Ella lo había abandonado todo. ¿Y por culpa de quien? De su madre, claro.
Y tener apoyo de parte de ella no era nada. Acababa de abandonar a su mejor amigo para dirigirse a una dichosita ciudad llamada "Danville"
Que estupidez
Capitulo – I
EL INICIO
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Isabella
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Recuerdo que cuando tenía seis años, mis padres discutían todo el tiempo.
Gritaban durante horas interminables; se enojaban por todo; discutían incluso si era porque la sal se había derramado sobre el café.
Mamá a veces lloraba durante las noches y papá incluso llegaba a dormirse conmigo.
Una noche, mientras yo dormía, mi madre entro a mi cuarto, prendió la luz, y me despertó.
—Isa, Isabella; despierta hija, despierta Isa —me agitó el brazo suavemente.
—¿Qué sucede, mamá?
—A mamá le dieron un nuevo trabajo y ahora nos vamos a mudar.
—¿Ahora mismo?
—Sí; empaca tus cosas y te veo en veinte minutos dentro del auto.
Me dio un beso en la coronilla y después salió de mi habitación.
Mire el reloj del tocador.
«3:24 am»
¿Quién viajaba a esas malditas horas de la madrugada? Es decir; los niños de seis años también tenían que descansar.
De mala gana me levante de la cama y me vestí con un simple pans lila y una playera blanca con letras en grande rosas que decían "DORA LA EXPLORADORA JAMÁS ME FALLA"
No era mi culpa tener esa playera; solo tenía seis años
Cogí las siete maletas de princesas que mi papá me había comprado para ir a Alemania y comencé por meter la ropa. Después continúe con los zapatos. Luego los accesorios y artículos de valor. En una maleta metí mis juguetes y en otra mis peluches. Y en la séptima maleta guarde exclusivamente mis preciados libros.
Mire el cuarto vació y me pregunte; ¿enserio que esto no era un sueño? Es decir; un día soy una niña de seis años que vive felizmente en París con sus padres, familiares y amigos y, al día siguiente por la madrugada, me mudo.
Que estupidez
Saque cuatro maletas y las metí al auto. Fui por las otras cinco restantes y, mientras luchaba desesperadamente en un inútil intento por hacerme de las cinco maletas, me encontré a mi papá de camino al carro.
—¿Quieres que te ayude con eso?
—Eso sería increíble, muchas gracias.
Tomó tres maletas y las llevó consigo hasta al auto mientras yo arrastraba a las otras dos restantes por el piso.
Al meter las maletas al auto, note que solo estaban mis maletas y las de mamá.
—¿Y tus maletas? —le expresé confundida a papá
Él se inclinó hasta quedar de mi estatura y me tomó de los hombros.
—Princesa… —dio un suspiro doloroso y yo temblé por ello—… Yo no iré con ustedes —murmuró.
—¿Por qué no?
—Mira, tú mamá y yo últimamente no nos hemos estado llevando bien y, bueno, creemos que lo mejor para los tres es que ella y yo nos separemos.
—¿Durante cuánto tiempo?
—No pequeña, no entiendes; tú mamá y yo nos vamos a divorciar.
Y mi cabeza comenzó a buscar la palabra divorcio dentro del diccionario mental.
"Divorcio: Cuando una pareja de casados se separa definitivamente y ya no son marido y mujer"
—¿Qué?...
—Isabella, sé que tú lo podrás entender porque, a pesar de que tengas seis años, has madurado muy rápido y tienes la mentalidad de una niña de doce años. Y tú también lo sabes perfectamente —me acaricio la mejilla y sentí que iba a llorar—. ¿Lo entiendes?
—Si no fuera por esos montones de libros que me compraron desde los tres años, te juro que no entendería nada; ojala y jamás me los hubieras comprado.
Papá dio una carcajada y después me observó.
—Así que… ¿Mi custodia se la quedara mamá? —murmure curiosa.
—Discutimos mucho tiempo sobre eso y, cuando Vivian me dijo que consiguió un empleó con un fabuloso sueldo, decidimos que, si queríamos que tuvieras un buen futuro, tendríamos que tener buenos recursos, así que era mejor que fueras con ella.
—¿Vendré a visitarte?
—Yo me asegurare de ello.
—Adiós papi. Gracias por todo.
—Adiós princesa. Te extrañare.
Me dio un beso en la coronilla y después me abrazó fuertemente.
Al separarnos, di media vuelta sobre mis talones y me metí al auto.
