1. Fiesta de disfraces
Cuando quiso acordarse, estaba vestida para la ocasión y entrando en "Gato Negro", ese lugar donde se hacían los eventos más descomunales y alocados de toda la ciudad. Sus amigas habían organizado todo, desde la ropa, hasta el antifaz y los zapatos, que por cierto le estaban asfixiando los pies.
– No te quejes, eres la mejor disfrazada de nosotras, Rukia – comentó una de sus amigas, que llevaba una capa roja que cubría todo su cuerpo, hasta los pies. – Además, nadie jamás te reconocería con eso – rió. Rukia sólo la miró mal detrás de su antifaz de cuero negro.
– No me digas nada, si tú has planeado esto, será mejor que mi hermano no se entere – protestó con bronca, cruzándose de brazos. – Aún no hemos ni entrado y ya me quiero ir – continuó.
– ¡Ya, cállate!
Bajaron del auto, y se pararon frente al guardia de la puerta, que era un hombre alto y bien parecido, con su cabello largo y rojo y unos tatuajes extraños que cubrían sus cejas y parecían continuar por todo su cuerpo. Rukia lo miró y apartó el rostro hacia un costado, intentando disimular. La amiga vestida de Caperucita Roja se movió contorsionándose y se acercó teatralmente al guardia.
– ¿Nos dejarás entrar? – le dijo lujuriosamente. El pelirrojo se sonrojó y se hizo a un lado. La chica sonrió. – Gracias – tocó con la punta de su dedo, que lucía una uña larga y roja, la nariz del guardia. Las tres amigas pasaron por la puerta, Rukia siempre mirando el suelo con mucha vergüenza.
Dentro, la música era fuerte y retumbaban las paredes. Se acercaron a la barra y la amiga de Rukia que estaba vestida como conejita pidió "lo de siempre" para las tres.
– ¿Por qué traes esa cara? Vamos a disfrutar, hay muchos hombres aquí
– Si mi-
– Si tu, nada. Veamos – dijo Caperucita Roja, mirando la pista de baile. Logró identificar un varón alto, que cubría su cabello con un pañuelo negro. Su antifaz era dorado y elegante. – Mira ese pirata – codeó a Rukia, que levantó su mirada sin ninguna curiosidad, – es de los que no se ven nunca – comentó con sorna. – ¿Por qué no vas? Hoy tú eres el gato negro – rió maliciosamente.
– Ni de broma – se sentó en el taburete, de espaldas a la pista. Tomó la copa con sombrilla que el barman había preparado y tomó un sorbo. Su rostro empalideció cuando el líquido llegó a su garganta. – ¿Qué mierda es esto?
– ¿No te gusta? – preguntó irónicamente la conejita. Rukia no contestó.
En la pista, el pirata bailaba insinuándose con todas las chicas que se le pasaran por al lado. Parecía disfrutar lo que estaba haciendo. Llevaba un pañuelo en la cabeza, un antifaz dorado, una camisa blanca desabrochada hasta la mitad, dejando ver sus pectorales bien marcados. Luego una faja doraba y un pantalón negro, que terminaba dentro de sus botas. Sonreía fingiendo cada movimiento y cada paso. Miró de reojo hacia la barra y la vio. Ella llevaba unas orejas de gato entre su cabello negro, un antifaz de cuero, una minifalda y un bandó también en cuero negro. Sus botas eran altas, con unas enormes plataformas y tenía medias caladas. Sonrió, debía llevársela esa noche.
Se acercó, esquivando a todas las chicas que bailaban con él y caminó hacia la barra. Las dos amigas de Rukia se escabulleron al verlo llegar y ella quedó sola, bebiendo esa bebida que era totalmente desconocida. El pirata se sentó a su lado e hizo una seña al barman.
– ¿Estás sola? – preguntó, habiendo visto a las dos chicas salir de la barra rápidamente al verlo llegar. Rukia no contestó ni lo miró. – Veo que si – apoyó su codo derecho sobre la barra y su cabeza en la mano. – ¿Quieres bailar? – insistió. Rukia lo miró.
– Si hubiese querido, ya lo estaría haciendo – lo miró a los ojos y no pudo continuar. Las palabras se ahogaron en su garganta. Él la tomó de la mano y la llevó a la pista.
Bailaron unas cuantas piezas, alocadamente. Las amigas de Rukia no podían creerlo. ¿Quién sería ese pirata, capaz de hacer bailar a la más amarga de las mujeres? No existía otra cosa para ellos más que ellos dos. Se miraban intensamente a través de los antifaces, queriendo identificar al otro desesperadamente. Cuando quisieron acordarse, estaban abrazados, detenidos en medio de la gente, que bailaba al ritmo de quién sabe qué música.
Él no pudo resistirse más y la besó pasionalmente. Ella no se resistió. Su cuerpo respondía por si solo, siguiendo el ritmo desenfrenado de aquel beso loco que había nacido de aquel pirata, del que desconocía todo, incluso su nombre. Luego, unos fuertes brazos la tomaron desde atrás y la levantaron unos cuantos centímetros.
– Tu te vienes conmigo – dijo la voz, que no pudo identificar. Era un hombre. El pirata no podía reaccionar a lo que sucedía.
– ¡¿Quién eres? – le gritó. Ella no podía reaccionar, ni decirle la verdad.
– ¡El Gato Negro! – respondió con todas las fuerzas que tenía, intentando que él la escuchara. Luego desapareció entre la multitud, llevada por quién sabe quién.
Uno de los amigos del pirata, que estaba disfrazado como un oso, se acercó rápidamente al haber visto toda la escena.
– ¿Qué pasó? – le dijo por lo bajo. Él no reaccionaba. – ¡Ichigo! – gritó despacio. El aludido lo miró, atontado.
– El Gato Negro – repitió, ensimismado ente sus sensaciones y sus pensamientos.
