Murtagh desde su infancia!! Era necesario.

La verdad detrás de este popular personaje, los sentimientos escondidos dentro del alma y las turbias memorias de una mala infancia o más bien una mala vida ¿Cómo es que este muchacho frío, rudo e individualista llegó a ser lo que es hoy en día¿Qué son todos aquellos peligros de los que habla¿Qué tanto dolor a tenido que superar? Las marcas que la vida ha dejado en Murtagh van más allá de una mera cicatriz en la espalda, su marca es más profunda, en el alma, en el espíritu y en la fe.

Por cierto, lo que está en cursiva son recuerdos. Pasen y vean.


-¿Mami? –el pequeño niño sacudió levemente el brazo de la mujer sobre la cama. Con el rostro pálido y ojeroso, Selena intentó sonreír a su hijo y acarició su joven rostro de tan solo cuatro años.

El pequeño Murtagh la miraba sin entender ¿Por qué su mami estaba tan triste¿Por qué no se levantaba? Hacía mucho que su padre no venía a casa, aún que eso no le molestaba mucho, él lo asustaba, pero su madre le preocupaba en verdad.

-Te quiero mi niño, Murtagh… nunca lo olvides –susurró Selena.

-¿Ma…? –no sabía porqué, pero tenía un terrible presentimiento. Apenas entendía por qué su madre estaba en cama, debía de estar enferma pero se curaría, no le podía suceder nada, era su madre, las madres no morían. Pero entonces… ¿Por qué decía esas cosas?

Las lágrimas acudieron a los ojos del niño, quien las contuvo, no podía llorar, si lloraba papá lo lastimaría. "Los hombres no lloran" decía, y luego lo golpeaba con fuerza "se fuerte, esa es la ley de la vida, se fuerte o muere" no quería morir, tampoco quería que su mamá lo dejara.

-Llévate al niño –dijo una de las sanadoras a su compañera.

Una mujer regordeta y ceñuda lo agarró del brazo haciendo caso omiso a sus protestas y lo arrastró fuera de la habitación.

-Quiero estar con mi mamá ¡Mami! –chillaba el niño.

Fuera de la habitación la mujer lo soltó con violencia.

-No grites –ordenó con firmeza –estamos aquí para atender enfermos, no para cuidar niños pretenciosos, así que largo, vete con tu nodriza.

-Pero… -intentó replicar sin quitar los ojos de su madre, que veía desde detrás de las rechonchas piernas de la mujer.

Furiosa la sanadora le dio una bofetada.

-No más protestas ¡Fuera! -Comandó señalando el pasillo que se extendía a su derecha.

Murtagh contuvo las lágrimas y salió corriendo de allí, quería estar con su mamá, ella lo necesitaba ¿Por qué esas mujeres no podían comprenderlo? Entró en su habitación con los ojos húmedos y se escondió tras un mueble, donde dio rienda suelta a sus lágrimas. Así hacía siempre, lloraba en silencio, donde nadie pudiera verlo.

Odiaba las lágrimas, lo hacían sentir débil, tonto, eran un pecado y era por ello que su padre lo reprobaba. Por su culpa, por ser un mal niño, y ahora lo desobedecía y lloraba, cuando él le había dicho claramente que no llorara. Que niño terrible que era, que culpable que se sentía, de seguro era también por ello que no le dejaban estar con su mamá. Las sanadoras lo considerarían demasiado débil como para cuidar de ella, creerían que rompería en llanto y eso haría mal a su mamá. Quien sabe, quizás su madre lo había visto llorar y era por eso que estaba enferma, tenía que ser eso, por ello Morzan no quería que llorara, enfermaría a mamá. Todo su culpa, todo era su culpa…

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Murtagh contemplaba como descendían el bulto envuelto en mantas que era su madre, dentro del hoyo en la tierra. Apartó la vista, no podía mirar, esas eran sólo telas, su mamá no estaba allí, nadie la metería dentro de la tierra, pero aún así sentía que si seguía con la vista clavada en las mantas pronto las lágrimas acudirían a sus ojos, y no podía llorar. Quería a su mamá, no la veía muy a menudo, pero ella siempre sabía como hacer para que no llorara.

Con la vista nublada por las lágrimas contenidas a la fuerza aferró con su pequeña mano un collar hecho con una tira de cuero y una pequeña figura de hierro similar a una lágrima.