Mamá ya estaba adentro esperándome.
—¿Estás lista?
—¿A dónde iremos?
—A Nueva York; una zona grandiosa de los Estados Unidos.
—Así que se separan —susurre sin rodeos.
—¿Te lo ha contado?
—Lo suficiente para saber que no le veré dentro de algunos años.
—Es lo mejor para todos —me acarició con suavidad el rostro.
—Si a ustedes los hace feliz, supongo que estará bien para mí.
—Me alegro que a tu edad seas tan madura y razonable.
—Sí, sí. Arranca el auto antes de que me arrepienta y salga llorando como lo hacen los de mi edad.
Mamá rio brevemente y después dio marcha al auto.
Mire por la ventana el hermoso paisaje que París me mostraba.
Sabía que iba a ser muy difícil para mamá tener que criarme sin un hombre a su lado y, por mi parte, sin una figura paterna a la cual seguir de ejemplo.
Y no solo eso, si no tuviera la mentalidad de una chica de doce, estaría pataleando, llorando y completamente confundida de lo que estaba pasando.
Mientras subía al avión, me puse a pensar que todo iba a cambiar para mí.
Mientras veía por la ventana, supe que nunca más volvería a ver a mis amigos del preescolar y que jamás le había declarado mi amor al niño que me gustaba.
Supe que ese era el adiós y que me estaba alejando del lugar de en donde yo había nacido; París.
Me talle los ojos cuando escuche la voz irritante de mamá despertándome.
—Isabella, despierta; ya hemos llegado. En siete minutos el avión aterriza.
Mamá estaba contenta. Y supongo que lo entendía. Es decir; no creo que hubiera sido muy bonito pasar el resto de tu vida con una persona a la que no le amas.
Pero anda que, por lo menos había comprendido por qué mamá me había mandado a un curso de inglés de ocho meses.
Cuando tomamos el taxi, mamá me dijo que tardaríamos en llegar a nuestra nueva "casita" dentro de dos horas. Me acurruque en su regazo y me volví a dormir.
Cuando me desperté, me deleite con el maravilloso paisaje.
Tanta naturaleza en un lugar me era imposible de creer.
—¿Ya hemos llegado?
—En un minuto estaremos en frente de nuestra casa.
Y es que, a pesar de tener los ojos hinchados por tanto llorar durante el viaje, mi boca seguía abierta por el hermoso lugar.
Pequeños parques con muchas áreas verdes. Las casas eran muy bonitas y los jardines gigantescos y llenos de plantas y vida.
De repente el taxi se detuvo y mamá murmuró:
—Hemos llegado.
Era perfecta. Era de dos pisos y estaba pintada por fuera de un color blanco con naranja. No solo tenía un jardín con caminito hasta la puerta, sino que también tenía jardín trasero.
Bajamos las maletas en cinco viajes.
—¿Quieres ver tú habitación?
—Éste… No… Creo que mejor voy a darle un recorrido a… A la calle.
Y salí de la casa.
Al principio me había sentido emocionada pero, después, recordé a papá y a París. Nueva York era hermoso, pero sin papá no sería lo mismo.
Me senté en una banqueta y comencé a llorar; a pesar de tener la mentalidad de una chica de doce años, a veces me sentía como a una niña de seis.
—¿Por qué lloras, niña?
Cuando alcé la mirada, me encontré con un crío como de mi edad.
—¿A ti que te interesa?
—Bueno, es que una niña tan bonita como tú no debería de estar llorando.
«Sí; definitivamente era de mi edad.; su mentalidad era de la de un niño de seis o siete años»
—Mejor vete a jugar con tus muñecos o con tus carritos.
—Anda que, perdóname; solo quería ayudar.
—Pues no lo has hecho bastante bien.
—Soy Santiago.
—Isabella.
—Veamos… ¿Isabella? Entonces te llamaras… Izzy.
—¿Disculpa? ¿Pero quién te ha dado derecho de cambiarme el nombre?
—Perdóname, pero solo quería hacerte reír.
—No me digas, ¿tus padres te han comprado muchos libros desde que eras un bebé?
—Desde que tenía cuatro años. ¿Te han hecho lo mismo a ti?
—Desde los tres años.
Me sonrió dulcemente y por fin pude sentirme comprendida. Después de todo, él era como un niño de diez años y yo como una de doce.
—¿Quieres ir con mi amigo Christian al parque?
—¿A él también lo han hecho leer sus padres?
