Hola, aquí les dejo mi prólogo remasterizado XD. La verdad es que me dí cuenta de que no era tan bueno como para ser públicado aún, así que pido millones de disculpas a las lectoras que salieron huyendo al leer por primera vez mi despistado primer prólogo (este es la segunda versión más coherente). Tal vez este no esta todavía muy bien pero ya se comunica con más presición lo que piensa en un PRINCIPIO mi personaje principal.

Espero les agrade y les advierto una cosa: la historia no estará del mismo tono melancólico del prólogo, no, la gira de nuestro Albafika y del Santuario dará un giro completo a partir del capítul que es cuando la conoce. Aquí mismo anuncio que habrá historias secundarias de la mayoría de los caballeros dorados, incuso tengo más sorpresitas que tal vez les parescan alocadas XD.

P.D. Tal vez lo edite una tercera vez. Perdón si soy una indecisa.

Prólogo.

Casa de Piscis.

Los pocos rayos amarillo ocaso del atardecer todavía dejaban ver el lúcido carmesí de las rosas, seres acariciados tiernamente por un tifón de aire que dispersaba buena cantidad de su letal aroma.

El clima es perfecto

Se acomodó nuevamente en ese pequeño banco de madera frente a su ventanal, que dejaba ver el gran paraje frontal de la doceava casa.

Ante la monótona escena, ocurría lo inevitable: se encontraba perdido en sus pensamientos y de un momento a otro, echó de menos tener compañía. Echó de menos a su fallecido maestro.

Le extrañaba, y comprendía que el dolor no cesaría con el paso del tiempo. Su materia ya no estaba, solo prevalecían los recuerdos que vivieron alguna vez juntos.

Difiriendo de esto, necesitaba socializar. Hace meses que no hablaba con alguien pues siempre se mantenía dentro de su territorio, donde no dañaría a nadie, pero siendo honestos pensó varias veces en ir a conversar con alguno de los otros caballeros, aunque tenía presente que podría herirlos.

Un perfume a sonrosadas flores lo inundaba, el mismo que expresó cada una de las condiciones actuales de su vida; la soledad no era otra más de sus opciones, era la única. Y sus rosas, las únicas existencias que gozaban de su existencia, igualmente compartían el nocivo veneno de su sangre.

Su tediosa vida había sido causada por el contacto con ellas desde su nacimiento.

Poseía gentiles sentimientos y una manera positiva de ver lo que le rodeaba, aunque nunca expresara abiertamente lo que sentía, lo que le provocaba ver el mundo desde una perspectiva distante. Ser solitario y extraño, es su verdad. Mantenía oculta una frustración, de esas que no salen cuando uno quiere contar sus penas, sino cuando uno menos quiere dejarlas ver. Esto no era a causa de los demás, era más precisamente su sangre, el mortífero veneno que ésta poseía.

Por una lado, esa su frustración. Por otro, presidía la tristeza de la ausencia de una caricia, al grado de no recordar lo que era sentirse querido.

Pero aceptaba lo que era. Eso no solo conllevaba una responsabilidad moral, sino también sentimental. Prácticamente estaba obligado a callar lo que pasaba, por mantener el orgullo que entre sus rosaledas venenosas, juró ante una lápida nacida recién, que honraría la doceava armadura dorada.

Se puso de pie y sosegadamente se dirigió hacia su jardín. Al salir, sintió claramente al aire fresco topar en todo su cuerpo, entrando por los hoyuelos de su armadura. Miro hacia el horizonte y se sentó cómodamente entre sus amigas que lo recibían de buena manera al sentir el calor del cosmos de su dueño. Los todos carmín resaltaban de entre el débil verde limón de las hojas, emitiendo por sí mismas una belleza absoluta.

Recibiendo las últimas tonalidades solares del día que se comenzaban a entremezclar con un liviano violáceo rosado, Albafika eligió una afortunada de entre todas y la arrancó suavemente, sin dañarla, al tiempo que pasaban en su mente tantas preguntas, algunas molestas y otras de las cuales ni siquiera tenía la respuesta.

¿Qué sería de una rosa como esta si no hubiese más de su especie?

Eso captó su atención de inmediato.

Pasaría lo efímero de sus días esforzándose por subsistir en la agradable compañía de la nada. Alejada. Separada. Tal vez olvidada. Completamente excluida del mundo. Ese sería su porvenir. Si es que fuse normal. Pero para su desgracia, como no se trata de una rosa común, una que se marchita con el pasar de los días, su solitario destino se prolongaría hasta que fuese exterminada por un aroma lo suficientemente más fuerte que su veneno. O hasta que otro ser vivo compartiese su maldición.

Eso sucedería, si es que fuese en verdad una flor normal.

Precisamente ese fue el comienzo del poderoso linaje sanguíneo de cada uno de los caballeros dorados de Piscis.

El mito habla sobre un día negro, en que el poderoso Zeus, el Dios principal, padre de los olímpicos, al ser atacado por su hermano Hades con una lanza capaz de matarlo, derramo unas cuantas gotas granate divinas, que por ser arrancadas de forma ambiciosa de su dueño, cayeron a la tierra en forma de aguijones malsanos sobre una familia griega y su pequeño rosedal. Entonces de entre tantas especies de rosas, solo un trino fue penetrado: las blancas, que significan pureza de alma; las negras, fuerza, egoísmo, tristeza y muerte, símbolo de la traición de Hades; y las especiales, las rosas rojas que se tornaron más hermosas de lo que se puede imaginar, pues ahí reside su verdadera naturaleza mortífera: en su belleza.

De familia, solo uno de sus miembros sobrevivió: un inocente pequeño que nada sabía sobre la maldad y especialmente había despertado su cosmos, él, fue acogido, criado como suyo por esos nuevos seres. El primer caballero de Piscis, con la carga de las generaciones futuras. El primero totalmente excluido del mundo.

No se daban cuenta del error que cometían al exiliar a alguien de esa forma. Eso es, por que no conocen la contra parte de la historia.

La ignorancia puede llevar derivaciones graves.

Albafika también ignora este secreto contrario a la naturaleza de la rosa. Por lo tanto, cree se encuentra en la misma condición. Un único ser humano, mortífero para los demás. Entonces ese penoso destino que cada día se imaginaba, sería igualmente compartido. A él nadie le echaría de menos, excepto sus rosas. Suponía en definitiva que esa sería su fatalidad.