EL LOCO DE LAS MALLAS VERDES
Mirando el brillo de la fogata que habían encendido sus alumnos, el maestro no pudo evitar recordar, volver al pasado, y adentrarse de lleno en unos ojos que todavía le provocaban punzadas en el pecho.
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Acababa de convertirse en chunnin cuando ella llegó a la villa. Su nombre era Mei, y venía de un lugar muy, muy lejano, acompañada por su anciano padre. Ella no era ninja ni mucho menos, ayudaba a su padre en la pequeña librería que acababan de abrir en la aldea, así que Gai siempre buscaba una excusa para ir hasta allí. Su piel estaba suavemente bronceada por el sol, y sus cabellos castaño oscuro se tensaban para soltarse en una alta y larguísima cola de caballo. En sus vestimentas, podía uno encontrar los colores más vivos y los diseños más hermosos, pero siempre en la justa medida para ataviar a la discreta señorita.
Recordaba perfectamente de la primera conversación que tuvo con Mei. Había sido en la entrada de la librería, al amanecer, cuando él se dirigía al primer entrenamiento de la mañana y ella abría el negocio mientras su padre –altamente estricto y protector- todavía descansaba. Llevaba en brazos una enorme caja llena de libros, así que intentaba a duras penas abrir la cerradura de la puerta. Un joven Gai se acercó a ella y, con la mejor de sus sonrisas, le dijo:
-¿Puedo ayudarte?
-Gracias –Concedió ella, entregándole la caja.-, eres muy amable.
-Es mi trabajo –Respondió-. Ayudar a la gente que lo necesita.
-Es un bonito trabajo –Sonrió con dulzura, haciendo que al muchacho se le deshiciese el corazón.-. Me habría encantado poder ser una de los vuestros.
-¿Y por qué no lo hiciste? –Pestañeó. Mei abrió la tienda y le invitó a pasar con un gesto. Dejó la caja sobre el mostrador y siguió observándola, aguardando una respuesta.
-Mi padre opina que es profesión de hombres, por lo que ni siquiera pude planteárselo –Suspiró-. El día que yo tenga una hija, la dejaré ser lo que quiera ser.
-Es una lástima, podríamos haber trabajado codo con codo –Una lastimera sonrisa se escapó de sus labios. La sola idea de pensar en lo que podrían haber sido y no eran bastó para que una pequeña parte de su ser se desmoronase.
-Sé que es una vida dura, pero también es una vida llena de… pasión.
-¿Pasión? –Se extrañó.
-Sí –Rió, avergonzada, a la par que un leve rubor se posaba en sus mejillas. Su risa sonó a oídos de Gai como un canto de pájaro.-. Todo en la vida de un ninja está lleno de emoción, ya sea bueno o malo. Envidio mucho eso.
-Tu vida no tiene por qué ser tan monótona, si es eso lo que te disgusta.
-¿Ah, no? –Sonrió de nuevo.
-¡Claro que no! ¡Podrías venir conmigo a entrenar por las mañanas, sabrías lo que es esa emoción de la que hablas sin que tu padre te lo impidiese!
Mei estalló en risas, dulces y suaves como el murmullo de un arroyo. Gai se preguntó si había dicho algo malo o ridículo, pero en seguida se percató de algo. En sus grandes y brillantes ojos negros había un profundo fondo de tristeza que sabía que nunca podría tener lo que él le ofrecía.
-¿Cómo te llamas, por cierto? Yo soy Mei.
-Maito, Maito Gai –Se presentó, todavía inmerso en sus pupilas.
-Así que eres el loco de mi nuevo amigo Gai, ¿no? –Rió entre dientes- En ese caso, aunque no podamos vivir juntos la vida del ninja, tal vez nos veamos otro día, ¿no?
-Claro… -Sus ojos rebosaban felicidad, pues aquellas palabras habían sabido a gloria. Mei quería que se viesen, le había llamado amigo… El mundo parecía un poquito mejor aquella mañana.
Y desde entonces, Gai se pasó todas las mañanas al amanecer por la librería de Mei, y poco a poco fue descubriendo que detrás de aquella cara bonita existía un ser todavía más hermoso, una chica que se convirtió en su primer amor de juventud.
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Las llamas parecían avivarse cada vez que recordaba su nombre. Mei. Cuánto la había añorado, y la seguía añorando. Qué final tan injusto tuviste, pensó el maestro, dando lugar al recuerdo de los últimos días, meses y años que pasó junto a Mei.
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Cuando ella apenas tenía dieciocho años, su padre la casó por conveniencia con el hijo de un mercader de las afueras de la villa. Fue la primera vez que Gai odió a alguien a quien no conocía. ¿Quién le daba derecho a desposar a Mei? ¿Quién le daba derecho a comprarla como si fuese un objeto, a ponerle un dedo encima? Cuanto más se acercaba el día de la boda, más furioso estaba, y más se apagaba la luz en los ojos de la joven.
