Holaaa^^
Este es mi primer fic de khr!, lo cual es raro porque el 99'999999% de los fic que leo son de khr!. ya iba siendo hora de que subiera yo alguno ¿no?
Lo he resubido porque el otro día me acordé de este fic y no estaba muy segura de si había incluido a Mukuro y Chrome. así que lo busqué, lo leí y sí. Chrome y Mukuro estaban, pero también un montón de faltas! Y aquí estamos. Además por fín he hecho una portada para este fic. (Pobre Tsuna T~T... me estaba doliendo en el alma mientras lo dibujaba)
Así que ya sabéis: LEED Y COMENTAD
JUNTOS PARA SIEMPRE
Y allí estaban los dos, de pie frente a la que debería ser una de las vistas más aterradoras que jamás hubieran presenciado sus ojos. Al menos a ojos de Hayato, porque… por extraño que pareciese, Tsuna estaba muy tranquilo ante la presencia de los ocho cadáveres de su Familia. Gokudera se volvió a estremecer, pero a diferencia de los escalofríos que llevaba sintiendo desde que había llegado a la escuela esa misma tarde, no se molestó por disimularlo.
-¿Tienes miedo, Gokudera-kun?-preguntó Tsuna de forma indiferente, mientras se acercaba a una de las mesas en las que había acostado a uno de los cadáveres y levantaba la sábana con la que había cubierto el cuerpo, dejando a la vista los brillantes ojos de Kyoko Sasagawa y su cabeza separada de sus hombros.
-N-no es eso Décimo- dijo Gokudera tratando de mantener la mirada en su jefe y no en el cadáver.
-¿No? ¿Entonces… por qué estás tan pálido?-agregó el castaño mientras levantaba otra sábana y dejaba ver el azulado cuerpo de Yamamoto, aun mojado. Tenía las manos y los pies atados, una cuerda le rodeaba el cuello y una expresión de total agonía.
-No… es nada…- dijo el mayor tratando de mostrar calma. Pero su resolución falló cuando Tsuna levantó la manta que cubría los cuerpos de I-Pin y de Lambo. O más bien cuerpo, ya que quién sea que los hubiera matado vio muy conveniente cortarlos por la mitad y coserlos como un único ser deforme.
-¿Seguro? No te ves para nada bien-agregó Tsuna mientras observaba fijamente el muñeco de trapo gigante que reposaba en otra mesa junto a los pequeños, antes de quitarle la máscara. De Haru solo había quedado reconocibles unos mechones de su oscuro cabello, su piel se había hecho uno con la ropa que llevaba gracias al baño en ácido al que la había sometido su asesino.
-Décimo, por favor…- pidió Gokudera con un fuerte nudo en la garganta- debemos irnos.
- ¿TÚ… quieres irte, Hayato?-la voz de Tsuna dejó de sonar suave, como de costumbre, para sonar molesta, como si algo le indignara profundamente. Con un movimiento rápido Tsuna destapó la última mesa, donde reposaban los cuerpos de Mukuro y Chrome. Ambos cuerpos parecían intactos, a no ser si uno se fijaba en la bandeja en que reposaban todos sus órganos junto a ellos. Junto al cadáver de Chrome había una pierna solitaria, que estaba claro no pertenecía a los guardianes de la niebla. Un olor fuerte a sangre y muerte, mezclada con alcohol hizo que el estómago de Gokudera se revelara. Gokudera tenía que recurrir a todas sus fuerzas para no sucumbir a sus ganas de vomitar.
-Décimo, hay que salir de aquí – cada vez se le hacía más y más difícil respirar. Había visto numerosos cuerpos en su anterior vida como mafioso, antes de conocer a Tsuna. Pero esto le superaba. No podía aceptar que alguien había acabado con su Familia tan fácilmente. Todavía estaban en peligro. El asesino podría estar todavía allí.
-¡No nos iremos!-gritó de repente Tsuna, tirando al suelo la bandeja donde habían encontrado los órganos de Mukuro y Chrome. Lo único que había encontrado de Ryohei, su pierna, en el repentino ataque de ira de Tsuna, fue a dar a los pies de Gokudera. El artificiero retrocedió unos pasos hasta dar con la pared mirando aterrado a su jefe. El castaño normalmente era una persona calmada y asustadiza, pero ahí estaba, con el ceño fruncido y una mirada de odio que jamás habría pensado que fuera dirigida a él.
-Falta alguien- susurró Tsuna. Calmandose súbitamente, mirando la mesa desocupada junto a otras dos que no había descubierto-. Hay que buscarlo.
Sin esperar que su guardián lo siguiera, Tsuna salió de la clase y se adentró en la oscuridad del pasillo. Aun así, Gokudera no fue capaz de dejarlo ir solo. Era algo complicado para el mayor caminar sin tropezar en la espesa oscuridad, aunque fuera el cielo estuviera teñido de un rojo sangre, los escasos rayos del sol parecía no poder entrar por los cristales. Pero al parecer esto no parecía importarle al castaño. Sabía muy bien a dónde se dirigía.
