Hacía mucho frío. Los soldados de Alsius me estuvieron persiguiendo toda la noche y no veía la forma de salir de este Reino, maldecía el momento en el que me había adentrado. Entre los árboles me escondía y la oscuridad era mi mejor aliada, pero los oía venir.

Me metí en la primera cueva que encontré, seguramente una lobera, tenía dos posibles destinos. Si amanecía antes de salir de aquí, sería mi fin. Debía esperar a que se rindieran y se fueran; algo poco o nada probable.

No me percaté de algo peor: la cueva no tenía por que estar vacía. Los brillantes ojos del lobo me paralizaron, no pensó dos veces en abalanzarse hacia mi. Logré esquivarlo, aunque desgarró mi ropa. Salí corriendo de la cueva, acción demasiado arriesgada, pues los soldados aun rondaban alrededor. Me vieron y tras mio corrían nuevamente.

No podía ser peor, pero la situación se me tornaría más incómoda. Delante mio, un enorme abeto y sobre el, un elfo del bosque. Aferraba su arco de madera tallada y me miraba fijamente. Detrás mio, dos Uthgards con ansías de verme empalada en la puerta de sus casas.

Mis salvajes perseguidores no lo vieron, aunque tampoco dejó verse. Luego fue demasiado tarde. Allí yacían los corpulentos seres atravesados cada uno con una certera flecha. El asesino se quedó observándome.

-¿Quién eres? -grité entre lágrimas.

No me respondió, solo se fue. Me había salvado la vida. Permanecí en el suelo un largo rato, hasta que recuperé la fuerza para salir de ese maldito lugar.

La muralla estaba cerca, aunque los guardias me ignoraron. Poco tiempo había pasado desde mi regreso al Reino de Ignis. Me había convertido en aquello que los nobles llaman Guardia Negro. Una persona sin ley, sin fe y sin respeto. Yo no era así, pero mi huida a Aguas Profundas les hizo pensar lo contrario.

Fui separada de mi equipo, y si los veía era solo de suerte. A pesar de esto, no fui condenada, siquiera castigada. Todo lo contrario, fui asignada a un nuevo grupo. Grupo, si así puede llamársele, ya que solo era acompañada por una persona.

Este curioso personaje tuvo un pasado parecido al mio; también quiso irse, solo que en reiteradas oportunidades y no volvió por las buenas. Su nombre era Juzalt y, al igual que yo, tenía alguna razón y motivo para que no lo condenasen por su traición. Era drow y un poderoso brujo. Su principal problema era similar al de Leliel; podía perder los estribos facilmente, pero era capaz de canalizar su ira de diferente manera.

Hábil negociador y un gran mentiroso. Podía aparentar ser la persona más simpática del mundo, antes de matarte. Si sus palabras no te convencían, su magia te callarían para siempre.

A ésta pareja de infieles los nobles le habían puesto un nombre: Los Fantasmas. Era difícil saber donde estábamos, a donde íbamos, o de dónde veníamos. Sin decir que era difícil saber siquiera cual era nuestro trabajo. A nosotros nunca se nos dijo tampoco, pero era claro que las misiones más suicidas iban destinadas a nosotros. No quisieron matarnos, pero no les sería un gran problema si aquello sucediera por accidente. No les fue muy bien, pues siempre que nos fuimos, volvimos.

No siempre íbamos juntos, aunque si partíamos juntos nos trinábamos separando en el camino, por diversas razones. Es así como terminaba en una lobera en Alsius y mi compañero seguro tras la muralla.

-¿Dónde te fuiste? -le pregunté.

-Esa es mi pregunta, Leesa -respondió Juzalt.

-¡Teníamos que buscar información dentro del Reino y tu saliste corriendo! -grité. Me tomó de la mano y me llevó lejos de los guardias de las murallas.

-No se nos dijo que teníamos que buscar -dijo-, y lo más probable es que no necesiten absolutamente nada.

