Hola! Bueno, es la primera vez que aparezco por aquí con una historia aunque llevo bastantes años leyendo las historias de esta página. Creo que he desarrollado un buen criterio a la hora de analizar historias, pero sigo teniendo problemas cuando trato de poner en práctica las ideas que tengo en un texto, en esta historia estoy tratando de salir de los tópicos pero supongo que eso lo tendréis que juzgar ustedes. Serán en torno a unos veinte o veinticinco capítulo así que espero que le déis una oportunidad y a veremos en que acaba todo esto juntos :)
E spañol: Hellow! Bueno, esta es la primera vez que aparece escuchar con un Althougt historia que tengo un montón de años de lectura de historias de esta página. Creo que tengo una buena criter para elegir buenas historias, pero no puedo traducir mis ideas en mis historias. En esta historia que estoy tratando de alejarme de los temas, pero supongo que usted será quien dijo eso. Será alrededor de veinte o veinticinco capítulos así que ... Espero que le des una oportunidad y podemos ver cómo acabado que juntos :)
Disclaimer: El sensualón de Inuyasha y el resto de fantásticos personajes no me pertenecen (aunque no me importaria darles un hogar XD )Todos ellos son propiedad exclusiva de la genial Rumiko Takahashi.
Advertencia: Angst, Violación, Mpreg, Horror(?), Muerte de personajes.
Calificación M
Dialogos(―) Pensamientos ( )Recuerdos("")
Capítulo 1:
Se respiraba un aire limpio y descuidado, pacífico. La aldea de Kaede rezumaba felicidad. Los aldeanos trabajaban en los campos desde comienzos de la mañana hasta la tarde, pleno sol golpeando sobre sus rostros sudorosos, y pese a ello, albergaban una tranquilidad de la que habían carecido en sus cortos años de vida. Tenían la certeza de que sus mujeres sobrevivirían a los partos, sus hogares no sufrirían daños, sus hijos serían amados y cuidados, y por tanto, tenían la certeza de ir más allá de sobrevivir; y vivir.
Todo ello gracias a que los dioses contestaron a sus plegarias, y les concedieron la protección de sus santos guerreros.
Dos mujeres mayores regresaban de visitar a sus maridos en los campos camino de hacer la comida de medio día, cuando dos tiernas niñas cruzaron a toda velocidad frente a ellas riendo descontroladamente.
―¡Pequeñas sabandijas!―Gritó la más mayor.
Ambas niñas, de iguales ojos, cabellos, tamaños y sonrisas, se giraron al mismo tiempo para saludar a la anciana.
―¡Perdón...!―Dijo una de ellas.
―¡...pero tenemos que correr y huir!―Terminó la otra.
Y antes de que la anciana volviera a quejarse mientras veía como las niñas escapaban entre las casas. Una tercera risa, sarcástica, estalló tras ellas.
―¡Malditas niñas regresen aquí!
La anciana grito al ver a su protector sobrepasar sus cabezas en un rápido salto. EL cabello blanco tapando su visión ante la caida.
―¡Dejen de correr!―Gritó la voz masculina persiguiéndolas a pie.
La mujer al lado de la anciana, más joven, rió animadamente.
―Bah, ¡Quién dijera que es un hombre y no un niño!―Gritó la anciana quejumbrosa.
Y de hecho, el joven con pequeñas orejas de perro jugaba tal como si seis años tuviese junto a dos traviesas gemelas.
―¡Ahh! ¡Tío Yasha viene a por nosotras!―Gritaron ambas a la vez.
Los miembros del pueblo sonreían al paso del trío con cariño.
La persecución se prolongó hasta el templo, y las niñas gritaron de alegría cuando vieron a cierta joven de cabellos azabaches.
―¡Tía Kagome! ¡Tía Kagome! ¡Sálvanos!
Kagome estaba arrodillada a espaldas de las pequeñas en un pequeño rinconcito cerca de los árboles. Las gemelas se lanzaron hacia ella gritando con alegría y sorprendiéndola.
―¡Ey pequeñas! ¿Qué estáis haciendo?―Preguntó con una sonrisa brillante mientras acariciaba sus cabecitas. Un vientre abultado sobresaliendo sobre lo que había sido una esbelta figura.
―¡Quiere comernos!―Protesto una de ellas, a la derecha.
Kagome giró sobre sí misma con una sonrisa ladina para ver acercarse a su esposo, pero el hanyou se mantuvo a una distancia prudente con una mirada seria. Su sonrisa se amplió tranquilizadora y entonces y sólo entonces, Inuyasha abanzó hasta su esposa.
―Dime demonio, ¿Pretendes comerte a estas dulces niñas?―Preguntó con voz autoritaria y fingiendo un ceño fruncido.
―¡Keh! Para nada, su sabor es demasiado horrible.―Sentenció haciendo una mueca de disgusto. Desde la espalda de Kagome, las niñas lanzaron una risita contenida.
