EL DESTINO DE
SHIKON
CAPITULO I
DOS SACERDOTISAS
Oculto en lo más profundo de las montañas, rodeado por árboles y montes, sobresalía una figura de madera, un fuerte, con una larga barda que protegía lo que en su interior se encontraba. De otro lado de la barda, se encontraba una aldea, provista de algunas casas, plantíos y demás; lo necesario para vivir. Como era de esperarse, esta aldea oculta entre los árboles no es un lugar común.
Este sitio ha existido durante años. Este es hogar de los Tajiya, gente entrenada desde pequeños para exterminar a las criaturas sobrenaturales que abundan en el mundo y que se dedican a traer desgracias a las personas. Los Exterminadores de Monstruos siempre han usado sus habilidades para el bien de los humanos, y siempre lo harán.
Siendo casi mediodía, vemos a los exterminadores ocupados en sus labores diarias. Un grupo de hombres se encuentra cortando el cuerpo de un monstruo muerto, una criatura larga y de color oscuro, usando una larga herramienta con filo. Era conocido por pocos, pero la mayoría de las armas que usaban los exterminadores se encontraban hechas con los cuerpos de las criaturas que ellos mismos eliminaban. Eso las hacía más resistentes y útiles contra sus enemigos. Claro que para convertir el cuerpo de un demonio en un arma para eliminar criaturas, se tenía que pasar por un largo proceso.
Supervisando la labor de los exterminadores, se encontraba un hombre, de piel ligeramente morena, cabello negro sujetado con una cola hacía arriba. Vestía un traje de color verde oscuro, y en su espalda traía un objeto alargado, similar a un boomerang. En su ceja izquierda, tenía una especie de cicatriz, de seguro hecha durante algún combate.
El hombre miraba al resto con mucha cautela y seriedad en su expresión. De pronto, notó como algo le subía por el cuerpo. Se trataba de un pequeño animal, similar a un gato pequeño, de pelaje en un tono entre amarillo y blanco, de ojos grandes y rojizos, y dos largas colas que se extendían hacía atrás. El hombre alzó su mano y con una sonrisa comenzó a acariciar la cabeza de la criatura.
- ¿Aburrida Kirara? – Le preguntó el hombre algo burlesco. La criatura respondió con un extraño sonido que salió de su boca.
- ¡Jefe Shako! – Escuchó de pronto que alguien le gritaba a sus espaldas. Al girarse, ve como dos hombres corren apresurados hacía él.
- ¿Qué sucede? – Les preguntó – ¿Por qué se ven tan exaltados?
- ¡Es la cueva señor! – Le contestó uno de ellos. Él se sorprendió al escuchar esto. – Por favor, venga con nosotros; algo muy extraño esta pasando.
Por su reacción, el Jefe sintió que de seguro pasaba algo grave. Sin espera, los siguió hacía donde ellos le indicaban. La criatura de dos colas seguía aún sobre su hombre izquierdo.
Cerca de ahí, se encontraba una cueva, con una pequeña entrada. Frente a la cueva estaban dos hombres armados con lanzas, que parecían resguardar el cuerpo de otra criatura que yacía en el suelo. Sin embargo, sus ojos no estaban en ese cuerpo, si no en la entrada de la cueva, pues parecía haber sido cubierta por un extraño resplandor azul.
El Jefe de los exterminadores llegó a lugar junto con los otros. Los hombres de las lanzas lo estaban esperando.
- ¡Jefe! – Dijo uno de ellos al verlo acercarse. Él se acercó hasta colocarse a su lado.
- ¿Qué cree que sea eso? – Le preguntó el otro, mirando hacía la cueva. El recién llegado se quedó viendo la entrada con cierto asombro.
- ¿Qué significa esto Jefe?
- No puedo equivocarme. – Dijo de pronto sin quitar sus ojos de la cueva. Sin embargo, en un segundo, volteó a ver de reojo a la criatura sobre su hombro – Esto fue causado por la Sacerdotisa Midoriko.
Todos los presentes se exaltaron al escuchar tales palabras por parte de su líder. Todos centraron su atención en ese resplandor azul de la entrada.
- ¿Midoriko? – Preguntó uno de ellos. – ¿No es la Sacerdotisa de quien se dice nació la Perla de Shikon?
