HE ACABADO JUSTO A TIEMPO PARA EL ESTRENO DE RELOADED Y ARES. MENOS MAL…
¡Buenos días y bienvenidos a la introducción de los próximos fics que escriba sobre Inazuma Eleven! ^^ Éstos son los cimientos sobre los que se basan el resto de mis historias, así que es conveniente, aunque no imprescindible, que le echéis un vistazo primero.
La verdad es que hacía muchísimo tiempo que no escribía. La universidad y ahora mi trabajo me tienen francamente ocupado, pero me apetecía volver a mis raíces y arreglar este desastre que monté hace ya tantos años. La versión original no era ni siquiera una historia, sino una especie de… ni yo mismo sé definirlo. Una catástrofe, vaya. Es por eso que llevo tanto tiempo queriendo añadirle algo más de contenido, ¡y aquí está por fin! Había varias personas siguiendo este fic a pesar de que era un one-shot y siempre había estado marcado como completado, así que puede que alguno de ellos vuelva después de todos estos años y se encuentre con esta versión renovada y mejorada. Cruzo los dedos para que así sea; me haría bastante ilusión. Y ha pasado de tener menos de 900 palabras a más de 8.000, así que es mucho más que una simple corrección, obviamente.
No quiero alagarme mucho más, así que eso es todo. ¡Feliz lectura!
Un solo puñetazo. Tras un solo puñetazo, el suelo comenzó a temblar. Se miró la mano, asustado. Se había vuelto más fuerte últimamente, pero tampoco tanto.
Mamoru Endou, portero y capitán del club de fútbol del Raimon, miró a su alrededor. Apenas había gente en el parque al pie de la torre, pero los pocos niños que correteaban a su alrededor y las personas sentadas junto al lago no parecían haberse inmutado en lo más mínimo. Ni siquiera el gran árbol que tenía al lado parecía inmutarse. El neumático al que acababa de propinarle un puñetazo, que pendía de una cuerda atada a una de las ramas más robustas del árbol, seguía balanceándose impertérrito, ajeno a todo salvo al golpe y a la propia gravedad. Aun así, Mamoru lo sentía claramente: el suelo temblaba, y cada vez más.
Y, de repente, todo era luz.
El parque se había desvanecido. La gente se había desvanecido. Y cuando sucumbió a la luz cegadora que le obligaba a cerrar los ojos, él también se desvaneció.
Cuando volvió a abrir los ojos, no se encontraba en ninguna parte. Por lo menos, en ninguna parte que él pudiese reconocer. Mientras sus ojos se acostumbraban a la nada, a ese infinito espacio blanco y luminoso en el que parecía encontrarse, trató de incorporarse. A pesar de no poder distinguir un techo ni unos límites en ese espacio, le sorprendió descubrir que se hallaba tumbado sobre un suelo libre de cualquier tipo de relieve o imperfección. Era como una nube tangible: totalmente firme y segura, pero de tacto extraño y casi irreal. Algo le decía que no se rompería la crisma si cayese de cabeza contra ese suelo, pero tampoco tenía ninguna intención de hacer la prueba.
Mamoru terminó de ponerse en pie. Aún molesto por la luz, entornó los ojos, tratando de encontrar algo, cualquier cosa, en ese blanco infinito. Pero no parecía haber nada.
—¿¡Hay alguien ahí!? —gritó, colocando las manos alrededor de la boca como altavoz.
—¡Sí! —le respondió su propia voz a sus espaldas.
Mamoru se asustó tanto que cayó de bruces al suelo. No del modo que a él le habría gustado, pero descubrió que, efectivamente, chocarse con ese suelo no dolía de por sí, pero sí que podía hacer que uno se mordiese la lengua con el impacto. Dolorido, perdido y asustado, dio media vuelta sin siquiera molestarse en levantarse para estar, al menos, de cara al peligro.
Una parte de sí mismo esperaba no ver nada. Si su mente le estaba jugando una mala pasada, no le extrañaría escuchar voces también. Sin embargo, lo que se encontró fue, quizás, un augurio incluso peor que un posible fantasma.
Mamoru no fue capaz de articular una sola palabra al principio. Abrió la boca, pero no pudo generar ningún sonido. Lo que empezó como una mueca de sorpresa se fue convirtiendo gradualmente en una de confusión tan extrema como el resto de sus expresiones faciales.
La figura que tenía enfrente, incómodamente familiar, volvió a hablar.
—¡Hola, bisabuelo! —exclamó. A pesar de sus ojos azules y su pelo verde en punta, el chico era extraordinariamente parecido al propio Mamoru. De su misma altura y portando exactamente la misma cinta de pelo naranja que Mamoru heredó de su abuelo, la única diferencia física notoria entre ellos era que el chico tenía una barbilla mejor definida que él: una prueba flagrante de que el gen de los Endou se había ido diluyendo con el tiempo.
—¿Kanon? —preguntó Mamoru con dificultad—. ¿Eres tú?
Kanon, bisnieto carnal de Mamoru, asintió. Mamoru era todavía muy joven: apenas había cumplido los quince años. Sin embargo, cerca de un año antes, una serie de extraños acontecimientos —que él seguía sin entender del todo— llevaron a su bisnieto, procedente de 80 años en el futuro, a embarcarse en una importante misión a través del tiempo para proteger al fútbol y para protegerle también a él.
Mamoru adoraba a Kanon. Poder jugar al fútbol con él era un sueño hecho realidad; un sueño del que ni siquiera era consciente hasta que le conoció, pero un sueño, al fin y al cabo. Puede que la mitad de lo que dijese fuesen acertijos y que fuese, quizás, un poco ruidoso a veces, pero su bisnieto era todo lo que él siempre había buscado en un amigo: animado, extrovertido, decidido, de confianza, férreo de espíritu y, sobre todo, un futbolista excepcional que le ayudaba a crecer más allá de sus sueños.
Pero Kanon era mucho más que un buen compañero de fútbol. Kanon era sangre de su sangre. Kanon era la prueba de que él, algún día, se casaría, tendría hijos y formaría una familia. Mamoru nunca se había planteado siquiera esa posibilidad hasta que le conoció, y esa revelación hizo que todo un nuevo mundo se extendiese ante sus ojos. Sentimientos que hasta entonces habían estado dormidos despertaron de repente en su corazón: amor, instinto paternal e incluso una pizca de madurez y responsabilidad. De hecho, puede que esos sentimientos nunca hubiesen estado ahí y que hubiese sido el propio Kanon quien los había plantado en su corazón. ¿Quería eso decir que Kanon era el responsable de su propio nacimiento? Pensar en eso le daba dolor de cabeza, así que procuraba evitarlo.