—No, él si piensa como un crío de seis años. Pero yo le ayudo a comprender el mundo. ¿Quieres ayudarme a ayudarlo?
Y le sonreí.
Por lo menos ya no sería la niña fenómeno del vecindario.
Isabella a los 6 años, 10 años después = 16 años
Preescolar pasamos.
Primaria nos unió.
Secundaria nos convirtió en inseparables.
Y en primer semestre de Bachillerato, Santiago parecía mi novio.
Supongo que fue normal; estuvimos juntos durante diez años y, no solo nos tocaba en los mismos grupos, sino que también era mi vecino.
Cuando mamá me dijo que le habían ascendido de puesto en su trabajo, yo me sentí realmente muy feliz por ello, claro, hasta que me dijo que nos teníamos que mudar a una ciudad llamada Danville.
Sí, me sentía igual de devastada de cuando me dijo que nos íbamos de París, pero no podía hacer nada por ello; "Mientras ella fuera feliz, yo lo sería"
El problema era, ¿cómo le iba a decir a Santiago que me mudaba?
—Eres impredecible.
—¿Disculpa? Yo no fui la que decidió mudarse.
—No, pero por lo menos una señal de que te vas. No que sueltas la sopa así como si nada.
—A mamá la ascendieron de puesto, y si ella es…
—Sí, sí; lo sé; sí ella es feliz, tú también lo serás. Pero eso no lo justifica, ¿y tú felicidad?
—Eso queda en segundo plano. Ella es más importante que yo.
—Isabella, mírame; esto es importante; ¿y Santiago?
—No me hables de él ahorita que no sé qué carajos voy a hacer aún.
—¿A qué te refieres?
—Mírame, Mayra. ¿Qué crees que piense cuando le diga "adiós"? ¿No crees que me dé una bofetada o que rompa nuestro dije de amistad?
—Eres muy paranoica, Isabella. Él lo entenderá.
—Yo no creo eso.
Al escuchar esa voz, me dio escalofríos.
—Nadie está al tanto de ti, Christian.
—Y tampoco al tanto de ti, Mayra.
—Espera, ¿qué has dicho cuando llegaste? —murmure.
—¿Qué Santiago no querrá entender que te vas? Isabella, conoces a Santiago; sabes que él si es impredecible.
—Espera un momento; ¿tú sabes que me voy?
—Tú mamá le ha contado casi a medio mundo de su mudanza. Pero Santiago no sabe porque no ha vistió a tú madre.
Esto era un infierno. Santiago me mataría.
—Feliz cumpleaños, Christian. —murmure perdida.
—Gracias. ¿Iras a mi "fiesta"?
—Sí, supongo que ahí le diré "adiós a Santiago"
Cuando dieron las ocho en punto, salí de mi casa y crucé la calle hasta llegar a la casa de Christian. Supongo que ser impredecible era lo mío.
—Feliz cumpleaños.
—Gracias, preciosa.
Le entregue la pequeña caja y, al abrirla, me sonrió enormemente.
—¿Un dije de amistad?
—Más bien es un collar. Y éste solo será entre Isabella y Christian; nada de Santiago.
—Gracias. ¿Quieres pastel? Hay haya adentro.
—No gracias. ¿Sabes dónde está Santiago?
—Así que has venido por él —no fue una pregunta.
—En parte.
—Está arriba; en la azotea.
—Gracias —y gire sobre mis talones para adentrarme a mi misión imposible.
—¡Suerte, Izzy!
Creo que Christian era el impredecible.
Cuando abrí la puerta de la azotea, lo vi.
Estaba de espaldas, y sus brazos estaban recargados en el barandal.
Jamás me aburriría de su cabello castaño que se daba a notar mucho.
—¿Qué haces aquí? —murmuró
—Veo que has estado practicando mucho en tu sentido agudo.
—Eres muy torpe, Isabella; es muy fácil saber que se trata de ti.
Me puse a un lado suyo y lo mire de frente.
—¿Ya has entregado la tarea de cálculo integral?
—Sí, fue todo un rollo —expresé con fastidio.
—La maestra me dijo que si le besaba me sacaría un diez.
—¿Y lo has hecho? —susurre espantada.
Me observó por un momento con sus orbes verdes y pensé que iba enserio.
—Claro que no —carcajeó—. La vieja es una pervertida y jamás le daría la satisfacción de que recibiera un beso mío.
—Lo dices como si tus besos fueran lo mejor.
—Es que realmente lo son.
