Lo que será mi último trabajo Ishida+Kurosaki, ya que la beca se termina en un mes y tengo que a) volver al trabajo honrado y b)enfocarme hacia otra pareja.
Dedicado a un montón de gente; Sumeragi Saya sama, por levantarme el espíritu, asi sea a patadas medianocheras. Dita y Maryzza, por estar ahí. Yageni, por añadirse al montón. Ramsin, porque ambas somos fans enfermas de House y ésto le gustará. Victor, por asesorarme en cada cuento que tenga que ver con sangre. Manuel y el Sarraceno...por soportarme en cada consulta. Música de Pink Floyd, Blink 182 y Angels & Airwaves

Capítulo 1; Antecedentes: hijos y padres

Good morning, The Worm, Your Honour,
the Crown will plainly show,
the prisoner who now stands before you,
was caught red-handed showing feelings…
showing feelings of an almost human nature!
This will not do…

Pink Floyd, The Trial, The Wall

La médica se frotó las sienes, agotada, cerrando los ojos. Difícil era sobrellevar un día completo en el hospital siquiátrico y menos fácil aún era atender dos urgencias relacionadas en el mismo asunto. Si fuesen suicidas, ya habría seguido el procedimiento de costumbre; lavarles el estómago, fijarlos a sus camas, doparlos hasta que despertasen y, días después, confusos aún por los tranquilizantes, a salvo de todo instrumento que pudiera llevárselos, comenzar el lento y pesado análisis cognitivo, la larga cuesta de subida desde el pozo de la depresión.

No todos sobrevivían –ella lo sabía bien- y no todos, para ser precisos, merecían sobrevivir, aunque claro, Unohana Retsu se cuidaba muy bien de expresar en voz alta semejantes pensamientos. Isane Kotetsu, su siempre eficiente –aunque un poco neurótica, había que reconocerlo- jefe de área, en el pabellón de Alta Restricción, entró, seguida de los familiares.

No siempre sucedía así; a veces, los recién internados simplemente eran arrojados en la puerta. No era éste el caso y, como Unohana lo temía, haría las cosas más difíciles. No es lo mismo verse enfrentado a padres de familia que no tienen idea de lo que está pasando por la cabeza de sus hijos, a darle la cara a dos ex compañeros de la universidad, los dos radicalmente distintos y los dos, difíciles de manejar, ansiosos y preocupados…cosa que no demostrarían, gracias al largo entrenamiento médico. Al menos, no Ishida Ryuuken, con su Armani -¡Kami sama! ¿Por qué el traje blanco impecable tenía que ser Armani?- las lentillas Prada y sus secos y distantes modales de magnate.

Unohana se resignó. No era que no simpatizaran, pero si Ishida era dueño del Karakura General…no podía haber llevado a su hijo a Tokio? En fin. Suspiró. El contraste con Kurosaki Isshin en cambio, era por decir lo menos, notable. La camisa hawaiiana, los gastados Dockers, los Crocs verdes de goma, el corte hippie de la barba y la sonrisa a flor de piel…intentando cubrir su ansiedad.

Unohana puso los dos expedientes sobre la mesa. Ishida Uryuu y Kurosaki Ichigo. Estudiantes de preparatoria, último grado. 18 y 17 años, respectivamente.

El mayor, con un excelente récord en sus calificaciones, un chico aparentemente tranquilo, asocial, un tanto neurótico, ligeramente obsesivo-compulsivo (nada que no pudiera manejarse), distanciado de su padre, sin adicciones visibles, un poco bajo de peso, con tendencia a la anemia y a la presión baja, seguramente causada por la velocidad del crecimiento. Miopía, con ligeros rasgos de astigmatismo. ¿Pasatiempos? La costura, la lectura y el tiro con arco y flecha.

Se había negado a responder el cuestionario inicial. La videograbación de su entrevista sólo lo mostraba silencioso, los pants del uniforme del hospital (Unohana había desterrado las ridículas batas, arguyendo que sólo deprimían más a los pacientes y logró convencer al Consejo después de demostrar que los pacientes las usaban para ahorcarse: los pants de franela junto con la sudadera eran abrigadores y relajantes, en cambio) la mirada fija al piso…los dedos abriendo constantemente las heridas de sus muñecas y sus antebrazos. Habían tenido que curarlo, vendarlo y sujetarlo con las muñequeras de lino, acolchadas por dentro. Era evidente que los cortes habían sido hechos con la punta de una flecha.

En un muchacho tan tranquilo, Unohana quería pensar que se trataba de alguna desilusión amorosa…pero Uryuu era el primero de su clase. Y ese era un dato tan sospechoso como si hubiera sido un delincuente declarado. No podía evitar el presentimiento de su instinto médico; tras el bello rostro del joven, había algo más siniestro, algo oscuro.