Aun así, y a pesar de lo feliz que le hacía verle, Mamoru había escarmentado rápidamente y sabía que encontrarse con su bisnieto solamente le traería problemas. Graves problemas. Y el hecho de encontrarse en aquel lugar tan extraño solamente le inquietaba más.
—¿Qué sitio es éste, Kanon? ¿Y qué estamos haciendo aquí?
Kanon sonrió de oreja a oreja. Estaba claro que se esperaba esa pregunta. Sin dejar jamás de sonreír, se aclaró la garganta y habló.
—¡Nos encontramos en el epicentro de una compresión temporal!
Kanon ya había supuesto que su bisabuelo no sabría de qué le estaba hablando; ni siquiera él lo sabía hasta hacía poco. Pero le tenía tan idealizado que pensó que no estaría de más concederle el beneficio de la duda. Aun así, la cara de Mamoru denotaba que la única palabra de aquella frase que había entendido era "nos". Kanon respiró hondo y se lanzó a hablar.
—El epicentro de una compresión temporal es una zona ajena al espacio-tiempo: un lugar seguro mientras la realidad se reajusta tras la compresión. Tú estás aquí porque yo te he traído, y yo estoy aquí porque la he causado yo. —Su sonrisa se hizo incluso más grande que antes. Parecía francamente orgulloso.
Mamoru se tomó unos segundos antes de contestar mientras intentaba procesar todo aquello.
Falló miserablemente.
—No lo entiendo, pero… —Se rascó la mejilla— no estás en peligro otra vez ni nada de eso, ¿no?
—Bueno… Creo que la realidad podría implosionar, pero no creo que pase.
Los ojos de Mamoru estuvieron a punto de salirse de sus órbitas, pero Kanon ni siquiera lo notó. A veces, no sabía qué pensar de su bisnieto.
—Aparte de eso, ¡no! No es que The Ogre haya vuelto ni nada de eso. —Kanon sacudió la mano para quitarle hierro al asunto—. ¡Esto lo hago por ti, bisabuelo! ¡Tú me ayudaste una vez y quiero devolverte el favor!
Mamoru quiso preguntar, pero no pudo hacerlo. Justo antes de que pudiese empezar a hablar, aquel extraño espacio infinito comenzó a temblar de nuevo. Ambos perdieron el equilibrio y cayeron de rodillas al suelo.
—¿¡Qué está pasando!? —preguntó Mamoru mientras trataba de incorporarse, mirando alrededor frenéticamente.
—No… ¡No lo sé, bisabuelo! ¡Esto no tendría que estar pasando!
Aquel lugar comenzó a oscurecerse. El suelo sobre el que estaban, el supuesto techo, el horizonte infinito: todos pasaron del blanco más puro a un sucio gris, y de ese gris, al negro más oscuro. A pesar de todo, ambos seguían pudiendo ver perfectamente, pero lo que vieron era tan negro como el propio infinito y era difícil saber si realmente estaba ahí. Mamoru, en cuclillas y con los dedos apoyados en el suelo para mantener el equilibrio, miró a Kanon cuando los temblores cesaron. Kanon, que había desistido y se había quedado sentado en el suelo, le devolvió la mirada. Ninguno de los dos sabía que pasaba.
—Al fin…
Y, entonces, un nuevo fogonazo de luz les cegó.
Les llevó unos cuantos segundos poder volver a abrir los ojos. Pero, cuando lo hicieron, lo que se encontraron ante ellos fue un campo de fútbol.
Mamoru miró a su alrededor: se encontraban cerca de donde una de las porterías tendría que haber estado, pero allí no había nada. Luego, miró a Kanon, que ya se había puesto de pie. La expresión de su bisnieto era mucho, muchísimo más seria que de costumbre. Le daba algo de miedo.
Kanon también miraba alrededor, pero con el ceño fruncido y los ojos entornados. Mamoru pudo intuir que algo iba francamente mal.
—¿Qué pasa, Kanon? ¿Conoces este sitio? —preguntó Mamoru, levantándose.
—No sé si a esto se le puede llamar "sitio".
Kanon señaló a las gradas que rodeaban al campo e incluso al techo. Se trataba de un estadio cubierto, lleno de focos que lo iluminaban. Interesante, acogedor y moderno, pero nada desorbitado. Parecía diseñado como lugar de entrenamiento para un equipo juvenil. Entonces, echó a andar. Salió del terreno de juego y dio varios pasos hacia las gradas. Sin embargo, a partir de un punto, dejó de avanzar. Él seguía andando, sus pies se movían y, desde luego, parecía avanzar hacia ellas, pero la distancia entre él y las gradas había dejado de acortarse. Kanon se giró rápidamente y dijo:
—Bisabuelo, toca el césped, por favor. Con las manos desnudas.
Mamoru no lo comprendía, pero así lo hizo. Se quitó uno de sus gruesos y desgastados guantes de portero. Kanon no pudo evitar fijarse en que su mano estaba roja y llena de heridas. Mamoru tocó el césped del campo.
No notó absolutamente nada.
—Qué raro. Es como si…
—…no estuviese ahí, ¿verdad? —le cortó Kanon. Mamoru asintió mientras volvía a levantarse y a ponerse el guante.
Mamoru frunció el ceño, tal y como Kanon lo había hecho.
—No creo que nos hayamos movido, bisabuelo —respondió Kanon—. Supongo que seguimos en el epicentro de la compresión temporal. Esto que tenemos alrededor es… —Buscó las palabras adecuadas mientras se rascaba la nuca— …como una foto. Una foto muy, muy grande y muy, muy realista. Como si alguien la hubiese pegado al infinito para hacernos creer que estamos en un estadio, pero no es más que una capa de pintura. Nada de esto es real. Por eso no notas el césped y por eso no podemos movernos de aquí.
—¿Es esto normal, Kanon?
—No. Bueno, en realidad, no lo sé. Nunca se había hecho algo así antes, así que solamente podemos basarnos en teorías… Pero el profesor Killard no me habló de nada así. Además, no entiendo por qué hemos acabado en un estadio de fútbol… —Se cruzó de brazos.
—Entonces, ¿qué hacemos?
—Creo que… tendremos que esperar. La compresión debería acabar pronto.
Bisabuelo y bisnieto intercambiaron miradas preocupadas. Mamoru ya no podía aguantarlo más.
—Oye, Kanon… ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó por fin Mamoru.
—Como te he dicho antes… sólo te quería ayudar.
Mamoru y Kanon se sentaron en el falso césped, el uno frente al otro. Mamoru le sonrió. No era una de sus típicas grandes sonrisas que todo lo arreglaban, sino una más escueta y comprensiva. No del todo paternal, pero sí lo suficiente como para que Kanon se sintiese seguro.
—Bisabuelo, nada de lo que te he dicho es mentira. Es cierto que no hay ninguna amenaza. No me persiguen a mí y no te persiguen a ti. Todos están a salvo. Pero… hay algo raro.
