NOTA DE LA AUTORA:
El mundo que voy a describir en mi fanfic está basado en la Tierra X que conocimos en el crossover de las series DC, y en lo que conozco de la Tierra X de los cómics. Y a esa mezcla, le he añadido cosas de mi imaginación, así que habrá de todo un poco. Pero aviso ya que es un fanfic de Supergirl, así que utilizo a sus personajes, no esperéis ver a las Leyendas, Flash o Arrow por aquí (exceptuando a Sara Lance y Leo Snart quizá en un futuro).
CAPÍTULO 1: ESPERANZA
Los Luthor ocuparon sus asientos en uno de los coches más grandes que poseían. James Olsen, su chófer, cerró la puerta tras subir Lena, la integrante más joven de la familia, y le dedicó una sonrisa educada antes de ocupar su puesto y arrancar el motor. Lena odiaba el plan social al que iban, pero ya se había escabullido las últimas dos veces, no podía haber una tercera, resultaría sospechoso, incluso peligroso. Sólo había una cosa peor que ser rechazado por el régimen, y era ser traidor al régimen, no había piedad alguna para los traidores.
Maxwell Lord, el científico más importante del ejército nazi, y su esposa, Verónica Sinclair, los habían invitado a una tarde de acción, como ellos las llamaban. La joven Luthor prefería llamarlas "tardes de matanza", porque nunca se trataba de luchas justas. Aquel matrimonio era tan sádico como fiel al emperador alemán y contaba con su amistad. A pesar de todo, Lena sabía que era afortunada, pertenecía a la nueva aristocracia, formada por los diplomáticos y gobernantes y los altos cargos del ejército. Disfrutaban de bastante impunidad, más libertad y privilegios, a diferencia de la gente de a pie.
Lena miraba a través de la ventanilla, las calles de Berlín, las personas que caminaban por las aceras, los vehículos que pasaban a su lado… Todo parecía tan normal, tan tranquilo. Parecía reinar la paz, pero Lena sabía que no era una paz libre, sino forzada, de sometimiento, y cada persona optada por vivirla de una manera. Mucha gente se conformaba con vivir como el régimen permitía, cumpliendo cada una de sus leyes y mirando a otro lado ante el trato que recibían los diferentes. Otros hacían sus vidas dentro del sistema, aunque lo criticaban en la intimidad, pero no tenían el valor o la posibilidad de enfrentarse. De entre ellos, algunos incluso se arriesgaban a hacer cosas prohibidas, como amar a personas de otras razas o del mismo sexo, llegando a existir locales secretos donde reunirse. Y quedaban unos pocos que luchaban activamente contra el régimen, sin mucho éxito hasta entonces, los rebeldes, agrupados en equipos que se bautizaban de diferentes maneras. La joven Luthor paseaba sus hermosos ojos verdes de un peatón a otro, preguntándose qué tipo de vida llevaba cada uno.
Lena se alegraba de que James no tuviera permitido el acceso a la residencia de los Lord-Sinclair debido al color de su piel. Así se ahorraba presenciar aquellos horribles combates que a ella le revolvían el estómago. Verónica Sinclair, la anfitriona, se presentó como Roulette a los invitados, el sobrenombre que le gustaba utilizar cuando se convertía en la presentadora de los combates. Maxwell la miraba con devoción, sin duda, eran el uno para el otro.
―Esta tarde, mis queridos amigos, disfrutaremos de la presencia y las habilidades bélicas de Mon-El, uno de los soldados más grandes del imperio ―anunció con entusiasmo―, va a darles una lección a un grupo de indeseables.
La joven Luthor la corrigió en su cabeza. Mon-El no era ningún héroe de guerra, sino una máquina de matar, y aquellos a los que llamaba indeseables, un atemorizado grupo de hombres negros, asiáticos y homosexuales que no tenían ninguna oportunidad de vencer a su contrincante. Pero tampoco tenían oportunidad de escapar o negarse a combatir, porque eso significaba la muerte. Después de que Mon-El matase a uno y dejase en coma a otro de los hombres, el resto se lanzó a por él a la vez. No servía de nada. Lena, asqueada con aquel espectáculo, dejó ir a su mente muy lejos de allí, hasta un lugar donde disfrutaba de tardes realmente agradables y divertidas con sus amigas Sam y Kara.
