– ¡¿Me estás tomando el pelo?!

La voz de Richard Castle resonó por toda la planta de homicidios de la comisaría nº12, haciendo que varios detectives y oficiales se girasen para ver qué era lo que había causado semejante agitación en el escritor. Claro, que eso a él le daba igual. La única mirada que le importaba era la de la detective Kate Beckett, que se encontraba al otro lado de la atestada oficina, sujetando su teléfono contra la oreja, y con una expresión tan perpleja como la que él suponía que se podía ver en su propio rostro.

Agitado, se dio media vuelta al tiempo que la voz de su madre retumbaba en su oído, reclamando su atención.

– Oh, Richard, no seas exagerado, no te sienta bien – canturreó ella.

– ¿Y me lo dices por teléfono? ¿No podías esperar a que llegara a casa antes de soltar la bomba de que estás saliendo con el padre de Beckett?

Al oír esto, los agentes más próximos al escritor soltaron alguna risita nerviosa y exclamaciones ahogadas, por lo que Castle se retiró un poco más hacia el final del pasillo en el que se encontraba.

– Es que habíamos pensado organizar una cena esta noche, en el loft – continuó Martha, tranquilamente.

– ¿Esta noche? – cuestionó él. – ¿Y a qué viene tanta prisa?

– Hay algo que queremos contaros.

Desde luego, su madre era increíble. Organizaba una cena en su propia casa y aún tenía la poca vergüenza de invitarle. Un momento…

– ¿Contarnos? ¿A mí y a quién más?

– A Katherine y a ti, por supuesto – respondió su madre, como si fuera obvio. – Jim está al teléfono con ella mientras hablamos.

Castle se arriesgó a asomarse hacia la zona de trabajo. Beckett estaba sentada en su silla, pálida como un cadáver, con las cejas alzadas casi hasta la raíz del pelo y la mandíbula desencajada.

– Madre, no sé si es buena idea…

– A las siete. No lleguéis tarde – y colgó.

Castle se tomó un momento para recomponer sus pensamientos, respirando hondo y contando hasta tres antes de soltar el aire. ¿Cómo había pasado esto? Conocía de sobra el historial de su madre en cuanto a hombres, y había que reconocer que Jim Beckett suponía una notable mejora con respecto a los últimos pretendientes de Martha.

Sin embargo, había algo que no le cuadraba. Le costaba creer que alguien tan serio y reservado como Jim Beckett pudiera resultar compatible con la extravagante personalidad de su madre. También era cierto que Castle solo lo había visto en un par de ocasiones, y no precisamente caracterizadas por un ambiente alegre. La primera de ellas fue cuando Jim acudió a su apartamento para pedirle que le ayudara a hacer entrar en razón a Kate con respecto al caso del asesinato de su madre. Y la segunda, tan solo días más tarde, aún había sido más sombría, con Beckett en el quirófano peleando por su vida. No había vuelto a verle desde aquel fatídico día en el hospital, pero al parecer, su madre había causado una gran impresión en el hombre.

Pero, ¿cómo había sido capaz su madre de hacer algo así? Martha sabía de sobra los sentimientos de su hijo hacia Kate. Él había compartido con ella cada pensamiento, cada nuevo acontecimiento en su difícil relación con la detective. A menudo, su madre había sido su confidente, su persona de confianza en asuntos del corazón. Incluso le había contado su conversación en los columpios, meses atrás, y habían pasado varias horas debatiendo el posible significado de las palabras de Kate y lo que suponían para su relación. Castle le había contado todo, y ahora ella acababa de echar por tierra cualquier posibilidad de que su relación con Kate pudiera tan siquiera arrancar. ¿Cómo había sido capaz? Después de todo el progreso que Kate… Mierda. Kate.

Si esta situación era difícil de digerir para él, no podía ni imaginar lo que podría estar pasando por la cabeza de su compañera. Por lo menos, él estaba acostumbrado a los escarceos amorosos de su madre, pero, que él supiera, Jim no había visto a nadie desde la muerte de Johanna. Pensara lo que pensara él sobre la vida amorosa de su madre, ahora debía quedar en segundo plano. El bienestar de Kate estaba por encima de todo. Suspirando hondo una última vez, Castle cuadró los hombros y se encaminó hacia el escritorio que compartía extraoficialmente con Beckett.

A juzgar por su ceño fruncido, Castle pudo comprobar que su madre tenía razón acerca de la persona al otro lado de la línea. Ella no se dio cuenta de su aproximación, tan enfrascada como estaba en la conversación telefónica que estaba manteniendo. Al llegar, Castle pudo oír la despedida.

– No, estoy bien. Seguro, papá. Sí, nos vemos esta noche.

Al colgar el teléfono, pareció desinflarse, quedando reducida a una chica que parecía diez años más joven que la dura detective a la que Castle estaba tan acostumbrado, con los hombros caídos, el ceño fruncido y un pequeño puchero en sus labios. Tras unos momentos, salió de su estupor y levantó la mirada, notando la presencia de su compañero de pie a su lado por primera vez. Él no quería romper el silencio, expectante para ver su reacción.

– Bueno, eso ha sido… inesperado – resumió ella.