—Creo que el que tú estés aquí es bastante raro de por sí, Kanon. —Mamoru cruzó los brazos y arrugó la nariz.
Kanon sacudió la cabeza.
—No, no es eso. Pero… casi.
Mamoru frunció el ceño.
—Dime, bisabuelo… ¿Has notado algo raro últimamente? —preguntó Kanon.
—¿Raro normal o raro… de lo tuyo?
—…De cualquiera de las dos, supongo, pero me refería a algo más normal, sí. —Kanon asintió.
—Pues… —Mamoru cruzó los brazos con más fuerza y cerró los ojos, tratando de pensar. Al cabo de unos segundos, volvió a mirarle y dijo—: Bueno, no tiene nada que ver, pero…
—¿Pero…?
—Supongo… Supongo que son cosas normales, pero es verdad que todo el mundo se está comportando de un modo muy raro últimamente… Aunque todos dicen que son cosas de la edad. No lo sé, no lo sé…
—Cuéntamelo, bisabuelo. Por favor —rogó Kanon.
Mamoru trató de encontrar las palabras, ya que nadie había querido escucharle y no había tenido que buscarlas hasta entonces. Lo intentó con todas sus fuerzas. Buscaba la manera más amable de decir que sus compañeros estaban actuando de una manera extraña, que se peleaban todo el tiempo, que el ambiente no era bueno, que algo fallaba y que las cosas, para su pesar, ya no eran como antes. Pero solamente consiguió decir una cosa. Algo que, viniendo de él, explicaba la gravedad de la situación mejor que cualquier otra cosa.
—Ya nadie quiere jugar al fútbol conmigo… —dijo en un suspiro extremadamente apesadumbrado.
—Me lo temía.
—¿Eh? —Mamoru levantó la cabeza rápidamente al oír aquella respuesta tan inmediata—. Ya… ¿¡Ya lo sabías!?
Kanon asintió.
Mamoru se acercó a Kanon y le sujetó las manos con fuerza. Sus ojos brillaban mientras miraba fijamente a su bisnieto.
—¡SABÍA QUE PASABA ALGO! ¡Nadie me hacía caso, Kanon! Todos los demás decían que son cosas de la edad, ¡pero eso no es verdad! Yo también soy un adolescente y estoy bien; ¡son ellos los que están raros! ¿¡Qué está pasando!?
A Kanon le costaba mantenerle la mirada a su bisabuelo. Antes de contestar, tuvo que apartar los ojos y clavarlos en el suelo.
—…Esto es culpa mía.
—¿Eh?
Mamoru le soltó rápidamente las manos a Kanon. Se sentía extremadamente traicionado. Su propio nieto, carne de su carne, sangre de su sangre, le había arrebatado lo que él más amaba en este mundo. Ya estaba prometiéndose a sí mismo que jamás formaría una familia cuando Kanon comenzó a sacudir las manos.
—¡N-no! Quiero decir… Es posible que el hecho de que The Ogre atacase y yo viniese en tu ayuda haya provocado esto. ¡D-deja que te lo explique! —exclamó Kanon cuando vio que las pupilas de su bisabuelo se contraían de puro horror.
»A ver… —musitó Kanon, trazando una línea imaginaria sobre el suelo—. Imagínate que esta línea es tu vida. Empieza aquí, en el extremo izquierdo, y se extiende hasta el extremo derecho, que es el… final —dijo con cuidado—. Ésta tendría que ser tu vida normal. Pero, cuando The Ogre atacó… —Kanon colocó un dedo sobre un punto cerca del extremo izquierdo de la línea y lo arrastró fuera de la continuidad que antes había marcado— …se creó una nueva línea temporal en la que nos conocimos y les vencimos. Así que, técnicamente, ahora hay dos versiones de ti: una que nunca me conoció y otra que sí. ¿Me sigues?
Sorprendentemente, Mamoru asintió. Kanon le sonrió, aunque temía que su pobre bisabuelo empezase a estar curado de espanto por su culpa.
—Pero no son tus únicas líneas temporales, bisabuelo. —Kanon colocó el dedo sobre la línea principal otra vez, un poco más cerca del extremo izquierdo que antes—. The Ogre también atacó aquí, durante el Football Frontier.
—¿¡Qué!? —exclamó Mamoru—. ¡N-no! ¡The Ogre atacó cuando estábamos jugando el mundial, no el Football Frontier!
—En tu línea temporal, así es —asintió Kanon—, pero, como te decía, hay más de una. Yo te ayudé en ambos casos, aunque… es difícil de explicar. Pero, por favor, créeme.
Mamoru asintió otra vez. Aunque confiaba en su bisnieto, le costaba mucho entenderlo.
—Bien. Como iba diciendo… —Kanon arrastró el dedo fuera de la línea temporal otra vez—, eso creó una realidad diferente. Eso hace que haya tres versiones de ti: una que nunca me conoció, una que me conoció en la final del Football Frontier, y otra que me conoció durante el mundial. Esta última es la tuya, bisabuelo.
—Ya veo… —dijo Mamoru, arrugando los labios—. ¿Tengo más… líneas de ésas?
—Es muy probable, pero no tenemos forma de saberlo. Si no fuese porque yo he visto las tres líneas temporales de las que te he hablado, no podría saber que existen. Ahora bien…
Kanon trazó un montón de líneas más en rápida sucesión.
—¿…qué pasaría si no fueses el único afectado? Todos tus compañeros estaban allí contigo, ¿verdad? Ellos también lucharon contra The Ogre y me conocieron, así que…
—…ellos también tienen líneas temporales nuevas.
—¡Sí! Y ahí está el problema.
Esta vez, fue Kanon quien le cogió las manos a Mamoru.
—Bisabuelo, en el futuro, a lo que conseguiste durante tu segundo año en el Raimon se lo ha llegado a conocer como "la leyenda de Mamoru Endou", ¡pero tú estás destinado a hacer muchísimo más que eso! ¡Tienes que seguir haciéndote más y más fuerte! Si llega el momento y no estás preparado, la historia tal y como la conocemos podría cambiar a peor.
—Pero… —Mamoru bajó la mirada— no puedo hacerme más fuerte, Kanon. Lo he estado intentando día y noche, de verdad, pero lo único que he conseguido es desgarrarme las manos. —Se acarició la mano que antes había tenido que enseñarle a Kanon. Era plenamente consciente de que se la había estado mirando—. No soy capaz de mejorar sin mis compañeros…
Kanon le apretó las manos a Mamoru con cuidado y él le miró fijamente.
—¡Por eso estoy yo aquí!
—¿¡Vas a ayudarme a entrenar, Kanon!? —Los ojos de Mamoru resplandecían.
—¡Pues claro! —sonrió—. Pero no es…
El estadio comenzó a distorsionarse alrededor.
