Ni los personajes ni el mundo de Twilight me pertenecen

Prefacio

Era un crimen alejarme de Edward. El crimen era doble por hacerlo sin despedirme. Él no hubiera comprendido, él jamás me habría dejado hacer lo que iba a hacer; por ello, le había mentido. La mentira más grande de mi vida: decir que no le amaba. Casi una blasfemia. Tal vez me creería, tal vez, no. Por mucho que en los últimos doscientos años de mi vida hubiera mejorado mi habilidad para engañar, seguía siendo una mentirosa bastante poco convincente.

Pero eso, ahora, mientras me dirigía hacia el sur por la autopista, a casi trescientos km por hora, en el coche que me había regalado Edward dos años antes, no importaba demasiado. Un hombre estaba sentado junto a mí y se agarraba con fuerza al sillón del copiloto. Era alto, delgado, atractivo, muy seguro de sí mismo habitualmente, pero no en aquel momento, asustado como estaba por mi forma suicida de llevar el volante.

-¿No deberías ponerte el cinturón, Bella? –dijo.

Me reí.

-Eres tú quién debería ponérselo.