Camino de un lado al otro de la habitación. El olor a humedad y madera podrida llena mi olfato con cada inhalación. Detecto angustia en mi ser, el encierro nunca me ha sentado bien. Los minutos transcurren lentamente y el eco de mis pasos resuena en la estancia vacía y fría en la que me encuentro. En mi mete se repiten las palabras de negación que escuché horas atrás.
—Maldito petulante.
Murmuro mientras aprieto mi puño izquierdo.
Vuelvo a esquivar, por décima vez, una viga que está recargada contra un muro.
Me tenía que haber alejado de la casa de los lobos, pues mi tentación de desquitarme contra quien fuera me dominaba.
Mi vista se perdía entre la penumbra del lugar, viendo sin ver a cualquier punto. Concentrada únicamente en la sonrisa burlona de aquél que me había llamado inferior. Cegada por el deseo de haberle abierto las entrañas con mis propias manos, si no hubiera estado en medio del Ministerio de Magia, rodeada de decenas de aurores, desarmada, pues me habían hecho entregar mi varita para ser examinada durante mi estancia en dicho recinto.
Mi cuerpo comenzaba a temblar, producto de contener mi rabia. Poco a poco la angustia del encierro había pasado a ser frustración y ésta, indudablemente, se convertiría en ira.
La luz de la única vela que había prendido danzaba con la ventisca que se colaba por los cristales rotos de las ventanas. En los muros se dibujaban sombras caprichosas que a ratos llamaban mi atención, haciéndome creer que alguien más estaba en el cuarto.
Detengo mi andar en el centro del lugar, cierro los ojos y al instante se revive la escena. Una decena de pares de ojos fijos en mi, sentía cómo me jugaban, cómo me reprobaban. De nuevo la estruendosa risa burlona, el dedo señalándome, los ojos con miradas de mofa, despectivas.
Siento que la sangre me hierve, me quema en las venas. Abro los ojos y lo primero que veo es la pequeña llama de la vela. Mi respiración es agitada. Mi mano derecha va directo al bolsillo de mi túnica y saca mi varita.
"Si son tan inteligentes no deberían necesitar de una varita", habían dicho con socarronería.
Por impulso apunto hacia la viga.
—Incendio.
Acompaño la palabra con el movimiento de mi muñeca para que la punta de mi instrumento mágico describa una suerte de "V" invertida, con ambos lados curvos, semejante a la forma estereotipada de una flama.
El encantamiento produce una breve luz naranja al salir de mi varita y comienza a incendiar el objeto apuntado.
Mi emoción alimentaba el hechizo pues consumía la madera con voracidad, las llamas envolvieron rápidamente su objetivo haciéndolo crujir. Observé cómo avanzaba en la extensión de la viga. Aún furiosa, apunté a la mesita apolillada sobre la que había puesto el cabo de vela. Repetí el encantamiento y una llamarada se apoderó de ella.
Respiraba con la boca entreabierta. Mezclaba ambas imágenes, los autores del ministerio y el incendio que había comenzado. Alimentando así mi encantamiento. Desahogando mi cólera reprimida durante el día. Anhelando poder cumplir mi naciente fantasía.
El calor del fuego comenzaba a hacerme sudar, sentía las gotas que resbalaban por mi frente y caían por mi sien.
La lumbrada alcanzó el techo y el piso, retrocedí y con otro movimiento descendente, de mi muñeca, corté la conexión del hechizo. Con ello también rompí el hilo de mis pensamientos.
Sin apartar la vista de mi creación retrocedí lo suficiente para salir de la pocilga que ahora se reduciría a cenizas, justo como planeaba hacer en la primera oportunidad con esos hombres.
El techo se derrumbó y en la oscuridad de la noche el espectáculo me parecía hermoso, los sonidos del crepitar eran música ahora para mis oídos.
Esperé hasta ver reducido a simples brazas todo el lugar. Regresé a la casa de los lobos, prometiendome que cumpliría esta ensoñación mía.