AÑOS ANTES…
Como muchas tardes, Lena se había reunido con sus mejores amigas en el bonito jardín de la casa de los Danvers. Se conocían desde hacía años, y aunque Sam y Kara tenían dos más que Lena, habían conectado de una manera muy especial. A los Luthor les disgustaba esta amistad, porque consideraban a las dos niñas de clase inferior, puesto que sus familias eran mucho más humildes que la suya, pero permitieron la relación porque sólo eran niñas, fue una concesión, seguros de que en el futuro, cuando Lena creciese, harían lo posible para que su hija sólo se relacionase con gente de su nivel.
Las tres se volvieron casi inseparables, y disfrutaban de compartir muchas horas juntas. A veces charlando animadamente, contándose las novedades de sus colegios, comentando películas, bailando… otras, cada una en su mundo, pero juntas, siempre juntas. Lena Luthor demostró un temprano interés por la tecnología, y solía inventar pequeños artilugios. Samantha Arias leía libros antiguos, le fascinaba la historia y siempre tenía en mente investigar sobre su familia biológica, pues sabía que era adoptada. Kara Danvers, que también era adoptada, pintaba y escribía historias, le apasionaba escribir. Lo cierto era que las tres destacaban académicamente, especialmente Lena. Por su parte, Sam y Kara también lo hacían en los deportes, ambas poseían cuerpos atléticos, como si hubieran nacido para convertirse en deportistas de élite. Aunque no lo confesaba, Lena sentía un poco de envidia, pero pronto comprendería la condena que suponía en aquel mundo destacar en todos los aspectos.
Cada año, el gobierno organizaba pruebas y exámenes físicos y psicológicoss para los adolescentes alemanes y de otros países conquistados que tenían dieciséis años o más, y no pertenecían a la aristocracia. Cuando daban con gente óptima, les obligaban amablemente a unirse al ejército nazi, para servir a la madre patria y al orden del imperio. Lo disfrazaban de un gran honor, pero la triste realidad era que nadie podía negarse, salvo que quisiera acabar muerto.
—Van a volver a realizar los malditos exámenes de aptitud —anunció Kara molesta ajustándose las gafas.
—No me apetece nada hacerlos… pero quizá el cielo me escuche y obtenga malos resultados —añadió Sam— Tienes suerte de ser una Luthor, Lena, no van a reclutarte.
—¡Me da igual, si os reclutan a vosotras, me ofreceré voluntaria! —chilló Lena en un arrebato. Sus amigas se rieron.
—Claro que sí, Lena —dijo Kara con una gran sonrisa mientras apoyaba la mano sobre su cabeza como si Lena fuera más pequeña de lo que realmente era.
«Tengo casi catorce años, ¿es que nadie se da cuenta?», pensó la joven Luthor.
Kara y Sam tenían ya dieciséis años, además, las dos le sacaban unos cuantos centímetros en estatura. Lena bufó con resignación ante la divertida mirada de sus amigas.
―¡Chicas, ¿os apetece algo de merienda?! ―exclamó Alex Danvers, la hermana mayor de Kara, desde la puerta de la casa.
―¡A mí sí, me muero de hambre! ―contestó su hermana de inmediato.
―Yo también quiero comer algo ―dijo Sam uniéndose a Kara.
―¿Por qué coméis tanto? ―preguntó Lena frunciendo el ceño―, seguro que por eso sois tan altas.
Las tres se echaron a reír y se apresuraron a entrar en la cocina para devorar lo que Eliza Danvers les había preparado.
Tres meses después, se confirmaron los peores temores de Sam. Tanto ella como Kara habían obtenido unos excelentes resultados en todas las áreas y las malditas cartas de reclutamiento llegaron a sus casas. Pero había más, sus excepcionales resultados las convertían en candidatas idóneas para el programa especial.
La madre adoptiva de Sam no dudó en entregarla al ejército, le ofrecían una elevada suma de dinero como agradecimiento por su aportación al imperio. Sam sintió como si la estuviera vendiendo y dejó de sentir el escaso cariño que sentía por su fría madre adoptiva. Sin embargo, la reacción de los Danvers fue muy diferente. Conocían historias de otros muchachos que habían sido reclutados para aquel programa especial y habían desaparecido. Era como si se los hubiese tragado la tierra, sus familias nunca volvieron a saber de ellos. Se negaron a entregar a Kara, y recibieron amenazas de muerte avaladas por la ley que regía el imperio nazi. Nadie tenía derecho a negarse a hacer lo que era mejor para el régimen, para su gente, para la madre patria. El día que los soldados se presentaron en su casa para recoger a Kara, Jeremiah Danvers trató de oponerse a ellos.
