Y ella lo ve. Le gusta Percy, es más, siente el amor del que las hijas de Afrodita hablan y siente a la diosa tocando su corazón, pinchándolo, mientras su mirada lo busca de nuevo.

Siempre es lo mismo, su cuerpo no responde. Por más que trate y trate, su cuerpo se vuelve en torno a él y sus ojos lo buscan a cada tanto. Y para qué negarlo, le gustaba la vista, y le satisfacía saber que él también la buscaba con la mirada, y que cada que sus labios se juntaban con los de él, se estremeciera y sus brazos fuertes se apretaran en torno a ella.

Y cada vez que caminan juntos en la playa, le encanta la chispa que enciende los ojos de Percy, y que cuando la mira y toma su mano, se forme una sonrisa boba en su rostro.

La vuelve loca, la hipnotiza y ella no hace nada para detenerlo, porque le encanta este tipo de locura y Dionisio no tiene nada que ver.

Y ella, tan loca como esta por Percy, se entrega a él, porque él es el único, aún con todo lo que haga, a las aventuras que la arrastre, le encanta su relación, porque no es como ninguna otra, tantas emociones con el hijo de Poseidón, que con regocijo no cabe en sí misma.

Y todo (las desgracias de su niñez, su encuentro con Luke y Thalía, que su descubrimiento como mestiza, su pelea con Luke, con Cronos) ha valido la pena, porque ahora está junto a él.

Y él, la arrastra hasta que no quedan a la vista y se besa los labios con fervor, con tanta pasión y su corazón late desbocado, y le responde al beso, apretándose más contra él.

Porque él la ama y ella lo ama a él, y ninguna destrucción al mundo, al Olimpo, ni ningún monstruo o persona, la separará de Percy y la locura que lleva y él nunca se irá de su lado (de eso está segura).

Y lo vuelve a buscar con la mirada, los movimientos de espada están ensayados, el hijo de Apolo no la vence y entonces lo ve, sentado en la tierra, mirándola con sus ojos verdes, brillando por ella.

Y ella sabe que los suyos también brillan.