- ¡Imposible! – Replicó otro – ¡Ella lleva muerta siglos¿Cómo es posible que haya causado algo como esto!
A pesar de las palabras de sus hombres, el señor Shako parecía estar convencido de lo que decía. En el interior de esa cueva, se encontraba la estatua de una mujer, que se encontraba rodeada por las figuras de varios monstruos. Esa estatua había sido en realidad el cuerpo de aquella sacerdotisa, que había estado en aquel sitio durante un largo tiempo. De pronto, el jefe baja su mirada y nota el cadáver que esta puesto frente a la cueva.
- ¿Y qué es eso?
- Sólo es algo que acabábamos de exterminar. – Le contestaron. – Era una mujer cienpies o algo así. Fue un problema, pero ya nos hemos desecho de la cabeza, así que ya debe de estar bien.
Shako miró con sospecha el cuerpo del cienpies. De pronto, tomó con su mano la cinta con la que sostenía el arma en su espalda y la retiró. Por reflejo, el gato de su hombro bajó de un salto. En ese momento, Shako encajó una de las puntas del arma en el cuerpo de la criatura, y luego la retiró con fuerza. Esto provocó que algo de la sangre de la criatura saliera volando en la dirección a donde había sacado su arma. Entre la sangre oscura, un objeto había salido con ella.
El objeto era circular, como una esfera. Estaba completamente cubierta por un resplandor negro, que brillaba como si se tratara de luz. Shako se agachó para tomarla y levantarla del suelo.
- ¿Qué eso? – Le preguntaron sorprendido.
- Es esto – Dijo Shako, viendo la esfera – El espíritu de Midoriko ha reaccionado a esto.
- ¡Jefe¿Usted cree que esto sea…?
- Sí. Esta es la primera vez que tengo la oportunidad de verla. – Shako alzó su brazo hacía arriba, levantando la esfera. – Esta es la Perla de Shikon.
Los hombres se quedaron asombrados al verla. No podían creer que estaban viendo la Legendaria Perla de Shikon. Era extraño¿Quién iba a decir que aún se encontraría tan cerca de su origen, no era raro que ese demonio hubiera sido tan difícil de derrotar. En ese momento, la criatura de dos colar que estaba a los pies de Shako, pareció reaccionar hacía algo. Sus pelos se pusieron de punto, y comenzó a gruñirle al cuerpo del cienpies.
- ¿Qué sucede Kirara? – Preguntó el Exterminador al ver su actitud.
De pronto, algo al frente tomó desprevenidos a todos. De entre los restos del demonio, una figura se alzó hacía arriba con gran fuerza.
- ¡Devuélvemela! – Gritó esa criatura mientras se alzaba. Parecía tener el cuerpo de una mujer, con piel blanca y cabello negro y largo. Sin embargo, la parte de debajo de su cuerpo, era el de un largo cienpies, y tenía seis brazos.
Al verla salir, todos los exterminadores retrocedieron, alejándose unos pasos de la criatura. Mientras se preparaban para atacarla, la criatura se alzó hacía el frente, directo hacía Shako. Él por su parte la cubrió con su arma como si fuera un escudo, pero luego ella se las arregló para rodearlo rápidamente con su cuerpo y apretarlo.
- ¡Desvuélveme la Peral de Shikon! – Le gritó la criatura, y en ese momento su rostro cambió de forma. De su boca salieron varios colmillos, mismos que se los encajó sin piedad en el hombro derecho, provocándole una grave herida.
- ¡Jefe! – Gritaron los otros al ver esto.
En ese momento, la criatura de dos colas corrió hacía donde estaba. Su cuerpo fue cubierto por completo por las llamas. En un segundo, las llamas se esfumaron, dejando en su lugar un enorme felino, con largos y afilados colmillos. La nueva criatura se alzó hacía el frente, mordiendo a la Mujer Cinpies en su largo cuerpo. La mujer gritó de dolor, soltando a Shako se su mandíbula y de su cuerpo.
Shako se alejó de la mujer con un salto. Mientras estaba en el aire, tomó su boomerang con la mano izquierda, lo jaló hacía atrás para agarras impulso, y luego lo tiró con fuerza hacía el frente.
- ¡Hiraikotsu! – Gritó el hombre. Su arma voló por el aire, directo hacia su objetivo. El boomerang cortó sin remedio el cuerpo de la mujer, dejando sólo la parte de arriba y un escaso pedazo de su cola.
