-¿Necesita un aventón?-. Son las tres de la mañana. La detective le sonríe, reclinada contra su auto, un humeante vaso de cartón en cada mano. Con las últimas luces del local apagándose a su espalda, le sonríe de vuelta. Sabe que ella sabe que él sabe que puede verlo de todas formas, pero por hoy, pasa sus mañas.
- Estas no son horas para que una señorita esté en las calles-. Entorna los ojos, pero deja que se acomode a su lado, contra el vehículo, una mano aceptando el café, la otra dándole un apretoncito a su hombro.
Reclamaría, pero su calor y cercanía son una atención tan rara estos días.
- Ni para encontrar a un señor respetable fuera de su cama-. Ríe.
-¿Respetable?-. Y ríe un poco más, incluso con su codo en las costillas. -Quizás no sea tan respetable después de todo, detective-. Parte de ella aún no se acostumbra a este Phoenix Wright, a la sonrisa y a los ojos.
- Bueno, en ese caso, quizás no sea una señorita-. A la risa que le brota a veces, las expresiones. Ha pasado tanto tiempo lejos de casa, lejos de esas cosas que su memoria posee aún intactas. Ni siquiera está segura de estar acostumbrada (o acostumbrarse jamás) a esta persona en la que se ha convertido, si ha de ser franca.
- Supongo-. Pero esta fuerza en su abrazo ha sido siempre suya, y no ha cambiado. El calor y la seguridad y la diminuta pausa son los mismos. - Que puedo arreglármelas para ser respetable de vez en cuando-.
Ríe, y la familiaridad de todo la asalta, feliz.
(Ah, estar en casa)