Las formas, los objetos, las sombras. Todo aquello que podía verse desde el punto en el que estaban comenzó a contraerse, a retorcerse, a deshacerse.
Kanon y Mamoru se levantaron y se pusieron en guardia. Lo que tendría que haber sido un espacio tranquilo, hecho a medida para ellos dos, se estaba convirtiendo en un entorno cada vez más hostil. Ninguno había querido mencionarlo para no preocupar al otro, pero ambos habían visto esa sombra. Ambos habían oído esa voz. No sabían qué era, de dónde había salido ni por qué estaba ahí, pero su instinto les decía que no traía nada bueno, y su naturaleza les instaba a estar preparados para todo.
Todo cuanto podía verse estaba retorcido y comenzaba a replegarse. Aquel espacio, o al menos la capa de pintura que lo adornaba, estaba contrayéndose. Asustados, Mamoru y Kanon juntaron las espaldas para no dejar flanco sin cubrir. Sentían que aquel espacio infinito estaba intentando tragarles y algo en su interior, algo animal, les decía que tenían que luchar contra ello. Pero ninguno de ellos sabía cómo. Mamoru se decía que Kanon acabaría entendiendo lo que estaba ocurriendo, mientras que él confiaba en que su bisabuelo saldría airoso también de esta situación. No mediaron palabra. No dieron nada a entender. Pero, al menos, la confianza mutua y ciega que sentían les ayudaba a conseguir sostenerse sobre sus temblorosas piernas.
El estadio se echaba sobre ellos y lo que quedaba tras de sí era un negro infinito al que ya se habían tenido que enfrentar antes. Sin embargo, esa oscuridad ya no parecía tan clara. No existía esa sensación de poder ver a pesar de no tener luz. No existía esa sensación de que, bajo sus pies, fuese a quedar algo tangible. Existe una gran diferencia entre la oscuridad y la nada que solamente aquéllos que se han enfrentado a ella pueden entender, y esa diferencia estaba justo frente a ellos.
Cuando el único rastro de color se encontraba justo bajo sus pies en forma de verde césped, Kanon y Mamoru se sujetaron instintivamente. Esperaban caer hacia un abismo, y les costó creerlo cuando el último atisbo de color se desvaneció y ellos no sintieron nada.
Mamoru y Kanon se dieron la vuelta y se miraron mutuamente. Kanon cogió a su bisabuelo de las manos y le sonrió, intentando tranquilizarle. Él estaba tan asustado como Mamoru, pero esta situación la había provocado él mismo y se suponía que debía tener el control sobre ella. No podía dejar que su bisabuelo pensase lo contrario.
Un fogonazo, más violento que el anterior, surgió justo entre ellos y les lanzó hacia atrás, lejos el uno del otro. Este fogonazo no les cegó, así que pudieron verlo todo perfectamente.
El mundo que acababa de contraerse sobre sí mismo volvía a extenderse ante sus ojos a gran velocidad, como si fuese un Big Bang, pero distaba mucho de ser como lo recordaban. La ilusión estaba completa y grotescamente deformada. Las gradas estaban distorsionadas y onduladas. Los colores de todo cuanto les rodeaba estaban cambiados de manera aparentemente aleatoria con retazos grises y errores por doquier.
Pero, sorprendentemente, las líneas del campo de fútbol seguían perfectas: blancas, rectas, de tamaño correcto. El césped había cambiado de color y, más que verde, parecía de un color turquesa apagado, como si la oscuridad que intentaba enmascarar estuviese penetrando en él. Sin embargo, lo más extraño del campo no era que se hubiese conservado tan bien ni el color del césped, sino lo que había aparecido justo en el centro, en el punto de saque.
A pesar de lo mucho que destacaba aquel amarillo sobre el césped, Kanon y Mamoru tardaron en verlo. Estaban demasiado ocupados mirando cómo, en apariencia, la realidad volvía a formarse ante sus ojos. Aun así, cuando por fin lo vieron, no pudieron apartar la vista de ello. Kanon miró a Mamoru, y éste le indicó con un movimiento de cabeza que iba a acercarse. Caminó despacio con Kanon a la zaga.
El pulso se les disparó en cuanto pudieron distinguir de qué se trataba.
Ante ellos se hallaba un chico de pelo grisáceo tirado en el suelo en postura fetal. Vestía una camiseta amarilla con un relámpago estampado a un lado y un brazalete rojo en el brazo.
Mamoru se agachó a examinarle. Él no entendía de esas cosas, pero sabía lo suficiente como para poder decir que, si respiraba, estaba vivo. Colocó una mano delante de su boca y nariz y esperó unos segundos.
Aliento. Mamoru suspiró aliviado y cayó al suelo de culo, exhausto por tantas emociones de golpe. Aun así, su alivio no duró mucho. Miró hacia arriba y vio que Kanon se había quedado petrificado al ver el cuerpo de aquel chico.
No se lo había planteado hasta entonces, pero la expresión de su bisnieto le hizo dudar. Él se había quedado contento con saber que aquel chico seguía vivo y estaba bien, pero quizás no debería haber sacado conclusiones tan precipitadas. Desde luego, la mirada de Kanon le decía que algo no iba bien. Mamoru decidió preguntarle.
—No debería estar aquí, bisabuelo…
—¿¡Eh!? —exclamó Mamoru—. ¿¡Le conoces!? ¿Quién es este chico, Kanon?
—Es… —Kanon se rascó la nuca. No creía que fuese a tener que decirlo tan pronto, pero tampoco creía que aquél fuese momento para juegos ni para sorpresas—. Es el capitán del Raimon, bisabuelo.
Mamoru abrió la boca y la realidad se desgarró.
Miraron alrededor. El ruido era ensordecedor. Mientras el lugar en el que se hallaban parecía rasgarse a su alrededor como si unas garras estuviesen destrozándolo desde fuera, el sonido que provocaba era indescriptible. Ni Kanon ni Mamoru habían oído jamás nada parecido. Solamente sabían que era irregular, extremadamente agudo y que taladraba sus tímpanos hasta hacerles sentir punzadas en la cabeza. A pesar del dolor, el miedo les mantenía alerta.
No había nada tras las brechas verticales que surgían por doquier. De nuevo notaron esa misma sensación, esa diferencia abismal entre la oscuridad y la nada más absoluta. Sin embargo, esa nada ya no se acercaba lentamente mediante pliegues y contracciones, sino que se abalanzaba agresivamente sobre ellos, destruyendo el entorno que, al menos en apariencia, parecía cobijarles. Era como si quisiese demostrar algo. Como si quisiese demostrar que jamás podrían escapar de ella incluso aunque se sintiesen en casa.