Finalmente llegaron al último, a la oficina del Comité Disciplinario. No comprendía que hacían aquí. ¿Acaso el loco por las peleas se encontraba allí? ¿Los ayudaría a buscar al asesino? En el momento en que Tsuna forzó la puerta para abrirla, fue suficiente para Gokudera para comprender que el prefecto no podía ayudarlos. Apestaba. Realmente apestaba ese lugar. Hay estaba Hibari, como era de esperarse, pero lo que Gokudera no esperaba ver era a ese odioso ser colgado del techo de la oficina con gruesas cadenas atadas a sus muñecas. Bueno, a una nada más, porque de alguna forma lo que quedaba del brazo izquierdo de la nube estaba colgando separado del cuerpo al que una vez perteneció. Por primera vez en mucho tiempo, Gokudera quería gritar de miedo, correr y alejarse de ese horrible sitio. Ver tal cantidad de sangre seca, trozos de carne por el suelo y la forma en que los ojos grises de Hibari le miraban… Estaba seguro que esa era una visión que lo acompañaría en sus peores pesadillas. Quería huir, llevarse con él al cielo que lo había acogido. Pero sus piernas no le respondían.
-Parece que trató de escapar- musitó Tsuna subiéndose en el lujoso escritorio y mirando el cuerpo de Hibari de cerca-. Tal vez intentó arrancarse los brazos a mordiscos.
Un fuerte mareo agitaba a Gokudera mientras que el pequeño castaño liberaba el cuerpo del azabache de los grilletes que lo apresaban y lo arrastraba por las losas del suelo llevándose también el brazo izquierdo de este.
-Vamos-dijo Tsuna cuando pasó junto a Gokudera llevando a rastras el cadáver del guardián de la nube. Sin esperar que se lo repitiera, Gokudera siguió a Tsuna hasta su clase, donde había colocado todos los otros cuerpos. Al entrar, la clase estaba iluminada y el cuerpo de Hibari reposaba en la mesa que estaba vacía, con los ojos tan abiertos como los de los demás.
-Por fin estaremos todos juntos para siempre-susurró Tsuna con una leve sonrisa en los labios y los ojos llenos de lágrimas, a lo cual, Gokudera reaccionó. Quién lo había llamado había sido Tsuna y aquel que había encontrado todos los cuerpos había sido el mismo castaño. También sabía dónde se encontraba el podrido cuerpo de Hibari.
''¿Podrido?'' pensó Hayato al mirar cada uno de los cuerpos a la luz de las luces de la clase. Todos ya tenían un estado avanzado de putrefacción. Uno muy alto como para haber muerto ese mismo día.
-Decimo, ¿cómo liberó a Hibari?-preguntó Gokudera con la voz algo temblorosa. Tenía miedo de lo que pudiera oír…
-Con la llave. ¿No es obvio, Gokudera-kun?-dijo Tsuna sin mirarlo.
-¿Por qué la tenía?-Tenía miedo de la respuesta…
-Siempre ha estado conmigo- Tsuna se giró lentamente, mostrándole a su mano derecha la expresión más triste que jamás hubiera pasado por su rostro. Tal era la expresión que se había dibujado en el rostro de Tsuna que Gokudera no fue capaz de pronunciar palabra, mientras que el castaño caminaba hasta las dos mesa que aun estaban cubiertas.
-¿No te gustaría ver quién hay aquí?- sin esperar la respuesta, Tsuna destapó el penúltimo cadáver, mostrándole a Gokudera su propio cuerpo inerte sobre la mesa. Sus ojos verdes miraban hacia el techo sin expresión alguna. Como si estuviesen perdidos en algún punto de este, intentando ver más allá, mientras que en mitad de su pecho se podía ver un gran hueco donde una vez estuvo su corazón. El olor que desprendía el cuerpo no era del todo fuerte, en comparación con los otros. Aun así, la vista de su propio cuerpo mareó de tal forma a Gokudera que tropezó con la mesa contigua, haciendo que la última sábana se resbalara de la mesa, dejando ver a un durmiente Tsuna de piel pálida y fría, pero con múltiples heridas y golpes que deberían de ser la causa de su muerte.
-Lo olvidaste, ¿verdad?-susurró Tsuna con la voz rota justo detrás del mayor-. Aunque me habías prometido protegerme de todo, permitiste que me asesinaran y después te olvidaste de mi, de por qué luchábamos. Aunque no fuiste el único. Por eso murieron todos.-La sangre desapareció del rostro del guardián de la tormenta. ''Como pudo, Décimo…''- Pero Gokudera-kun,… yo no los maté. Me era imposible estando muerto. Fuiste tú quien los mató.
