Lying.

I

La mañana en la que toda su vida se arruinó, el sol salió en todo su esplendor. Se había levantado y desperezado con la mayor motivación que podía. Ese día, planeaba ir de compras y comer helado, con todos sus amigos. Seguramente, volvería borracho a casa y al día siguiente sería un martirio ponerse de pie.

Esto era un domingo común y corriente para él, ya que tenía la suerte de llevar ese estilo de vida, donde todo era lujo, derrochamiento de dinero y caprichos cumplidos y por cumplir. Ni siquiera debía preocuparse por la universidad, pues, gracias a los contactos de su padre, iba a graduarse sin necesidad de aprobar la más mínima de las materias.

Agradecía haber nacido en esa cuna de oro, pues creía saber cómo era la vida para aquellos no tan afortunados. Solo una vez se le ocurrió ir más allá de la zona alta de la ciudad de Beijing, y fue para acompañar a su amigo Kim Joonmyeon a comprar una constitución en mandarín. Él no lograba entender a Joonmyeon que también era un chico afortunado, pero que se dedicó a ser abogado y empezar su propia fortuna desde cero, como había dicho.

Al ver a las personas con ropa raída y desgastada, se horrorizó; a él no le gustaba tener que llevar dos veces la misma ropa, y rara vez lo hacía. Pero eso no fue lo peor, si no la cantidad de jóvenes, de su edad y menores que él, entrar y salir de las librerías cargando un mínimo de diez de libros.

Pensar que no él no tenía la necesidad de abrir a menos que fuera por mero placer. Desde ese día agradeció por nacer en una familia muy adinerada, pero eso no implicaba que dejase de gastar grandes cantidades de dinero; pues creía fervientemente que su padre, como presidente de un banco, jamás tendría que atenerse a la austeridad.

Al levantarse de la cama, notó que lo dolía un poco la cabeza y sonrió secamente. Tal vez no había sido la mejor idea irse todo el día de ayer a las gigantescas fiestas que hacían en casa de cualquier desconocido. La habitación daba unas pocas vueltas y sintió deseos de volver a la cama y morirse allí, pero su estómago rugió, rogándole por alimento.

Se sostuvo el abdomen con una mano y comenzó a caminar en dirección del comedor, para pedir un desayuno decente a cualquiera de las criadas de la casa. Aunque a él no le gustasen las criadas, su padre decía que eran necesarias; para él era mejor el tiempo en el que una sola mujer entraba y salía de la cocina como le apetecía.

Entró al comedor y se sentó en una silla frente a la mesa, donde puso su cabeza y bostezó. Una de las sirvientas se acercó a él, preguntándole que necesitaba; pidió un desayuno, de esos que le daban energía, y la mujer se fue sin decir otra palabra.

Otra pasó frente suyo, dedicándole una reverencia y llevando una taza de té a la habitación contigua que él conocía como el despacho de su padre. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Nunca le había gustado ese lugar, las pocas veces que había estado en él. Siempre le había producido cierta repulsión, como su mismo progenitor.

La primera vez que entró, no tenía más de nueve años, y estaba a punto de hacerse en los pantalones cuando, personalmente, fue a por él. Lo que le dijo, le destruyó el alma en pedazos. Dejaría a su madre, la mujer que lo crió y le dio la vida, por una mucho más joven que, incluso, podía llegar a ser su hermana mayor.

Sin embargo, él no podía hacer nada en contra de la voluntad de su padre y, a cambio, éste le permitía hacer cualquier estupidez. Ese día, comenzó a sentir odio contra su progenitor, pero se quedó callado, sabiendo que era lo mejor.

La segunda vez que lo visitó fue nueve años después, con dieciocho años bien ganados y una carrera estudiantil turbulenta y llena de idioteces, como cualquier adolescente afortunado. En esta ocasión, su padre no le comentó que se iba a separar de Lin Yue Tan, a quien se había acostumbrado, si no que iba a estudiar Medicina, en la Universidad de Beijing. Sin quejas, aceptó. De todas formas, qué estudiar no era importante para él. El año siguiente, con diecinueve, comenzó a «educarse» en Medicina.

Y no había una tercera vez. Ahora tenía veintitrés años y terminaba su tercer año en Medicina, y no había vuelto a tener un trato real con su padre. Aunque eso no le desagrada, pues le repugnaba todo de él, desde cómo pronunciaba su nombre hasta su apariencia; lo único que aceptaba de él era el dinero, que gastaba a montones.

La sirvienta regresó y le pudo un humeante y visiblemente delicioso desayuno de huevos revueltos con algo de tocino. A pesar de la presentación, pensó que era demasiado sencillo, pero luego le restó importancia; iba a terminar en su estómago y en ese momento, todo le parecía delicioso.

Devoró el plato, hasta ver que su padre entraba en la sala. Entonces sintió que toda el hambre se le iba. Dejó de comer, carraspeó y miró al hombre que caminaba en su dirección.

