De nuevo, aquel sonido inundaba toda la estancia, dejando un profundo y vacío silencio.

Solo se oía la lluvia repiquetear contra el cristal.

Y, a pesar de que todas las ventanas estaban cerradas, la fiscal sintió como el frío calaba sus entrañas.

Su estómago empezó a revolverse. El mal tiempo le traía horribles recuerdos de aquel día.

El incidente SL-9.

No sabía si reír o llorar. Llevaba tanto tiempo ocultándolo, ocultando sus sentimientos, ocultando la verdad... que ya no sabía qué era lo que sentía.

¿Tristeza? ¿Indiferencia? ¿Decepción? ¿Furia?

No tenía ni la más mínima idea.

Lo único que sabía era que le estaba haciendo daño a su hermana, y , aunque sabía que ella no se merecía aquello, no podía evitarlo. Si fingía que nada le importaba, si fingía ser fría y distante con todo el mundo, con suerte, acabaría por serlo de verdad.

Suerte...

Una risa ronca salió de sus labios al pensar aquello.

La suerte la había abandonado hacía ya mucho.

Se levantó de su asiento, antes de mirar por última vez la puerta por la que Ema había salido, con lágrimas en los ojos.

Ni siquiera había cambiado su expresión. Estaba acostumbrada a esa escena.

Todas los días, Ema se pasaba por su despacho a eso de las nueve de la noche y le preguntaba si saldría a cenar después con ella, como en los viejos tiempos.

Pero todas noches, Lana se inventaba cualquier excusa para rechazar su oferta. A veces ni siquiera se encontraba en su despacho para no tener que ver de nuevo ese rostro lleno de dolor en su hermana menor.

Apretó con fuerza los puños mientras contemplaba su reflejo en la ventana, donde las gotas de lluvia salpicaban el cristal con parsimonia.

"¿En qué me he convertido?"

De pronto una vibración en su bolsillo llamó su atención.

Cuando leyó el nombre en la pantalla, su corazón dejó de latir por un momento.

Se lo pensó dos veces antes de responder.

-Hey, Lana, has tardado en contestar. ¿Estabas con tu hermana?- había empezado a cogerle asco a aquella voz grave y ronca. Sobretodo cuando mencionaba a Ema.

-¿Qué quiere ahora, Gant?- respondió con un tono de desdén, algo ya típico en ella.

-Wow, pareces cansada, ¿has ido últimamente a nadar?

El silencio de Lana habló por sí solo.

-Bueno, ahora hablemos en serio. Necesito que te ocupes de un caso que tengo entre manos.

-¿De qué se trata?- intentó no mirar ni la foto que tenía de Ema y ella en su escritorio ni a su propia imagen. Cada vez que la obligaba a hacer ese tipo de cosas, se empezaba a sentir como una escoria.

-Oh, no es nada del otro mundo, pero necesito que te encargues de unas pruebas y algún testigo despistado, no sé si me entiendes...- Lana podía sentir su sonrisa de autosuficiencia al otro lado de la línea.

-... Mañana lo tendré hecho.- contestó automáticamente; aquella solía ser siempre su respuesta. Un "sí".

Al fin y al cabo, no podía negarse, se lo debía.

-Me alegro de ver que eres tan cooperadora como siempre, Lana. Siempre es un placer trabajar contigo. Que duermas bien.

Aquella última frase le sentó como una patada al estómago.

Hacía mese que apenas dormía más de cuatro horas seguidas, y ese cretino lo sabía, sus profundas ojeras eran prueba de ello.

Sintió ganas de estampar el móvil contra el suelo, pero no serviría de nada.

En su lugar, simplemente colgó, sin decir ni una palabra más.

Volvió a guardar su móvil en el bolsillo y observó de nuevo la ventana mientras su corazón se encogía de frío y soledad.

Y, como todos los cristales cuando se caen, se rompió en mil pedazos.