Capítulo I: Observación
La mañana se alzaba rauda y seca, e inesperadamente cálida y sofocante. Sus ojos grises se abrieron; el despertar hizo reacción en todo el cuerpo, que se incorporó para comenzar la rutina diaria.
Todas las mañanas lo mismo: abrir los ojos, levantarse, entrar a la ducha, primero caliente para que fluya el calor, luego fría para nivelar; secarse, vestirse, calzarse, peinarse y para rematar, bajar y ver que hacía en esos momentos Granger en la sala común de su torre. Oh si, ver lo que hacía y hallar el modo de que ya no disfrutara hacerlo. Recordar ese factor en su rutina hizo que una maliciosa y bella sonrisa se dibujara en su rostro, él no podía pasar por alto el orden del día.
Con esa misma sonrisa descendió las escaleras de su dormitorio a la sala común; las ventanas se encontraban abiertas, tratando de capturar una corriente de aire inexistente, y ahí frente a la mesita central y cómodamente sentada sobre la alfombra persa se encontraba Granger, acomodando delicadamente unas piezas de ajedrez sobre su tablero.
" ¿Qué pasaría si sacudo ligeramente la mesa con mi mochila?" pensó el rubio. Sin dudarlo mucho, hizo lo que su curiosidad le dictaba; él nunca se quedaba con una inquietud.
-¡Fíjate por donde te mueves, estúpido!- gritó Hermione luego de que inevitablemente la fuerza de gravedad hizo que las piezas cayeran sobre su costado.
-Oh, tiré tus piezas, no me había percatado de ello- dijo con fingida humildad y una sonrisa en el rostro-. Permíteme ayudarte a colocarlas de nuevo.
Pero al aproximarse, deliberadamente tiró con la manga de la túnica las pocas piezas que habían conseguido mantenerse de pie.
-¡Eres un idiota! Mejor hazte a un lado.
-Vamos Granger, no me digas que piensas aprender a jugar ajedrez. Este juego es sólo para personas inteligentes.-dijo ufanamente.
-Tienes razón, Malfoy, por eso es que no lo juegas, ¿cierto?- respondió Hermione sarcásticamente.
-No entiendes ¿verdad niña? Un Malfoy nace sabiendo jugar ajedrez. Pero estoy en lo correcto, tu no entiendes nada.
Y dando media vuelta, tomó su mochila y salió por la puerta cubierta con un retrato, dejando tras de sí a una Hermione iracunda y mascullando maldiciones por lo bajo.
Sin importarle en absoluto, se dispuso a empezar su día con el mejor humor de todo Hogwarts.