―Entonces, ¿Por qué persigues a estas pobres niñas?
Inuyasha introdujo sus manos en sus mangas.
―¡Estas a las que llamas "pobres" han invadido mi territorio y me han despertado de mi siesta!
Kagome hizo un esfuerzo por no reir.
―Oh vaya...permíteme que me disculpe por ellas, son jovenes e insensatas. No lo volveréis a hacer, ¿verdad?
Asomando detrás de ella, ambas niñas, con grandes sonrisas agacharon la cabeza.
―¡Perdonanos señor demonio!―Dijeron al unísono.
Inuyasha aguardó una pausa teatral antes de sentarse en el suelo en su habitual postura de piernas cruzadas.
―¿Tío Yasha?―Preguntaron curiosas.
El hanyou lanzó una mirada dorada fulminante hacia ellas que las hizo temblar, y entonces, abrió los brazos con una gran sonrisa.
―¡Yaiiiiii!―Gritaron lanzandose hacia él en un gran abrazo.―¡Gracias tío Yasha!
Inuyasha sonrió hacia ellas y les dió un beso a ambas sobre la corona de su cabello.
―¡Ahora márchense, antes de que me arrepienta de mi decisión!
―¡Sí!
Las niñas corrieron de regreso a las escaleras llenas de energía y jugando entre sí. Su inocencía brillando poderosa junto al sol del mediodía iluminó con calidez a la joven pareja.
Inuyasha miró a su esposa con amor y se acercó hasta ella posando sus labios sobre los suyos en un dulce beso, sus manos deslizándose sobre el enorme estómago.
―Kagome...―Susurró, dejándose caer en el hueco de su cuello y respirándo su aroma.―¿Cómo está Souta?―Preguntó de forma casual, mientras se separaba de ella para redireccionar sus miradas. Ambos quedaron viendo la diminuta lápida frente a uno de los grandes árboles que componían el bosque de Inuyasha. Una gota de tristeza en la sonrisa de la joven mujer, quien había colocado el pequeño ramo de flores junto a la piedra
―El alma de nuestro joven hijo está bien, Inuyasha, esperando a una oportunidad por regresar a nosotros más adelante.―Susurró con los ojos cerrados.
Inuyasha asintió mientras los sombrios recuerdos inundaban sus pensamientos.
El aborto inesperado de su esposa había sido doloroso de soportar por parte de ambos, aunque mentiría si dijera que no fue Kagome quién peor lo pasó. Inuyasha tenía mucho tiempo por delante, pero para su esposa, era una carrera contra la naturaleza. Era un motivo de tensión inevitable entre ambos. Kagome gozaba de veintiún años mientras que Inuyasha no había experimentado cambio alguno, y tras discusiones e intentos infructuosos de dejarla encinta, el fracasó impactó con fuerza en ambos lados. Por suerte, la casualidad quiso bendecirles con una segunda oportunidad.
Inuyasha acarició el vientre, sintiéndo la vida que latía en su interior.
―¿Y cómo está...nuestra pequeña?
La inquietud por el miedo se evaporó rápidamente y la cálidez indudable de sus sentimientos regresó al instante.
―Está bien, muy bien.―Dijo sin poder eludir su felicidad.―Tranquila no obstante, supongo que se parecerá más a mí.―Murmuró juguetónamente a su marido.
―¡Ey! No pienses que se podrá librar de mi pelo, es ineludible.
Una risa tranquila y calmada escapó desde la garganta femenina, e Inuyasha la ayudó a ponerse en pie ante los frustrantes intentos de la misma.
―No te preocupes...amo tu cabello, ya lo sabes.―Susurró Kagome en una oreja peluda provocando un sonrojo en la palida piel del hanyou.
―¡Keh!-Soltó sin mayores comentarios.
―Hace calor ¿eh?―Se quejó la joven aireando levemente el largo kimono de sacerdotisa. Sonrió divertida sumergida en sus pensamientos.―Cuando llegue nuestra pequeña, llevémosla al mar...no podemos dejar que sufra esta calima horrible.¿Vale?
Inuyasha no pudo evitar devolver su sonrisa.
―Claro...
Bajaron las escaleras a ritmo lento tratando de no alterar mucho a la joven embarazada. Cuando entraron en la cabaña de Kaede, fue Rin quien les recibió con una sonrisa.
―¡Bienvenidos!¡La comida ya está lista!―Exclamó con una sonrisa tan similar a las de su esposa, que ambas podían parecer hermanas.
―Gracias Rin, perdona que no haya podido ayudarte...―Comentó Kagome mientras era ayudada para sentarse sobre el tatami.
―No importa Kagome, sabes que me las apaño bien.―Dijo orgullosa la joven.