—Termina tu asquerosa comida y ven a mi despacho. —Se fue, nuevamente a la sala contigua.

Se le escapó el aliento por la boca y sintió como empezaba a sudar. Solo eran cuatro palabras: «Ven a mi despacho», y ya sentía como todo se le iba por la borda. Algo no iba bien. Ese día no podía ir al despacho de su padre; iría de compras, a comer helado y a emborracharse hasta olvidar la noche anterior y vomitar en los rincones.

No obstante, tampoco iba a decirle que era demasiado cobarde como para enfrentar lo que su padre le diría. ¿Acaso no era hombre? No podía simplemente correr y encerrarse en su cuarto, o llamar a uno de sus amigos y escapar de casa por una o dos semanas. No. Debía enfrentarlo.

Dejó el plato de comida tal como estaba, se puso de pie y comenzó a caminar en aquella dirección. Sintió como las piernas le flaqueaban y se mordió el labio, pensando en lo estúpido que era.

Ya estando frente a la puerta de madera, tocó e inmediatamente recibió la orden de entrar. El lugar estaba tan cual como lo recordaba, a excepción de los muebles, que tenía la impresión de que era nuevos, y Yue Tan, que estaba sentada en una butaca frente al escritorio, con las manos en la cara, como si estuviese llorando.

Su padre, como siempre, estaba detrás del escritorio, con el ceño fruncido y las manos juntas. Le ordenó que se sentase en la butaca a juego, del lado contrario de Yue Tan; lo hizo de inmediato, resistiendo preguntar qué era lo que pasaba.

Su padre no habló, no de inmediato. Y el menor sentía como su corazón se desbocaba y estaba a punto de salir corriendo con todo y cuerpo. Esa idea le pareció mucho más tentadora en esa ocasión que en las demás que se lo había planteado; por alguna razón, no quería escuchar las palabras del hombre del escritorio. No quería.

El hombre se echó hacia adelante y abrió la boca con una mueca.

—Han —comenzó a decir—, te irás a Corea.

El nombrado abrió los ojos y la boca. Su padre no podía estar diciendo eso; ni en la mente más idiota podía caber el hecho de que eso fuese a pasar. Además, ¿por qué razón? Ahí tenía todo lo que quería y más; muy bien sabía que los contactos de su padre en Corea eran muy limitados, así que no tendría todo lo que quería, como era su caso. ¿Por qué no lo enviaba a Japón o Tailandia? Se arreglaría con el idioma en un abrir y cerrar de ojos.

—No.

Dijo, arrepintiéndose de inmediato. Nunca se había negado a la más mínima petición de padre; nunca había objetado nada a pesar de lo injusto que le pareciese. Y ahora, se creía lo suficiente para decirlo con tanta naturalidad. Lu Han se dio cuenta de que Yue Tan lo miraba sorprendida.

—Lo siento —murmuró—, pero no puedo simplemente irme y ya. Aquí hay cosas y personas que no puedo dejar; piensa en mis estudios, ¿le importa eso? Y además, ¿por qué? ¿Por qué debo irme, de todos los países del mundo, a ese donde no tiene nada?

Su padre suspiró, por suerte, no pareció alterado por la negativa de su hijo; su cara podía decir que ya esperaba algo como eso, pero que la siguiente frase no iba a ser tan buena.

—No hay mucho que tengas que dejar, Han, porque ya no tenemos nada.

El rubio sonrió irónicamente. ¿Cómo iba a creer que ya no tenían nada? Justo esa mañana, hacia menos de dos horas, se había despertado en su lujosa cama, de su lujoso cuarto; con un desayuno de primera en un plato de porcelana pura. ¿Qué era eso de que no tenían nada?

—No puedo creer eso —respondió secamente—. Lo siento. —Agregó, suavizando la frase.

—Lu Han, ¿sabes lo difícil y peligroso que es dirigir un banco? —El nombrado no respondió, se limitó a mirar a su progenitor— Naturalmente no, no te he dejado, porque mi plan siempre ha sido que no tengas que saberlo. En fin, a lo que quiero llegar es que he hecho muchas cosas buenas y malas, y que eso se está volviendo en mi contra.

Lu Han odió la forma en la que su padre le hablaba, le hacía sentir como un retrasado mental; tampoco le gusta su tono de voz, o su voz en general. Pero, lo que realmente le incomodaba, era eso de «cosas buenas y malas». Él muy sabía que su padre no se mezclaba con las personas de más alta alcurnia, pero llegar al extremo de tener que usarlas…

Realmente, no era estúpido; sabía que con eso de cosas malas se refería a personas del «Bajo Mundo», como eran comúnmente llamadas. Lo que realmente le mortificaba era que estuviesen volviendo contra él. ¿Qué rayos los llevaría eso? Seguramente alguien les pagó más para acabar con su padre o su padre había faltado a uno de los tratos.