―¡No vais a llevaros a mi hija! ―bramó el hombre con rabia.
―Admiro el amor que le tiene a su familia, doctor Danvers, pero le aconsejo que piense en qué es lo mejor para ellas, no querrá convertirlas en viuda y huérfanas ¿verdad?
El soldado no se molestó en disimular su amenaza. Pero Jeremiah forcejeó con ellos cuando uno agarró del brazo a Kara, y acabó recibiendo un fuerte golpe de la culata de un fusil. Eliza y Alex se agacharon a ayudarlo y Kara lo miró con agradecimiento y profundo amor en sus ojos azules. No podía permitir que su familia sufriera ningún daño por su causa, así era ella.
―Por favor, papá… me habéis cuidado durante toda mi vida como si fuera vuestra hija de sangre, no me debéis nada, no podría haber sido más feliz… ―Sus padres y su hermana la miraban con lágrimas en los ojos― Todo va a salir bien.
―No os la podéis llevar… ―musitó Alex con voz temblorosa― Es mi hermanita…
Kara tiró del soldado y pudo llegar hasta Alex y abrazarla con fuerza.
―Cuida de nuestros padres por las dos ―susurró en su oído para que sólo ella lo escuchase―, y dile a Lena que… que se cuide mucho y que nunca la voy a olvidar.
Se volvieron a abrazar, después, Kara se agachó junto a sus padres y los abrazó también.
―No cambies, Kara, por favor, no te conviertas en uno de ellos ―rogó su padre sin dejar de llorar.
Aquel día, Lena tuvo un mal presentimiento y acabó llamando a casa de los Danvers. Le contestó Eliza sollozando. La joven Luthor no necesitó más que unos segundos para comprender lo que había pasado. Se las habían llevado y ni siquiera había podido despedirse de ellas. Se las habían arrebatado. Le habían quitado a sus mejores amigas, las personas que más color y calidez aportaban a su vida… y a su primer amor, aunque no estaba segura de que ella lo supiera. Lena se sintió huérfana a pesar de tener padres, se sintió perdida, a pesar de tener el futuro bien trazado, se sintió vacía, a pesar de disfrutar de pertenecer a una de las familias más influyentes del imperio. Su mundo se volvió gris y frío. El único consuelo que le quedó fue pensar que se las habían llevado a las dos, al menos se tendrían la una a la otra.
Lena siguió creciendo con aquella dolorosa ausencia, sintiendo siempre como si le faltase una parte de sí misma. Se volvió más seria y retraída, y la cosa empeoró cuando comprendió que ella no era como debía ser, sino como algunas de las personas que el régimen condenaba de manera implacable. Le atraían las mujeres, no los hombres, pero había sabido mantenerlo en secreto para estar a salvo incluso de su familia, clasistas, racistas y homófobos confesos.
Aunque en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, la homosexualidad femenina había sido bastante pasada por alto, debido a que las mujeres eran consideradas inferiores y nunca fueron vistas como una amenaza, en las últimas décadas eso había cambiado. Ahora, la ley condenaba por igual a ambos sexos, y la homosexualidad se consideraba un crimen atroz para el régimen, que necesitaba hombres y mujeres que procreasen soldados y mantuvieran el orden de la familia nazi. Una familia de férrea jerarquía en la que el hombre estaba por encima, la mujer por debajo y los hijos siempre a disposición del régimen, para que los utilizase de la forma que más conviniese al imperio.
La joven Luthor era consciente de lo injusto y miserable que era el mundo en el que había nacido, y se sorprendía porque nadie a su alrededor parecía darse cuenta. Sin embargo, el destino quiso que conociese a un grupo de valientes que se hacían llamar los "guerreros de la libertad" y con ellos descubrió el propósito de su vida, luchar contra el régimen nazi desde la posición privilegiada de pertenecer a su aristocracia. Se había convertido en espía.
El estruendo de los aplausos a su alrededor sacó a Lena de sus pensamientos. El vergonzoso espectáculo había terminado. Los Luthor se despidieron del matrimonio Lord-Sinclair por un rato, puesto que volverían a verse en la cena de gala que se celebraba en el palacio del emperador aquella misma noche.
