N/A: K project no me pertenece, yo solo tomo a sus personajes para mi bien propio.


Desliz.

Vio con suma atención como los vegetales se retorcían en el aceite, el aroma de la comida cocinándose invadió el lugar sin demoras. Yata removió los ingredientes para asegurar su óptima cocción aprovechando el tiempo mientras Kusanagi-san tomaba una ducha; un refrescante baño después de toda aquella actividad nocturna, él cobrizo desquitó parte de su vergüenza repentina picando un trozo de carne.

Jamás, óigase bien ¡Jamás! Volvería a ponerse un traje formal en lo que le quedaba de existencia, es decir, no esperaba la reacción del hombre al estar en privado, mucho menos una noche tan agitada como la anterior.

Oh, joder.

Yata Misaki entendía la obligación –sí, obligación- de haberse detenido en la tercera ocasión, porque la mesa no era el sitio adecuado para continuar aquello ¡pero no! Faltaron un par de caricias, algunos besos en el lugar adecuado y ya estaba sometido a la voluntad del hombre. Como si él hubiese puesto mucha resistencia.

Estaba plenamente consciente de la vacilación en cuanto a perseverancia en estos casos se trataba, aun así, podía dilucidar sin un margen de error demasiado amplio que la fría textura de los azulejos conformando la pared del baño tras su espalda, demostraban todo lo opuesto a la línea de pensamiento estructurada con anterioridad.

Maldición, maldición, maldición ¡maldición!

No podía decirle simplemente "detente" cuando esas condenadas manos se sentían tan

–delirantemente- bien; al cuarto "round" no sabía ni quien era pero no le molestó, oh, no claro que no. No por nada continuó con aquella extravagante fantasía, incluso la idea de volver a usar ese traje para "ocasiones especiales" deambuló fantasma en su centro procesador, mismo que se esfumó apenas oír al rubio gruñendo contra su oído.

En tales condiciones Yata prefirió rendirse –a pesar de haberlo hecho hace mucho- sencillamente dejó envolverse en ese vórtice descontrolado de emociones, perdiéndose en el ardor de la piel contraria y olvidando el "número de asaltos" de la noche.

No importaba.

El ámbar iris se fijó en el aceite chisporroteando alrededor de la sartén, arrastrando su adormilada mente a la realidad. Cavilando una opción algo alocada y, un tanto –muy- descabellada.

¿Por qué la idea de usar ese traje ya no le parecía tan aberrante?