Se pone a tocar un día. No cual no es extraño; Klavier pasa tanto tiempo con sus guitarras en brazos como tiempo pasa con informes en mano. Su oficina, con ambas cosas a su disposición, sólo facilita el intercambio.

Así que toca. Pasado un rato cae en una tonada que recuerda haber escuchado en la radio una vez, hace tiempo. Es vieja, y nada como lo que normalmente favorecería, pero agradable de escuchar, de sacar. Está tan concentrado tratando de hilar las notas sueltas que no se le han escapado que no es hasta que la detective se aclara la garganta que cae en cuenta de haber estado siendo observando.

(No pregunta por cuanto. Sólo repara en la inusual tranquilidad en el rostro de la mujer, en cómo esta vez opta por no azotar el reporte en su mesa. Son pequeños, insignificantes cambios.

Pero igual los toma, igual los guarda todos)