Inuyasha la observó, moviendose ágilmente de un lado para otro mientras colocaba los cuencos y los palillos, habían transcurrido seis años desde que la joven se había asentado en el pueblo, y se había convertido sin dudas en una dulce joven en edad casamentera, para Inuyasha, resultaba confuso ver a esta jovencita con dieciseis años de edad moverse de aquí para allá como la misma niña que había conocido. ¿Acaso no solía lucir su esposa de la misma manera?
―Aquí tenéis.―Les tendió Rin sus respectivos cuencos, cuando Kaede apareció cruzando la puerta.
―Eso huele delicioso querida...―Afirmó Kaede con orgullo.
―Gracias, Lady Kaede.―Dijó formalmente con una ligera inclinación de reconocimiento.
La pareja gozaba de su propia casa en las afueras, sin embargo, desde que Kagome se hallaba cercana al momento del parto, habían preferido establecerse temporalmente en el hogar de la anciana junto a su segunda aprendiz.
Los cuatro comieron pausadamente, comentando constantemente sobre el embarazo de Kagome y sobre lo que había sido el tema de actualidad, los nombres. Kagome parecía encabezonada en nombrar a su pequeña hija con el nombre de la madre del InuHanyou, y este se oponía rotundamente, alegando que traería mala suerte para su destino. La discusión no se prolongó mucho cuando la cabaña fue invadida por nuevos integrantes, el monje y su esposa entraron junto con sus cuatro hijos con amplias sonrisas. Sango lucía una madurez hermosa, con curvas algo más pronunciadas desde el peso ganado tras el último embarazo. Miroku había ganado, por otro lado, el principio de dos pequeñas arrugas bajo sus ojos, que salían a relucir cada vez que sonreía.
―No os peleéis, cuando la niña nazca, sabreis su nombre.―Sentenció Sango con seguridad cariñosa.
―¡Keh! Ya veremos...―Masculló el hanyou mientras engullía la sopa por su garganta.
Kagome le miró molesta, no obstante, no le reprendió. Demasiado tiempo juntos como para tratar de cambiar su comportamiento.
Los cuatro niños, las dos gemelas, Kunia y Kaori y los pequeños Satoshi y Mushin con un año de diferencia, armaban jaleo por toda la diminuta sala. Inuyasha temblaba de pensar lo que sería una pequeña niña en su vida. No se sentía del todo preparado, pero la naturaleza llamaba al instinto indiscutiblemente. Sin importar como se viera, el iba a amar a su pequeña. No importaba que pareciera un demonio o un humano. El sabía que la iba a amar con todas sus fuerzas.
El grupo permaneció junto el resto del día, celebrando sin motivo aparente por la llegada de una futura vida.
Inuyasha sabía que esta vez iba a salir bien, no había habido problemas, Kagome había alcanzado sin problemas el noveno mes, con pequeñas dolencias que ella denomino "falsas contracciones", sería peligroso como cualquier nacimiento, pero su mujer era fuerte. Si todas las mujeres podían superar el parto, ella también lo haría.
Los componentes guardaron silencio cuando, al levantarse del asiento en el que había permanecido, el hakama de Kagome quedó completamente empapado y ella agarró su estómago.
―Es hora.―Sentenció Kaede al tiempo que Kagome asentía a la anciana y dirigía una mirada de amor a su esposo.
―Kagome...
―Estoy bien Inuyasha, todavía no estoy de labor, pero comenzare pronto. Sigue las indicaciones de Kaede ¿si? Tranquilo, no estes nervioso, voy a estar bien.
Los ojos marrones sonreían superponiéndose a la sombra de dolor que traspasaba su cuerpo e Inuyasha asintió, no obstante, el miedo ganó paso sobre su sistema, apretando dolorosamente su corazón, cuando se vió obligado a salir de la cabaña junto a Miroku. Sango fue expulsada también pese a las protestas, llevándose con ella a las cuatro curiosas criaturas que componían su familia.
Sonrió en una pequeña disculpa a ambos hombres esperando en el exterior de la cabaña.
―Voy a tratar de conseguir a estos pequeños en casa de Tami, sin embargo lo más seguro es que no pueda venir a lo largo de la tarde.
Inuyasha se encogió de hombros sin apenas prestar atención a sus palabras, Miroku en cambio se acercó a ella y le dió un beso discreto en los labios.
―¡Mamá yo también!―Se quejó Satoshi tironeando de las faldas de su madre.
Sango colocó su mano pacíficamente sobre su cabello.
―Pequeño celeso...―Murmuró Miroku con un puchero en sus labios.―¿Acaso no quieres un beso de papa?
Miroku tomó en brazos a su joven hijo de tres años que se retorcía gritando su palabra favorita "No" en un intento de evitar el baboseo por toda su cara. Posando sus labios sobre la mejilla del pequeño e incluso dando un breve mordisco, Miroku se regodeó en su victoria con una sonrisa petulante mientras su hijo se escondía tras su madre enseñándole la lengua.