Le sonaba mucho más lo primero. Su padre era muy puntual cuando se trataba de pagos.

—No diga más —murmuró en un tono demasiado cortés—. Entiendo que no quieras meterme en tus problemas, pero ¿qué pasará conmigo? ¿Y usted, y Yue Tan? ¿A dónde iremos?

—Cariño —dijo la mujer. Lu Han vio que tenía los ojos hinchados—, tengo a una amiga muy cercana cuyo hijo está en Corea del Sur, estudiando Medicina. Es chino, como tú, y un muy buen chico según sé. Hablé con él personalmente y le comenté la situación, así que te quedarás en su casa.

El menor resopló. No estaba satisfecho con ese hecho. No le apetecía ni un poco tener que mudarse, mucho menos a una casa donde ya habitaba otra persona y pensaba recogerlo. Él no era un perro, era mucho más que eso, incluso mucho más que un humano corriente.

—¿Qué hay de ustedes? —Inquirió—. ¿Piensan quedarse aquí?

Su padre no respondió de inmediato; se limitó a fruncir los labios y mirar con ojos muertos un solo punto en la puerta. Tal parecía para él tampoco era fácil. Lu Han sentía deseos de levantarse de la silla y gritarle en la cara que era un idiota por haberse dejado engañar de esa forma, fuere cual fuere la forma.

—Quizá vayamos a América. Allí no soy realmente conocido y podré pasar desapercibido con Yue Tan. —El tono fue muy natural, más que de costumbre.

Lu Han se puso de pie, tenía los ojos llenos de lágrimas y una curiosa expresión de rabia en la cara. Su padre pensaba irse a América con Yue Tan para comenzar de nuevo, y a él lo lanzarían en Corea a su suerte. Lo hacía enojar, temblar de ira y sentir más deseos de pegarle un puñetazo.

—¡Se irás mientras me quedo en Corea! ¡¿No piensa que yo estaré también bien con usted?! ¡¿Por qué piensa en dejarme?! ¡Puedo ser útil!

El rubio no había planeado que fuese un grito, pero fue exactamente eso. Incluso se había puesto de pie, con los puños muy apretados contra las palmas, casi sentía el dolor de la uñas clavándose en la carne. No obstante, esta era la primera vez que Lu Han se atrevía a levantarle la voz a su padre.

El hombre se puso de pie, casi sin cambiar su expresión; levantó la mano y abofeteó a Lu Han de lleno en la cara. Este simplemente dio un paso atrás y dejó que el ardor pasara sin siquiera tocarlo. Sabía que su cara estaría roja y ligeramente hinchada. Tenía la piel delicada de su madre.

El padre de Lu Han volvió a sentarse, con la expresión adusta y un tanto divertida.

—Ve a preparar tus cosas. Tu vuelo es en la tarde.

Lu Han no supo cómo ni cuándo, pero ya estaba camino a su cuarto. Esa tarde se iría a Corea.

Su padre y Yue Tan se habían despedido de él en la puerta de la casa. Un frío abrazo y un apretón de manos había sido todo lo que le dieron. Junto a una cuenta bancaria, donde estaba todo lo que tenía, que no era mucho, según Han. Y el pasaje, por supuesto.

Desde que se montó en el taxi, hasta estar en el avión, Lu Han nunca lloró, ni siquiera pensó en su situación, para evitar lamentarse de lo que le sucedía. Había perdido todo lo que tenía y lo que era, y no habían pasado más de veinticuatro horas.

Se puso los auriculares y miró el pequeño televisor que reproducía una comedía, pero no podía concentrarse, esos pensamientos que estaba evitando, seguían martillándole el cerebro.

No le había avisado a ninguno de sus amigos que se iba. Esa tarde, más o menos a esa hora, iba a verse con Kim Minseok, pero ya no podía ser; seguramente Minseok también le había dicho a Wu Yifan, pero no valía la pena pensar en ello. Sin embargo, no podía evitar sentir cierto remordimiento por todo. Estaba abandonando a sus dos mejores amigos, los dos que siempre lo sacaban de apuros.

Suspiró, cerrando los ojos y secándose la humedad de estos. No iba a llorar, no tenía porqué. Volvería a verlos, volvería a su vida. Aquello no era más que un mal sueño o una epifanía que le enseñaría que debía apreciar lo que tenía, como en las películas.

Pero, sabía muy bien que era demasiada fantasía pensar en eso. Era la realidad, la cruel realidad.

Sintió como alguien tocaba su hombro, se volvió y miró a la aeromoza, que le sonreía, haciendo gala que ignoraba totalmente sus problemas. La idea lo irritó. ¿Por qué la gente no podía tomarse sus desgracias en serio? ¿No veían en su cara como se desmoronaba? Seguramente no, porque Lu Han era muy inexpresivo cuando se lo proponía.

—Señor, ¿no desea algo? —Preguntó.