El arma cayó clavada en el suelo, al mismo tiempo que la mujer cienpies de desplomaba. Shako puso una vez más su pies en tierra firme, teniendo su mano izquierda aferrada con fuerza a la herida de su hombro.
- ¡Jefe! – Gritaron el otros, acercándose rápidamente hacía él – ¿Esta usted bien!
Shako no les contestó. Alzó su mano hacía el frente, abriéndola. Aún tenía en su palma la Perla. La miró con mucho detenimiento, como admiración, con asombro y hasta con miedo.
- Este es el poder de la Perla de Shikon – Dijo de pronto – Mientras este objeto esté cerca, Ella seguirá reviviendo continuamente.
Shako alzó su mirada hacía el cuerpo de la cienpies. En ese momento, vio como sus ojos se volvían a abrir sin remedio, y una vez más se volvía a levantar, apoyándose en la tierra. La criatura volteó hacía todos lados, mirando con sus ojos blancos. Después de unos momentos, parecía que iba a escapar.
- ¡Ve por ella Kirara! – Le ordenó Shako al enrome felino. Sin demora, se fue detrás del cienpies, quien se perdía en el bosque. Shako siguió contemplando más tiempo la Perla en su mano. – ¡Demonio, Nosotros no poseemos el poder para contener las energías negativas de esta joya. – Shako cerró su mano, cubriendo con ella la Perla. Luego, trató de ponerse de pie, ayudado por sus amigos. – Necesitamos encontrar a alguien que posea los poderes suficientes como para purificarla…
(Días Después)
- ¡Hermana! – Gritaba alguien, y sus gritos volaban por aire, pero no recibían ninguna clase de respuesta.
El campo era realmente hermoso y tranquilo. Los prados estaban cubiertos de la verde vegetación, de planta y flores. Una brisa ligera soplaba en el sitio, moviendo delicadamente la hierba de un lado a otro.
- ¡Hermana! – Volvió a gritar, pero el resultado fue el mismo.
Se trataba de una niña de aproximadamente ocho años, de cabello negro y largo, vestida con un traje de color anaranjado. Corría por el campo con cierta preocupación, mientras seguía gritando la misma palabra.
No muy lejos de ahí, en un plano despejado del sitio, rodeada únicamente por un par de piedras sobresalientes, se encontraba la figura de una mujer. Era una joven alta, de piel pálida y de cabello oscuro y largo sujetado con una cinta blanca. Vestía un traje compuesto de un Haori de color blanco y un Hakama de color rojo. En su espalda, porta varias flechas y en su mano izquierda sostiene un arco. La joven esta de pie sin moverse ni hacer ni un solo ruido; parece estar esperando algo.
- ¡Hermana! – Escuchó que alguien gritaba a sus espaldas. En ese momento, al voltear por encima de su hombro, ve la figura de la misma niña de traje naranja, que corría hacía ella.
- No te acerques Kaede. – Le dijo con cierta severidad y ella se detuvo de golpe.
La mirada de la mujer frente a ella era fría, casi carente e cualquier expresión o emoción. La joven volteó de nuevo hacía el frente, mirando hacía el cielo. En ese instante, éste se comenzó a cerrar, cubriéndose por un conjunto de nubes oscuras. Todo el pacífico aire que rodeaba al campo en ese momento cambió a uno denso, oscuro, lleno de energías negativas
- ¿Qué es eso! – Dijo la niña al ver que esto pasaba.
- Esta pequeña es tu hermana menor¿No es así Kykio? – Escuchó de pronto que una persona decía cercana a ella.
Rápidamente alzó su mirada hacía una de las rocas que estaban en el campo. Parada sobre ésta, se encontraba una mujer, de cabello negro y largo, vestida con un traje de color azul oscuro. En su mano derecha sostenía una lanza larga de mango rojo y una cuchilla en la mano. Su piel era blanca y su sus labios estaban adornados con un color rojizo.
La sacerdotisa en la puerta volteó a verla con una mirada algo penetrante. La joven se puso muy nerviosa al verla.
- "Esta persona…" – Pensó la joven al reconocerla.
- Por un momento pensé que me dejarías sola. – Mencionó la joven de blanco, al tiempo que tomaba una de las flechas que traía en su espalda y se preparaba para disparar.
