En serio, hago esto tratando de tocar la fibra sensible porque necesito esa liberación de sensaciones, no las negativas; busco liberar las sensaciones hermosas.

Con cariño a todas las madres, las futuras madres y las que pretenden llegar a ser madres alguna vez.

Como siempre, Digimon no me pertenece.


Cuatro madres


Dos razones — Sora Takenouchi.

Si se lo piensa todo bien, todo ha valido la pena, todo sacrificio, todo percance, absolutamente todo valió la pena.

Su sonrisa es dulce, sus gestos suaves y se le ve tranquila en la sala de su apartamento, sus manos lucen manchas de grafito y pequeñas heridas por culpa de las espinas. Aún le gusta el ikebana, siempre le ha relajado en los momentos más tensos o ha acompañado sus momentos de felicidad. Lo practicaba seguido de adolescente, cuando sus peleas con Toshiko eran demasiado fuertes, cuando discutía con Yamato o venían esos momentos incómodos con Taichi.

Si mira en retrospectiva, todo ha salido de mil maravillas y la vida parece en verdad tener algo digno de ser vivido, algo que contar.

Incluso si ahora ya no están juntos, hay dos risas que la convencen de que todo, absolutamente todo valió la pena, valió la espera. Y se siente más cercana a Toshiko, quien la mira sentada desde un lugar de la sala, prodigándole caricias a un pequeño pelirrojo que es su viva imagen.

—Considero que esta flor debería ir más a la derecha.— Una voz tranquila como la de Yamato le dice dónde colocar las flores y ella asiente.

—Tienes razón, gracias, Nao.— Contesta, la niña de dorados cabellos ríe, concentrada en su propio arreglo.

Sora lo piensa, con el tallo entre los dedos, piensa en el camino recorrido, su reciente divorcio y su madre de porte pacífico frente a ella. Toshiko está vieja, su cabello se volvió completamente de plata, sus manos se ven pequeñas y huesudas, incluso su rostro luce profundos surcos y bajo los ojos, bolsas que denotan el paso del tiempo. Sora quiere abrirse de par en par y llorar, ¡el tiempo ha hecho tanto daño! Y a la vez, se contiene. Hay dos razones que la hacen feliz.

Dos razones por las cuales ella daría la vida, dos razones con nombre y apellido Ishida. La respiración acompasada y tranquila de una rubia de cabellos cortos, las risas explosivas de un pequeño pelirrojo. Y la sonrisa aparece en sus labios, marcando las primeras líneas de expresión en sus ojos, en sus mejillas, en su corazón.

Todo ha valido la pena, vuelve a pensar, mientras se levanta de su lugar y se acerca a su madre, envolviéndola en un suave abrazo, ¿cuándo se volvió tan pequeña? Quiere darle las gracias por todo lo que ha hecho por ella.

Es ahora cuando lo comprende y quiere agradecérselo, pero de sus labios no sale palabra alguna.

—No tienes que agradecerme, Sora.— Su voz suena cascada, bajita, cálida, como la voz de una madre sufrida, pero satisfecha debería de sonar. —Ya me has dado las gracias con estos preciosos niños, con verte realizada… estoy orgullosa de ti. Tienes dos razones por las cuales seguir en pie.

Se separó de ella, besándole las mejillas surcadas por los años y las penas, apartando su fino cabello de su rostro.

—Gracias, mamá.— Murmura, arrobada en sentimientos que no quiere detenerse a analizar, pero todos resultan dulces y agradables.

Tarde, pero el entendimiento siempre llega. Ella, su madre, su heroína. Y en la sala, sus dos sonrisas, sus dos corazones, sus dos razones por las cuales vivir.

Sora está feliz, está orgullosa de su madre, de sus hijos y de sí misma.


Lo hago con un solo motivo, la cercanía del día de la madre en Chile. Y me dan ganas de llorar, miro a mi propia madre, ya se nota el paso de los años, su pelo se ha vuelto cano y escucha mal. Pero si no fuera por ella, por esa mujer, yo no estaría aquí.

Sé que no vas a leerlo, pero, mamá… gracias por darme la vida.

Y a ustedes, gracias por la fidelidad y por leerme una vez más.

* . Carrie