El menor tenía problemas. Muchos problemas. El cabello anaranjado y los constantes cambios en la esclerótica de sus ojos –del blanco total al púrpura profundo, llegando casi a ennegrecerse- el encogimiento de sus encías, haciendo ver sus dientes más grandes; el incremento/decremento de su fuerza física, la indiscutible manía por la sangre, la palidez del color del papel durante los ataques, señalaban un caso serio de Porfiria Eritropoyética (1). El hecho de que se trataba de una enfermedad seria, congénita, no implicaba que no pudiera controlarse y Unohana tenía frente a sí el número de transfusiones de factor Beta que el jovencito recibía anualmente, desde que tenía seis años de edad. Cuando lo habían llevado al hospital, desde la escuela, había golpeado a tres de los enfermeros y roto el brazo a la enfermera jefe, quien trataba de sellar la sonda Hickman (2), para que no se lastimara.

A diferencia de Ishida, Ichigo era un estudiante promedio. Popular, fuerte, sano a excepción del detalle de la porfiria –pese a su enfermedad se veía más fuerte que el mismo Uryuu- reconocido por meterse en pleitos, excelente jugador de soccer, intermedio en el equipo de kendo. Dato curioso; lector de Shakespeare.

Afortunadamente, a diferencia de muchos otros enfermos de porfiria, Ichigo podía comer una gran cantidad de cosas; con seguridad, eso lo mantenía sano. Incluso, mentalmente. Y, cada vez que sobrevenía el inevitable cambio físico producto de su enfermedad, pese a faltar a la escuela, ponía el empeño necesario en salir adelante. Narcisista primario, bocón, impulsivo, sus amigos lo adoraban y reconocían su lealtad.

En la videoentrevista, Ichigo insistía en recalcar, de todas las formas posibles, que no recordaba nada, que por qué estaba ahí y que si no llamaban a su padre y lo sacaban de inmediato, les daría una paliza. Cuando le preguntaron por Ishida Uryuu, dijo que no lo conocía.

Lo que no hacía comprensible que dos muchachos que ni siquiera se hablaban en clase, se hubieran liado a golpes, Uryuu terminara sacando una de sus puntas de lanza, la clavara en Ichigo repetidas veces –sin siquiera mirar adónde- y a continuación, se hiriera a sí mismo de una forma por demás dramática. Sin contar que varios de sus amigos –Keigo, Mizuiro, Chad- hubieran salido lastimados seriamente y necesitados de puntadas, en el intento de separarlos. Era un milagro que no se hubieran matado entre ellos dos, decía espantado Mizuiro.

En un principio, Unohana sospechó lo obvio; una relación homosexual, evidentemente oculta y no bien vista por el resto. Así que, mientras estaban bajo los tranquilizantes, ordenó que se les hiciera una revisión física completa, lo menos humillante posible. La prueba la desconcertó; ambos chicos eran vírgenes. No había respuestas claras en el interrogatorio y la DSM-IV más el Análisis de Perfiles demostraba que Ichigo no mentía; no conocía a ese muchacho y, si no lo conocía, tampoco había forma de que hubiera mantenido una relación con él, de la clase que fuera. El silencio de Uryuu no ayudaba en nada.

En ese momento, Unohana Retsu revisó sus opciones. Podía decir que no tenían ni puta idea de qué les estaba pasando a los muchachos o cuál había sido la causa del ataque rabioso entre ellos. O podía entregarles sus expedientes y esperar a que juzgasen el asunto como médicos y no como padres. Desdichadamente, no podía hacer ninguna de las dos cosas; lo primero era antimédico y lo segundo, antiético.

Por tanto, se decidió por la tercera

-Me gustaría escuchar los antecedentes de los chicos, de parte de ustedes dos, Isshin, Ryuuken…no tenemos suficiente información. Y me intriga especialmente cómo es que sus hijos no se conocen entre sí…hay algún dato que pudieran darme, en ese sentido?

Unohana se tomó su tiempo para atormentarles. Claro que conocía la respuesta; era evidente en el lenguaje corporal de ambos que algo había ocurrido entre esos dos. Algo en el pasado, que quizá había desencadenado el ataque entre los chicos. Y no iba a descuidar ninguno de sus bisturíes siquiátricos de tormento, con tal de sacarles toda la verdad…

Ryuuken se entiesó de inmediato. Bingo pensó Unohana. El médico de cabello blanco miró a su barbado colega, sopesando sus palabras. Isshin se quedó esperando a que Ryuuken hablara. Viendo que no lo haría, se decidió él a hacerlo

-Cuando eran pequeños- Ryuuken se tomó el tiempo para encender un Lucky Starr… y Unohana levantó una ceja, advirtiéndole que ni siquiera lo intentara; estaban en un hospital

-Y bien?

-Ellos…pensaban que eran novios-dijo Isshin. Ryuuken frunció los finos labios, profundamente disgustado y habló

-No quería que MI HIJO tuviera semejantes inclinaciones

-Tsk, Ryuu-chan… exagerabas; tenían sólo tres años! ¡Apenas hablaban! Aún creo que…

-Decidimos separarlos y en bien de los dos, dejamos de hablarnos. Por eso, no se conocen, Unohana-san

-¿Qué es lo que les ocurre?-preguntó un angustiado Kurosaki.