- Seré mala, pero no maldita. – Le contesta la otra mientras tomaba su arma con ambas manos.
- Eso lo dudo mucho. – Comentó con una sonrisa burlona en su rostro.
De pronto, como si en el cielo se abriera un gran agujero, se comenzaron a ver diferentes figuras que descendían con rapidez hacía ellas. Eran varias criaturas, de cuerpos diferentes, la mayoría eran largos y oscuros. Todos ellos eran seres sobrenaturales, espíritus y monstruos. La pequeña retrocedió un poco al verlos, mientras las otras dos se quedaron de pie.
La sacerdotisa de blanco soltó su flecha y ésta salió volando con fuerza hacía las criaturas. La flecha había sido cubierta con un fuerte resplandor, mismo que pareció estallar en el aire y destruir a cuanto ser tocaba. La niña miraba esto con gran admiración.
- Para esto es para lo que realmente somos buenas. – Dijo la otra sacerdotisa con emoción en su tono.
Varias de esas criaturas se aproximaban hacía ella. Sin bajarse de la piedra, sostuvo su lanza hacía el frente y comenzó a darle vueltas con fuerza usando sus dos manos. La lanza pareció cubrirse también con un resplandor parecido al de las flechas. Toda criatura que se le acercaba se hacía pedazos al estar en contacto con su arma. Después de unos momentos, dio un salto hacía el frente, bajándose de la roca. Algunas criaturas se precipitaron hacía el lugar en el que ella estaba, volviéndolo pedazos.
Al mismo tiempo, la otra arrojaba sus flechas consecutivamente, destruyendo a las criaturas una por una. Su acompañante se abrió paso entre las criaturas usando su lanza hasta llegar a donde estaba. Una vez juntas, cada una se paró espalda con espalda. Sus enemigos parecían comenzar a rodearlos.
- Para un número tan alto de criaturas te deben de odiar Kykio. – Mencionó la joven de traje oscuro con algo de burla.
- ¿A mí? – Preguntó antes de disparar otra de sus flechas y destruir a una serpiente larga que se aproximaba a ellas. – Tú eres menos agradable.
Dos criaturas se les acercaban por los costados. Ambas se quedaron de pie por unos momentos, como esperando a que las criaturas se acercaran. Como si se hubieran puesto de acuerdo, ambas se voltearon al mismo hacía los dos monstruos. Una cortó a uno de ellos con su lanza, y la otra se encargó del otro, golpeándolo con su arco. Ambas criaturas fueron destruidas de inmediato, acabando así con sus objetivos.
La pequeña niña de traje naranja miraba a ambas con unos ojos grandes y llenos de admiración. No podía creer lo fuerte que eran esas dos sacerdotisas.
- "¡Ella es la señorita Tsubaki!" – Pensó sin perder el asombro en sus ojos. – "¡Mi hermana Kykio y la señorita Tsubaki son las mejores sacerdotisas del mundo!"
En una aldea un tanto alejada, la mañana transcurría con normalidad para todos sus habitantes. Lo único singular que estaba ocurriendo era que acababan de recibir la visita de un misterioso viajero. Este se encontraba sentado en la banca exterior de un restaurante. Al tiempo que comía su platillo, conversaba con dos hombres que estaban sentados con él.
- ¿La Perla de Shikon dice? – Preguntó uno de los hombres con asombro.
- Sí, así es¿Ha oído hablar de ella? – Le contestó él, mientras probaba algunos bocados.
- No lo creo. Pero sí lo que busca es una joya, no creo que vaya a encontrar muchas por aquí.
- ¿Así que no sabe nada, bueno es una lástima.
El tono del sujeto era algo despreocupado, casi burlesco. Su cabello era en un tono castaño oscuro, largo hasta sus hombros, y se encontraba vestido con una armadura de color verde.
- Mejor cambiaré la pregunta¿Sabe algo de la Sacerdotisa Midoriko? – Preguntó en cuanto terminó de comer.
- ¿Midoriko?
- Escuché que ella frecuentaba mucho estos alrededores en sus recorridos, y que en este sitio era muy bien recibida¿acaso me equivoco?
- No, de hecho no – Le dijo el señor – Como usted lo dijo, se dice que la famosa Sacerdotisa Midoriko venía muy a menudo a este sitio junto con su acompañante. Era una mujer muy buena. Nos ayudaba con tanto problema se nos presentaba. Era talvez la mejor sacerdotisa de todas. Pero eso fue hace ya mucho tiempo.
