artemisa, misma que mantenía un semblante indiferente, casi como si la respuesta del caballero de Andrómeda no la hubiese terminado de convencer pero, dentro de ella pensaba, que al menos, eso era mejor qué nada.
-Gracias. –dijo Shun, con una voz calmada. –Gracias por recordarme aquello que olvide, ahora será mejor que me vaya pues, como usted dijo, ahora estamos más solos que nunca, y es por eso, que debemos estar más unidos que nunca. Artemisa asintió como respuesta para luego recibir una pregunta más de Shun. –Solo dagame, usted que es Artemisa, diosa de la luna y también, quien envío a sus ángeles por nuestra cabeza. ¿Por qué nos salvo de la muerte, si eso era lo que usted nos deseaba desde un principio?
Tras momentos de ver directamente a los ojos de Shun en silencio, los destellos dorados de la diosa se cerraron, le dio la espalda al caballero para dirigirse a su trono, llego a él y se apoyo en su respaldo. –Considera esto, un juego entre mi hermano y yo. –dijo seriamente y sin voltear, aunque, aún así, podía sentir el descontento e indignación del caballero, a través de su cosmo, prueba de que no le agradaba ser solo un juguete en las manos de un dios.
–Ten en cuenta, que es gracias a este juego que tu y los tuyos han recibido la oportunidad que necesitaban para intentar hacer algo. –dijo de nuevo la diosa aunque, ahora, con un tono más dulce mismo con el que continuó y sin voltear aun. –Ahora ve, Shun de Andrómeda, ve a tomar tu lugar en esta nueva guerra y asegúrate de buscar tu ideal desde el primer momento, porque, temo decirte, no tardaras mucho en recibir tu muerte a manos de Apolo.
Shun no dijo nada, le preocupa no conocer a fondo los motivos de Artemisa, pero de momento no podía hacer nada al respecto, solo concentrarse en que esos motivos le permitieron conservar la vida a él y a sus compañeros, y que sus cadenas se mantuvieron tranquilas en todo momento, aun cuando Icaro lo amenazo con matarlo. Por ahora lo único que debía preocuparle al caballero de Andrómeda era encontrar a los suyos y, tal como Artemisa dijo, tomar su lugar en esta batalla, con el fin de mantener en alto los ideales de Atena, así que solo asintió con la cabeza y se despidió solo con su mirada, de la diosa y su ángel, para luego dar media vuelta y salir del templo.
Cuando el caballero de armadura carmesí ya se había marchado, Icaro se acerco a su diosa, que se encontraba sentada en su trono y le preguntó – ¿Está segura que esta es la mejor forma de hacerlo.
–Así es. –respondió Artemisa. –Entre más solo estén y se sientan, más rápido obtendré lo que quiero, y si eso me satisface, tal vez, les ayude de nuevo. Icaro, ve ahora pero recuerda, nuestra causa exige la perfección en nuestros actos, no te equivoques. –dijo con liderazgo, pero aun sí había un dejo de ternura en las palabras que le dirigió a su ángel.
Tras escucharla, Icaro se arrodillo ante ella, colocando su puño derecho en su pecho, acción con la cual se emitió el sonido de una campanilla. Artemisa se percato del sonido y observo la pequeña campana atada a la muñeca derecha de su ángel. –Parece que, al menos, tu ya lo estas entendiendo. –dijo ella mientras una sonrisa adornaba su rostro, para luego desvanecerse en el viento, fundiéndose con él, de la misma forma en la que había llegado al principio, la luz de la luna disminuyo, oscureciendo el sitio, donde, él joven de cabello carmín, se mantuvo inmóvil por algunos momentos más.
El sol de la mañana ya se posaba en el cielo, y bajo el, los niños de un pequeño orfanato jugaban fut bol, custodiados por la mirada vigilante de un par de las monjas que se encargaban del orfanato. Los niños gritaban y reían a los compas de la diversión que les daba su juego, mientras que las monjas, envueltas en sus hábitos de colores negros y blancos, sonreía al ver que aun en su situación los niños eran capaces de reír a carcajadas y también de cómo un joven de cabello castaño, compartía con los niños en medio del patio, aumentando su alegría mientras, llenando de tierra su pantalón de mezclilla, y la playera roja arremangada que estaba vistiendo y divirtiéndose tanto o incluso más que los mismos niños, parecía uno más de ellos.
-¡Seiya, ya esa hora de irnos! –Exclamo una voz proveniente desde detrás de las monjas , de un joven de cabello carmesí y ojos de un azul profundo, y vestido de la misma manera que su amigo, solo que con una playera blanca, junto a ellas, también observaba el juego con una sonrisa, una voz fácilmente reconocible, para ese joven de cabello castaño. –¡De acuerdo, entonces que así sea, As! –Le contesto Seiya a su amigo, lo que causo el descontento de algunos niños que aun querían seguir jugando.
Seiya, cargando un morral blanco al hombro, se disculpo con los pequeños por dejar el juego a la mitad y también aprovecho para despedirse, misma cosa que, As, hacía a la par con las monjas, agradeciéndoles por permitirles pasar la noche en ese lugar. Finalmente ambos salieron de por las puertas del orfanato, dejando atrás la voces de los niños que se despedían principalmente de Seiya.
Caminando a la par por la calle, con el tráfico de la ciudad como ruido de fondo, As mira en el rostro de Seiya y ve un semblante lleno de firme convicción, como el que tiene un hombre al empezar un nuevo y emocionante viaje, lo que lo extrañó pues, han pasando años desde que, él, se embarco en este viaje en el que ahora lo acompañaba.
-He de reconocer que te admiro, Seiya. –comento de la nada el joven de cabello rojizo, sorprendiendo al propio Seiya con su comentario y al ver que el no contestaba, prosiguió. –Despues de tanto tiempo y tantas cosas, aun guardas la esperanza de encontrar a tu hermana, y cada que un dia más, pasa, en vez de perder esa esperanza, te despiertas con la convicción y la fe de que ese día la encontraras a la vuelta de la siguiente esquina, por esa convicción y esa esperanza es que te admiro.
-Sigo vivo. ¿No es así? –Preguntó Seiya, sumido en serenidad, -Vida y una causa que seguir, es todo lo que necesito para despertar cada día con ganas de seguir adelante. –As que sin habla por las palabras que le acababa de decir Seiya, y con curiosidad y un casi imperceptible dejo de preocupación, le pregunto donde fue que él lo escucho pero, por más que Seiya, busco en su memoria, no fue capaz de recordar el momento exacto en que aprendió esas palabras. –No lo sé, supongo que es algo que siempre he pensado. –dijo finalmente con un rostro serio y dejando inmerso en sus propias ideas a As.
-Sí, supongo que en el fondo, un hombre no es nada, sin una causa que seguir. –Pensó As, mientras él y Seiya, continuaban su camino.
CONTINUARA……
He aquí la primera parte de la primera obra que realizo para ustedes, espero que sea de su agrado, gracias por leer y estaré esperando sus reviews.
Se cuidan gente.