– Y que lo digas – respondió él, desplomándose en su silla.

Ambos se quedaron mirando al vacío, mientras la vida de la comisaría se desarrollaba a su alrededor.

– ¿Te lo ha contado todo?

La pregunta de Kate pareció sacarlo de su ensimismamiento.

– Espero que no – respondió él, mientras un escalofrío le sacudía el cuerpo.

– Ay, Castle, gracias por la imagen – le recriminó ella, frunciendo la nariz en una mueca que a él le resultaba adorable. – Me refiero a su historia.

– Dice que se conocieron en el hospital cuando… ya sabes, y que hablaron un par de veces desde entonces para intercambiar consejos parentales – el escritor articula estas palabras dibujando comillas en el aire, con una mueca de desagrado. – Por lo visto, al acabar el verano, esas llamadas evolucionaron y… no he querido saber nada más.

El silencio volvió a instalarse sobre ellos, hasta que un susurro de Kate lo interrumpió.

– ¿Crees que van en serio?

Castle no quería ni planteárselo. El que sus padres salieran juntos suponía básicamente el fin de cualquier avance romántico por su parte o la de Kate. Sus propios padres les habían robado la oportunidad de estar juntos.

– No lo sé… Mira, mi madre se enamora con facilidad. Eso le ha causado problemas en numerosas ocasiones. Y sé que me quejo mucho de ella, pero… no quiero que le vuelvan a romper el corazón. Se merece ser feliz, y tu padre es un buen hombre.

– Apenas lo conoces. ¿Cómo puedes saberlo? – la expresión desolada de su cara casi le rompió el corazón a Castle.

– Porque te conozco a ti, – respondió Castle, mirándola sin pestañear – y si te pareces una pizca a él, sé que será un hombre extraordinario.

Al oír sus palabras, ella levantó la mirada, y cuando sus ojos se encontraron, fue como si una corriente eléctrica se formara, y él sintió cómo el aire abandonaba sus pulmones. De repente, ambos dieron un respingo y respiraron hondo a la vez, cuando recordaron el tema original de la conversación. Castle se dejó caer en la silla, mientras que Kate enterró la cabeza entre las manos, emitiendo un quejido.

– Hey, ¿estás bien? Sé que esto no tiene que ser fácil para ti.

Kate se giró de nuevo hacia él, con una mirada inescrutable.

– No me malinterpretes, sabes lo bien que me cae Martha, pero… sí, es difícil.

– Kate, no pasa nada si no vienes esta noche. Sé que ellos también lo entenderán.

– No, tienes razón. Se merecen ser felices. Mi padre también ha pasado por mucho, y quiero apoyarle. Es solo que… ¿por qué ahora? ¡Cuando nos va tan bien!

Al decir esto, Kate se llevó una mano a la boca y cerró los ojos con fuerza, como si acabara de estornudar. El sonrojo que le subió por el cuello indicó a Castle que no se estaba refiriendo a su padre y a ella con esa última exclamación. Ella estaba evidentemente incómoda, así que Castle decidió no darle importancia a su confesión, así que recondujo la conversación.

– ¿No te parece muy repentino? No nos dicen que están juntos, y de repente, insisten en vernos para contarnos algo importante. Me pregunto qué será – planteó.

– ¿Crees que están bien? ¿No será un problema de salud? – cuestionó Kate, súbitamente preocupada.

– ¡A lo mejor está embarazada! – soltó Castle, en su maniobra patentada para aligerar la conversación.

Su táctica funcionó, como siempre. Las comisuras de los labios de Kate se curvaron ligeramente hacia arriba, su recompensa por una broma hecha en el momento adecuado.

– Puede ser, Castle. Imagínate, ¡vamos a tener un hermanito! – arrojó ella, como si tal cosa.

La mandíbula de Castle se abrió cómicamente al ver que ella le seguía la broma. Kate volvió su atención hacia la pantalla del ordenador con un brillo travieso en la mirada, habiendo conseguido darle la vuelta a la tortilla.

Cuando Castle se recuperó de la sorpresa, se reclinó en la silla, contemplando a su compañera con una ligera sonrisa.

– Igual deberíamos convocar refuerzos – dijo él tras una pausa, volviendo a sacar el teléfono del bolsillo.

– ¿Qué quieres decir? – cuestionó Kate.

Él no respondió, concentrado en el mensaje que estaba escribiendo a toda velocidad.

– Voy a mandar a Alexis de avanzadilla. Puede hacernos de espía.

Kate puso los ojos en blanco como única respuesta.

No habían pasado ni treinta segundos desde que envió el mensaje cuando el móvil de Castle se iluminó con una alerta. Sujetándolo para que Kate pudiera ver la pantalla, leyeron las palabras a la vez. Después de procesarlas durante un segundo, compartieron una mirada perpleja.

Sí, hombre, y destrozarle el plan a la abuela. ¡Ni de broma! Pasadlo bien en la cena. Oh, y buena suerte ;)


N/A: Aunque su ayuda se nota mucho más en la versión en inglés, me gustaría agradecer a encantadaa el cariño y la paciencia con las que siempre me echa una mano.