El viajero se quedó en silencio, escuchándolo. Se vio como una sonrisa se dibujaba en su rostro ante lo que le estaban diciendo.
- Sí, estaba consciente de eso – El viajero se puso de pie y tomó su espada con la mano derecha – Al igual que estaba consciente que en el último viaje que se le vio convida, la vieron pasar por este pueblo; ¿No sabe a donde se dirigía?
- Bueno… - El anciano se puso de pie y extendió su mano hacía las montañas a lo lejos – Se dice que se dirigía hacía aquellas montañas, pero que nunca regreso. Nadie sabe con seguridad que pasó en aquel sitio. Pero la verdad no sé que relación pueda tener con la joya que usted busca.
- Más de la que usted cree – Le contestó mientras emprendía la marcha.
- Esperé – Lo detuvo el hombre – Esas montañas es el territorio de los Tajiya, los Exterminadores de Monstruos.
- ¿Exterminadores?
- Si desea algo de información, puede que ellos lo ayuden.
- Lo tendré en mente, gracias.
El viajero colocó su espada en su costado izquierdo y comenzó a caminar en dirección a las montañas. Los dos hombres se le quedaron viendo hasta que lo perdieron de vista.
- Qué chico más misterioso – Mencionó uno de ellos – Y su nombre era realmente extraño¿cómo dijo que se llamaba?
- No estoy seguro… pero creo que dijo algo como "Onigumo"…
En un bosque alejado de ese sitio, un árbol era derrumbado con fuerza por una criatura que caminaba por ahí. Era un ser de gran tamaño, de piel oscura y negra, de un solo ojos de color rojo, cuernos y cabello en un tono morado que le salía hacía atrás. La criatura abrió su gran boca, mostrando sus grandes y filosos colmillos.
- ¿Dónde estás! – Gritó con fuerza con una voz que parecía rayo. – ¿A dónde rayos te metiste?
El ser miraba hacía todos lados, tratando de ver a la persona que buscaba. De pronto, una figura se movió velozmente entre los árboles a sus espaldas. El ser lo sintió y de inmediato se giró hacía esa dirección, pera ya no había nada.
- ¡Estoy aquí! – Escuchó en ese momento que una voz le gritaba sobre él.
Una silueta oscura se encontraba suspendida en el aire, enmarcada por la luz del sol justo a sus espaldas.
- ¡Garras de Acero! – Gritó el extraño, al tiempo que descendía hacía él.
La garra derecha del chico se cubrió por un destello de color dorado. La garra atacó con fuerza al ser de piel oscura, cortándolo justo por la mitad de la cabeza a los pies. Al tiempo que los pies del atacante tocaban suelo de nuevo, el cuerpo sin vida de la criatura caía sin remedio.
El atacante se alzó, parándose con firmeza. Era un chico de cabello albino y largo. Por encima de su pelo, se veían sobresalir un par de orejas en forma de orejas de perro. El chico vestía un traje completamente de rojo. El chico miró con detenimiento la garra con la que había atacado, mirándola con dureza. En ese momento, escuchó como unos pasos se acercaban a él.
- ¡Tú híbrido! – Escuchó de una voz le decía a sus espaldas. Caminando hacía él, se encontraban más seres como el que acababa de exterminar.
- ¡Grupo de tontos! – Les gritó con fuerza girándose hacía ellos. – ¿Acaso tienen deseos de morir!
Una vez acabada su misión, las dos sacerdotisas se retiraban del sitio de la pelea, acompañados claro por la pequeña que las seguía. El nombre de ambas mujeres era muy reconocido por toda la región, y todo eso gracias a sus grandes poderes. Kykio y Tsubaki, ambas eran consideradas dentro de las mejores sacerdotisas. La niña que las acompañaba se llama Kaede; era la hermana menor de Kykio y entrenaba para convertirse también en sacerdotisa.
- ¿Te parece correcto haber traído a tu hermana menos a un sito de batalla como éste? – Le preguntó Tsubaki con algo de burla en su expresión, mientras volteaba a ver a la niña de reojo.
- No te preocupes por eso. – Le contestó con cierta indiferencia ante su pregunta.