―¿No te han gustado los combates de hoy? ―preguntó Lex a su hermana.
―¿Qué combates? ―replicó Lena―, yo no he visto ningún combate, sólo a un… tipo dando una paliza a otros tipos. ―Lena se mordió la lengua para no hablar de más. Ya era bastante incómodo que su gente supiera que no le gustaban esas cosas, como para que encima pensasen que además las veía injustas y crueles.
―No entiendo cómo no puede gustarte ver a un glorioso soldado nazi machacando a nuestros enemigos ―exclamó con la mirada encendida.
«¿Nuestros enemigos?, ¿esos pobres hombres indefensos y sin culpa de nada?», se dijo a sí misma Lena.
―Al menos te habrás fijado en lo guapo que es Mon-El, ¿no? ―dijo de pronto su madre, Lillian Luthor―, Verónica no exageraba ni un poco cuando habló de él.
―Querida, estoy aquí ―anunció su marido, Lionel Luthor.
―Sabes que sólo bromeo, querido ―aseguró Lillian―, pero me gusta que Lena tenga la oportunidad de conocer hombres guapos e interesantes.
«¿Interesante un mercenario sin alma?, no, gracias», pensó Lena.
La joven Luthor desvió la mirada y se encontró con los oscuros ojos de James en el retrovisor del vehículo. Sólo unos segundos, pero le bastaron para saber que su chófer veía su disgusto y además lo compartía. Suspiró y dejó la mirada perdida a través del vidrio de la ventanilla, volviendo a sumirse en sus recuerdos y pensamientos.
Ayudada por los "guerreros de la libertad", Lena logró rescatar a Sam de las garras de los científicos y militares nazis seis años atrás, pero no logró hacer lo mismo por Kara, que había sido trasladada a otros laboratorios. Lena maldijo su suerte y siguió buscándola durante años, hasta que empezó a darse por vencida. Había pasado mucho tiempo, Kara podía estar incluso muerta, eso creían algunos. La joven Luthor nunca aceptó esa posibilidad, pero sí se resignó a no volver a verla nunca más, aunque no a olvidarla, eso era imposible.
Cuando llevaron a Sam al DEO, nombre que puso a su refugio el grupo de rebeldes, ya no era la chica que Lena recordaba. Las duras experiencias vividas durante años la habían marcado. Necesitó meses para comportarse con cierta normalidad. Tampoco su cuerpo era como antes. Tras los experimentos sufridos, había adquirido poderes increíbles, convirtiéndose en Reign, como la habían bautizado en los laboratorios. Estaba destinada a ser una de los mejores soldados del régimen, pero había cambiado de bando gracias al empeño de Lena en buscarla y rescatarla.
Desgraciadamente, de todos los adolescentes víctimas de aquellos experimentos, al menos dos habían alcanzado el nivel de Reign, se trataba de Mon-El y Overgirl, convertidos ya en iconos del ejército nazi. Sin embargo, eso no disuadió a los rebeldes de lanzar una gran ofensiva, con Reign a la cabeza, contra el imperio. Lo habían planeado durante años, estaban más preparados y mejor organizados que nunca. Por primera vez en la historia, tenían verdadera esperanza de triunfar.
Atacaron en pleno Berlín, tratando de acercarse lo más posible al palacio del emperador, pensando que si lo mataban a él, todo el régimen se tambalearía. Pero tras unas horas de contienda, Morgan Edge, capitán de las SS y mano derecha del emperador, los sorprendió accionando algún tipo de mecanismo o implante en el cuerpo de Sam que le arrebató, en apenas instantes, todos sus poderes. Mon-El y algunos soldados se bastaron para barrer la rebelión en pocos minutos. Los "guerreros de la libertad" tuvieron que retirarse, con un fracaso más a sus espaldas, quizá el más doloroso, porque nunca habían estado tan cerca del éxito. Lena agradeció que pudieran llevarse con ellos a Sam. Pero su amiga no se alegraba de seguir viva, la rabia consumía toda su energía, no se perdonaba el haber sido tan fácilmente neutralizada por sus enemigos, lo que había supuesto la muerte de algunos compañeros y la derrota del todo el grupo. Habían pecado de ingenuos. Los nazis no estaban dispuestos a permitir que sus mejores armas se volvieran contra ellos, lo habían dejado muy claro con Reign.
