N/A: ¡Holillas a todas las personillas del nuevillo mundirijillo! (?) Ok, eso estuvo raro. Les traigo un nuevo fic, si, no es la novedad mas grande que hallan visto, mas espero que le den una oportunidad por que me estoy sacando el coco para hacer mi primer AU T-T. Si, señoras y señores, es mi primer AU y espero haberlo hecho bien.
Disclaimer: Bleach no me pertenece. Esta historia la hago sin fines lucrativos.
Dedicatorias: A nadie por ahora, dejenme reviews y vemos que hacemos xD.
Que lo disfruten, en serio.
Ángel.
Nieva.
Una fría nieve cae por los suelos de Tokio.
Las sirenas de una ambulancia se escuchan a lo lejos.
La puerta de un hospital se abre apresuradamente dejando ver a un médico de peculiar cabello naranja.
La ambulancia se estaciona.
El médico se acerca al herido y se da cuenta que era demasiado tarde… como siempre.
—Hora de deceso: 12:01 a.m. Nombre: Jesús Lían Toriyama. Edad: 10 años. Causa: Accidente automovilístico. Llévenlo a la morgue.
—Le juro que yo no sabía… —siempre lloran, y odio ver lágrimas ajenas.
—No fue su culpa. La vida te da y te quita algo importante; siempre es así…
De ver a tantas personas sufrir se me ha hecho fácil ser siempre racional. Es por eso que no sufro cuando a un paciente le llega la hora del deceso. Ese soy yo, Kurosaki Ichigo, médico reconocido. No podré salvar todas las vidas que ponen en mis manos, pero hago lo que puedo.
Cap.1: Creamy snow.
—¡Hey, Kurosaki! Vamos a ir a tomar un café antes del próximo turno, ¿vienes?
Ishida Uryuu, un colega mío también muy reconocido en Japón y Corea. He de decir que nos tratamos con bastante respeto, pero éste se fue cuando su novia, una de mis mejores amigas, Orihime Inoue, llegó a la sala de operaciones. Hicimos todo lo que estuvo en nuestras manos, pero fue demasiado tarde. Le dolió más a él que a mí verla morir, ya que para mí era una de mis mejores amigas; para él, el amor de su vida. Debe ser difícil perder a ese alguien especial. Yo no creo en el amor, el sentimiento 'amor' es algo subjetivo y doctor más racional y objetivo que yo, no puede haber.
—Está bien.
Caminamos un par de cuadras hasta que llegamos a un puesto de café instantáneo, no teníamos tiempo para ir a un 'break' a medianoche, además sólo era para calentar el cuerpo ya que el frío de esa noche era abrumador. ¿Pueden creer que hoy, 24 de diciembre, a medianoche un niño de apenas 10 años acababa de morir? ¿Justo en noche buena? Yo sí, los accidentes ocurren a cualquier hora en cualquier fecha y en cualquier lugar, no se predice sólo suceden.
—¿De qué les sirvo, doctores? —nos preguntó el siempre amable cafetero del puesto de instantáneos.
—Yo quiero un cappuccino bien cargado —respondió Ishida—. ¿Y tú, Kurosaki?
—Un late está bien.
—En seguida —y comenzó a prepararnos aquella bebida que cualquier paladar bendeciría. Un café.
Froté con fuerza mis manos en un vano intento de calentarlas, pero el frío era demasiado. ¡Demonios! Había dejado mi chaqueta en mi loquer del hospital.
—Sí que hace frío, ¿no? —me preguntó mi colega.
—Sí.
—¿Cómo te fue con el niño de hoy? —Sí, se había enterado del caso. En el hospital, las enfermeras son unas viejas chismosas. Hasta ahora ningún científico puede descubrir la causa del cotilleo constante.
—Mal, murió a las 12:01, ¿irónico, no? Un niño llamado Jesús murió hoy a medianoche, el día de navidad —¿raro, no?—. Estaba reventando cohetes a mitad de la calle y no se dio cuenta del ómnibus que venía a toda velocidad. Como era de esperarse, lo atropelló.
—¿Fracturas serias?
—El orate del ómnibus le arrancó la mano de una arrollada —Pobre niño. Y así dicen que los niños nunca mueren, vanos inventos de los padres para hacer sentir bien a sus hijos—, además le reventó el hígado y lo dejó ciego de por vida, pero de todas maneras murió en el camino hacia emergencias.