—No —negó con la cabeza—, a no ser que tenga somníferos.

—No, señor —la mujer rió—. Están prohibidos en los aviones. Supongo que necesita descansar.

La mujer se fue. La verdad tenía sed, pero no quería comer ni beber nada; los aviones lo mareaban bastante, así que dudaba el poder dormir. Aún así cerró los ojos y se acomodó en el asiento lo mejor que podía. A pesar de ser muy delgado, sentía que había muy poco espacio para poder acomodarse, así que renunció a esa idea y volvió a fijarse en la comedía.

Por lo que veía, eran esas típicas películas de la niña rica y consentida que perdía todo por la conspiración de un hombre que resultaba ser muy cercano a ella. Han no podía creerlo, ¿acaso se estaban burlando de él? ¿O era que su vida era demasiado increíble que podía ser la trama cliché de una película?

La simple idea lo hacía rabiar y el no poder conciliar el sueño aún más. ¿Por qué la gente no notaba sus problemas? Suspiró y cerró los ojos. Estaba rumbo a Corea, completamente solo y con reducida cuenta bancaria. También iba a quedarse en la casa de un desconocido que, con su suerte, podía no ser tan buen chico como decía Yue Tan.

Sin siquiera pensárselo, se quedó dormido, preguntándose qué clase de estúpido y extraño rumbo tomaría su vida.

Lo despertó la misma mujer de antes, la aeromoza. Lucía una especial sonrisa y fue muy delicada al pedirle que se colocase el cinturón de seguridad. Lu Han lo hizo, sonriendo lo más imperceptiblemente que podía. Su cara siempre había sido su tesoro, y aunque estuviese muy deprimido, resultaba muy encantador; podía verlo en la cara de la aeromoza, que no solo lo trataba como un pasajero más.

Por suerte, la turbulencia fue muy mínima a la hora del aterrizaje. Sentía que dejaría el estómago en el asiento del avión; no era que tuviese miedo o que los aviones le provocasen nauseas, cosa que sí hacían, aunque nunca en mayor grado; era que no estaba bien emocionalmente. ¿Desde cuándo la mente influía tanto sobre el cuerpo? El mismo Lu Han admitió que, para estudiar Medicina, no tenía idea de nada.

Al bajar, se sorprendió a sí mismo al creer que algún chófer lo estaría esperando, como en sus visitas anteriores. Tenía que ser honesto: ahora estaba solo, lo estaba desde el frío apretón de manos de su padre; tendría que arreglárselas para ir al lugar que el papel, dado por Yue Tan, le indicaba.

Fue hasta la entrada, sabía que allí estaban los taxis, y tenía suficiente efectivo —de su último cumpleaños— como para pagarse uno decente. Conseguirlo no fue un problema; el hombre era muy amable y comprendía su condición de extranjero, aunque dominaba muy bien el coreano.

Cuando el taxi arrancó y tomó el camino contrario al que solía ir, sintió un vacío en el estómago y los ojos se le llenaron de lágrimas. Así se sentía perder todo. La calle estaba llena de esos chicos no muy afortunados; algunos llevaban batidos de fruta en la mano junto a los cuadernos, otros se tomaban de la mano y daban sonrisas para animarse. Pero la población estudiantil estaba llena de ojeras, y eso no le agradaba. ¿Era muy difícil estudiar en Corea?

La zona a la que el auto le conducía con confianza, era muy diferente a lo que estaba acostumbrado. Las pinturas de las casas estaban era opacas y se veían dañadas; los jardines apenas tenían el césped cortado, pero tenía un color amarillo verdoso que dejaba mucho que desear, muchas no tenían jardín, solo un gran rectángulo de concreto donde debían estar las plantas. Había cierto aire de abandono dedicado en el aire. No le agradaba.

Tenía cierta afición a los lugares bien presentados, con cierta soberbia en su fachada y muy bien adornadas. Pero aquello era todo lo contrario. No podía decir que lo manejaba gente sin recursos, era que no le daban el tiempo suficiente y parecían no estar interesados en dárselo. En ese lugar, el exterior era lo que menos importaba.

La casa donde viviría, según dijo el taxista, era una de las mejor cuidadas, aunque habían optado por la medida no-jardín que le había desagradado. Según había visto, se trataba de una zona de residencias universitarias, pero como las de películas como American Pie; sino como reales estudiantes que debían hacer su vida aparte y trabajar por el pan.

Al menos era color blanco y parecía haber paz en ella, eso le gustaba. Hacía cinco minutos completos que el taxista se había ido, deseándole suerte, pero Lu Han aún no se había movido del primer escalón de la entrada. Sentía que no podía tocar la puerta, mucho menos entrar; los deseos de salir corriendo era mucho mayores que otra cosa.

