Renuncia: todo de Sui Ishida.

n.a: regalo para Wends, Katz, Misadere, Mila y Gene (porque… uhm, porque sí 💖)

Advertencia: au, ooc, gore, yo pretendiendo que sé escribir.


Confiesas que no sabes querer (sin tus entrañas desparramándose en un sofisticado ballet.)

No obstante luego la miras a ella a ella a ella— Se-ño-ri-ta del averno, de este paraíso en llamas, perfección criminal— y todo se vuelve extraño.

(la realidad se tropieza dando piruetas y sientes las mejillas tibias.)

Porque ella camina por el mundo arrastrando cadáveres de hombres con una correa y bozal y trae además un labial de cereza podrida y sus ojitos de metal industrial siempre juzgándolos a todos y jamás abandona esa sonrisa que es más una espina dorsal decorando su boca-abismo y no puedes evitar pensar...

¡Ay, corazón insensato, deja de latir!

una desgracia.

Quisieras verla sufrir. Un poquito. A veces.

La verdad ella es demasiado linda para su propio bien (odias que la miren los demás)

y la noche es demasiado oscura (sus garras desgarran el cielo por la mitad)

y cualquiera puede ser capaz de matar un hombre-saco de carroña en estos días.

Pero pero pero— oh.

Golpearla en la cabeza y llevarla a tu casa estando ella inconsciente como muñeca en cuyas venas corre sangre y perfume, eso es un arte.

Amarrarla a la cama de satín y encajes y ponerle un vestido bonito para que se sienta cómoda en cuanto se despierte, eso es un arte.

Haber esperado semanas enteras planeando todo esto minuciosamente hasta en el más mínimo detalle, eso es un arte.

Que recupere la consciencia y sonría inmediatamente, de lo más tranquila como margarita que brota en invierno sólo para marchitarse, a pesar de que eres una completa extraña que seguro no reconoce, eso es un arte.

Te tiemblan las rodillas, querida.

Y ella te sonríe tanto que resulta insoportablemente doloroso. Es natural que se le caigan los labios en cualquier momento y tú debas engraparlos a la fuerza y ponerlos de vuelta en su lugar a pesar de sus protestas. (Todavía no tiene miedo). Y ella te observa con atención, igual que un venado, y sus ojos son lentejuelas rosas enormes y muy brillantes, te lastiman de tanta luz que emiten a mitad de las penumbras. Es natural que tú los debas remover con una cucharilla de té y los ponga en dos tazas de porcelana a pesar de sus aullidos. (Pero todavía no tiene miedo). Y aunque le duele ella canta un idioma que no entiendes, un idioma que se arrastra por el suelo sin manos ni pies y va dejando un rastro rojo y es casi, casi como el cariño desinteresado si es que tal cosa existe en primer lugar, más su voz te taladra los oídos y te da jaqueca y te enfada no entender lo que dice en lo absoluto. Es natural que le arranques la lengua después de besarla por primera vez y que lamas la sangre que florece sobre los mosaicos de piel para que se calle. (Pero todavía no tiene miedo).

Y está el espectro de un grito detrás de la puerta, medio escondido.

Descubres entonces con leve sorpresa que tus manos de popote pequeñas y ahora sucias se sacuden sin tu consentimiento (¿por entusiasmo?, ¿nervios?, ¿confusión? Tal vez sea por...), parecen alas arrancadas de insecto.

Y sientes nauseas.

(es esto una enfermedad, es esto a-m-o-r.)

Es que quieres abrazarla y arreglarle el pelo y cubrirla de besos y abrirle el tórax y llenarla con pétalos de flor y dedicarle mil poemas que aún no han sido escritos, quieres verla llorar y gemir y que adorne tu nombre con azúcar y te escupa al rostro con odio. De pronto no sabes qué hacer, si debes proseguir siquiera.

Sólo se escucha el tic-tac de un reloj, y extrañas su canción. Nunca has sido buena para mentir. Así que te quedas callada.

Pero pero pero— oh.

Tu corazón te delata, querida.

Hay dientes por todas partes.

Ojos que matan a Dios.

...

...

... ¿es esto lo que buscabas?

Incluso sin lengua y labios ella continúa sonriéndote. (Todavía no tiene miedo).