Me miró con algo de lástima al principio. Todavía recordaba la noche que Inoue murió atropellada por un coche, ¿qué coincidencia, no? Ese día era su aniversario de dos años como novios y, cuando ella salió a comprar los víveres en una calle muy transitada, fue que de igual manera ella murió.
—Lo siento —me dijo colocando sus manos dentro de sus bolsillos para intentar calentarse—, sé lo difícil que es perder a un paciente.
—Sí, pero uno se acostumbra cuando has visto demasiadas muertes.
—¿Ya confrontaste a los padres?
Di un suspiro largo.
—Sí, ya lo hice —respiré hondo y volví a suspirar—. Se lo tomaron muy mal —me pasé una mano por mis cabellos intentando así quitar el estrés de mi mente—, que su hijo muriera el día de navidad fue muy traumático. No lo superarán pronto, créeme, odiarán la navidad de por vida.
—¿La odiarán como tú?
Me quedé un rato pensativo mientras fijaba mi vista hacia los copos de nieve que aumentaban con creces en número y en belleza. Si alguien podría decir que era el Grinch de navidad, estaba en lo cierto: Yo era el Grinch de la hermosa y blanca navidad, pero con muy buenas razones para detestarla.
—Posiblemente.
Nuestra conversación fue cortada por la sirena de otra ambulancia que se dirigía hacia emergencias, posiblemente otro accidente por cohetes o riñas en familia. Siempre, la noche de navidad, había accidentes, por más felices que fueran las personas.
—Aquí tienen, doctores. Que se aproveche y feliz navidad.
—Gracias —bebí un sorbo de ese, mi delicioso y único buffet de navidad.
—Vamos, creo que nos van a necesitar.
—Sí.
En esos diez minutos que habíamos salido a tomar un café, la nieve había aumentado considerablemente en tamaño, ya no era suave y resbalosa ahora era un poco mas agrietada, como si no quisiera dejarnos ir. Entramos a emergencias, y otro caso de cohetes y manos incineradas se nos presentó. Esta vez era una niña de 8 años que se había volado un dedo al no quitar las manos del cohetecillo antes de explotar. Qué triste destino en navidad. Ya era la 1:10 Am, es comprensible que los niños a esta hora se emocionen por las luces, el pavo, la familia y los regalos. Yo detesto todo eso, me hace recordar a mi hermana y a mi madre. Mi madre murió un día de lluvia y mi hermana murió la noche de navidad… A las 12:00 a.m. Ese sí fue un verdadero desastre para nuestra familia. Sólo quedamos papá, Karin y yo; Karin y mi padre se quedaron a vivir en Karakura, mi pueblo natal, y yo me vine a vivir aquí por mi trabajo y para no recordar ese día fatal.
—Doctor Kurosaki, presentarse a pediatría. Doctor Kurosaki, presentarse a pediatría —esa maldita operadora. ¿Pediatría? Un mocoso de seguro se había accidentado. Odio trabajar con niños, no son más que una molestia.
—Te llaman —me sacó de mis pensamientos—, yo atenderé a la niña de los 9 dedos, tu ve a atender al mocoso que te espera.
—Sólo te quedas aquí para no convivir con el demonio que me está esperando en pediatría —le bromee—, ya me vengaré de alguna manera.
Dicho esto lo único que alcancé a oír fue una risa silenciosa por parte de Ishida, simplemente la ignoré y seguí mi camino hacia los pabellones de pediatría. Bajé escaleras, subí escaleras, tomé ascensores hacia un décimo piso y di unas cuantas vueltas más para llegar al pabellón deseado. No era tan difícil, después de todo, 5 años trabajando ahí y hasta recuerdas cada recóndito lugar de un hospital. Por fin, llegue al ala de pediatría, donde encontré a niños llorando y gritando por sus mamás. Simplemente, me enfermaban ese tipo de situaciones. Me dirigí hacia 'información' para saber cuál era mi paciente.
—El niño se llama Toushirou Hitsugaya. Vino solo. Se quejó de una jaqueca insoportable —me entregó el prospecto—. Habitación 102.
—Gracias.