Sin embargo, su mano se levantó y tocó la madera de la puerta. Se escuchó un grito desde adentro, no sabía qué decía, los oídos le zumbaban y las manos le temblaban. Casi de inmediato, la puerta se abrió, mostrando a un chico más bajo que él, con el cabello castaño y alborotado y las profundas y oscuras ojeras; el chico sonrió, y un gracioso hoyuelo se dibujó en su mejilla.

—¿Tú eres Lu Han? —Preguntó en chino. El rubio solo asintió—. Bienvenido, ven.

Tomó el equipaje —que se constituía de tres maletas— antes de que Lu Han pudiese hacerlo, y lo hizo entrar a la casa, cerrando la puerta luego. La sala era espaciosa, estaba bien distribuida y muy limpia; incluso había una sensación de hogar y calidez. Lu Han pudo divisar una parte de la cocina y como alguien se movía nerviosamente en ella.

El castaño ya estaba subiendo la escalera cuando volvió a llamarlo. Lu Han dejó de ver el lugar y caminó rápidamente hacia arriba, ayudándolo con una de las valijas, sonriendo apenado por llevar tantas cosas. Al estar arriba, notó que había unos seis o siete cuartos; y el desconocido abrió una de las puertas a la mitad del corredor.

—Bueno, este es tu cuarto. —Dijo.

Lu Han sonrió débilmente, nuevamente tenía esa sensación de hogar. Los únicos muebles de la habitación eran un escritorio, un armario y una cama de plaza individual. Las paredes estaban desnudas y eran de color azul celeste. Le gustaba el lugar, a pesar de que fuese demasiado pequeño.

—Olvidé decirlo. Mi nombre es Zhang Yixing, pero a veces me dicen Lay.

El rubio se volvió hacia él y estrechó la mano que Yixing le ofrecía. El contacto era cálido, parecido al de Minseok, tanto que sintió la necesidad de abrazarlo; pero no lo haría. Jamás se le ocurriría tal cosa.

—Un placer Yixing —respondió—, aunque ya sabes quién soy.

Lay rió, y el sonido le pareció muy tierno y melodioso, le agradaba su voz.

—Arregla tus cosas y baja para conocer al resto… Bueno, solo a Chanyeol, Chen y Kyungsoo. Luego podrás conocerlos. —Yixing se quedó mirando un punto en el suelo y volvió a subir la vista—. En fin, estaré en el cuarto de al lado si necesitas ayuda, es el de la derecha.

Le dedicó una última sonrisa y salió de la habitación. Lu Han miró su nuevo cuarto; era muy pequeño y, a la vez, era lo más inmenso que se habría podido llegar a imaginar. La idea de quedarse allí por tiempo indefinido le resultaba demasiado insoportable, pero su parte realista le decía que debía atenerse a las consecuencias, que él no provocó, pero tumbaron sus muros de cristal.

Se sentó en la cama y bajó la cabeza, hasta tenerla muy cerca de sus piernas, las manos estaban sosteniendo su frente. Estaba frustrado. Quería irse a correr; sabía dónde vivía Oh Sehun o Kim Joonmyeon, ellos podían ayudar. Pero, no; no lo haría. Primero que nada, él era un Lu y un hombre, así que no correría a pedir ayuda de nadie.

Tampoco se echaría a morir por los problemas de su padre o las comunes traiciones de los mafiosos. Ni siquiera dejaría que los demás se enterasen de quién era realmente, incluso le pediría a Zhang Yixing que cerrase la boca si llegaba a ser necesario; pero dudaba que él supiera algo. Quizá estaría mintiendo, pero era necesario.

De todas formas, mentir no era nada nuevo ni algo muy extremista para él; en cierta parte estaba acostumbrado a decir algunas mentiras, y si le salía bien su padre lo felicitaba. Incluso como médico, para variar, tendría que decir una o dos mentiras; así que estaría bien hacerlo con esas personas desconocidas. Él no sería un niño afortunado, solo uno más del montón.

Tomó la primera maleta y la abrió, comenzando a sacar su ropa. Empezaba a pensar que había llevado muchas cosas, habiendo dejado la mitad de ellas. Supuso que debía usar dos veces la misma en alguna ocasión, pero la idea se le hizo más soportable que antes. Él debía acostumbrarse a ese tipo de cosas. Ahora era un nuevo Lu Han.

Aunque tampoco a ese Lu Han le gustaba tener que desempacar por sí mismo. Suspiró, mientras llevaba sus pantalones y camisas al armario. No sentía el ánimo de guardar sus prendas como era debido, en realidad no sentía ánimos de nada. Las metió en varios cajones y en los percheros sin tomarse la molestia de doblarlas o colgarlas. Lo mismo hizo con la segunda valija. La tercera contenía cremas para el cuerpo y rostro, su cepillo de dientes y jabones especiales; en ese momento pensó que eran inútiles y no supo por qué los había llevado consigo. Dejó la maleta bajó la cama.

Se acostó y talló sus ojos con frustración y cansancio. Había sido demasiado para un día, y no se daba el lujo a sí mismo de cansarse o sentir mal por su situación. Aunque ¿para qué?