Por suerte para ambos, seguían viéndose cada mañana al salir el sol, por lo que el maestro se ocupó de hacerla sonreír, al menos, un rato dentro de su frustración. Mei no era feliz, y aquel tipo no iba a hacerla feliz por mucho dinero que tuviese. Y sin embargo, iba a quedarse con ella. A pesar de la vacuidad que estaba ganando su mirada, antaño la más hermosa que el jounin hubiese visto, el desconocido hijo del mercader se casaría con ella y no se preocuparía por nada que no fuese tener una esposa bonita. Esto pesaba en el corazón de Gai como una piedra de un hilo de pescar, hiriendo lo más hondo de sus sentimientos.
No sabía si bien por amor o bien por amistad, pero en todo caso de haber podido él mismo le habría pedido matrimonio, sólo por tener el reto de no perder jamás aquella sonrisa, aquel desparpajo, aquellas miradas… Todo aquello que parecía tan lejano viendo las sombras que la consumían día tras día.
Más pronto de lo que hubiese deseado, llegó el gran día. Mei se casó con un hombre que no la haría feliz, y Gai tuvo que irse de la aldea unos días, porque sentía una opresión en el pecho que lo estaba matando. No obstante, si lo que ya conocía le resultaba más que amargo, lo que vino a continuación fue del todo lamentable. Unos meses después de la boda, Mei recibió una gran noticia: estaba encinta. Una nueva vida crecía en su vientre, y eso dio una nueva luz a su rostro. Un embarazo era algo que Gai no había contemplado dentro de todas las fatalidades que podía traer aquel matrimonio, pero viendo que Mei se recuperaba lenta pero progresivamente gracias a su futuro retoño, el ninja lo agradeció sobremanera.
Unos meses después, el 9 de Marzo, nació la pequeña hija de Mei, con sus mismos ojos grandes y brillantes, y una bonita sonrisa en su minúscula boca de bebé. La primera vez que la vio, Gai sintió que su corazón se derretía como aquella primera mañana con la muchacha. Mas toda la alegría que rebosaba aquella criatura no había dejado rastro en su madre, que se veía cada vez más demacrada y perdida. Y sólo seis semanas después, el maestro pudo entender por qué.
Una noche, regresando de una misión, caminaba hacia su casa bajo una lluvia torrencial. Para su sorpresa, esperando en el portal, encontró a su tan querida amiga, apoyada contra la pared, empapada de los pies a la cabeza, con la mirada perdida en un charco de agua.
-¡Mei! ¿Qué haces aquí? –Se extrañó el ninja- ¡Te vas a resfriar!
-Necesito tu ayuda –Suplicó. Sus ojos eran dos ríos a punto de desbordarse. Con un gesto, la invitó a entrar. Subieron las escaleras y entraron en el pequeño apartamento de Gai, que en seguida le trajo una toalla para que se secase y le indicó que se pusiese cómoda. Las lágrimas de Mei rodaban mejillas abajo, pero en realidad parecía como si no estuviese allí. Todo su cuerpo temblaba, y algo decía al maestro que no tenía nada que ver con el frío.
-¿Qué ha ocurrido?
-Oh, Gai… -Susurró, frunciendo el ceño para contener el llanto- He hecho algo terrible…
-¿A qué te refieres? –Algo no iba bien, se dijo.
-Yo… No podía más –Tragó saliva, pero el nudo seguía en su garganta-… Sé que las esposas deben ser obedientes, pero me ha sobrepasado… No estoy hecha para ser una mujer de casa…
-Mei –Instintivamente, apresó las heladas manos de su amiga con las suyas-, cuéntame qué ha pasado.
-Le he matado, Gai –Su cuerpo se tambaleaba violentamente-. Él me ha pegado, y yo no he podido evitarlo… No quiero que mi hija viva con un hombre así. No quiero vivir con alguien así…
Sin poder decir más, se echó en brazos del ninja y lloró como no había llorado en tantos años de represión y frustración. La sonrisa de Mei nunca volvería, y la herida que esto provocó en el corazón de Gai sería eterna. La estrechó entre sus fuertes brazos hasta que fue quien de calmarse y volver a hablar con calma. Deseó no soltarla nunca, pero sabía –para su desgracia- que no podía ser así.
-¿Qué ha pasado después? –Preguntó con suavidad.
-Mi padre nos ha encontrado, me ha preguntado por qué lo he hecho, y cuando se lo he dicho se ha quedado de piedra. Creo que no esperaba que las cosas saliesen de este modo, e incluso se ha disculpado conmigo –Se secó una lágrima furtiva-. Aun así, he tenido que irme…
-¿Y la niña?
-Mi padre no le hará daño, la quiere como si fuese todo su mundo –Sonrió con tristeza, para luego mirar detenidamente a su querido y loco amigo-. Lo que me gustaría pedirte es que guardes esto, por favor, y que hagas que se cumpla lo que pone dentro –Le entregó un pergamino.-. Ábrelo sólo en caso de que me ocurra algo… Ya me entiendes.