—Apuesto a que hay mejores besadores que tú.
—¿Apuestas? ¿Estás diciendo que te tengo que besar para probártelo?
—¡No! —enrojecí—. Sabes que no me refería a eso.
—Pero lo has dicho.
Se acercó a mí, y sentí su respiración sobre mi nariz.
—¿Qué te sucede, Santiago? Es que no vamos a arruinar nuestra amistad por una tontería como ésta —lo empuje y solo me miro molesto.
—Es que tú solo quieres "esto". ¿Jamás te has puesto a pensar como sería si tú y yo estuviéramos juntos?
—¿Pero qué estás diciendo? ¡Somos mejores amigos desde los seis años! ¿Quieres romper la racha?
—¡Es que esto no es ninguna racha, Isabella! ¿Siempre lo has visto así?
—¡No! —me tape los ojos con fuerza. Esto no estaba yendo tan bien de cómo lo planeaba—. Santiago… Dime a dónde quieres llevar esto.
Y, sin previo aviso, me jalo de la cintura y mis labios se encontraron con los de él.
Jamás me imagine que eso pasara. Es decir; ¡por dios, era Santiago! Era mi mejor amigo desde diez años antes.
Me busco con desesperación pero, a la vez, con ternura. Como si todo se detuviera y su sabor fuera lo único que existiera para mí.
Cuando se separó, hundió su cabeza en mi cuello con mucha suavidad.
—¿Ahora me crees cuando te digo que yo beso increíble?
Enrojecí por completo y oculte mi rostro en su pecho.
—Sabes que no soy bueno con las palabras, así que te escribí un poema. No estoy preparado para verte a los ojos, así que quédate así hasta que termine.
Respiro con mucha profundidad durante unos cuantos segundos y, cuando se tranquilizó, abrió la boca.
—" Soy tú mejor amigo;
tú pañuelo de lágrimas,
de amores perdidos.
Te recargas en mi hombro,
tú llanto no cesa,
yo solo te acaricio.
Y me dices ¿por qué la vida es tan cruel con mis sentimientos?
Yo solo te abrazo,
y te consuelo.
Me pides mil concejos para protegerte de tu próximo encuentro,
sabes que te cuido.
Lo que no sabes es que,
yo quisiera ser ese por quien te desvelas y te desesperas,
yo quisiera ser tú llanto,
ese que viene de tus sentimientos,
yo quisiera ser ese por quien tú despertaras ilusionada,
yo quisiera que vivieras de mí siempre enamorada.
Tú te me quedas viendo,
y me preguntas si algo me está pasando,
y yo no sé qué hacer,
si tú supieras que me estoy muriendo,
quisiera decirte lo que yo siento,
pero tengo miedo de que me rechaces,
y que solo en mi mente vivas para siempre...
Por eso yo quisiera ser ese por quien tú te desvelas y te desesperas,
yo quisiera ser tu llanto,
ese que viene de tus sentimientos,
yo quisiera ser ese por quien tú despertaras ilusionada,
yo quisiera que vivieras de mí siempre enamorada."
—Qué bonito —murmure apenas.
—¿Debo tomar eso como una señal? —río.
—Santiago… —me separe de él y lo mire a los ojos—… Me tengo que ir.
—¿Por qué? Aún no termina la fiesta y…
—No, no me refiero a eso —tome aire y me prepare para lo que venía—. Me voy de Nueva York. Me mudo.
Y no supe si fue shock o simplemente se quedó pensando. Éste era un cambio drástico para ambos.
—¿Por qué? —susurró apenas.
—A mamá la ascendieron de puesto. Iremos a una ciudad llamada Danville.
—Ven —me jaló de la muñeca.
—¿Qué haces?
—Iremos a tú casa y te ayudare a guardar tú equipaje.
—¿Qué?
—La pizza estuvo deliciosa —carcajeó.
—Gracias, Santiago.
—¿Por qué?
—Por ayudarme a recoger mis cosas.
—Oye, para eso están los amigos, ¿no es así?
—Sobre eso…
—No te preocupes; olvida el beso de hace unas horas y ya.
—Pero…
—No te preocupes, Izzy.
—¿No será un adiós para siempre, verdad?
—Claro que no, siempre va a ver una oportunidad de que se vuelvan a ver.
—Lo voy a extrañar bastante.
—Y estoy segura de que él a ti.
Recargue mi cabeza sobre la ventana y supuse que sería un trayecto bastante largo.