La puerta sonó un par de veces y el rostro de Yixing apareció con timidez, sonriéndole dulcemente. Se escuchó cómo se abría la puerta de la entrada y el lugar se llenaba del ruido de alguien demasiado entusiasta. Lay entró y se sentó a su lado, Lu Han no se movió de lugar.

—¿Quieres bajar o estás muy cansado? —Inquirió, a pesar de que el rubio aún no volteaba a verle—. Jongin llegó, así que solo te faltaría conocer a Tao, pero no ha bajado en todo el día.

Tao… el nombre se le hizo conocido de algún lado; volteó a ver a Yixing, que ahora miraba el suelo muy distraído. Pero era ridículo, ¿de dónde podía conocer a un Tao que vivía allí? Se incorporó y bostezó.

—Creo que es mejor que los conozca. Viviré con ellos después de todo.

Yixing sonrió y Han correspondió el gesto, casi sintió como la calma le arropaba el pecho, como un cálido manto un día de invierno. Se escucharon pasos pesados, un par de gritos y forcejeos, y la puerta se abrió violentamente, mostrando a un gigantesco chico rubio con un par de brazos morenos en la espalda.

—¡Yixing, quiere arrancarme la ropa! —Gritó el más grande, intentando quitarse a otro chico de encima.

—¡No! ¡Es mi ropa! ¡Traes puesta mi ropa! —Respondió de vuelta, a la vez que el forcejeo continuaba por otros segundos.

Yixing suspiró y puso dedos en el puente de la nariz, rogando por paciencia. El gesto hizo reír a Lu Han; se veía igual a un padre cuando estaba cansado de sus hijos pequeños y revoltosos. Se puso de pie e hizo sonar las palmas un par de veces.

—¡Quédense quietos y compórtense! —Dijo, dando pequeños golpecitos en los hombros, más altos que él—. ¡Lu Han ha llegado!

Los dos miraron al castaño chino y, luego, su vista se posó en Lu Han, que los miraba extrañamente entretenido. Aunque no creía que alguien del tamaño tan enorme del castaño se comportase de manera tan infantil, aunque el castaño tampoco parecía de ese tipo. Movió su mano en forma de saludos y ellos dejaron de forcejear.

—Mucho gusto, yo soy Park Chanyeol —dijo el más alto, mientras sonreía abiertamente, achicando un ojo más que el otro.

—Mi nombre es Kim Jongin, un placer. —Dijo el moreno sonriendo, pero de una manera distinta; seductora, podía decirse.

—Un placer, yo soy Lu Han. —Dijo poniéndose de pie y estrechando la mano de cada uno.

—Luhan… —repitió Chanyeol, pareció almacenarlo en su memoria de esa forma.

Tanto Jongin como Chanyeol lo invitaron a bajar, para que conociese a Kyungsoo, que sería su nueva madre. Luhan no llegó a entender qué significa eso de «nueva madre», pero bajó de igual forma. Yixing bajaba tras ambos, con paciencia y revisando su teléfono celular casi sin interés. Lo llevaron hasta la cocina, donde la figura menuda de un chico envuelto en un delantal azul cielo se movía por todas partes.

Jongin se rió, se acercó y tomó al pequeño por los hombros, haciendo que se sobresaltase y lo mirase con los ojos muy abiertos, que ya era de por sí muy grandes. A primera vista, el chico no hacía más que provocarte una ternura demasiado inmensa, que comenzaba en su menuda estatura y terminaba en su rostro dulce amable y de mejillas redondas.

Luhan, por un momento, pensó en Minseok, que lo extrañaba y que seguramente estaría en China preguntándose por él o intentando llamarlo. El estómago se le encogió, al igual que el corazón.

—Luhan —dijo a Jongin, llevando al chico hacia él con un posesivo brazo alrededor de los hombros—, él es Do Kyungsoo, nuestra madre.

Kyungsoo rió y golpeó suavemente el pecho del moreno con el dorso de la mano; estiró su mano hacia Luhan y sonrió aún más.

—Es un placer, Luhan.

—Igualmente. —Respondió, estrechando la mano que le ofrecía.

Lu Han se preguntó por qué los coreanos decían su nombre como una sola palabra, pero recordó que tenía que ver con la pronunciación de su idioma, puesto a que Sehun y Minseok lo hacían, por lo que debían acostumbrarse a ser llamado así.

Era un buen renacimiento ser Luhan en lugar de Han. Aunque quizá estaba dándole mucha importancia a un asunto tan trivial como la pronunciación de su nombre; sin embargo, él siempre fue muy exigente cuando se trataba de su propio nombre o de cómo les gustaba a los otros ser llamados. Estaba dándole demasiada importancia, de eso no había duda.

—Luhan, ¿qué te gustaría que cocinara para celebrar que eres parte de la familia? —Preguntó Kyungsoo, haciéndole volver a la realidad de golpe.