-¿Por qué tienes que dudar tanto de nuestras órdenes? -exclamé.

-¿Órdenes? -reprochó- ¿Una traidora va a hablarme de órdenes?

-¡No soy una traidora! -grité.

-¡Te largaste a Aguas Profundas en tiempos de guerra! -gritó- Eso en el Reino mas diminuto se considera traición.

El grito hizo voltear a los guardias. Nos quedamos en silencio.

-No podemos seguir así -aclaré-. La muerte de uno implicará la futura muerte del otro. No van a tolerar otra de tus huidas; van a encontrarte y donde sea que lo hagan va a estar tu tumba.

Guardó silencio un instante y se calmó.

-No vamos a huir a ninguna parte -dijo-, pero tampoco vamos a dejar que nos envíen al suicidio. Voy a descubrir que es lo que pasa, qué es lo que buscan en Alsius ¡Algo tiene que estar pasando en este maldito Reino!

-¿Una rivalidad de miles de años, tal ves? -dije con ironía.

-No -respondió-. Algo pasa, y voy a descubrirlo.

Y luego se marchó.

-Adelante, ¡Héroe! -grité- ¡Salva este Reino!

Es difícil dudar de la sabiduría de un brujo, pero puede volverse más fácil ante un brujo terco. Volví lentamente hacía Medenet; al menos aun tenía mi bella casa. Durante el camino pensaba en las palabras de Juzalt. Lo acontecido hoy favorecían a sus palabras; la misión era suicida y si estoy viva fue gracias a mi suerte, o mejor dicho a un extraño.

Aquel era mi segundo problema. Un enemigo me había salvado, y fuera de su terreno. Me encargaría de esto más adelante.

Las mañanas en Medenet siempre eran alegres. Alejadas de toda actividad portuaria, agrícola a o militar. Aquí se estaba en otro mundo donde las noticias sobre problemas no llegaban. Lo cual no siempre era bueno; ahora no lo era. Las pretensiones de mi carismático compañero me hacían querer saber más de lo que se nos decía. Estaba claro que él no iba a ir a preguntarlo. Sean cuales fueren sus medios, no quería saberlos.

No sabía donde vivía Juzalt, pero no me extrañaba que fuese una cueva o una torre, o algo peculiar. Me encontré con él camino a la muralla, de alguna manera siempre sabía dónde encontrarme, o yo era muy predecible.

-¿Algo que decir, Héroe? -pregunté.

-Ignoro tu ironía, Leesa Lipkit -respondió-. Tengo más información de la que realmente necesitaba.

-Van a colgarte por esto -reproché.

-O un Uthgardt va a partirme en dos por no saberlo -respondió- ¿Cual prefieres?

No hice ningún comentario. No quería darle la razón, pero tampoco quería justificar sus acciones.

-Ellos les robaron algo, y lo quieren de vuelta -dijo.

-¿Es esa tu valiosa información, brujo? -pregunté riendo.

-No voy a decirte todo -aclaró-. Pero ahora tenemos un porqué. Estamos juntos en esto -agregó-, te veo en la frontera con Alsius a medianoche.

Y fue así como me dejó, tan o más confundida que antes. Algo había sido robado, podría tener sentido. Podía ser la razón de enviarnos tantas veces a Alsius. O tal vez no, no conocía las fuentes de Juzalt, tampoco demostraba mucho interés en hacerme creer sus palabras. De todas formas, era todo lo que tenía, al menos hasta el momento.

Cabalgué hacia Meleketi. No iba a consultarle a mi familia, pero en la taberna podría encontrar a algunos soldados, y con suerte a algunos capitanes, quienes suelen tener acceso a más información.

Había mucha gente, quienes me reconocieron y murmuraban "el guardia negro", "el asesino de Aguas Profundas". Uno siempre desea que se lo reconozca como Héroe, no a todos les toca.