Las brechas se estabilizaron. El ruido cesó. El entorno estaba lleno de agujeros que dejaban ver la realidad: que aquello a lo que llamaban realidad no era más que una mentira. Y, entonces, algo les llamó la atención desde el lugar donde tendría que haber estado una de las porterías. Una brecha parecía estar formándose allí también, pero era radicalmente diferente a las demás.
La brecha era horizontal y no vertical como todas las anteriores. Se estaba abriendo muy, muy lentamente y en completo silencio, mientras que las demás habían aparecido rápida y ruidosamente, como si las hubiese provocado un zarpazo. Aunque la razón por la que les llamó tanto la atención fue porque, tras esa brecha, lo que había no era una nada absoluta, sino una intensa fuente de luz.
En esa nada absoluta, aquélla parecía la luz al final del túnel. O lo habría parecido de no haber sido por las enormes garras negras que, sin ningún disimulo, estaban desgarrando la realidad y abriéndose paso hacia ellos.
Salió reptando y, en cuanto lo hizo, la brecha se ensanchó. No era tan negro como la oscuridad: era tan negro como la nada. Sólo podía distinguírsele porque resaltaba sobre aquella luz tan brillante, pero esa misma luz también impedía distinguir ningún detalle de su anatomía salvo su silueta.
Colocó las garras sobre el supuesto suelo y se impulsó hacia arriba, revelando que lo que parecía un reptil tenía en realidad una forma casi humanoide. Casi. Pero lo que se encontraron en realidad fue algo deforme, retorcido, deshecho. Una sombra tan amorfa que no podía ser real.
Siseó con una voz conocida.
—No es suficiente…
Aquel espectro alzó su garra. Sobre ella, apareció algo esférico cubierto de un aura oscura. La sombra retorció lo que tendría que haber sido su cabeza para dirigirla hacia aquello. No tenía ojos, pero parecía mirarla con curiosidad, como si no supiera qué hacer con ella. Acabó por retorcer la cabeza de nuevo hacia Mamoru y Kanon y, con un movimiento rapidísimo y totalmente impropio de lo que habían visto hasta ahora, la sombra lanzó aquella esfera directamente contra Kanon.
Kanon se quedó petrificado del susto. Las pupilas se le dilataron, tratando de acostumbrarse a aquella bola de oscuridad en la que tenía los ojos clavados. Una mancha de color naranja se interpuso entre ambos. Kanon quiso gritar, pero no le quedaba aire en los pulmones.
Mamoru hincó los pies en el suelo, frunció el ceño y tomó aire. Estaba más furioso que asustado.
—No sé lo que eres, ¡¡pero nada ni nadie le hará daño a Kanon mientras yo esté aquí!!
Mamoru echó el cuerpo hacia un lado y su mano derecha comenzó a brillar. Lanzó un puñetazo al aire y su luz, cálida y protectora, lo iluminó todo. Si algo en el mundo podía rivalizar con la nada, sin duda era aquello.
Del puño de Mamoru surgieron imponentes relámpagos dorados. Se extendieron hacia el cielo, y de ellos nació el brillante espectro de una mano cerrada.
—¡¡Omega The…!!
La mano parecía estar absorbiendo toda la luz del universo y creciendo gracias a ella. Cuando la mano se abrió con una enorme explosión de energía, parecía más grande que el espectro. Más grande que aquel estadio. Más grande que el universo entero.
Mamoru lanzó la mano hacia delante, y la enorme mano dorada le siguió, haciendo contacto directo con la esfera oscura.
—¡¡HAAAND!!
La esfera destrozó el hissatsu en cuanto entró en contacto con él. Ni siquiera hubo lucha. Horrorizado, Mamoru sólo pudo quedarse mirando mientras aquella oscuridad desintegraba la luz de su mejor técnica y la esfera le golpeaba directamente en el estómago, lanzándole contra Kanon.
Bisabuelo y bisnieto rodaron juntos hasta quedar tumbados junto al misterioso chico que había aparecido en el centro del campo. Kanon estaba espantado, pero sacó fuerzas de flaqueza para mirar a los otros dos. El chico seguía inconsciente, y Mamoru se sujetaba el estómago mientras se retorcía de dolor. Aunque hubiese parecido que no había tenido ningún efecto, su Omega The Hand había conseguido disminuir la potencia del proyectil lo suficiente como para que Mamoru no perdiese la consciencia a causa del golpe.
Kanon dirigió la mirada hacia el espectro oscuro. Su silueta seguía recortándose gracias a la luz de la brecha. Él no era tan fuerte como su bisabuelo: todo lo que pudo sentir fue miedo, sin un atisbo de furia. Pero, por lo menos, él sabía que aquélla no era la luz al final del túnel.
Mamoru hizo un esfuerzo sobrehumano por incorporarse. Kanon le miró con ojos vacíos.
—A esto también podemos jugar nosotros —dijo Mamoru con una sonrisa. Kanon no podía entender de dónde sacaba las fuerzas para luchar con todo lo que estaba pasando, pero tampoco podía entender por qué una sola sonrisa de su bisabuelo era capaz de devolverle la fe y las energías de aquella manera.
Mamoru miró al proyectil esférico que el espectro había lanzado e hizo un movimiento de cabeza. Ahora que ya no estaba rodeado por un aura extraña ni estaba en movimiento, parecía poco más que un balón negro. Un balón negro o una bala de cañón, pensó Kanon, pero a Mamoru esa segunda opción ni siquiera se le pasó por la mente.
Mamoru se puso de pie.
—Imagínate que esa luz es la portería, Kanon. Tenemos que meter gol.
—¿Estás seguro, bisabuelo?...
—¡No te preocupes por mí! Me han dado tantos balonazos que mi cuerpo se ha convertido en un callo gigante. ¡Ni lo he sentido!
Kanon asintió y, sin tener que mediar palabra, echó a correr hacia delante.
Haciendo caso omiso al dolor, Mamoru corrió hacia el balón oscuro. De un puntapié, lo lanzó hacia arriba.
Se encogió ligeramente durante un segundo, concentrándose en reunir energía desde todos los rincones de su cuerpo. Se volvió a erguir con violencia, soltó un grito de furia e hizo surgir así una enorme mano resplandeciente sobre su cabeza. Con la mandíbula apretada, cruzó los brazos sobre su frente para acumular en ese punto toda la energía que había reunido instantes antes. La mano se cerró en un puño.
—¡Megaton Head…!
Mamoru echó el torso hacia atrás, haciendo que la mano retrocediese junto a él. Esperó unas milésimas de segundo y, con una precisión milimétrica, volvió a lanzar su cuerpo hacia delante para dar un fuerte cabezazo que el puño siguió obedientemente, golpeando el balón de lleno mientras gritaba a pleno pulmón:
—¡¡G3!!