-No cariño, no llores –suplicó su madre abrazándolo con fuerza al ver que los ojos del pequeño comenzaban a humedecerse –sabes que a papá no le gusta que llores besó su cabeza.

-Pero… no… quiero que… te… va… llas –sollozó el niño entrecortadamente.

-No tardaré mucho amor –le colocó un collar en el cuello –cuando sientas ganas de llorar y yo no esté aquí –susurró apoyando su frente a la del pequeño –sólo aferra ese collar con fuerza y verás como se marchan tus ganas de llorar. Sólo aférralo con fuerza…

Y así lo hizo, lo aferró con tanta fuerza que los bordes afilados comenzaban a lastimarle su sensible manita, pero las lágrimas seguían empujando en sus ojos, seguían luchando por salir a la luz, por torturar a su dueño.

Intentando desviar su atención miró la roca a su lado, pero eso sólo hizo que la impresión aumentara, llevaba el nombre de su madre, era una lápida. Dio un temeroso paso atrás cuando una mano se posó en su hombro.

-¡No estoy llorando! –exclamó al darse vuelta a enfrentar el rostro de un hombre. Su cabello era de color negro veteado de gris, una marcada arruga entre sus cejas lo hacía parecer ceñudo, y varias cicatrices afianzaban más su aspecto temible. Sin embargo el hombre sólo ablandó su expresión en algo que podría haber sido considerado una sonrisa entre amable y compadecida, algo muy difícil de imaginar en su duro rostro.

-No te preocupes muchacho, puedes llorar, unas pocas lágrimas son permitidas al menos una vez en la vida.

Pero Murtagh negó firmemente con la cabeza, no se dejaría engañar, no lloraría, no podía… apretó aún más fuerte el amuleto y una gota de sangre manchó su ropa, le dolía, pero más le dolía el alma. Estaba furioso, su madre le había mentido, le había dicho que las lágrimas se irían, pero no hacían sino aumentar, y ahora pagaría con ello.

Alrededor las pocas personas que habían acudido al funeral, en su mayoría sirvientes, se marcharon, no quedaba nadie más que Murtagh y aquel extraño hombre.

-¿Cómo es tu nombre? –preguntó el sujeto, agachándose frente a él para quedar a su altura.

-Murtagh –dijo, no muy seguro en si debía responder, papá siempre le decía que mantuviera la boca callada, antes solía tener la mala costumbre de ir repitiendo todo lo que escuchaba, como un loro, y había aprendido a no hacerlo de la mala manera.

Al escuchar su nombre, los rasgos del extraño adquirieron una expresión preocupada –Murtagh… -repitió, más para si que para el pequeño frente a él –Hijo de Morzan.

Sin saber bien que hacer, Murtagh asintió cautelosamente.

-Un placer conocerte joven Murtagh, mi nombre es Tornac, uno de los mejores combatientes del rey, ahora que no están los apóstatas, el mejor –miró su mano que ya goteaba bastante sangre y chasqueó la lengua.

El corazón del niño se detuvo ¿Había hecho algo mal¿Lo golpearían de nuevo?

-Ven jovencito, te curaré esa mano tuya –le ofreció su grande y callosa mano con una sonrisa.

-Papá dice…

-Pero tu padre no está aquí ¿qué clase de niño eres? Se supone que ustedes deben hacer exactamente lo contrario a lo que los padres ordenan –soltó una risa grave y lo alzó con un solo brazo –Ven, y si te comportas tal vez te deje ver algo magnífico.

-¿Es un dragón? Cuando me porto bien papá me deja ver su dragón –dijo algo más animado, pero el cambio de humor le hacía más consciente del dolor en su mano.

-Nnnn… no, no es exactamente un dragón –admitió Tornac –Pero de seguro que te va a gustar. Quien sabe, tal vez sacas mi lado bueno y te enseño a manejar la espada.

-¿Para ser un gran guerrero?

-Si muchacho, para ser un gran guerrero, justo como en las historias.

-Las únicas historias que conozco son las de los trece jinetes.

-Pues entonces habrá que hacer algo al respecto –le guiñó un ojo te contaré sobre los jinetes de antaño ¿Has escuchado hablar de Vrael?...


Capítulo corto, díganme si les gusta! Si les gusta lo sigo, esto es sólo el comienzo.

Besos gente.