Lo conocía, ese mocoso siempre había venido por jaquecas continuas, creo que sufría de migraña pero hace más de un año que no venía y suponía que se había mudado, pero ahora veo que todavía tengo para bastante rato a ese niño. Entré a la habitación, haciendo sonar la puerta para alegar mi llegada.
—Pensé que te habías mudado, Toushirou.
—Hitsugaya-sempai, para su información Dr. Kurosaki.
Le miré extrañado, ¿me estaba tomando el pelo?
—¿Hitsugaya-sempai? —él asintió con la cabeza— ¿Acaso eres más grande que yo?
—No en estatura pero ahora estoy en último año y soy el presidente estudiantil, así que sí —se aduló él mismo—, soy mejor que usted.
Su padre, Ukitake Juushirou, siempre lo había acompañado, algo malo le debe haber pasado a Ukitake-san. Él era un gran médico y muy reconocido en Europa por sus investigaciones sobre bacilos de África, lo último que supe de él fue que contrajo uno de esos bacilos y el más peligroso para mala suerte. Hace tres años que no lo veo.
—Como tú digas —le dije viendo el prospecto—, ¿cómo está tu padre?
Inmutó los siguientes diez minutos que le anduve haciendo algunas pruebas básicas para comprobar su migraña e intentar rebajar un poco el dolor con algo de morfina.
—Se está muriendo.
—¿Quién?
—Mi padre. Le han dicho que dentro de dos semanas va a morir.
Le miré a los ojos y pude notar la verdadera tristeza de un niño a punto de perder a su padre. Esos ojos me hicieron recordar a los que yo alguna vez tuve cuando mi madre murió arrollada por un tren. Qué fatídica y dolorosa es la vida de un médico que sólo se dedica a ver muertes, muertes y más muertes. ¿De qué sirve todo el conocimiento de la universidad, si no puedes salvar una vida siquiera? No servía de nada. Por una vez, sentí compasión por aquellas personas que habían perdido a alguien importante un día como éste; entre ellos, me incluyo.
Le di una palmada en su hombro y por primera vez, después de tantas navidades sin sonreír, le mostré una de mis mejores sonrisas.
—Él no va a morir —me miró con sus ojos muy abiertos y casi llorosos—. Yo lo voy a hacer vivir.
¿Qué acababa de hacer? ¿Qué es lo que había hecho? ¡Le había dado una falsa esperanza a un niño de apenas 10 años de edad! Cuando su padre muriera, iba a odiarme de por vida por mentirle, por decirle que viviría, por darle una esperanza a ese destrozado corazón, por hacer que saque una sonrisa de alivio el día de navidad. De uno en un millón de oportunidades que tenía uno de vivir, yo debería de conseguir ese uno si quiero conservarlo no como paciente ni como amigo, sino como niño.
—Bueno, Toushirou…
—Hitsugaya-sempai.
—Como digas, debes tomar estas pastillas —escribí una receta y se la entregué—, entrégasela a la enfermera de información para que te las de, así la jaqueca cederá un poco.
Miró la receta con mucho interés, veía en él a un futuro Doctor Hitsugaya. La dobló con cuidado y se la guardó al bolsillo para después extender su mano.
—Muchas gracias, Doctor Kurosaki.
—De nada, Toushirou —le cogí de la mano, estrechándosela.
Vi como una pequeña vena de ira saltó en su frente— Que es Hitsugaya-sempai.
—Claro, quizás en algún futuro no tan lejano —respondí.
Dicho esto, giró el pomo de la puerta y se encaminó hacia información para pedir las medicinas recetadas. Yo me quedé observando las simetrías del consultorio. Área de unos quinientos metros cuadrados, distribuido simétricamente por algún arquitecto bien pagado, utensilios como frascos semi vacíos de penicilina, ibuprofeno, panadol, predisona y otros analgésicos y antibióticos que en todo consultorio, sea público o privado, debe haber. Observé fijamente por aquella ventana de un color azulino, que desde afuera se veía azulino y desde adentro se reflejaba todo con claridad, como pequeñas y diminutas personas viajaban de un lado para otro en esa noche de nieve blanca, sólo pasaban, sonriendo y carcajeándose de algún buen chiste o de una anécdota familiar. Giré mi cabeza para ver a un coro navideño cantando frente al hospital, y cómo niños se dirigían alegremente hacia ellos. Estaban enfermos y mucho, pero aun así la inocencia nunca se pierde. Inocencia.