El balón salió despedido hacia delante con una gran fuerza. Si no hubiesen estado tan compenetrados, Kanon jamás habría acertado a darle al balón la patada extra que necesitaba.
Con toda la energía del Megaton Head de Mamoru todavía cargada dentro de sí, el balón avanzó, se detuvo y reculó.
Kanon dio una patada al suelo y, en un instante, llegó a la altura del balón, que flotaba suavemente sobre el suelo. Dio una rápida voltereta en el aire y apoyó ambos pies en el balón, haciendo saltar chispas de él.
—¡God…! —exclamó mientras el balón comenzaba a emitir un intenso brillo dorado y las chispas se convertían en enormes relámpagos, muy parecidos a los que conectaban el cuerpo de Mamoru con su Omega The Hand.
Kanon se encogió sobre el balón, presionando su cuerpo contra él lo máximo posible para darle toda la fuerza que pudiese en el poco tiempo que disponía.
—¡¡…Cannon!! —gritó finalmente, estirándose y dejando que la energía fluyese. El balón salió volando hacia el espectro de un cañonazo, envuelto en una brillante luz dorada.
El espectro dio un largo salto hacia adelante y detuvo el disparo de una pechada.
No tuvo ni que esforzarse.
Kanon y Mamoru se quedaron sin respiración. Aquel monstruo era absolutamente imbatible. Habían utilizado todo su poder y su rabia, pero no habían logrado nada. No podían atacar y no podían defenderse de sus ataques. Puede que fuese una mezcla de dolor, impotencia, miedo e incertidumbre, pero, por primera vez en mucho tiempo, Mamoru perdió la esperanza. Se dijo a sí mismo que luchar era inútil. Imposible, incluso.
Estaban perdidos.
Y, justo cuando sus piernas dejaron de poder sujetarle y se desplomó por fin, se fijó en que la luz de la brecha quedaba ya demasiado lejos. El espectro ya estaba lo suficientemente cerca como para verlo bien. No había nada que le cegase.
Utilizando sus últimas fuerzas, se aseguró de colocarse encima del chico misterioso, cubriendo su cuerpo con el suyo para protegerle de lo que pudiese pasar. Entonces, se desmayó.
Kanon estaba solo y lo que antes parecía una sombra avanzaba hacia ellos. Ya no se ocultaba en la luz. Ya no había excusa para no ver más que una silueta, pero seguía siendo eso: una forma oscura, muy indefinida, bípeda y vagamente humanoide. La luz de la brecha jamás les había cegado. Como había ocurrido desde el principio, a pesar de la falta de luz o del exceso de ella, todo era perfectamente visible. Aquel ser, aquel monstruo, aquel espectro seguía siendo eso: un espectro. Y darse cuenta de ello aterró a Kanon todavía más.
A pesar de todo, el joven sacó fuerzas de donde solamente había miedo para interponerse entre el enemigo y su bisabuelo. Extendió los brazos y clavó los pies en el suelo, impidiéndole el paso. El espectro empezó a reír. La risa le traspasaba la piel y le calaba los huesos a Kanon.
Pero no iba a dejar que alguien así le amedrentase. No después de todo lo que había pasado. No después de lo que le había hecho a su bisabuelo.
Se envalentonó lo suficiente como para dejar de temblar, sacar pecho y mirarle a la cara.
—¿Quién eres? —preguntó Kanon.
—Ahora mismo, nadie —respondió.
—¿Cómo has entrado aquí?
—Porque llevo tiempo esperando.
Kanon frunció el ceño.
—¿Y qué quieres de nosotros?
El espectro desencajó la boca. Parecía una sonrisa, pero estaba tan retorcida como el mundo que les rodeaba.
—Destruiros.
Entonces, fue Kanon el que sonrió. Poco después, se echó a reír. Seguía asustado, pero sentía auténticas ganas de reírse.
El espectro le hizo una mueca. También él sonrió.
—¿Acaso piensas que puedes conmigo tú solo? —le preguntó el espectro sarcásticamente.
—Oh, ¡por supuesto que no! —dijo Kanon cuando pudo dejar de reírse—. Pero tampoco tú podrás con nosotros.
—Creo que él no piensa lo mismo. —El espectro dirigió la mirada hacia Mamoru.
—No, no lo piensa. Pero yo sí.
—Ellos están inconscientes y tú estás demasiado asustado como para hacerme frente. ¿Qué te hace pensar que no puedo destruiros en cuanto me lo proponga?
—Que se te ha acabado el tiempo.
Antes de que el espectro pudiese preguntar o incluso reaccionar, Kanon se giró rápidamente y saltó sobre su bisabuelo y el chico misterioso.
—¿¡Qué!? ¡¡No!! —bramó. Pero ya era demasiado tarde.
Kanon se agarró con fuerza a Mamoru y al chico mientras la compresión temporal explotaba y se llevaba al espectro por delante, lanzándolo de vuelta a través de la brecha por la que había venido.
Con un fogonazo que nadie vio, el chico misterioso, Mamoru y Kanon volvieron a aparecer en el parque al pie de la torre, justo al lado del neumático que Mamoru estaba golpeando. Ya era de noche. Kanon se levantó de un respingo y se palpó todo el cuerpo. Cabeza: en su sitio. Brazos: funcionales. Piernas: doloridas, pero seguían ahí. Comprobó sus articulaciones y músculos. Todo parecía en orden. Soltó un profundo suspiro mientras el tiempo volvía a moverse.
Kanon se apresuró a pulsar el botón de su comunicador.
—¡Kanon, muchacho! ¿Estáis bien? —le respondió una voz al otro lado.
—Estamos bien, profesor Killard, pero… ha pasado algo muy raro. Lo siento; tengo que colgarle. ¡Le prometo que le llamaré pronto!
—Mmm… —El profesor Killard murmuró con preocupación—. De acuerdo, pero cuéntamelo todo en cuanto puedas.
—¡Descuide, profesor! ¡Hasta pronto!
Kanon volvió a pulsar el botón. Una vez acabó con los formalismos, se lanzó sobre su bisabuelo y le sacudió ligeramente para despertarle.
—¿Kanon?... —murmuró Mamoru—. ¿Qué ha pasado?...
Kanon no pudo contenerse más y le dio un fuerte abrazo. Mamoru seguía atontado, pero se lo devolvió con la misma fuerza.
—Oye, Kanon…
—¿Sí, bisabuelo? —dijo Kanon con los ojos llenos de lágrimas.
—Creo que ya va siendo hora de que me lo cuentes todo.
Mamoru y Kanon se sentaron en un banco cercano después de asegurarse de que el chico misterioso estuviese cómodamente tumbado sobre la hierba. Mamoru tenía la vista clavada en su bisnieto, pero él no se decidía a arrancar.
—Después de todo lo que ha pasado, no sé por dónde empezar… —confesó Kanon mientras miraba hacia abajo.