Ambos se miraron por unos momentos, en un mensaje de amor que no necesitaba palabras.
―Ya es suficiente niños.―Medió Sango con voz dulce pero autoritaria, deteniendo las burlas de sus hijas mayores contra su pequeño.―Nos vamos a casa ahora.
Con un movimiento de su mano, Sango inició el camino de regreso a casa. Inuyasha siguió su figura con la mirada, Sango aún era fuerte, y sin embargo...no podía recordar cuando fue la última vez que la vió embutida en su traje de cazadora de demonios, o luchando, o...bueno, haciéndo algo más a parte de cuidar a sus hijos.
Miroku palmeó su hombro con fuerza sacándole de sus pensamientos.
―¿Todo bien?―Preguntó con una sonrisa burlona.
Frunció el ceño al monje lujurioso y se quitó la mano intrusa de un manotazo propio.
―¡Tú que crees estúpido! ¡No entiendo por qué no me dejan ver!
Miroku suspiró teatralmente.
―Créeme Inuyasha, hay cosas que un hombre no está preparado para ver.
Inuyasha apartó su mirada del monje con enfado, no le importaba nada, sólo podía concentrarse en analizar los olores del interior de la cabaña y contar los minutos para que todo acabara. Aún faltaban nueve horas para el anochecer, y el sol se alzaba alto sobre sus cabezas. No había nubes en el cielo, las flores del verano, aunque algo marchitas, brillaban expectantes de ser recopiladas por las expertas manos de niñas que como Rin hiciera en el pasado, creaban hermosos abalorios para el pelo.
La noticia de que la joven sacerdorisa que a todos ayudaba estaba de parto cundió rápidamente por todo el pueblo, y antes de que pudieran evitarlo, Inuyasha se encontró recibiendo comentarios de apoyo y algunos regalos por parte de las mujeres más cercanas a su esposa. Todos se marchaban rapidamente sin embargo, nadie quería ser víctima del mal humor del hanyou dadas las circunstancias, y así se fueron para continuar con sus quehaceres con grandes sonrisas mientras oraban al cielo para permitir a la madre y a la criatura que portaba vivir. Todos amaban a la joven.
Rin salió por la puerta un par de veces. La primera vez, ignoró las demandas del hanyou mientras alegaba que debía marchar a toda prisa para cumplir con las indicaciones de Kaede. Entró con un enorme balde de agua, telas viejas en sus brazos y un atijo de hierbas de diferentes olores guardadas sobre el nudo de su kimono. Inuyasha estuvo tentado de entrar. ¿Por qué demonios no iba a poder hacerlo? Un gruñido molesto se escapó de él durante los siguientes minutos callando eficazmente al monje y sus intentos de apaciguarlo.
La segunda vez que la jovencita salió, sin embargo, buscó a Inuyasha con la mirada. La joven de dieciseis años sudaba.
―¡Inuyasha! ¡Kagome ha empezado a dilatar!―Le informó la jovencita.
El hanyou se acercó a ella casi inmediatamente con el rostro deformado de los nervios.
―¡¿Qué...qué quiere decir eso?! ¿¡Es malo!?―Le preguntó mientras la tomaba por los hombros.
Rin fruncio las cejas mirando como el joven hanyou parecía derretirse de sus propios nervios.
―No...―Murmuró, e Inuyasha casi se dejaba caer al suelo de alivio sin dejar de sostener a la joven por los hombros.
―En realidad, que es una buena noticia. Sólo quería que lo supieras...
―Rin...―Murmuró Miroku con una sonrisa timida.―Tal vez sea mejor que solo le avises cuando todo alla terminado. Nuestro pronto a ser padre podría sufrir un colapso.
Con esas palabras, Rin regresó al interior de la cabaña con la misma rapidez con la que había entrado, y un monje golpeado se sentó a esperar lejos del irascible InuHanyou.
Las orejas del mismo se mantuvieron girando y chasqueando en cada instante, desde el interior de la cabaña, podía escuchar los quejidos y sollozos de su mujer y la contundente voz de la vieja miko dando órdenes a su pequeña auxiliar; desde el exterior, el pueblo entero parecía componer una antítesis de calma frente al maremoto de nervios que parecían engarrotar los músculos del hanyou y dejarle clavado sobre el árbol en el que se había posado, vigilando tanto la cabaña como el horizonte en busca de amenazas o noticias.
El comienzo de los gritos, ya cuando solo faltaban un par de horas para la caida del sol le despertaron del trance en el que se había sumido contemplando su hogar. Miroku se tragó un bostezo que había ganado paso en su boca cuando los escuchó.
Inuyasha se acercó a él saltando del árbol, una mirada de aprensión dibujada sobre los ojos ambar.
-Miroku ...
