Nota del autor:

Esta es mi primera historia. Desde hace tiempo que he querido empezar a escribir algo propio, y esta idea se me ocurrió de la nada.

Espero que les guste.


Prólogo

Luego de una gran guerra que tuvo lugar en la región de Kanto, una organización llamada Rocket logró derrotar a las fuerzas del gobierno y establecer un totalitarismo en la región. Apenas habían pasado siete años desde la caída del antiguo Estado, y la nación ya estaba casi irreconocible, habiendo extendido también sus dominios a la región adyacente de Johto. Todo debía pasar bajo la mirada del nuevo gobierno, y las autoridades se habían vuelto brutales, ahora dominadas por el ejército de Rocket. Las fronteras habían sido cerradas y había un estricto control en el flujo de entrada y salida de personas.

Los entrenadores, los líderes de gimnasio, el Alto Mando; prácticamente ya no existían. Se hablaba incluso de desapariciones y ejecuciones de famosos entrenadores a lo largo de las dos regiones. Según los comandantes, todos ellos eran una amenaza para el gobierno. Los únicos habilitados para tener Pokémon propios eran las autoridades mismas.

Los Pokémon que pertenecían a entrenadores habían sido tomados a la fuerza, y puestos en libertad por las inhabitadas y desconocidas tierras al Norte de Kanto. Aquellos dominios eran conocidos por sus extensos bosques y montañas; y en la parte más septentrional comenzaban unas inmensas llanuras. El gobierno se había adueñado de los Pokémon más fuertes y hábiles; y el resto fue dejado a su suerte, con chances de ver de nuevo a su entrenador reducidas a casi cero.

Lo que pocos sabían era, sin embargo, que en esas praderas más allá de las montañas ya existían comunidades de Pokémon inteligentes. Pokémon que jamás habían visto un humano en su vida, pero increíblemente eran capaces de comunicarse entre sí con un lenguaje complejo y que hasta contaban con escritura. Pokémon que conocían la ayuda mutua y la cooperación y la solidaridad, y que eran el salvavidas de aquellos Pokémon abandonados.

Por supuesto, entre los oprimidos por el gobierno ya se olían aires de rebelión. La gente estaba harta, pero era completamente impotente. Los Pokémon hacían mucha falta. El gobierno había neutralizado efectivamente las mejores armas que tenía el pueblo, pero eso no evitaba la existencia de planes con miras a un golpe de estado. Los renegados solo esperaban una oportunidad, un momento de debilidad, para echar abajo aquella asfixiante tiranía.

A la organización de Rocket no podía irle mejor, pero eso estaba a punto de cambiar. Al parecer, la balanza comenzaba a inclinarse hacia el otro lado.


En una pequeña casa en una zona rural de Kanto, vivía una humilde pareja. Hace unos días había sido bendecida con el nacimiento de un segundo hijo, otro varón. A su primer hijo, de doce años, lo habían mandado a vivir con los tíos que vivían en la ciudad, ya que la escuela quedaba más cerca.

Pero también había otra razón, un poco más complicada...

—Celia, pásame la ensalada —Marcus habló. Este señor, junto con su esposa y un singular Pokémon estaban sentados a la mesa, compartiendo un almuerzo e intercambiando historias—. ¿Cómo dijiste que ocurría, Mew? ¿Eres tú el que elige o es otro el que lo hace?

—Bueno, se podría decir que yo elijo —respondió el rosado felino con su aguda voz. Aunque Mew era un Pokémon de leyenda y nadie nunca imaginaría encontrarse en persona con él, ahí estaba compartiendo una comida como si fuera una persona—, pero no tomo la decisión final. No puedo decir demasiado, ya que soy solo un servidor. Los Grandes Dragones toman la decisión, y yo la cumplo.

—Aún no puedo creer que nuestro hijito haya sido elegido —dijo la mujer, Celia, mientras le alcanzaba la ensalada a su esposo—. Mew, recuerda siempre que estamos de tu lado. Haremos todo lo posible para que él esté a salvo.

—Gracias, señora —dijo Mew, luego de tomar una rodaja de manzana de su plato—. Algo de ayuda sería genial. La última vez no tuve tanta suerte. Giovanni logró poner sus sucias manos encima de mi ahijado, y ya vieron cómo terminó.