—Ehm… no, no es necesario que se cocine nada para mí.

Chanyeol negó con la cabeza y se le escapó una amistosa risilla. Miró divertido a Luhan que ya lo estaba observando con el ceño fruncido.

—No puedes denegar, Luhan —explicó Chanyeol—. Es una tradición que cuando alguien nuevo llega, la cena es a su nombre. Pasó conmigo, Jongin y Tao. Ahora es tu turno.

Luhan se rió y bajó la cabeza. Ese lugar era realmente un hogar, y ellos estaban muy cómodos entre sí; se preguntó si se adaptaría al lugar, si lo recibirían como un miembro más, si ese lugar era para él…

Kimchi —murmuró, sin pensar—. Quiero adaptarme a la comida coreana.

Kyungsoo asintió y se dio la vuelta, abriendo las alacenas para buscar los ingredientes. Chanyeol lo tomó del brazo y lo sacó de la cocina, murmurando algo que no consiguió escuchar del todo.

Lo llevó hasta la sala, donde un chico, también de baja estatura, leía un libro de lo que parecía Arte Moderno. Había un vaso de agua con hielo medio descongelado en la desvencijada mesa.

Miró alrededor y notó que Zhang Yixing ya no estaba por allí. Seguramente, habría vuelto a subir a su cuarto. Ese chino, era una persona extraña.

—¡Jongdae! ¡Jongdae! —Llamó Chanyeol, riéndose mientras le pinchaba las piernas con un dedo—. Luhan está aquí, es el nuevo.

El nombrado dejó el libro y se talló los ojos que estaban un poco enrojecidos; miró a Luhan e inmediatamente sonrió. ¿Qué rayos comía esa gente, que podía sonreír como si todo fuese perfecto?

Le extendió la mano y fue estrechada rápidamente por Luhan.

—Kim Jongdae, bienvenido.

—Lu Han, muchas gracias.

Jongdae parecía muy amigable y muy dulce, pero a la vez se mostraba muy serio y no era un ser de muchas palabras. Aunque eso lo entendía, pues él tampoco lo era, a no ser que encontrasen el tema que lo hacía hablar sin parar, como los viajes o los idiomas. Pero dudaba que alguien llegase a ese punto tan rápido.

Jongdae volvió a tomar su libro y su posición en el mueble, perdiéndose en las pinturas que, según Luhan, no tenían mucho sentido. Chanyeol lo invitó sentarse en una butaca y se puso de cuclillas frente a él, a pesar de que había otro mueble a unos pocos pasos.

—Ahora lo mejor es que diga las reglas que hay aquí —dijo, sonriendo, aunque se veía mucho más serio—: no puedes traer personas de fuera, evita dar esta dirección a alguien, incluso si se trata de la universidad; si vas a quedarte fuera, primero avisa para que Mamá no se haga un manojo de nervios…

—¿Mamá? —Interrumpió Luhan, con los ojos intrigados.

—Kyungsoo, es como una madre, nuestra madre. Si te adaptas aquí, él también será Mamá para ti.

Luhan rió, no pudo evitarlo; el asunto le parecía de lo más dulce y tierno, y por ello una terca voz le decía que aquel no era su lugar. Nunca se le dieron los lugares cálidos, ya que su ambiente era un témpano de hielo. Sin embargo, Lu Han había renacido, así que ahora tendría una nueva madre y un nuevo lugar.

—Te decía —se aclaró la garganta y volvió a mirarlo—: avisa cuando te quedes fuera, no invites a nadie… ¡Ya está! Son las reglas de la casa.

Chanyeol abrió los brazos y se puso de pie, sentándose en la butaca libre y tomando el mando a distancia del televisor, pasando canales para encontrar al interesante de ver.

Luhan sintió que Chanyeol le hablaría de horas de llegada y horas de apagar la luz y dormirse y casi tuvo que golpearse en la frente al darse cuenta de que no podían imponerle eso a alguien que llevaba una vida universitaria, una real vida universitaria.

Yixing bajó del piso de arriba bostezando y con una pereza que evidenciaba que acababa de levantarse, se estiró y entró a la cocina, bajo la mirada curiosa de Luhan, que no podía concentrarse en la película cómica que veía Chanyeol. Segundos después se levantó y entró a la cocina también, donde estaban Jongin y Yixing mirando a un concentrado Kyungsoo.

—Acaba de avisar que viene esta noche. —Dijo Yixing después de bostezar, poniendo su cabeza contra la mesa de madera.

—¿Te despertó? —Inquirió Kyungsoo, negando con la cabeza.

—Sí, como siempre.

—Debe entender que tú también descansas. Tus prácticas clínicas no son fáciles.

