Anhelo

Abrí los ojos en aquel lugar especial, coloreado por las hermosas flores que allí crecían, donde podía sentir la fresca brisa rozar mis piernas descubiertas y las suaves caricias de mi amada en mi frente. Su rostro se encontraba ahí, sobre el mío, mientras descansaba sobre sus muslos. Ese rostro, tan dulce y apacible, resplandecía tanto como aquel sol alumbrándonos sobre el cielo celeste. Era el lecho perfecto que mi corazón había anhelado tanto tiempo.

—Te amo, Himeko— Le dije mientras extendía mi brazo para rozar aquellas mejillas sonrojadas

—Yo también, Chikane- chan— me contestó con una leve sonrisa en sus labios rozados y posó su mano sobre la mía, presionándola levemente sobre su piel suave. — Después de tanto tiempo, estaremos juntas para siempre.

Esas palabras sonaban tan esperanzadoras: juntas para siempre. Todo auguraba un futuro hermoso para nosotras dos, en donde ella se encontraba conmigo y allí se quedaría, para siempre. Un futuro donde solo me quedaría olvidar todas las tragedias pasadas y sonreír. Sonreír con ella y hacerla feliz. Pero, con esas palabras también me sobrevino una angustia inexplicable que comenzó a oprimir mi pecho, un sentimiento de soledad.

—Chikane - chan ¿Te pasa algo?— me preguntó en un susurro casi inaudible, y la sensación se hizo aún más intensa.

—No es nada, mi hermosa Himeko— mentí mientras tomaba su mano entre las mías y la posaba sobre mi corazón como una cura milagrosa. Pero, aún así, ese horrible sentimiento tan frío y oscuro seguía presente. Intenté ignorarlo.

—Chikane-chan…

—Dime, mi querida Himeko.

— A veces pienso —Comenzó tímidamente. — que estar así contigo es tan perfecto para mí…

—Para mí también lo es— le dije mientras oprimía un poco más su mano entre las mías.

Ella soltó una tímida risita.

— Sí, es solo que, me parece un sueño maravilloso del que podría despertar en cualquier momento. A veces, tengo aquel tonto temor— Se hizo un pequeño silencio que pareció incomodarla. — Olvídalo, Chikane-chan. No me hagas caso.

Esta vez fui yo la que rió.

— A veces, yo también comparto aquel pensamiento. Pero nada me alejará de ti ahora.

Separé levemente mi nuca de sus piernas para acercarme un poco más a su rostro. Ella entendió la seña como toda una mujer enamorada y acortó aquella distancia que separaba nuestros labios, y cuando apenas pude sentir aquella sensación antes del tacto, mis ojos se abrieron. El silencio reinaba en aquel oscuro lugar, era aquel sentimiento de soledad que tanto temía. Me estremecí con horror. Levanté mi cuerpo de aquella fría madera del templo, con la perdida esperanza de volver a aquel campo de flores. Pero me encontraba ahí, en aquel vacío infinito en donde había decidido desafiar a los dioses antes de ver por última vez a mi amada. Mi mente me había hecho una cruel jugada. Sentí la tibieza de una lagrima recorrer mi mejilla e intenté por todos mis medios guardar esa sensación en mi memoria, sería la única calidez que sentiría en mucho tiempo.