Prólogo

Empezaba a anochecer, y los habitantes de Haneriku se dirigían a sus hogares. El sol se escondía entre las montañas que rodeaban la mitad de la ciudad. La capital del gran reino de Kyohane, el hogar de los jinetes de dragones.

La ciudad se encontraba en medio de una extensa pradera totalmente verde, y un lago que parecía ser infinitivo si lo mirabas desde las afueras de la ciudad, el cual contenía el agua más cristalina que se había visto nunca.

En el centro de la ciudad se alzaba un majestuoso castillo, con su entrada principal vigilada por un par de soldados, y un enorme y aparentemente feroz dragón rojo.

Dentro de una de las habitaciones más grandes y confortables de todo el castillo de Haneriku, se hallaba una niña sentada en la cama del centro de la estancia, con la espalda reposada en la pared y con su atención dirigida a una persona sentada al lado izquierdo de la cama.

Eran, respectivamente, la princesa y la reina de esas tierras. Ambas tenían el pelo castaño, aunque el de la niña era de una tonalidad casi dorada.

La mujer le contaba historias a su hija, como una especie de cuentos con moraleja cuyo objetivo era inculcar unos valores a la futura reina mediante historias agradables. A la chica no le importaba tener quince años y seguir escuchando esas historias, disfrutaba mucho de esos momentos con su madre, y la madurez de los cuentos avanzaba conforme avanzaba también la edad de la princesa.

La rutina de los cuentos a la hora de dormir de cada día, había terminado, y ahora la madre tenía algo importante que contarle a su pequeña princesa.

-Shizuru, ya vas siendo mayor y estás cosas tenemos que contártelas.- Comenzó a explicar la reina Azuka, con una voz que denotaba tranquilidad.

Los ojos de la chica eran como rubíes, la característica física por la que la gente siempre la recordaba. Ahora, esos ojos habían cambiado su expresión y parecía concentrarse en aquello que le estaba a punto de contar.

-Ya tienes quince años y además eres la futura reina de Kyohane. Debes conocer todo lo que eso comporta.- Continúo su madre.

Shizuru era la primera y la única hija de Ikeda y Azuka Fujino, por tanto sería la reina. Y aunque hubiera tenido un hermano mayor, gobernaría igualmente. Así eran las cosas en Kyohane, en la realeza, las mujeres tenían preferencia para ser reinas.

-Tu padre y yo debemos ir a la guerra. Es inevitable.- dijo, al ver el miedo que vio en los ojos de su hija.- No te preocupes, todo irá bien.

"Todo irá bien, eso es lo que dicen siempre los adultos", Shizuru había empezando a aprender mucho sobre las injusticias de la vida, y el funcionamiento del mundo y su sociedad. "Ya no soy una niña pequeña, sé que estas cosas nunca acaban bien.", con esa frase acabó su pequeña reflexión.

Al día siguiente, los reyes de Kyohane se despedían de su hija, y partían montando en sus dragones, hacía la frontera de sus tierras.

Shizuru contemplaba la escena triste, seguidamente acarició a su querido Kyohime, el dragón que habían escogido sus padres para ella. Ambos tenían la misma edad, exactamente.

Kyohime alcanzaría la madurez en su 25 cumpleaños, la fecha en la que Shizuru debía convertirse en reina. Durante esos quince años, Kyohime había sido un gran compañero, su fiel amigo, con el que compartía todo.

Dando unas palmadas a un lado del cuello repleto de escamas rojas y brillantes del animal, la princesa le susurró un suave y triste "volvamos a casa".

A muchísimos kilómetros lejos de la tierra de los dragones, en un pequeño pueblo del reino Ookami, una niña sentada en el suelo jugaba con un cachorro animádamente.

-He oído que los rojos vienen hacia aquí.- así les llamaban a sus vecinos enemigos de Kyohane, por el color de los dragones que usaban cuando iban a la guerra y el color del intenso fuego que salía de esas bocas infernales.- Habrá otra guerra.- Le explicaba el señor a la que era su mujer.

Ella apartó la vista de su hija y la sonrisa que tenía se borró al momento de escuchar esa última frase.

-No puede ser, ¡otra vez no!- le contestó muy preocupada.

Saeko miró a su hija, la veía tan feliz… Habían sobrevivido a la última guerra, pero eso fue por pura suerte, no sabía cómo sería esta vez. Por ese entonces su hija aún no había nacido, ahora tenía mucha más preocupación por ella.

-Debemos tener esperanza y confiar en nuestra nación. Ellos nos protegerán.- Dijo con tono firme el marido de Saeko, Norio.

Ambos se giraron al oír una risa que provenía de su hija, Natsuki.

Saeko estaba asustada, se abrazó a su marido, y ambos se quedaron observando a su hija de diez años.

"¿Diez años han pasado ya? Siento como si hubiera sido ayer, el día que Natsuki nació". Pensó Norio. Esos eran tiempos felices, llevaban algunos años sin guerras y sus cosechas eran buenas. Desde hacía muchas generaciones la familia Kuga se había dedicado a la agricultura. Además, la felicidad de ese momento se vio incrementada por otro hecho; había nacido una preciosa niña, su niña.

-Cada día se parece más a ti,-dijo Norio –cada día está más preciosa.- Sonrió ampliamente a su mujer, esta le devolvió la sonrisa intentando aguantar unas lagrimas que amenazaban con salir de sus ojos.

-¡Duran! Ven aquí.- gritó Natsuki al cachorro que ahora se dirigía hacia sus padres. Se levantó y se acercó hasta ellos.

-¿Qué os pasa? Parecéis preocupados.- dijo la chica, en sus ojos verdes se vislumbraba algo de confusión, pues la chica desconocía la situación.

-No pasa nada Natsuki.- el padre cogió a su hija por los hombros y los unió a los tres en un abrazo familiar.

-¡Papá!- se quejó ligeramente la chica, pero también los abrazó. Su padre rió a la vez que ignoraba la queja de su hija. Saeko intentaba olvidar lo que le acababan de contar, quería disfrutar al menos por unos instantes de los suyos.

Duran saltaba e intentaba sumarse al abrazo de alguna manera, la familia Kuga disfrutaba de ese pequeño-gran momento.

Natsuki aún no lo sabía, pero iba a recordarlo para siempre.