Reconocí a un grupo de capitanes en la barra, bebiendo unas últimas copas antes de organizar a sus hombres. Me senté cerca de ellos y pedí cerveza al camarero, necesitaba entablar confianza. Ellos no habían volteado a mirarme, estaban demasiado ocupados en su diversión.

-Necesito algo de información... -dije- que ustedes puedan darme.

El más fornido de ellos volteó a mirarme, no tardó mucho en reconocerme.

-¿Cómo traicionar a un Reino y asediar una ciudad? -preguntó el grandote- Ya te leyeron esa historia.

-Por favor, necesito saber que pasa con Alsius.

Todos los capitanes comenzaron a reírse, incluso el camarero mientras secaba unos vasos.

-¿Una guerra de miles de años, tal vez? -preguntó irónico- ¿Algo más que se te haya olvidado, ignita?

No podía soportar más humillación. Saqué la daga de mi cinturón y tomé por el cuello al capitán, tirándolo al piso y quedando sobre él.

-¡No vine para recibir sus burlas! -grité- Necesito información, y la necesito ahora. Algo fue robado, y necesito saber qué es.

La expresión del capitán era de miedo. No intentó quitarme de encima, estaba completamente inmóvil.

-¿Robado? -preguntó el capitán, tembloroso- Los alsirios no pueden robarle una canasta de fruta a una anciana.

-¡No voy a permitir que se desenvaine en un lugar familiar! -gritó el camarero- ¡Guardias! ¡Alejar a este gusano de mi vista!

Dos caballeros me levantaron del suelo y me arrastraban hacia la puerta.

-¡Esperen! -grité- ¡Esperen!

Los guardias dejaron de arrastrarme y la gente de abuchearme. Tenía todavía el suficiente poder para callarlos.

-¡Todos estarán muertos si no me dicen lo que quiero saber! -grité.

-¿Intenta amenazar a este Reino? -preguntó el capitán.

-¡Ignis está muriendo y se me ordenó investigar que pasa! -grité. Luego de hacerlo me di cuenta de mi error, de mi mentira, de mi exageración. El mismo poder que tenía para hacerlos callar, era el poder que tenía para inundarlos de miedo y desesperación.

Todos bajaron sus miradas, todos quedaron en silencio, algunos incluso lloraban.

-No quiero oír más -dijo el camarero, también con expresión de tristeza-. Vete de aquí.

Me largué de allí, avergonzada de mis acciones. La incertidumbre y el desconocimiento pueden llevarte a la ira y la mentira. Estos serían los medios propios de Juzalt, no los mios.

Había sembrado el miedo en un pueblo, y con la velocidad de los rumores, todo Ignis temerá por su vida. Mi advertencia no tuvo argumentos; tampoco los necesitaron.

El sol se acercaba su punto más alto para marcar el mediodía. Deseaba que el tiempo se acelerase para alejarme de aquí y poder confirmar si la información de Juzalt era cierta. Según el capitán, nada fue robado, pero no era extraño que se ocultasen esos datos, incluso a los capitanes, incluso a nosotros.

No podía hacer nada salvo esperar. Preguntar en otros sitios sería inútil, terminaría pasando lo mismo. Ya no podía salir a desmentir mis palabras.

Me encerré en mi casa, y dejaba pasar el tiempo acostada mirando el techo. Unos golpes en la puerta interrumpieron mi descanso.

Abrí la puerta y ante ella encontré a una cara conocida. No sabía quien era, pero lo había visto en la taberna.

-¿Vienes a burlarte? -pregunté- No estás en Meleketi para que te salven tus guardias.

-Soy uno de los clérigos reales -dijo, quitándose el sombrero-. Conozco tu historia, conozco tu vida. Te conozco, Leesa Lipkit.

-¿A dónde quieres llegar? -pregunté.

-¿Cómo lo supiste? -reprochó.

-¿Qué cosa? -reclamé.

Alzó su mirada, y con una débil voz dijo:

-¿Cómo supiste que Ignis está muriendo?