- Es tan típico en ti. Nunca hay algo que te moleste o te perturbe. Se ve que eres una verdadera Sacerdotisa de Hielo.
Kykio seguía caminando sin importarle mucho las palabras de su acompañante. Era típico el verla tan tranquila y con una expresión fría. El decirle "Sacerdotisa de Hielo" era muy acertado por parte de Tsubaki.
- Señorita Tsubaki¿vendrá con nosotras a nuestra aldea? – Escuchó que le preguntaba Kaede.
- No veo porqué no. – Contestó – Después de todo, hace mucho que no veía a esta cara piedra
- ¿Cara de piedra¿Lo dices por mí? – Preguntó algo extrañada Kykio.
- Eres tan pálida como yo, pero por lo menos yo me cuido de verme bien.
- Si ponerse eso en la cara es verse bien.
- No pareces una joven de 17 años Kykio…
Kaede miraba como ambas jóvenes platicaban al tiempo que marchaban hacía su destino. Tsubaki parecía más abierta y directa, algo muy diferente a su hermana Kykio que era más seria y callada. Aunque Kykio parecía siempre tan fría, aún así cuando platicaba con Tsubaki se le veía algo de vida. De pronto, de un momento a otro, Kaede vio como del tono amigable que llevaba Tsubaki cambiaba a uno más serio.
- Por cierto Kykio, hay algo que quería comentarte. – Le mencionó la sacerdotisa con algo de reserva. Kykio se extrañó al ver este cambio.
- ¿De qué se trata?
- Es algo que sucedió en el templo antes de que me marchara para acá. – Tsubaki guardó silencio unos momentos. – Un grupo muy extraño fue a ver al Gran Maestro.
- ¿Al Maestro¿Quiénes eran?
- No estoy segura. Se encontraban vistiendo ropas muy extrañas, y además traían consigo unas armas que parecían hechas con… restos de monstruos. – Kykio pareció reaccionar el escuchar esto último.
- ¿Tajiya? – Preguntó la sacerdotisa de blanco.
- Eso mismo pensé. Pero no sé que pudieran hacer los Exterminadores de Monstruos en el templo. Pero hubo otra cosa que me llamó más la atención. Uno de ellos parecía traer algo envuelto en una manta oscura.
- ¿Qué quieres decir con algo?
- No lo vi porque lo tenían cubierto. Pero parecía ser un objeto pequeño y redondo que despedía una fuerte cantidad de energía negativa. Sólo había sentido ese tipo de poder en un demonio.
Al parecer Kykio se quedó muy pensativa ante lo que Tsubaki le acababa de comentar. Al igual también Tsubaki se había quedado pensando en lo mismo.
- "¿Un objeto pequeño y redondo con una gran energía negativa?" – Pensaba Kykio confundida. – "Me pregunto qué habrá sido…"
En ese instante sintió como una gota de lluvia caía sobre su mejilla. Rápidamente alza la mirada hacía el cielo, el cual estaba completamente cubierto por las negras nubes.
Uno de los árboles era destruido al recibir uno de los ataques de las poderosas garras de la criatura. El chico vestido de traje rojo se encontraba suspendido en el aire después de esquivar el golpe que iba para él.
- ¡No puedes escapar de nosotros Híbrido! – Le gritó la criatura.
- ¡Pagarás por la muerte de nuestro hermano! – Le dijo el otro.
- ¡Eso lo veremos! – Les gritó él, mientras se impulsaba con su cuerpo hacía el frente.
El chico cayó de pie en el pasto, justo detrás de ellos. Una de las criaturas se lanzó hacía él, atacándolo con su garra derecha. El chico dio un salto hacía atrás, haciendo que la garra chocara contra el piso. El golpe levanto algunas piedras y trozos de tierra. Con gran agilidad, el chico se impulso en las piedras que se habían levantado, hasta colocarse frente al ser.
- ¡Garras de Acero! – Gritó al tiempo que se lanzaba hacía él, atacándolo justo en su ojo.
El ojo del ser comenzó a sangrar, mientras él se retorcía por el dolor de la herida que había recibido. Después del ataque, el joven se colocó a sus espaldas. Su enemigo se iba balanceando totalmente ciego hacía atrás. El chico se volví a elevar de un salto hasta colocarse justo a la altura de su cabeza. Luego, extendió con fuerza su pierna derecha al frente, golpeándolo con una patada en la nuca. El golpe hizo que saliera volando hacía el frente, chocando contra una roca que estaba frente a él.