—Bueno… —Mamoru se rascó la barbilla—. Podrías empezar por decirme a qué ha venido todo eso de la comprensión no-sé-qué.
—"Compresión", bisabuelo —rió Kanon—. Compresión temporal.
—¡Ya me entiendes! —Mamoru movió la mano mientras sonreía para quitarle importancia—. Creo que prefiero que me expliques primero por qué has hecho eso.
—Vale.
Kanon tomó aire antes de hablar. Había heredado eso de su bisabuelo, como tantas otras cosas.
—Como te estaba diciendo antes, nos encontramos en una línea temporal diferente a la normal. La historia dice que tú y tus compañeros seguisteis entrenando como un equipo y seguisteis haciéndoos más y más fuertes, así que siempre pudisteis luchar cuando hizo falta.
»Pero esta línea temporal es diferente y no sé exactamente por qué. Supongo que por el ataque de The Ogre, pero quién sabe… El caso es que todas esas cosas raras de las que me hablabas no están solo en tu cabeza, bisabuelo. Algo está pasando: algo que te está impidiendo entrenar y llevar la vida que deberías llevar. No puedo decirte nada sobre el futuro, pero tienes que hacerte más fuerte. Si quienes tienen que hacerse fuertes no lo consiguen, el resultado podría ser terrible.
—¿"Quienes tienen que hacerse fuertes"? —Mamoru ladeó la cabeza.
—Bueno, no me los sé todos de memoria… —Kanon se rascó la barbilla—. Pero sé que es especialmente importante en el caso de una persona concreta.
—¿Quién? —volvió a preguntar Mamoru.
—Ay… —Kanon se dio unos golpecitos en la frente—. No me sale el nombre… Es ese chico de tu equipo…
—¿Shu-shu?
—No, no es Gouenji-sa… Espera, ¿cómo le has llamado?
A Mamoru, lo que le sorprendía es que Kanon hubiese adivinado a la primera que estaba hablando de Shuuya Gouenji.
—Shu-shu, pero… e-es una larga historia. Ya te lo contaré. Pero, si no es él… no sé, ¿Fu-fu?
—No, tampoco es Fubuki-san. Sé que no era parte de Inazuma Japan…
—Entonces, ¿es alguien del Raimon? —Mamoru dio un respingo después de unos segundos—. ¿¡No será Mega-mega!?
—¿Qué? ¡No, no es Megane-san! —rió Kanon, pero paró inmediatamente y arrugó los labios—. Bueno, un poco sí… Pero no hablaba de él.
—Pues no lo sé… —Mamoru empezó a contar con los dedos—. ¿Shourin? ¿Shadow? ¿Kage-kage? ¿Shishi?
Kanon, con los ojos cerrados y los brazos cruzados para concentrarse, negó tras oír cada uno de los nombres, pero se extrañó cuando Mamoru dejó de recitar la lista. Abrió los ojos y, cuando le vio de nuevo, estaba muy serio.
—Ya sé quién es, Kanon —le dijo—. Es Shin-shin.
—¿…Shin-shin?
—Shinichi Handa.
—¡¡Sí!! ¡¡Ése!! —Kanon se dio un pequeño golpe en la palma de la mano con el puño—. ¡Eres increíble, bisabuelo! ¿¡Cómo lo has sabido!?
Mamoru sonrió tiernamente.
—Verás… Últimamente, cuanto más veo a Shin-shin, más convencido estoy de que está destinado a grandes cosas. Pero algo le está impidiendo crecer y no sé qué es. Algo lleva tiempo atormentándole; mucho más tiempo del que nos imaginamos. Si no hubiese sido por eso, creo que habríamos podido ir al FFI juntos…
—¡¡Tu instinto es genial, bisabuelo!! —Los ojos le hacían chiribitas. Mamoru sonrió; no de orgullo, sino de felicidad. Oír eso de Handa le hacía más feliz que cualquier halago que pudieran haberle hecho a él mismo.
—¿Y esto de la compresión temporal es para arreglar esas, eh, líneas?
—¡Eso es ridículo! —rió Kanon—. ¡Las compresiones temporales no pueden cambiar las líneas temporales! —Entonces, dejó de reír y se limitó a sonreírle antes de decir—: Pero tú sí que puedes. ¡Hasta podrías ayudar a Handa-san!
—Creo que su problema estaba ahí desde antes de que llegases tú, Kanon. No creo que tenga nada que ver contigo.
—Bueno, me alegro de que no sea culpa mía… Me dolería mucho haberle hecho tanto daño.
—No te preocupes —sonrió—. Entonces, ¿para qué es esta… cosa que has hecho?
—Creo que lo mejor será explicarte lo que es una compresión temporal. Presta atención.
»Por decirlo de un modo simple, una compresión temporal es una fusión de épocas. A gran escala, debería fusionar en uno todo el espacio-tiempo habido y por haber y crear un mundo unificado, pero… eso me lo esperaría más de una bruja que de una persona normal —rió, aunque la idea de la bruja no le hizo demasiada gracia a Mamoru—. Yo he querido hacer algo más simple y menos… arriesgado.
»Tú necesitas hacerte más fuerte, y para eso necesitas entrenar, pero nadie nos asegura que podamos corregir las líneas temporales de tus compañeros, así que… la opción más segura es darte nueva gente con la que entrenar. Por eso, ¡he combinado el Japón de tu época con el Japón de dentro de diez años!
Mamoru tenía el dedo índice apretado contra la frente y los ojos fuertemente cerrados. Le costaba horrores, pero intentaba por todos los medios entender lo que le estaban diciendo. No estaba seguro, pero creía que las piezas empezaban a encajar, aunque fuese de un modo muy raro. Decidió preguntar por si acaso.
—¿Así que ese chico —dijo, señalando al misterioso joven que había aparecido ante ellos dentro de la compresión temporal— es del futuro?
—¡¡Qué listo eres, bisabuelo!! —exclamó Kanon—. ¡Sí, es del futuro! Éste es Takuto Shindou y, como te decía antes, es el capitán del Raimon, ¡pero del Raimon de dentro de diez años!
Mamoru le miró con curiosidad y volvió a mirar a Kanon.
—¿…Me estás diciendo que voy a poder ver, conocer y entrenar con el Raimon del futuro?
—¡Eso, eso! —Kanon asintió sonriente—. Y con mucha más gente: ¡el Raimon no es el único equipo del mundo! ¡Incluso podrías encontrarte con la versión adulta de gente a la que ya conoces!
—Ya veo… —titubeó Mamoru. Se levantó del banco, tembloroso, y Kanon se le quedó mirando.
—Bisabuelo, ¿estás…?
—¡¡QUÉ PASADA!! —gritó Mamoru, dando un salto enorme—. ¡¡ESTO ES LO MEJOR QUE ME HA PASADO EN LA VIDA!!