-Pero, Mei, no puedo… -Ella le tapó los labios con un dedo, haciéndole callar.
-Sólo prométemelo.
Gai reflexionó un momento. No debía comprometerse a cumplir palabras desconocidas, pero era ella quien se lo pedía. Suspiró y, con miedo, sin dejar de pensar en ese "en caso de que me ocurra algo", asintió:
-Está bien, te lo prometo.
En ese instante, ocurrió lo que él menos se esperaba. Mei se acercó con cuidado, incluso con timidez, y le besó en los labios con ternura. Pausadamente, se apartó de él y, mirándole a los ojos, murmuró:
-Ojalá hubiese podido casarme contigo. Habría sido feliz viviendo mi vida a tu lado.
Y con aquellas palabras, Mei se despidió, dejándolo atónito en el salón de su casa. Gai tardó en reaccionar, en asumir que al fin la chica de sus sueños le había besado, y mucho más en darse cuenta de que ahora que el marido de esta había muerto tal vez podría tener una oportunidad. Sacudió la cabeza y miró el pergamino que todavía sostenía. ¿Qué habría ahí dentro tan importante como para que Mei le hubiese hecho prometerlo? Para su desgracia, lo descubriría demasiado rápido.
A la mañana siguiente, el cuerpo inerte de Mei apareció desangrado en un callejón por heridas infligidas por ella misma; un suicidio. No había podido con la presión, con el dolor contenido durante tanto tiempo, con los cientos de malos recuerdos y de demonios que rondaban su cabeza. Ni siquiera su hija fue motivo suficiente para darle ganas de vivir.
Y el maestro del taijutsu sintió rabia, sintió dolor, sintió ira y desesperación. Lloró como sólo lloran los niños y enloqueció como sólo lo hacen los hombres. Y esperó casi un mes para asumir que Mei, sus ojos, su sonrisa y su dulzura se habían ido para siempre. Pasado este tiempo, Gai decidió leer el contenido del pergamino que ella le había dejado.
"Mi querido Gai:
Si estás leyendo esto es porque finalmente he encontrado la paz que tanto ansiaba encontrar. Puede que pienses que he sido una cobarde, que soy una mala madre y una terrible amiga, pero tú y sólo tú sabes todo lo que me estaba envenenando por dentro. Esta es la única forma que he encontrado para dar descanso a mi alma, y cerrar de golpe el peor capítulo de la historia de mi vida. Y si te dejo esto a ti es porque eres la única persona que siempre ha estado a mi lado, el único capaz de hacerme sonreír cada mañana al salir el sol… eres mi loco de las mallas verdes. A ti te he querido como a nadie, y por eso seguiré rezando porque seas feliz, el hombre más feliz de todos tienes que ser tú. Esta es una de las dos cosas que harás que se cumplan, tal y como te he hecho prometer.
La otra es sobre mi pequeña. Sabes, por mí, cómo es mi padre con respecto a las mujeres. Pero yo quiero que mi niña tenga derecho a escoger, que sea libre de ser lo que quiera. Y que su anticuado abuelo no pueda impedírselo. Algo me dice que ella hará lo que yo no pude, y si decide seguir la vía del ninja, sólo tú podrás guiarla. Por eso te pido que, cuando llegue el momento, ayudes a mi hija a hacer lo que desee, a seguir su propio camino, porque esta es mi última voluntad. Puedes enseñar esto a mi padre si él no quisiera atender a razones.
Sin más dilación, me despido. Considera mi beso un último regalo que te hago, ya que de todas las personas del mundo, tú siempre has sido mi favorita. Y siempre te querré.
Mei"
Leer aquellas palabras fue terriblemente doloroso, pero a la vez calmó sus nervios. Ahora por lo menos tenía la certeza de que Mei descansaba en paz, y podría cumplir sus últimos deseos, tal y como había prometido. Pues él ya no podía ser feliz junto a su querida amiga, pero sí lo sería si veía a su retoño crecer sano y salvo.
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Sus lágrimas parecían querer salir al recordar todo aquello. Y sin embargo una sola cosa bastó para calmar el dolor de su eterna cicatriz y sonreír con alegría a una amiga que siempre lo observaba. Allí mismo, en aquel recóndito claro del bosque, bajo la atenta luna, entre sus compañeros, dormitaba la única persona en cuyos ojos todavía pervivía el recuerdo de Mei. Gai observó a su alumna, profundamente dormida en su saco de dormir, convertida en toda una kunoichi de la que estaba realmente orgulloso, y pensó:
-Hay que ver, Tenten, lo mucho que te pareces a tu madre.
Ohayo! Bueno, no sé qué tal habrá quedado este pequeño experimento, pero es fruto de la inspiración de la madrugada Espero que os haya gustado y que me dejéis alguna opinión en los reviews. Ja nee!