Unohana revisó sus datos de catalogación primaria; las cosas eran evidentes. A Isshin le importaba un carajo lo que su hijo quisiera o no; sólo le importaba lo que podría afectarle. Ryuuken, en cambio, tenia una reputación, una apariencia que proteger…más importante incluso que su propio hijo. Tsk. Decidió asustarlos un poco…sí, incluso al bueno de Isshin, que todos eran culpables hasta que no hallara quién pudiera ser inocente

-No estoy segura de que los cambios químicos, producto de la porfiria, pudieran producir alguna sicosis seria en Ichigo, aunque cabe la posibilidad. El que me preocupa es Uryuu…quisiera pensar que se trató de un ataque repentino de histeria y no de que oculta algo más serio…-dejó que sus palabras atravesaran a ambos médicos, notando la tensión en uno y la preocupación en el otro. A veces, podía ser una perra sádica

-Les haremos más exámenes y veremos qué podemos obtener. Les pediría que no se preocupasen. No aún, hasta que sepamos hacia dónde correr…

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Los dos salieron sin hablarse, al estacionamiento del hospital. Los autos, como las personalidades de sus dueños, los definían a la perfección; un destartalado jeep, con la cruz roja sobre la pintura verde y un lujoso cupé negro, con el chofer al volante, esperando a su patrón. Antes de llegar a sus respectivos autos, Isshin tocó ligeramente en el brazo al Ishida

-Ryuu-chan…

-No me llames así, idiota –el rostro de Isshin no se vió lastimado por la expresión

-Está bien, Ishida-san; creo que deberíamos decirle a Retsu…

-No tenemos nada que decirle a Unohana-san, Kurosaki –lo cortó, secamente

-¡Pero se trata de los niños! ¡Kami sama, Ryuuken! ¡Estuvieron a punto de matarse! ¿Cómo puedes quedarte asi?

-En lo que a mí cabe, me disculpo por el daño hecho a tu hijo. Sobre Uryuu…siempre ha sido una decepción para mí. Si se queda encerrado aquí, será una preocupación menos. No tengo tiempo para pláticas, Kurosaki…

Isshin era hombre de armas tomar y aprovechándose de su estatura, agarró de los hombros al pomposo director de hospital, acercando su rostro –que podía ser temible, cuando estaba furioso- casi hasta rozar el del otro

-Nunca creí que pudieras ser tan imbécil, Ryuu… hasta cuándo serás capaz de perdonarme?

El chofer bajó del auto en menos de un segundo

-¿Ocurre algo, Ishida-san?

Ryuuken se zafó de las manos de Isshin y se arregló la corbata, indiferente, los azules ojos brillando de ira; los labios apretados y pálidos de disgusto

-Nada, Misaki. Vámonos.

Kurosaki Isshin miró el auto alejarse y suspiró

-¿No ha cambiado nada, neh?

Se volvió para toparse con la sonrisa de Unohana. Kurosaki negó con la cabeza, tristemente

-¿Qué tal si regresas a la oficina y me cuentas todo con calma? Tal vez así me des unos cuantos datos más para poder resolver todo esto, Kurosaki-kun?

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(1) Una enfermedad interesante y muy real, la porfiria reviste diferentes formas y distintos grados de seriedad. Esta versión es la que se considera culpable de la leyenda de los vampiros, ya que produce en el enfermo las características de uno; oscurece el blanco de los ojos y aclara las pupilas; encoge las encías y con ello, parece que los colmillos crecen. Produce intolerancia a la luz, ya que la reacción química en la piel, con la luz del sol, quema ésta hasta ennegrecerla y provoca tremendas hemorragias. En la Edad Media, para intentar curarla, los médicos hacían beber a los enfermos, grandes cantidades de sangre. De paso, un enfermo de porfiria tiene serias limitaciones alimenticias, lo que lo debilita más. Era lo más cercano en la realidad para producir a Shirosaki; no puedo cambiar el color de su cabello, pero sí acercarlo a la realidad lo más posible.

(2) Como un enfermo de porfiria no puede digerir muchos alimentos y es indispensable que no se desnutra para que pueda seguir viviendo, los casos serios llevan una sonda Hikcman; ésta es una aguja larga –aghhhhh- insertada en el esternón, por la cual se pueden hacer llegar directamente a la sangre grandes cantidades de alimento líquido de alta nutrición, sin los inconvenientes de la sonda nasofágica –la que se mete por la nariz. La Hickman puede dejarse puesta de por vida, se inserta con anestesia local y no requiere de mucho cuidado.

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Notas finales del capítulo:

Mil gracias anticipadas por su lectura y reviews y espero no fastidiarles mucho con otro rollo de ciencia ficción, no tan duro como "Como construír una bomba atómica"
Namasté

FA.