—Sí, Rocket subió al poder —completó Marcus, el desprecio tiñendo su voz. Luego cambió de tono a uno más suave—. Lo que me sorprende es que hay personas con ese gran poder y que siempre se mantiene en secreto. Pero creo que es mejor así, ¿no? Además, si es que nuestro pequeño tendrá esa enorme habilidad, será muy grande. Por eso no hay que permitir que esa sabandija se acerque a él.

—Exacto —suspiró Mew, recordándolo todo vívidamente. El último elegido había sido asesinado hace exactamente siete años durante la Guerra de Kanto. Había sido manipulado por el jefe de Rocket, se había convertido en su marioneta y había utilizado su poder para sus propios fines. La identidad y la existencia de tal elegido, llamado en las antiguas leyendas de por ahí el "Ahijado de Mew", sin embargo, no habían sido reveladas al público. El Ahijado de Mew era una persona elegida desde su nacimiento por intervención divina, cuyo protector era Mew, y que poseía una habilidad muy especial y poderosa.

Giovanni, conocido líder de gimnasio de Ciudad Verde en Kanto, había estado buscando secretamente al elegido de Mew durante todo el tiempo en que estuvo a cargo del antes llamado Equipo Rocket. También había camuflado su pertenencia a dicha organización, pero durante de la guerra reveló su identidad voluntariamente y, cuando estuvo ganada, se volvió un férreo dictador.

La gente de Kanto solo había observado como su antiguo gobierno caía sin explicación. Ni los mejores entrenadores fueron rival para Giovanni, siendo vencidos uno tras otro con asombrosa facilidad. Y todo se debió a que Giovanni sí encontró al Elegido.

Pero ahora, esta humilde familia sabía el secreto de Giovanni. Y tal vez la suerte pasaría del lado del pueblo una vez más.

—Una comida deliciosa, como siempre, Celia —halagó Mew mientras se elevaba en el aire y daba un gran bostezo—. Iré a ver cómo se encuentra el niño, y tal vez me eche una siesta... Estoy muy cansado. Si ocurre algo, me avisan.

—Descansa, Mew —le dijo dulcemente la mujer. El gato se desplazó con fluidez por el aire, entró en el dormitorio y cerró con cuidado la puerta. Celia terminó también con su comida y llevó el plato de Mew y el suyo al fregadero. Abrió el grifo del agua y comenzó a lavarlos— Marcus, hay algo que me preocupa...

—¿Hmm? —preguntó su esposo, masticando aún su comida. Tragó y bebió un sorbo de su vaso de jugo de aranja— ¿Qué ocurre?

—¿Qué pasará si descubren que hemos tenido otro hijo? —soltó la mujer intentando mantener la calma y controlar su tono de voz. Pero era demasiado difícil, la intranquilidad la estaba venciendo— Tienen espías por todos lados... ¿No crees que se darán cuenta tarde o temprano? Y si ya lo saben será peor. Vendrán y darán vuelta la casa entera. Si le hacen algo a alguno de mis hijos, yo no...

Al ver que su esposa empezaba a sollozar desconsoladamente, Marcus se levantó rápidamente de la mesa y se acercó a ella. Le secó las lágrimas que empezaban a caer por sus mejillas, y le puso las manos en los hombros.

—Él está más seguro con tu hermano que aquí, y eso ya lo sabes —le dijo con firmeza Marcus— Y Mew cuida del otro: lo eligió como su ahijado, ¿recuerdas?

—¡Ay, Marcus! ¡Como deseo que todo fuera diferente!— lloró Celia en voz baja, apoyando la cabeza en su marido. El sentimiento de impotencia era abrumador. Se sentía inútil al no poder hacer nada más por sus hijos—. Solo quiero que mis hijos crezcan bien y que sean felices.

—Ssh, tranquila. No pasa nada. Ya verás como todo saldrá bien. No pasará nada.

Aunque intentaba mantenerlo por lo bajo, Marcus también era consumido por la desesperación. En cualquier momento podría presentarse algún oficial del gobierno a hacerle una revisión a su hijo. Pero ninguno de los dos permitiría que se le acercaran, ni aunque el mismísimo Giovanni se presentara.