Habían pasado ya cinco meses desde aquello, pero el grupo de rebeldes seguía desmoralizado. No veían opciones si ya ni siquiera contaban con el poder de Reign. Lena tampoco tenía mejor ánimo. Aquellos malditos llamados nazis, no sólo eran diabólicos, sino también inteligentes… y muy poderosos. La joven Luthor contemplaba desde el vehículo ya detenido una estatua colosal de Overman, el máximo símbolo del poder y la victoria nazi siete décadas atrás, que presidía los inmensos jardines de palacio. Gracias a la tecnología de su planeta natal, Krypton y al inmenso poder que aquel hombre poseía en nuestro planeta, el ejército nazi se impuso fácilmente a sus enemigos durante la Segunda Guerra Mundial, y el destino de toda la humanidad quedó sentenciado. Aunque Overman murió en acto de servicio, protegiendo al hijo de Hitler, seguía siendo recordado, venerado… y temido, pues gracias a su ADN, los científicos nazis habían podido crear súper soldados. Con Sam neutralizada, no podían hacer nada contra la tecnología kryptoniana y dos monstruos como Overgirl y Mon-El.
Los Luthor entraron en el gran salón donde el emperador recibía a sus invitados más ilustres. Allí estaba él, Hans Hitler, nieto de Adolf Hitler, que abandonó su título de Führer cuando ganó la guerra y se autoproclamó emperador del imperio alemán y dueño del mundo conocido. Hans era un hombre de unos cuarenta años, algo más alto que su abuelo pero con el mismo bigote, que también había llevado su padre, parecía como un distintivo de los varones de su familia. Hablaba animadamente con el matrimonio Lord-Sinclair y con otros invitados.
Lena apartó la mirada de ellos y se encontró con uno de los hombres que más detestaba en el mundo, Morgan Edge, que le sonreía abiertamente, sin molestarse en disimular la atracción que siempre había sentido por ella. Si él no hubiera accionado lo que fuera que Sam llevaba dentro, Reign no habría perdido sus poderes y su rebelión habría triunfado. La forma en que la seguía mirando la empezó a incomodar y caminó unos pasos en dirección opuesta, pero mirase donde mirase, sólo veía personas sin corazón, sin moral… y sintió angustia. Necesitaba salir de allí.
Se excusó con su madre y abandonó el salón para buscar un baño. Caminaba deprisa y no se percató del obstáculo hasta que tropezó con alguien. Alzó la cabeza y pudo verla. La máscara y el uniforme eran inconfundibles, se trataba de la mismísima Overgirl.
―Tenga cuidado, señorita ―sonó una voz distorsionada por la máscara―, podría hacerse daño si no se fija por dónde va.
«¿Me hablarías igual si no fuera blanca o supieras que me gustan las mujeres?, maldito mundo», se dijo Lena.
La joven Luthor retomó su paso rápido y se alejó de ella sin decir una sola palabra. ¿No bastaba con tener que soportar a todos aquellos degenerados que también asistiría su mercenaria?
Unos minutos después, Lena había regresado junto a su familia y todos se habían acercado a Hans, que parecía especialmente contento aquella noche.
―Hoy nos acompañan dos personalidades de nuestro glorioso ejército ―anunció el emperador―, Mon-El, al que ya conocéis de otras ocasiones ―El joven inclinó la cabeza como saludo―, y una señorita recién llegada de sus misiones en las frías tierras rusas, demos la bienvenida a Overgirl, nuestro mejor soldado.
Todos los presentes empezaron a aplaudir con emoción. Lena se forzó a imitarlos, aunque no logró curvar sus labios en una sonrisa. Si alguien le preguntaba, diría que se encontraba mal, no era tan alejado de la realidad estando entre aquellas personas.
Y entonces, la mujer pulsó un botón en su máscara y ésta se desvaneció, mostrando su rostro a los presentes. Cuando Lena la miró, casi se le paró el corazón. Su mirada celeste, fría como el mismo hielo, apenas le dedicó unos instantes, pero fueron más que suficientes para hacerla estremecer.
—Kara… —musitó Lena en estado de shock.
—Por favor, comandante Danvers, tome asiento en la mesa… será un honor que nos cuente cómo le ha ido estos últimos años en Rusia.
«Overgirl es Kara… oh Dios…», se repetía una y otra vez en su mente.
De repente, después de meses de abatimiento, Lena recuperó la esperanza.
CONTINUARÁ…