—Mamá, he tenido una pesadilla.
—¿Qué has soñado? —murmuró distraída mientras conducía.
—Soñé el día en que nos fuimos de París.
Mamá quedo muda; a ella no le gustaba hablar mucho de ello. Y la comprendía, jamás me había dicho cuál había sido el problema entre ella y papá que los había llevado a separarse.
—Eso… Es muy malo.
Y un silencio infernal se apodero del auto.
Mire por la ventana y me recargue en el asiento.
—¿Isabella?
—¿Qué sucede?
—Bienvenida a Danville.
Y ahí estábamos; enfrente de nuestra nueva casa.
No era como si me pusiera a dar saltitos como niña pequeña al ver nuestro nuevo hogar.
—¿Bajamos las maletas ya?
—Yo las bajo.
—¿Segura? Son muchas.
—Sí, no te preocupes. Además el camión de la mudanza aún no llega.
—Bueno, si tú insistes…
Mamá salió del auto y se llevó con ella las maletas que más pudo cargar.
Me queda quieta y le subí al estéreo mientras escuchaba "Polygraph, Right Now!" de "Spill Canvas"
No es que no quisiese vivir en Danville; es más, sería una nueva aventura para mamá y para mí. El problema era que me había adaptado perfectamente a Nueva York y, que lamentablemente, mis sentimientos hacia Santiago apenas estaban comenzando a florecer.
Saque de mi bolsillo una foto de la secundaria en donde aparecíamos Santiago, Christian y yo.
Era una foto demasiado valiosa para mí.
Mi teléfono vibro y tuve que bajar el volumen de la música.
Mensaje de mamá.
«Tengo una sorpresa para ti. Entra a la casa»
—Supongo que ésta se ha convertido en la semana de las sorpresas —murmure.
Baje del auto con dos maletas de carrito, cerré la puerta del auto con el pie y, al instante en que lo hice, la foto se resbalo de mis dedos y el viento se la llevo como si fuese una hoja de papel.
—¡Detente! ¡No te vayas! —grite ofuscada.
Y, como si por arte de magia fuera, una mano atrapó la foto.
No se inmuto ni por un momento y ni se molestó en mirar la foto.
Cuando sus ojos azules se cruzaron con los míos, me sentí jodida.
Señalo la foto con su dedo índice y después me señalo a mí. Solo pude asentir.
—Muchas gracias —susurre cuando me la dio.
—Emm… Sí… No deberías dejar que una foto te domine y huya de ti —bromeó.
—Bueno, parece que no soy fotogénica.
Él dio una enorme carcajada y solté una risita.
—Phineas.
—Isabella —contesté.
—¿Te mudas?
—Sí… —suspire—… Supongo que eso es bueno.
—¿De dónde vienes?
—Nueva York.
—Guau; Danville no es tan prestigioso como Nueva York.
—Amm… No es la gran cosa —murmure—. ¿Vives por aquí?
—Sí. ¿Y tú a donde te mudas?
—Estamos justo en frente de mi casa.
—¿Enserio? Pues mi casa es la que está enfrente de la tuya.
—¿Enserio? —repetí.
—Sí —sonrío.
Mi teléfono sonó y vi que tenía otro mensaje de mamá.
«¿Por qué te tardas tanto?»
—Esto… Fue un gusto Phineas, pero me tengo que ir.
—No te preocupes. Hasta luego, Isabella.
Di media vuelta sobre mis talones y me metí a la casa.
—¿Por qué te has tardado? —cuestiono mamá con una caja de cartón entre manos.
—Larga historia. ¿Cuál es mi sorpresa?
—¡Pinki!
Una pequeña cabeza se asomó por la caja y comenzó a ladrar. Me acerque y divagué a una cachorrita chihuahua. Era muy pequeña y temblaba demasiado.
—¿De dónde le has sacado?
—Tengo mis contactos —di una carcajada y tome a "Pinki" entre mis brazos—. Es a cambio del hermano que tanto pedias.
—Por lo menos ya no estaré sola mientras tú estás en tu trabajo.
Cuando subí a mi habitación, descubrí maravillosa que la ventana era como la réplica de mi antigua recamara.
En cuanto el camión de mudanzas llegó, mamá y yo nos pusimos manos a la obra para remodelar todo y estar cómodas.
El despertador sonó y tuve ganas de romperlo.
«8:40 am»
Cuando baje duchada a la cocina, mamá me preparó un rápido desayuno y me miró fijamente.