El padre de familia miró a Inuyasha en la comprensión.
―No te preocupes Inuyasha, ella está bien. Es normal que grite, el dolor debe ser horrible.
―Pero yo...―Murmuró mirándo sus manos. Se sentía tan estúpido, tan inútil.
―Lo entiendo.―Alzó la mirada para ser recibido por la chispa brillante que distinguía a su amigo de otros hombres normales. En esta ocasión, admitió la mano tranquilizadora sobre su hombro.―Déjelas hacer...pronto todo habrá acabado.
Inuyasha asintió tras unos momentos mirando profundamente sobre la esterilla de la puerta en la que su mujer recitaba de memoria todos los insultos que el hanyou había ganado en su vocabulario durante sus años de juventud y una sonrisa se hizo paso por sus mejillas.
La pierna de Inuyasha tomó constancia en un tic nervioso, paseándose hacia delante y hacia atrás frente a las escaleras del templo, donde el monje había tomado su nueva posición.
El sol aparecía medio en el atardecer. El tono rojizo de su luz atravesaba la copa de los árboles dotándoles de un hermoso reflejo de oro, las sombras hacían su aparición con la llegada del crepúsculo y las aves graznaban refugiándose en el bosque antes de que la noche cayera sobre ellas y no se les concediera el sueño. La gente ya había terminado la labor y aguardaban en sus casas, el delicioso aroma del estofado se renovó por toda la zona. Acompañando a todos estos sonidos cotidianos, los amortiguados gritos de dolor de su esposa parecían haberse acoplado a ellos de forma natural.
Inuyasha había tomado en sí una extraña faceta calmada aunque por dentro su corazón abanzara a marchas forzadas por culpa de la extenuante velocidad.
―¡Ya sé ve la corona Kagome! ¡Un último esfuerzo!
Se escuchó la voz de Kaede, completamente agotada, en un grito que trataba de levantar las energías. Miroku se levantó de su asiento sobresaltando levemente al joven de cabellos plateados.
―Ya viene Inuyasha...―Le dijo con una sonrisa, y el hanyou tragó la bola de saliva espesa que parecía negarse a bajar por la garganta.―Voy a avisar a mi esposa...¿Estarás bien?
Inuyasha respiró profundamente y asintió con decisión. Miró a la cabaña sumida en luz dorada y rosácea escuchando los resoplidos y la frecuencia cardiaca de las tres personas en el interior aumentar. Un grito desgarrador, más horrible que cualquier sonido que haya escuchado a lo largo de su vida se hizo eco desde el interior en reflejo al esfuerzo de su esposa, y pronto un nuevo grito se escuchó agudo y desagradable.
Las orejas hacia atrás y el corazón acelerado, el joven hanyou esperó la salida de Rin para que le diera el permiso a entrar sintiéndo como su propio cuerpo parecía querer desvanecerse. Pero los minutos pasaron siendo dominados por un silencio ensordecedor y solo se podía escuchar las respiraciones de esfuerzo desde el interior. El olor de la sangre inundaba sus sentidos, ¿era esto normal? ¿Por qué tardaban tanto? ¿Aún no había acabado? Largos gemidos de dolor empezaron a escucharse nuevamente desde el interior, esta vez, más suaves, más cansados. Inuyasha aguardó durante un tiempo más llenó de contradicciones y pensamientos, sin embargo, justo cuando el sol estaba a punto de desaparecer en el horizonte, la rabia ganó el control de la situación e Inuyasha decidió que ya había esperado lo suficiente, tanto a Rin, como a Miroku; y se acercó a la puerta.
―¡Rin! ¡Me da igual lo que digas, voy a entrar!―Avisó previamente sin querer ser sentado sobre el suelo, pero nadie le contestó, sólo un extraño gorgoteo infantil que hizo su corazón impaciente sabiendo que procedía de su hija.
―¡Kagome!
De un solo movimiento Inuyasha levantó la esterilla y dió un paso hacia delante, esperando quizá la intromisión de la anciana para empujarle al exterior, sin embargo no hubo tal, y su cuerpo se detuvo y tambaleó hacia atrás inconscientemente mientras su mirada permanecía incŕedula. Frente a él, los resquicios del sol del atardecer iluminó el cuerpo tirado en el suelo, el sonido de la carne rota y la deglución desde algún lugar en la sala, el cadáver de Kaede permanecía tirado sobre el tatami manchado de sangre, el cuello roto, la mirada vacía y el rostro inmóvil en una terrorífica expresión de horror. Perplejidad inicial traspasó la expresión del hanyou, mientras su cerebro llegaba a la realización de lo que contemplaba poco a poco.