- ¡Te lo merecías! – Le gritó después de hacer un ataque exitoso.
Sin embargo, mientras les estaba dando la espalda a los otros, uno de ellos se había colocado justo detrás de él. Cuando lo notó, la criatura tenía su garra alzada, listo para atacarlo. Trató de impulsarse hacía el frente para escapar del golpe, pero era ya tarde. Aunque pudo evitar que le hiciera un daño grave, la garra su alcanza a lastimarle su brazo derecho, abriéndole una gran herida.
- "¡Maldición!..."
La lluvia se soltó con fuerza cuando menos lo esperaban. Las tres jovencitas se encontraban refugiadas bajo las hojas de un amplio y frondoso árbol, esperando a que la lluvia cesara y poder continuar con su camino.
- Desde muy temprano se veían algunas nubes en el cielo – Mencionó Tsubaki, viendo hacía arriba.
- No hay problema. Se acabará en unos momentos.
Todos se quedaron en silencio, simplemente esperando. Tsubaki tenía su lanza sostenida a sus espaldas. De pronto, Kykio vio como su compañera tomaba su arma y la estiraba hasta el frente. Algunas gotas de agua cayeron sobre la hoja y luego lo trajo hacía sí para limpiarlo con la tela de su traje. Kykio creyó que simplemente quería limpiar su lanza. Sin embargo, la sacerdotisa se vio muy extraña al ver como colocaba la hoja de la lanza frente a su rostro y la miraba con mucho detenimiento.
- Mira Kykio. – Le dijo sin quitar sus ojos de la lanza. De pronto, se acercó a ella y movió la lanza de tal manera que ambas pudieran ver la hoja.
Kykio no estaba segura de que quería. Entonces, cuando colocó sus ojos en la lanza, vio cual era su intención. Había puesto la hoja como si se tratara de un espejo. Ahora el rostro de ambas se encontraba reflejado en ella.
- Creo que yo conozco a esas dos hermosas jovencitas. – Mencionó Tsubaki, viendo el reflejo.
- ¿Te han dicho que eres muy superficial Tsubaki? – Le comentó la sacerdotisa.
- ¿Superficial, vamos Kykio no seas así. Después de todo en este momento somos dos jóvenes y hermosas mujeres.
- Tsubaki, nosotras no somos dos mujeres. – Le contestó con frialdad, girando su vista hacía otro lado. Tsubaki se quedó asombrada ante ese comentario.
- ¿Y entonces que somos? – Le preguntó. Kykio se quedó unos momentos en silencio antes de responderle.
- … Somos dos Sacerdotisas…
Aún debajo de la lluvia, la pelea entre los demonios seguía. Ahora sólo seguían dos de esos seres, que seguían atacando al joven de traje rojo. Éste tenía su mano aferrada a la herida de su brazo, mientras esquivaba los golpes del demonio.
- ¡Ya verás! – Le gritó con furia. En ese momento, el chico pareció clavar sus garras en la herida que le habían hecho, llenándolas de su propia sangre. – ¡Garras de Fuego!
El chico abalanzó con fuerza su mano hacía el frente. De las gotas de su sangre, parecieron surgir un gran número de cuchillas de color rojo, que volaron por el aire directo a la criatura. Las cuchillas lo golpearon de frente, haciéndole varias cortadas consecutivas.
Una vez que se lo había quitado de encima, el chico se elevó de nuevo hacía el cielo, aún teniendo todas las gotas de lluvia sobre si mismo. Igual que como lo hizo con el primero, jaló sus dos garras hacía atrás y luego hacía abajo. Sus manos se cubrieron de un resplandor dorado.
- ¡Garras de Acero!
Con cada garra acabo con uno de los demonios, cortándolos con su técnica para antes de que tocara el suelo. El chico se quedó semiarrodillado en el suelo, aún después de terminar la pelea. La lluvia parecía comenzar a lavar su herida. De pronto, acercó su mano derecha de nuevo hacía su brazo con un gesto de dolor. Luego, a duras penas trató de ponerse de pie.
- "¡Demonios!" – Pensaba el chico. – "¡Esto fue provocado por esas basuras! No puedo seguir así. Necesito hacerme más fuerte… ¡fuerte!… necesito… más poder…"
