Eren tragó saliva, mordiéndose el labio con fuerza. No tenía el lujo de gemir con total libertad, dado a que se suponía que debía estar trabajando. ¡Lo estaba haciendo! Pero...

Pero se topó con la habitación de Rivaille. Con sus cosas, con su cama, con sus sábanas... todo, todo en su cuarto tenía su olor almizcle que convinaba el aroma a libertad y el perfume de lo limpio. Era exquisito, tanto que no pudo resistirse a la tentación de dejarse llevar por sus hormonas adolecentes.

En su mano sostenía la capa del cabo, apretándola con anhelo cuando imaginaba que era él quien lo tocaba, frotándole su miembro de arriba abajo y diciéndole hace cuanto tiempo había querido hacer esto.

Se lo imaginó con detalle, sus ojos oliva clavados en él, su boca entreabierta, dejando escapar suspiros cuando se cansaba de que tardara tanto en terminar. No obstante, Eren no aguantaría tanto, no con esa mirada, esos roces que lo hacían estremecerse mientras aspiraba su aroma con total deseo.

Aceleró el ritmo de su mano y se le escapó un gimoteo, un ruido de su garganta que solo fue oído por él. Ah, qué bien se sentía saber que estaba haciendo algo indebido. Aunque no lo fuera a aceptar, le excitaba en sobremanera la sola idea de que lo hallaran masturbándose de esa manera, sintiéndose tan sucio de solo pensarlo.

Abrió la boca, boqueando en el final cuando todo su cuerpo se tensó y llegó al bendito orgasmo, retorciéndose en silencio sobre la cama de Rivaille.

Se tomó un momento para darse cuenta de lo que había ocurrido, mirando su semilla derramada sobre las pulcras mantas. Se sonrojó violentamente y se puso de pie en seguida, subiéndose los pantalones al mismo tiempo que alguien abría la puerta.

―Mierda.