Aún recuerdo esa noche de lluvia, yo tomaba la mano de mi madre, mientras ella lo hacía recíprocamente con la mía. La lluvia era intensa y yo chapoteaba mientras ella sonreía alegremente, en ese entonces no tenía ni la más mínima idea de cómo iba a resultar mi vida desde ese momento.
Siempre que recuerdo esos dolorosos acontecimientos salgo por las calles y comienzo a vagar sin rumbo, viendo de reojo las casas que se elevaban entorno mío, como si yo fuese el que estuviera ahí, con una familia. Nunca me hice ideas de formar mi propia familia, casarme y tener hijos. Mis planes siempre fueron los mismos: salir de una rutina monótona y sin brillo. Hasta ahora no he logrado realizar ese plan y estoy comenzando a aburrirme de esa situación. Quizá, solo quizá, me mude a los Estados Unidos y comience ahí desde cero: Conocer a alguien especial, casarme, tener hijos, lo que un hombre normal haría, la cuestión es que sólo pensar en eso me hace querer huir y jamás volver. No quiero una vida así.
Regresé sobre mis pasos y me dirigí hacia la puerta de la salida de emergencias. Había recordado la muerte de mi madre y debía enfriar mi cabeza, el frío ayudaría.
—¿Va a salir, Dr. Kurosaki? —aquella mujer de recepción que atendía a pacientes ambulatorios, preguntó.
Esbocé una fingida sonrisa— Sí, sólo será una media hora. Regresaré a las 4.
—De acuerdo, avisaré al Decano del hospital sobre su ausencia.
—Gracias.
Al salir, mi piel pudo sentir aquel frío de invierno. Me gustaba la nieve. Era blanca, pura, bellísima en cualquier situación y me daba una paz que jamás pude entender. Por otro lado cada vez que llueve, intento faltar al hospital para no toparme con ella y que me lance sus recuerdos en cara. Calle Turonami, una de las más transitadas del Distrito de Surima. Esa era la calle en la que se ubicaba el hospital 'Soul Society'.
Las personas cuchicheaban cosas y caminaban alegres a mi lado ¡Qué mal educados! Hablar a las espaldas de alguien es de muy mala educación. No me interesó mucho, así que seguí caminando. Mis pasos iban aumentando en ritmo y veía el vaho salir de mi nariz al exhalar, el clima se estaba volviendo cada vez más extremo. Pasé al lado de una tienda de electrodomésticos y me quedé mirando fijamente una de las pantallas. Era una canción, el título decía 'One in a million'. ¿En inglés? De seguro era una de esas cantantes Norteamericanas.
'Eres uno en un millón'. Qué significado tan subjetivo para una persona sentimental. Lo que me hizo girar fue que el vídeo clip mostraba a niños y cada uno de ellos sonreía, algunos lloraban y otros simplemente con caras acongojadas y llenas de culpa miraban hacia los camarógrafos y les tendían su mano en señal de ayuda. Los niños como Toushirou, y otros aun más acongojados, tienden a siempre hacerse los fuertes, pero con una sonrisa terminan siendo uno en un millón de niños que pueden pasar la vida sin problemas.
Otra de las causas de haber mirado fue que en el reflejo de la pantalla de esa televisión, una silueta apareció. Era una mujer, o más bien parecía una niña. Aquella tienda de electrodomésticos quedaba frente a un lago, congelado por el invierno, y aquellos amantes del patinaje eran los privilegiados de utilizar aquél efecto invernal a su provecho. ¡Pero santo Dios! ¡Eran más de las 3 de la mañana! ¡¿Cómo alguien va a estar patinando a esa hora? ¡Sus sentidos se habrán atrofiado para haber salido y no notar el punzante hielo en los huesos!