Por un momento, todo volvió a la mente de Gokudera. La tarde en que había drogado a Hibari para atarlo en su oficina, mientras mataba a todos en la misma escuela donde todos se habían conocido. Con Kyoko en el pasillo, una cuchillada limpia en el cuello y un empujón por las escaleras habían sido suficientes para desprender su cabeza. Luego se había encargado de noquear él mismo a Yamamoto mientras estaba distraído, para luego tirarlo a la piscina de la escuela atado a unas enormes rocas para ahogarlo. Aprovechando su estancia allí, acabó con Lambo e I-Pin, los cuales le habían causado muchos problemas con sus gritos, pero al final había logrado dejarlos lo suficientemente juntos para que no le causaran problemas. Con Ryohei no había tenido mucho problema, ya que había aprovechado que este se quedaría a entrenar hasta tarde para hacerlo volar en pedazos con su dinamita junto con todo el club de boxeo. Haru tampoco había sido un gran reto para él, ya que con atarla a una silla fue suficiente para darle una muerte igual de rápida a la de Kyoko, para luego rociarla con ácido para tratar de desintegrar su cuerpo mientras se encargaba de Chrome, la cual murió mucho antes de que apareciera Mukuro. El guardián de la niebla si supuso un reto algo más grande para Hayato. Aun así, no tenía plenas facultades. Aunque no lo admitiera, la muerte de Tsuna había sido un duro golpe para el ex convicto. Esto, sumado a la reciente muerte de Chrome logró desestabilizar la mente del ilusionista lo suficiente como para inmovilizarlo y abrirlo de la misma forma que había hecho con su compañera. Para el final de esa horrible noche ya estaba cubierto de sangre. Se dirigió de nuevo a la oficina del Comité de Disciplina para ver como el brazo de Hibari se desprendía del azabache mientras este lo miraba con los ojos llenos de odio y desafío, al tiempo que se lamía su propia sangre de los labios y escupir un pedazo de su propia carne al suelo.
-El apodo de carnívoro te queda a la perfección-dijo Gokudera sin mucha emoción.
-En cuanto salga de aquí, te morderé hasta la muerte, maldito herbívoro.
-Entonces apresúrate, porque yo ya me voy- después de cerrar la puerta, Gokudera caminó hasta el patio donde había jurado ser la mano derecha del Décimo Vongola y, con cuchillo en mano sonrió tristemente mientras miraba al cielo rojizo-. Espéreme un poco más, Decimo. Pronto estaré con usted.
Fue un golpe limpio y certero el que se dio en el pecho, pero no satisfecho con eso, él mismo se arrancó el corazón.
Y así lo encontraron cuando llegó el alba. En una mano su corazón, y en la otra el cuchillo y al igual que todos los demás asesinados, sus párpados había sido arrancados, para que de esa forma su alma pudiera seguir vagando en el mundo por la eternidad.
Volteó para mirar a Tsuna, quien había recuperado su última apariencia, mal herido y maltrecho frente a él, pero con esa sonrisa que desde el comienzo había llenado el pecho de Gokudera de felicidad.
-Por fin lo has recordado. Si te quieres ir, puedes hacerlo-le susurró el castaño mientras sacaba de su bolsillo una cajita pequeña y se la entregaba a Gokudera-. A los otros ya les he hecho elegir y los que se han quedado no te guardan ningún rencor, incluso Hibari-san está mucho más calmado ahora- la sonrisa de Tsuna se hizo aún más dulce. Tal y como era en los tiempos de antaño.
Gokudera miró la cajita y luego volvió a mirar a Tsuna. No tenía por qué destaparla para saber que contenía en su interior. Ahora bien, había sido él quien había causado esa masacre solo para no romper su promesa. Entonces, ¿por qué la rompería ahora? Devolviéndole la sonrisa a Tsuna, abrió la cajita. Ahí estaba el anillo Vongola. La prueba de su amistad y fidelidad hacia ese pequeño chico de ojos marrones. Se lo puso y sonrió sinceramente a Tsuna, lo agarró de la muñeca y abrió la puerta de la clase.
-Los otros deben estar esperándonos Décimo, ¡Vamos!
Ya habían llegado a la puerta de la azotea. Una deslumbrante sonrisa se marcó en los sangrantes labios de Tsuna antes de salir a la luz. Era un atardecer hermoso visto desde el tejado de la escuela de Namimori. El color rojizo bañaba todo y cada quien pasaba el rato jugando a las cartas, peleando o simplemente hablando. Todos allí habían recuperado su apariencia y no parecían conscientes de que estaban muertos. Se veían felices. Gokudera miró al cielo y vio como el color rojizo se iba volviendo más y más oscuro y de esa misma forma, la herida hecha en su pecho empezaba a doler y a sangrar de nuevo.
Sí, con la oscuridad volvió el dolor y el remordimiento para todos, pero... ¿Qué importaba? En la mañana todos volverían a sonreír, porque estaban juntos otra vez. Juntos de verdad.
Juntos para siempre.
