-Así que lo que nos quiere decir, señora Kinney, es que su marido murió de...¿miedo?
-Sí, señor agente...-respondió la apenada mujer entre sollozos.
-Bueno, muchas gracias. - el joven moreno dió la mano a aquella señora y los dos hermanos salieron de aquella casa.
-Dean, ¿tú que piensas? -preguntó Sam a su hermano mientras se montaba en aquel viejo impala del 67.
-¿Que qué pienso? Pienso que aquí tenemos trabajo. -respondió el rubio.
Una vez en el coche, se dirigieron a la biblioteca a investigar sobre este raro suceso, ya que esto a lo que se enfrentaban era nuevo para ellos. Pasaron unas largas y aburridas horas allí metidos hasta que, la guapa encargada de la biblioteca, o por lo menos para Dean, avisó a los chicos de que tenían que marcharse, pues iban a cerrar.
-Tío, si llego a estar allí un minuto más, creo que habría mutado en una rata de biblioteca. -se quejó el mayor mientras iban camino a su hostal en el coche. -Y toda la tarde para nada. -volvió a quejarse.
-Oh vamos, pareces una niña. -rió el pequeño. -Mañana continuaremos con la investigación, a ver que encontramos.
Ya en aquel barato hostal, los dos hermanos fueron directamente a su habitación, sin cenar ni nada, estaban completamente cansados, aquellas horas en la biblioteca habían acabado con ellos.
-Hmmm, dulce placer de los dioses. -medio gimió Dean cuando se metió en aquella cama, que no sería de las mejores, pero calentita, era un rato. Aquel gemido de placer hizó reír a su hermano, que se dispusó a dormir.
-Buenas noches Sammy.- murmuró el rubio ya medio dormido. Minutos después,reinaba el silencio y la oscuridad en aquella habitación, solamente se escuchaban sus respiraciones tranquilas, ellos estaban tranquilos, o al menos, eso parecía.