Diminutas orejas aparecieron de repente desde los pliegues del kimono blanco en la espalda de la antigua sacerdotisa. Ojos de oro se encontraron con ojos de oro como el cuerpo desnudo se alzo sobre la espalda de la miko e Inuyasha abría sus ojos con estupor. La púpila tembló ante la visión horrenda. Las orejas no pertenecían a los picos de una cabeza de cabello blanco, cercanas a una nuca desnuda y ensangrentada, carentes de pelo, se balanceaban sin vida sobre la espalda. Los ojos vacios se mancharon de rojo, en el frente, el hocico de un canino, sin nariz, sin cuello, una boca llena de comillos ensangrentados se abrió dejando caer la oscura y pesada sangre. La respiración jadeante semi ahogada, un gorjeo similar a un gruñido escapó del diminuto ser, los dientes se cerraron sobre la cara de la anciana. Un crujido, la carne desgarrándose, los dientes chocando entre sí... el único ojo que a Kaede le quedaba saltó de su cuenca para ser engullido... Inuyasha sintió su cuerpo caer al suelo de rodillas, la esterilla cerró eliminando la luz del sol de la tarde. Los ojos rojos brillaron incluso con mayor fuerza en la oscuridad.
―Mi...hija...―Susurró incrédulo, incapaz de hacer nada más mientras veía como el ser volvía a morder sobre la carne de la anciana. Su mano se alargó hacia la criatura.
Un gañido y un gemido doloroso escapó de la garganta como la lengua caía desde su mejilla izquierda inmóvil, la criatura saltó hacia atrás refugiandose en la pared de madera de la izquierda. Erguida sobre dos patas de animal, extremidades humanas dobladas en posiciones imposibles colgaban como brazo derecho y pierna izquierda, parches de pelo blanco cubríán la piel desordenadamente. El ser se tambaleó y cayó. Gimió de dolor, después, un gruñido satisfecho escapó de él y los dientes se cerraron formando una sonrisa perfecta. Las pupilas azules del demonio bailaron con locura dentro de los orbes del ser enfocándose en el otro lado de la habitación y espesa saliva cayó de la boca animal de piel humana.
Pálido y sin respiración, Inuyasha sintió el ascenso del vómito desde su estómago al ver como la piel humana del estómago se deshacía bajo la criatura que había nacido de su simiente hasta caer al suelo con golpes húmedos, los músculos de su estómago a la vista, se contraían y estíraban al ritmo de un latido.
―Inu...ya...
El gemido desesperado le obligó a apartar la mirada, la pupila dilatada en el horror, el hanyou persiguió el final de la escena hasta ver a su esposa. Kagome jadeaba suavemente tendida sobre el suelo, las piernas abiertas, Inuyasha observó los mordiscos en torno a su agujero dilatado, sangre manaba de ellos sin parar, los muslos de su esposa presentaban cortes profundos y pequeños. Los hermosos ojos caastaños de Kagome perdidas en la nada.
―Mi...bebe...han robado...―Kagome respiró dificultosamente y tosió. El sonido de un objeto cayendo llevó al hanyou a alzar la vista tras su esposa. Rin permanecía en esa misma esquina, temblando, ensangrentada, su mirada aterrorizada no abandonó en ningún momento la criatura que se retorcía al fondo de la sala tratando de recuperar el equilibrio. Sus labios se movían constantemente sin emitir sonido alguno.
Inuyasha leyó ellos sintiéndo como las lágrimas se agolpaban tras sus ojos. "Monstruo, monstruo, monstruo..." El aire entró por primera vez por su garganta y las dos primeras lágrimas cayeron por su mejilla hasta tocar el suelo.
Esto era lo único que su cuerpo podía crear, lo único que su semilla podía dar lugar. "Un monstruo" una criatura deforme, un ser incompleto que rueda entre ambos lados. Llevó sus manos hasta su boca , ahogando un sollozo desesperado, su respiración errática como por primera vez en su vida el llanto se descontrolaba. "Monstruo" Él lo era. Siempre lo había sido. Los hanyous no debían ser creados, los hanyous debían morir como las patéticas criaturas que eran. ¿Qué era su hija, sino un reflejo de las imperfecciones de su propio padre? ¿Qué culpa podía tener esta criatura de asesinar a la anciana, más allá de heredar la sangre de un hanyou incapaz de controlar su propio demonio? Un gemido largo y prolongado escapó por su garganta mientras sus manos caían hacia delante y las lágrimas delineaban la línea de su nariz. El aborto de su primer hijo había sido un aviso, los dioses se lo habían dicho. Hanyous no podían tener hijos, hanyous no podían tener familias. Hanyous no debían existir.
―Inuya...inu...sha...―El susurro de la voz rota de su mujer retumbó en la habitación. La pequeña criatura llamada Izayoi, un puro contraste y una ofensa de lo que su abuela fue, soltó un grito agudo al percibir la voz de su madre y empezó a arrastrarse, ciega, en su dirección.
Inuyasha fue testigo de todo como alzó su mirada borrosa.