Giovanni era un hombre ambicioso. Desde que había descubierto la existencia de personas con la bendición de tan poderoso Pokémon como lo era Mew, no había descansado hasta tenerlas bajo su dominio. Teniendo en cuenta los estudios que había realizado anteriormente, luego de siete años de la muerte de un elegido, aparece otro. Consiguió encontrar al elegido de aquel tiempo, pero luego de la muerte de este, fue necesario esperar siete años para la aparición del siguiente. Vendría en forma de bebé recién nacido. Por eso es que esta familia en particular estaba en grave peligro, ya que si Giovanni se enteraba del nacimiento de aquel niño, cosas peores sucederían.

Se quedaron abrazados por un tiempo, hasta que Celia se separó y continuó con su labor de lavar los platos. Marcus se sentó de nuevo a la mesa y se puso a leer el periódico. Como siempre, estaba lleno de propaganda del Gobierno, además de recordatorios sobre la prohibición de portar o criar Pokémon, o sobre la ilegalidad de artefactos como las Pokéball. Ver todo eso le hacía recordar su infancia, la cual consistió en un revelador viaje por toda la región de Kanto y de Johto, acumulando medallas, criando diversas especies de Pokémon, haciendo amigos por todos lados; una infancia que les había sido robada a muchos niños, incluyendo a sus hijos, por un desalmado hombre cegado por la sed de poder.

—Alguien viene, Marcus —dijo Celia, al fijarse en la ventana y ver a lo lejos una todoterreno negra acercándose lentamente por el sinuoso camino de tierra— ¡Por Arceus, Marcus, si son ellos...!

—No puede ser... —dijo éste en un susurro—. ¡Avisa a Mew!

Marcus se levantó rápidamente de la mesa y empezó a recoger varios objetos del bebé que estaban esparcidos por la sala de estar y el comedor. Un sonajero. Una manta con dibujitos de Bagon. Un peluche de Pikachu. Los lanzó todo y más al baúl que estaba dentro del armario de la habitación. Aunque no sabía aún a qué se debía la aparición de aquel vehículo, tenía un presentimiento de que era algo muy malo.

Celia dejó de lavar los platos para ir a toda velocidad hacia la habitación trasera. Dentro dormía apaciblemente su hijo en una pequeña cuna, junto con Mew.

—¡Mew! —gritó la mujer, haciendo que el felino se sobresaltase—. ¡Tienen que esconderse! ¡Están viniendo, es la camioneta negra!

—¡Imposible! ¡Rápido, la carta! —exclamó en voz baja Mew, en seguida alzándose en el aire. Celia fue rápidamente a un mueble y sacó una pequeña carta, la cual metió entre la sábana de la cuna. Mew agarró firmemente el mango de la cuna y la elevó cuidadosamente para no despertar al niño— Cuídense, por favor. Él estará seguro conmigo, no te preocupes. Adiós, Celia.

Acto seguido, la cuna con el niño y el gato salieron volando por la ventana. La mujer volvió rápidamente al comedor, donde Marcus acababa de guardar todas las cosas y cerraba la puerta del armario.

"Por favor, Mew, no dejes que le pase nada", imploró ella en su interior, mientras se acercaba a su esposo para darle otro abrazo. "Ay, Arceus ayuda a ambos, por favor. No permitas que los encuentren. No importa lo que nos ocurra a nosotros, pero que no le pase nada a mi hijo..."

—Mew ya se ha ido —le dijo al borde del llanto Celia a su esposo.

—Todo saldrá bien —susurró Marcus, intentando reconfortarla. Desde el exterior de la casa se escuchó el sonido de los frenos chirriar al detenerse el vehículo, y luego voces—. Si está con Mew, no le ocurrirá nada. Recuerda: nuestro hijo es más importante.

Solo se soltaron del abrazo cuando escucharon que alguien golpeaba la puerta. La pareja se dio una mirada de determinación antes de que Marcus fuera a abrir la puerta. Al abrirla con algo de titubeo, el miedo de ambos se concretó en la visión de aquella presencia. En el umbral se encontraba el hombre a quien menos querían ver. Iba vestido con un sobretodo negro y gorro del mismo color que llevaba sobre el cabello azul verdoso. Debajo del largo abrigo vestía un uniforme gris, en el cual no faltaba una gran cantidad de medallas y reconocimientos. Y, por supuesto, la gran "R" roja en el medio de la camisa. La sonrisa que llevaba en el rostro era desagradable, como la de alguien que cree saberlo todo. Tenía de escoltas a dos Bisharp, ambos con un sello en forma de "R" a los lados del casco, que denotaban su afiliación al ejército de Rocket.