Yixing se encogió de hombros y cerró los ojos, murmuró algo parecido a: «debo pasar tiempo…» y se quedó profundamente dormido. Luhan tuvo la tentación de preguntar quién era la visita, pero siendo el nuevo lo consideró fuera de lugar. Kyungsoo había mencionado que Yixing hacía prácticas clínicas, por lo que intuyó que estudiaba Medicina e iba más adelante que él.

Ahora tenía la curiosidad de saber con qué clases de personas se relacionaba, es decir, lo que ellos estudiaban, las cosas que hacían en su tiempo libre, cómo eran sus relaciones fuera de clase. Luhan soltó un bufido al darse cuenta de que pensaba un poco igual a su padre, la persona de la que menos quería saber.

Seguramente Jongdae estudiaría algo como Diseño Gráfico o Artes; no tenía muy en claro cuáles eran las carreras que había en esa rama. Con Kyungsoo, estaba apostando todo a que sería Gastronomía y era el mejor de la clase, pues todo lo hacía con una increíble maestría.

En lo que respectaba a Jongin, Chanyeol y el desconocido, que creía se llamaba Tao, no tenía ni idea de qué podían hacer. Jongin no se veía del tipo inteligente, solo tenía cuerpo y cara, y era difícil tener una carrera así sin una familia de dinero. Y Chanyeol era como un niño al que le dieron esteroides y se alzó igual que una montaña, ¿qué clase de carrera universitaria cursaba un niño que tomaba esteroides?

Bueno, quizá no tomaba esteroides y ya tenía edad suficiente para estar en una universidad; pero no dejaba de ser estúpidamente infantil. Conocía a quienes ya le hubiesen golpeado, personas como Oh Sehun o Byun Baekhyun. Inevitablemente sonrió al pensar en Sehun, aunque ya no fuese lo mismo de antes.

Conoció a Sehun cuando tenía diecisiete años y se había muy bien con él, a pesar de molestarlo siempre por ser tan menor. Sin embargo, Sehun comenzó a tener por él otro tipo de sentimiento que él no quería ni podía corresponder, así que se vio obligado a alejarse de Sehun antes de lastimarlo. Aún se veían y trataban como buenos amigos, aunque mantenían distancias.

Sehun entendió el mensaje y se mantuvo al margen, incluso hasta la fecha, había dejado su conducta con respecto a si tenía sentimientos o no. Luhan no estaba muy seguro, pues él podía ser muy cerrado cuando se lo proponía.

Pero no quería llenarse la cabeza de esas cosas, debía pensar en otras cosas, mantenerse ocupado para no regresar a las memorias que le hacían querer correr hacia ellos. Era alguien nuevo que necesitaba de ese lugar, y debía tenerlo muy bien en mente.

Miró por la ventana, el cielo estaba oscurecido, quizá eran las siete o siete y media de la noche. Entonces se escuchó cómo se abría la puerta y una voz muy aguda gritaba algo parecido a un nombre. Luhan arrugó el entrecejo, mirando a la entrada de la cocina; la voz le desagradó desde ese momento.

Alguien entró en la cocina, era una chica, vestida de rosa, de manera más elegante de la que Luhan se abría esperado. Se acercó al dormido Yixing y movió su brazo con un poco de amabilidad.

Kyungsoo suspiró, de eso estaba seguro, y también estaba terminando de cocinar el kimchi de la cena. La chica todavía quería despertar a Yixing y estuvo tentado a decirle que le dejara dormir, que estaba cansado, se notaba; pero el castaño se despertó, completamente desorientado y con problemas de visión, gracias a la claridad.

Miró a Luhan y sonrió, este le devolvió el gesto. Luego se volvió a la chica y se talló los ojos. Ella lo abrazó de inmediato e impactó sus labios contra los de él. Luhan abrió los ojos, sorprendido, ¿quién era ella?

—Ella es Lee Jaerin, la novia de Yixing. —Le susurró Kyungsoo al oído y se giró para servir los platos.

Zhang Yixing tenía una novia. Luhan no se lo vio venir en ninguno de los aspectos. Ella era linda, después de todo, y Yixing era muy atractivo, así que era normal, se dijo a sí mismo; sin embargo, seguía teniendo una sensación incómoda en la boca del estómago. ¡¿Tenían que besarse justo en su cara?!

—Te extrañé tanto, mi unicornio. —Dijo, una vez se separó de la boca del castaño.

Luhan salió de la cocina antes de ponerse a reír muy irrespetuosamente. Pero era imposible evitarlo, ¡ella había dicho mi unicornio! ¡Lo llamaba unicornio! No pensaba que Yixing una persona tan tonta y cursi como para ponerse apodos de esa clase.

Se sentó junto a Chanyeol, esta vez miraba una película de acción, cosa que sí lo distraía. Por lo que podía apreciar en el ambiente, a nadie le agradaba mucho Lee Jaerin, ya que todo era un poco tenso desde que ella cruzó el umbral de la puerta.

A él tampoco parecía agradarle. Tampoco creía que con el pasar del tiempo, le llegase a caer bien.