―Por favor...mi bebe...―Clamó Kagome apenas sin voz.
Sus susurros calaron profundo en su cabeza a la vez que el ritmo cada vez más lento de sus latidos. Su esposa deseaba ver a su hija, ¿Pero acaso esa hija existía? Tomó aire profundamente tratando de lavar sus emociones. Kagome le había amado. No le había importado su condición. Hanyous deben morir, hanyous no deben ser amados. Y sin embargo, la joven le había brindado su cálida sonrisa, su amor, su corazon sin importar...sin importar...
Inuyasha alzó su mirada hasta la figura torpe de su hija y gateó temblando con esfuerzo hasta ella.
Su garganta se había cerrado, ningún sonido destinado a salir desde ella, sin embargo obligó a la saliva a traspasarla y a abrir su boca. Escalofríos por todo su cuerpo, un frío helador recorriendo su corazón desde la culpa, y el dolor. Obligó una sonrisa a salir de su rostro cuando se hayó frente a la criatura, sus ojos de nuevo rojos mirando amenazadores hacia la sombra que su padre componía. Esta criatura había nacido por su culpa, era su responsabilidad. Esta, era la única vida que podía crear y debía sentirse feliz de poder disfrutar de ella, disfrutar de que fuera sana. La noche caía desde la ventana lentamente.
―E..y―La voz de Inuyasha resonó quebrada desde el llanto, cada palabra un puñal clavado sobre su estómago.―Mi niña...preciosa...―Susurró alargando sus manos para sostenerla.―Soy...tu papa.―La pupila azul giratoria se detuvo ante el nuevo sonido. Los puños de los pequeños brazos humanos deformes se agitaron levemente. Las lágrimas de Inuyasha cayeron sobre la madera, las palabras cada vez más sencillas como una extraña verdad golpeaba su pecho constantemente.―Mi niña...no tengas miedo, vamos a ir con mama, ¿si? Inuyasha tomó la criatura por debajo de sus brazos. Una aspiración profunda como cerró los ojos al notar sus manos hundierse lentamente en la carne sin formar. Abrió los ojos para ver como la sangre chorreaba desde el lugar donde había posado sus palmas, un sonido gelatinoso y un líquido viscoso como trato de separar sus manos. Una nueva respiración.
―Mi...
El susurro de su esposa hizo que se levantara. La sonrisa forzada clavada en su rostro mientras ignoraba los sonidos de la carne cuando sostuvo a su hija sobre su pecho delicadamente.
―Kagome...no te preocupes. Izayoi está aquí, ¿Verdad mi bebe?―Murmuró suavemente. Un gorjeó más humano escapó de la garganta en reconocimiento. El corazón de Inuyasha se calento, aunque fuera sólo un poco.
Se arrodilló frente a su esposa tembloroso. Kagome le había aceptado, había de aceptar a su bebe, ¿verdad? Porque, ahora que miraba a su pequeña bien, en realidad no había nada tan horrible. Sus heridas curarían y su piel terminaría de formarse en unos días, con un poco de suerte, podían tratar de recolocar correctamente los huesos para que se juntaran correctamente. Su cuerpo no estaba bien, pero por su comportamiento, su mente era sana, y eso era también muy importante. Bajó la mirada hasta su pequeña, quien se la devolvió en el rojo tono demoniaco. No lucía como un humano...¡Y qué! Podían vivir lejos, en el bosque, y criarla juntos...
Escalofríos desde todas las direcciones como se negaba a aceptar la verdad, alzó su mirada ensombrecida y roja por el llanto ante su esposa.
Kagome lucía agotada, pero desde su tranquilidad, que lucía tan hermosa.
―Kagome...Izayoi está aquí para verte...―Su voz era la más suave empleada.
Kagome abrió sus ojos, cansados, para ver a su querido esposo. Sonrio suavemente ante la vista de su amado.
―Esta...¿bien?―Preguntó mientras jadeaba por tomar aire.
Inuyasha cerró los ojos unos momentos, tomando fuerzas para hacer lo que tenía que hacer.
―Sí...ella es...es...―Inuyasha tragó saliva mientras desdibujaba su mascara feliz por unos instantes, temblando mientras veía a Rin con los ojos abiertos mirándole, pegándose a la pared para tratar de huir. Sus labios se movieron: "Monstruo" "Loco" "Ayuda" "¡Loco!"
Regresó su mirada a su esposa mientras las lágrimas caían sin poder sonreir.
―¿Por qué...llorar?―Cuestiono dulcemente.
―Ella es...¡Para mí...! La más...hermosa...―Dijo en un sollozo.
Kagome asintió débilmente, cerró los ojos y sonrió. Sin poder moverse, demandó.
―¿Mi...bebé?
Su mano se alzó hasta el bulto que Inuyasha sostenía.