—Buenos días, señor y señora... —el oficial revisó una carpeta que llevaba en la mano, y dirigió una mirada a ambos— Simons, si no me equivoco.

—Buenos días, oficial —saludó con voz grave Marcus. Intentó no parecer nervioso, pero no hacía gran trabajo al echar miradas continuas a los escoltas del militar. La tensión era casi tangible.

—Por favor, llámenme Atlas —dijo despreocupadamente el hombre con una sonrisa, pero con los ojos fríos—. Oficial Atlas de Rocket, a su servicio.

Ni Marcus ni Celia se fiaban de ese hombre. La sonrisa, el trato, todo era una actuación. Una máscara que cubría las verdaderas intenciones de esa persona. Aunque aún no sabían el propósito de la visita de aquel agente, tenían una idea. Gracias a Mew, ambos sabían que, como ya habían pasado siete años desde la muerte del último Ahijado, Giovanni estaría reanudando su búsqueda. Iría de casa en casa, buscando niños recién nacidos con indicios de alguna conexión con el legendario felino.

El Oficial se quedó parado expectante y sonriendo descaradamente frente a la puerta, con los ojos clavados en los de Marcus, esperando a que este le diera el permiso para entrar a la propiedad. Obviamente no se iría sin antes dejar en claro el motivo de su ominosa visita. Marcus le sostuvo la mirada por varios momentos hasta que finalmente, luego de tragar varias veces, se hizo a un lado para dejarlo entrar.

... ... ...

—Llegamos, sigue durmiendo —dijo Mew mientras metía la cesta con el bebé en una pequeña abertura cavada en el suelo. Se encontraban a casi cincuenta metros de la casa, intentando ocultarse. La entrada de la diminuta cueva apuntaba hacia el lado opuesto de la casa, por lo que no podía ser detectada a simple vista—además de estar camuflada por un pastizal de considerable altura.

Una vez que la cuna estuvo bien ubicada en el reducido espacio, el gato echó un vistazo a la casa una última vez antes de apretujarse para entrar. Lo último que vio fue que un agente del gobierno ingresaba a la casa con dos Bisharp de escoltas.

Esta situación no le gustaba nada. Nada en absoluto. Tenía que quedarse a esperar a que Celia o Marcus viniese para avisar que el peligro había pasado, pero la tentación de ir por cuenta propia era grande. Sabía que no haría ningún bien si se delataba, ya que sabrían inmediatamente que su ahijado pertenecía a esa familia. Lo único que lograría con eso sería la ejecución de una pareja inocente.

Lo único que podía hacer era esperar.

Pasaron dos, luego tres minutos. Al bebé comenzó a caerle un hilo de baba hasta la pequeña almohada. Cuatro minutos. Por fortuna, era un día nublado, el sol no estaba tan fuerte. Cinco minutos.

El siguiente sonido que Mew escuchó le heló la sangre. Un sonido que perforó la tranquilidad del paisaje agreste. Un disparo, al cual le siguió el grito de una mujer. Mientras los ojos de Mew se agrandaban de la sorpresa y el niño comenzaba a llorar del susto, un segundo disparo. Inmediatamente se dejó de oír a la mujer.

Mew se quedó paralizado, con los ojos bien abiertos. No podía ser... ¿Qué acababa de pasar?

Se dio cuenta tarde de los gritos desconsolados del niño, ya que cuando verificó si se acercaban hacia donde estaban vio que los dos Bisharp se dirigían directamente hacia ellos. Al borde de las lágrimas, Mew gritó al cielo.

¡Jirachi! ¡Auxilio!

Casi instantáneamente, una luz blanca cubrió al bebé y al gato. Y lo último que pudo distinguir Mew fue a los dos Bisharp deteniéndose estupefactos ante el extraño evento, y al Oficial saliendo de la casa gritando y deteniéndose con desconcierto también. En medio de aquella cegadora luz, el rosado gato no podía escuchar nada más que el apagado llanto del bebé. Poco a poco la luz se volvió más intensa y obligó a Mew a cerrar los ojos. Se dejó estar en aquella hospitalaria luminiscencia, dejando que las lágrimas cayeran y preguntándose cómo había salido todo tan mal. Se aferró aún más a la cuna, a la esperanza. Y esperó el auxilio.