—Anda que, ¿tengo monos en la cara?
—Isabella, hoy vamos darle una vuelta a tú escuela.
—Apenas llevamos un día en Danville y ya me has encontrado una escuela.
—De hecho ya estás inscrita.
—¿Cómo?
—Tengo mis contactos.
Al llegar a la escuela no divague absolutamente nada; es decir, toda la escuela estaba rodeada de muros de más de cuatro metros de altura.
Y a cada esquina de las enormes puertas, se encontraban cinco guardias.
Mamá y yo entramos.
Era como estar viendo una ciudad en versión mini adulta.
"Nacional Instituto de Danville; NID"
Áreas verdes se encontraban en todos lados. Los chicos y las chicas se veían calmados y todos portaban con un uniforme bien colocado.
—¿Tienes alguna idea de donde se encuentre la dirección? —murmure disimuladamente a mamá.
—Ni idea.
Nos acercamos a una chica que estaba leyendo en una banca y mamá me ínsito a preguntarle.
—¿Disculpa, nos puedes decir en donde se encuentra la dirección?
—Si gustan las puedo llevar personalmente.
—Sería un placer —expresó mamá.
Se levantó y la seguimos.
—¿Eres nueva?
—Lamentablemente.
—No es tan malo éste lugar. Te adaptaras rápido, supongo.
—¿En qué semestre vas?
—En el tercero. ¿Tú a cual entraras?
—Al mismo.
Me miro atravesó de sus lentes y, después de una fracción de segundo, me sonrió dulcemente.
—Me llamo Gretchen.
—Soy Isabella.
Nos detuvimos enfrente de una puerta y Gretchen la abrió.
—Me retiro. Espero verte en clases, Isabella.
—Digo lo mismo.
—Cuarenta y ocho. Cuarenta y nueve. Cincuenta.
—¡Isabella, baja a cenar!
—¡Enseguida bajo!
¿Cincuenta y dos mil novecientos noventa y tres alumnos? ¿Mil quinientos sesenta y seis profesores? ¿Salones para setenta alumnos?
Comparación. En Nueva York eran once mil ciento noventa y un alumnos. Existían ochocientos noventa y seis profesores. Cada salón era para cuarenta alumnos.
«Más difícil de lo que imagine»
«¡Ring! ¡Ring!»
El maldito despertador no dejaba de sonar y por segunda vez reconsidere la idea de hacer añicos al estúpido aparato.
«6:01 am»
Después de ducharme, mire por segunda vez el uniforme.
Una falda gris tableada. Una blusa de manga corta con un moño vino. Un chaleco gris y unos tenis blancos con azul cielo.
Me amarre el cabello en una coleta y decidí que ya estaba lista.
Baje a desayunar y escuche a mamá hablar por teléfono con su jefe.
—Te ves muy bonita —habló mamá después de colgar.
—Gracias… Supongo.
Después de tragarme un cereal, me levante de la mesa a por mí mochila.
—¿Estás lista? —preguntó mamá emocionada.
—Nací lista, madre.
—Muy bien. El autobús está afuera.
—Creo que… Creo que debes de desearme buena suerte.
—¡Mucha suerte, amor!
—Eso espero.
Y salí de la casa en busca de mi nueva aventura.
La mujer que conducía el autobús se portó muy amable al decirme que tuviera cuidado con quien me sentara. Por lo que le agradecí y me senté en un asiento vacío del fondo.
Cuando llegamos a la escuela, tuve que enseñar mi credencial de estudiante para que me dejaran pasar.
Sabía a la perfección que tenía veinte minutos libres antes de que comenzaran las clases. Por lo que me senté debajo de un árbol y me puse mis audífonos. Cuando dieron las 7:15, me fui directo a mi salón.
De camino me encontré con el profesor que me daría mi primera clase. Y al parecer él ya sabía que yo era alumna de intercambio.
Lo tuve que seguir y no entrar hasta que él me llamara para presentarme ante toda la clase.
Que estupidez.
—Buenos días. El día de hoy nos acompaña una alumna de intercambio. Ella viene de Nueva York. Sean amables con ella. Pasa.
«Llego la hora»
Y entre.
Por lo menos no me sentía nerviosa. Claro, hasta que mire al frente y me encontré con el pelirrojo que había conocido el día de mi mudanza.
No me hubiera sentido idiota frente a él; solo era una coincidencia terminar juntos. No. Ese no fue el problema.
El problema fue que Phineas me sonrío.
Continuara…