Resistiéndose, pero tomándo todas sus fuerzas, Inuyasha separa cuidadosamente a su hija de sus túnicas, eliminó la sábana que la cubría y la observó por última vez, su cuerpo, su sangre, los ojos...
Alzándola delante de su madre, Inuyasha volvió a sonreir penosamente.
―Kagome...nuestra hija...Izayoi...―Murmuró mientras las lágrimas caían, observó su reacción. Aún sin darle al bebe, teniéndola en sus brazos, sonriéndo...
La sonrisa de Kagome desapareció lentamente y su rostro permaneció por unos momentos sin expresión, la mano cayó lentamente al suelo, simplemente mirando mientras respiraba, mirando.
Inuyasha inhaló de nuevo bruscamente, la pequeña abrió sus fauces y jadeó.
―Kagome...―Acercó lentamente la criatura hacia ella.―...nuestra hija...debe...
Pero Kagome se alejó lentamente con los ojos empezando a abrise, su respiración acelerándose.
Inuyasha apretó la mandíbula con fuerza ahogándose.
―Kagome...―Volvió a decir más firme a la vez que se la tendía lentamente. La expresión de la muchacha cada vez más hundida en el miedo, cada vez más similar a la joven expresión de Rin. El terror.―...por favor...debemos alimentarla...Izayoi...―Pero ella empezó a mover el rostro de un lado a otro, tratando de tirar su cuerpo lejos del hombre al que amaba.―¡Kagome!―Gritó al tiempo que sollozó de desesperación. No podía hacerlo solo, él no podría, pero su esposa, su adorada esposa, sólo gimió desesperada una y otra vez tratando de alejarse de él y la criatura que portaba. Inuyasha se levantó dominado por la ira.―¡Es nuestra hija!―Dió dos pasos hacia delante y la colocó justo frente a los ojos castaños.-¡Lo siento, lo siento Kagome! ¡Pero ella ha nacido así! ¡Y ella vive!¡Nosotros debemos hacernos cargo! ¡Es nuestra sangre! ¡Nosotros...!
―¡No!―La mano de kagome golpeó con fuerza en la criatura endeble, que se escurrió del agarre de su padre y cayó al suelo con un golpe seco.―¡No!¡No, no no no!―Chilló logrando acercarse a Rin y abrazándose a ella. El terror dominando su mente se dibujó en sus respiración se hizo viciosa, cada vez más y más rápida mientras miraba al vacío infinito.
Inuyasha se mantuvo depie, inmóvil y con los ojos ocultos en su flequillo por alguno momentos. Después caminó hasta el cuerpecillo que había sido desechado por su madre y se arrodillo frente a él tomándolo de regreso entre sus brazos. La criatura jadeaba cansinamente en un tono ronco y brutal. Los ojos de Inuyasha se abrieron en asombro e incredulidad, cuando, mientras el pequeño corazon que latía sobre el pecho expuesto comenzaba a desenfrenarse, los ojos de la criatura, el único elemento reconocible dentro del galimatías que constituía su cuerpo, quedaron fijos frente a él. Y ya no estaban presentes los ojos rojos de un demonio, ni los ojos dorados que le clamaban como su hijo. Sino los ojos caramelo chocolate de la mujer a la que amaba, puros, inocentes, mirándole fijamente desde la ignorancia casi como si hubiera sido consciente de su rechazo.
"No hay aceptación" "No hay vida" "Los hanyous son criaturas horrendas y deformes, que jamás deberían existir"
Largos surcos de lágrimas cayeron por sus mejillas como la criatura que sostenía demostraba así la presencia de un alma en su interior. Un alma buena, pura y flexible, deseosa de vivir y aprender...pero la sangre manaba del golpe en la cabeza y los ojos parpadearon lentamente. La pata canina enganchó sus garras desesperadamente sobre el haori de su padre a la vez que poco a poco, los musculos del pecho dejaban de trabajar. Pronto, se detuvieron completamente, y el brillo en la mirada del monstruo llamado Izayoi se apagó con un último gemido canino...
En el pueblo de Kaede, los campesinos dormían felizmente en sus casas, una pareja de casados, formado por un monje y una cazadora de demonios caminaban en dirección al hogar de la curandera tomados de la mano. El cielo estaba despejado, las estrellas brillaban impasibles sobre la oscuridad de terciopelo, y dentro de este remanso natural de paz y felicidad, un aullido se elevó, fuerte y largo, sobre los bosques de verano...
Esto es todo por ahora! ¿Mi intención? Shokearos con un cambio brusco en el mismo capítulo, ¿He logrado aunque sea un mínimo efecto sobre ustedes? Por desgracia aún no he desarrollado mis habilidades de telequinesis, asi que...¡Háganmelo saber en vuestros reviews!
Se admiten críticas duras y cookies de premio!
El próximo capítulo...¡El próximo jueves!
