Nunca hubo reinos tan diferentes como aquel de la Luna y la Tierra. De bellezas únicas y opuestas, brillaban uno visible para el otro sin poder tocarse nunca, pues sus diferencias eran tantas que la sola convivencia de sus habitantes se tornaba incómoda al instante, sin embrago la política era necesaria y cada cierto tiempo un encuentro entre los dos mundos se hacía realidad.
En la Tierra, los hombres dominaban el mundo, eran considerados fuertes, audaces y con las habilidades únicas de controlar a otros mediante el arte de la guerra. El Príncipe Endymion, heredero al trono fue criado por su padre para tomar el trono y gobernar según las tradiciones de su planeta, las cuales dictaban que el varón de sangre real de mayor edad sería el elegido para seguir con el Legado del reino de Elusyon. Se le enseñó a sostener la espada desde muy corta edad y se le instruyó en diversas arias del conocimiento. Todos esperaban que un día ese niño de pelo negro y ojos azules como los mares, los guiara a través de sabiduría y riquezas al igual que su padre lo había hecho.
Padre, ¿qué hay en la luna?-. Preguntó un día el joven príncipe mirando su blanco resplandor una noche estrellada.
Ahí arriba solo existen penurias-. Fue su respuesta.
Cuando el niño se convirtió en hombre se había convertido en un varón fuerte, audaz, valiente, inteligente e intrépido que aunque ya sabía que en el astro habían unos despreciables habitantes de los que nadie sabía mucho, con los cuales existía una precaria relación política.
Mientras tanto, en la luna se vivía una vida pacífica. Era un gran y poderoso reino gobernado por la reina Serenity, quién tenía una sola heredera, la pequeña princesa Serenity, que junto con el nombre, un día heredaría un vasto reino, que abarcaba casi en su enteridad, el sistema solar, exceptuando el tercer planeta, a quien irónicamente estaban unidos. La princesa fue criada con el amor de su madre y de su gente, se le educó para ser una gobernante compasiva, quien pudiera retribuir el amor de su pueblo. Y quien, un día, fuera lo suficientemente poderosa y sabia para recibir el cristal de plata, una joya, que según decía la leyenda, había sido propiedad de la Diosa Selene, y tenía el poder de controlar un gran poder, el cual era el responsable de que los lunares, así como sus planetas aliados, nunca envejecieran.
Mientras crecía, la princesa sin saber del dolor, la desesperanza y la oscuridad, se hizo aficionada a ver el planeta azul que se visualizaba suspendido desde su balcón. Nunca pudo entender como algo tan hermosa, pudiera ser tan malo. Pues los rumores acerca de los Terranos abundaban y en todos ellos estaba involucrado las guerras, la codicia, la destrucción y por lo menos un asesinato. Cuando un día le preguntó a su madre.
-Mamá. ¿Qué hay en la tierra?-.
La reina le respondió.
-Te aseguro que bellezas extraordinarias, pero en mi experiencia son como plantas carnívoras, por fuera son el mayor deleite, pero cuando te acercas lo suficiente, abren sus fauces y te comen arrastrándote a la oscuridad, por eso hija mía, contempla todo lo que quieras, pero nunca te acerques lo suficiente para que te oscurezcan el corazón-.
La princesa un día se convirtió en mujer, era todo lo que su reino deseaba. Se paseaba de un lado al otro del palacio sola o en compañía, pero cuando nadie la podía ver, se giraba un momento y dejaba que sus ojos se posaran en el planeta que brillaba enfrente de la Luna, entonces, suspiraba.