Me giré para verla mejor. A primera vista parecía una niña de 15 años, pero si la mirabas fijamente, era una mujer y muy hermosa por sus facciones tan refinadas. Parecía una mujer de la alta sociedad. Pero entonces, ¿qué hacia alguien de su clase en un barrio como ese? Aunque de algo no dudaba, patinaba como los ángeles. Se deslizaba suavemente sobre cada pliegue del hielo y lo hacía vibrar con cada vuelta que daba, no supe por cuánto tiempo quedé mirándola como un imbécil, parado frente al lago, pero lo que sí supe fue que notó mi presencia a los tres minutos de estar inspeccionándola detenidamente y fue entonces que dio un mal giro cayendo así sobre el duro suelo helado.
Me sobresalté, ya que soltó un gemido de dolor y se tocó el tobillo. Maldición, pensé, se ha torcido el tobillo. Con prisa fui a socorrerla para que no corriera peligro, con lo frágil que era el hielo, si caía en él a estas horas de la noche, podría sufrir una muy grave hipotermia y ya bastantes muertes se han presentado el día de navidad. Me acerqué lentamente hacia ella.
—Oye, ¿estás bien? ¿Te duele mucho? —pregunté, siendo muy amable para no asustarla.
Ella se quedó en silencio mirando su tobillo. Le dolía, se notaba en su mirada que se había herido por aquella vuelta que dio en el hielo.
—Dime —por fin se dignó a hablar—, ¡¿por qué demonios me estabas mirando mientras patinaba? ¡La gente de hoy no tiene consideración!
…
Eso fue un kaput a mis buenas intenciones. ¿Qué se creía esa niña para hablarme de esa manera? ¡Ahora sí me las iba a pagar!
—¡En primera: no te estaba mirando! ¡En segunda: te caíste patinando! ¡Y no creo que seas experta, por como patinas pareces un dinosaurio! —grité enfadado. Y yo que quería ser amable.
—¿Dinosaurio? ¡¿Yo? —pude ver un no muy buen presentimiento para mí en los próximos diez minutos— ¡Estúpido insolente! ¡Mi nombre es Rukia Kuchiki! ¡¿Cómo te atreves a hablarme así?
¡Kuchiki! Ese nombre. Ese apellido era el de un gran empresario que administraba ensambladoras de barcos hacia Perú y Cuba. Acaso, ¿esa mocosa era de esa prestigiosa y tan digna familia? ¡No! Me tenía que estar tomando el pelo, si ya de por sí parece una cría de apenas unos 14 años.
—¡No intentes tomarme el pelo, niña!
Llevé una de mis manos a su hombro para zarandearla y hacerla entrar en razón, porque no podía ser una de las herederas de esa prestigiosa familia y si lo era tendría que mudarme a Groenlandia. ¡Ah, no! ¡Groenlandia le pertenece a los Estados Unidos y la familia Kuchiki es parte dominante de ese territorio! ¡Dios! ¡Ni en Groenlandia estaría a salvo!
Extrañamente, cuando toqué su hombro, mi mano la traspasó por completo haciendo que caiga de cara al frío hielo. ¿Qué había pasado? Si yo le atiné bien, entonces, ¿por qué la había traspasado? Intenté nuevamente, pero esta vez más suave. Levanté mi mano, ella me miraba con unos ojos azulinos que resaltaban entre la nieve. Ahora que lo noto su piel estaba demasiado blanca, parecía nieve cremosa y esta vez lleve mi mano a su mejilla para intentar rozarla. Ella abrió sus ojos desmesuradamente y sólo recibió mi contacto, lamentablemente se decepcionó al ver que sí, la había vuelto a atravesar.
—¿Qué eres? —le pregunté asustado.
Ella se quitó su bufanda dejando ver una notoria marca, que denotaba un accidente.
—Mi nombre es Kuchiki Rukia y estoy muerta.
To be continued…
N/A: º0º
Se que quiza suene extraño pero si han visto esa pelicula, entenderan masomenos de lo que hablo y si no pues esperen y vean lo que hago.
Por cierto este fic, todo el fic es contado por Ichigo y lo que siente al encontrarse con alguien muerto, siendo èl tan racional y frio. ^
Si desean que Ichigo siga contando como se siente al conocerla, dejenle un review que no cuesta nada. Èl se los agradecera muchisisisisimo y ademas les dara algo mas personal si se portan bien y son niños buenos en casa.
Bueno ya ando hablando sandeces, asi que bye!
PD: RE-EDICIÓN A MI CARGO, BETEO POR SHIROI KIMIKO.