Kanon parpadeó, sorprendido.
—No sé… Ha ido mucho peor de lo que pensaba y nos he puesto a los dos en peligro. ¿No estás enfadado ni nada, bisabuelo?...
—¡Claro que no! Lo hecho, hecho está, ¿no? ¡Pues vamos a intentar disfrutarlo mientras podamos!
El joven portero deleitó a su bisnieto con una sonrisa de oreja a oreja. Kanon se la devolvió con ganas. Todavía se sentía culpable por lo que había hecho, pero la sonrisa de Mamoru le hacía sentirse mucho más seguro.
—Pero —prosiguió Mamoru, mirando a Shindou— lo que todavía no entiendo es por qué apareció Taku-taku dentro de la compresión.
Kanon le hizo una pequeña mueca a Mamoru. ¿Ni siquiera le había conocido todavía y ya le había puesto un mote a Shindou? Le parecía raro, pero concluyó que no estaba en disposición de hacer preguntas. Después de todo lo que le había hecho pasar, era él quien debía responder. Ese tema tendría que esperar.
—La verdad es que no lo sé… —respondió—. Mi plan era aparecer al lado de Shindou-san al salir de la compresión para presentártelo y hablaros a los dos de todo este asunto con calma. Ya que íbamos a aterrizar a su lado, puede que algo le absorbiese dentro cuando todo empezó a ir mal…
—Ya veo… —La sonrisa había desaparecido de la cara de Mamoru. En ese momento, no podía hacer más que mirar a Shindou con ojos tristes. Aunque no le había ocurrido nada y él probablemente ni siquiera era consciente de lo que había pasado a su alrededor, lamentaba mucho que hubiese estado en peligro. Al cabo, volvió a mirar a Kanon—. Oye, y… ¿qué es lo que pasó allí dentro?...
Kanon dio un largo suspiro.
—Tampoco lo sé… Supongo que esa cosa, fuese lo que fuese, provocó esas ilusiones de alguna manera, aunque no sé por qué aparecimos en un estadio ni qué quería él. Puede que quisiese hacernos sentir que nos vencía en nuestro propio terreno o algo similar… Si no hubiese sido porque la compresión acabó a tiempo, no sé qué nos habría pasado.
—¡Más razón para seguir entrenando! —contestó Mamoru inmediatamente—. No pudimos hacer absolutamente nada contra eso… ¡Tenemos que ser más fuertes!
Kanon estaba asombrado. A pesar de haber estado en peligro, a pesar de lo enfadado y frustrado que tendría que estar, todo lo que su bisabuelo tenía en mente era seguir haciéndose más fuerte. Notaba en su voz que, a pesar de todo, le encantaría volver a medir sus fuerzas con ese espectro algún día.
Estaba como una cabra, pero eso sólo hacía que le admirase todavía más.
Entonces, escucharon un pequeño gemido. Volvieron la cabeza justo mientras Shindou abría los ojos. Los dos se abalanzaron sobre él hasta que estuvieron incómodamente cerca de su cara.
—¡Hola! —dijo Mamoru sonriente—. ¿Estás bien?
—Eso… eso creo. ¿Dónde estoy?... —consiguió decir Shindou. Parecía que le costase hablar, como si tuviese la boca seca o no hubiese dicho nada en días.
—Estás en el parque de la torre —dijo Kanon rápidamente, sin dejarle tiempo a su abuelo para que contestaste—. Te encontramos tirado en el suelo, inconsciente, y hemos estado cuidado de ti. ¿Sabes qué te pasó?
Por una vez, Mamoru comprendió lo que estaba pasando y tuvo que admitir que "quedaste atrapado en una compresión temporal y estuviste en peligro de muerte" no era una manera muy acertada de hablarle en aquel momento. Se alegró de que Kanon se hubiese dado cuenta, porque él no tenía pensado suavizárselo en absoluto.
—No… —Shindou se sujetó la cabeza—. Pero muchas gracias por la ayuda —dijo con una pequeña sonrisa—. Aunque siento decir que la cabeza todavía me da vueltas… ¿Podéis ayudarme a ponerme en pie?...
Con cuidado, le sujetaron y le ayudaron a levantarse. Una vez dijo que se sentía preparado para mantenerse en pie solo, le soltaron por fin y Shindou pudo echarles un buen vistazo.
Se quedó mirando fijamente a Mamoru.
—Perdonad, pero ¿os conozco de algo? —preguntó.
—Ah, ¡n-no! ¡Perdona por no presentarnos! —Mamoru alargó la mano—. Me llamo Mamoru Endou y éste es Kanon. ¡Encantado!
Shindou le estrechó la mano mientras entornaba los ojos ligeramente. Aquel chico era tan parecido a su entrenador… Y tenía el mismo nombre, además. Se preguntó si sería su hijo o algún familiar suyo, pero, aun así, le pareció descortés hacer una pregunta tan personal a los pocos segundos de conocerle y se mordió la lengua.
—Yo soy Takuto Shindou. Muchas gracias por vuestra ayuda. Me da miedo pensar en qué podría haberme pasado si no me hubieseis encontrado.
—A nosotros lo que nos preocupa es qué te pasó a ti, Shindou-san —contestó Kanon—. Si te acuerdas de cualquier cosa, espero que nos lo digas.
—Por supuesto; es lo mínimo que puedo hacer. Pero, igualmente, si alguna vez puedo hacer algo por vosotros, decídmelo y acudiré.
—¡Te tomo la palabra, Taku-taku! —replicó Mamoru con una sonrisa.
Shindou entornó los ojos al oír "Taku-taku", pero un mote cariñoso era lo menos que podía permitirle a quien le había ayudado tantísimo sin conocerle siquiera.
—Shindou-san —dijo Kanon, interrumpiendo los pensamientos de Shindou—, es tarde. Debería volver a casa antes de que alguien se preocupe. ¿Cree que estará bien?
—Descuida. Soy más duro de lo que parezco —dijo con su habitual pequeña sonrisa.
Tras un breve y cortés gesto con la mano, Shindou se puso en camino. El parque se quedó todavía más desierto.
Mamoru miró a Kanon.
—Bueno, ya que estamos aquí… ¿Jugamos al fútbol?
Kanon suspiró profundamente.
—Creo que he tenido suficiente acción por un día, bisabuelo…
Ambos se despidieron y Mamoru se dirigió a su casa. Subió a su habitación y se tumbó en la cama con las manos tras la cabeza. El plan no acababa de convencerle: si el inicio había sido tan turbulento, nadie podía predecir qué más podría pasar. Aun así, conocer el fútbol del futuro le entusiasmaba como idea. Le daría una oportunidad a todo aquello. Después de todo…
¿Qué podría salir mal?
