—Hogar, dulce hogar—. Qué ganas tenía de llegar a casa, y qué ganas tenía de verla a ella.
A medianoche. No, a media madrugada se había despertado con el sentimiento que algo no estaba en su sitio, algo andaba mal, estiró el brazo a su derecha y recordó que no era algo, era alguien quien no estaba en su sitio. Kate se había quedado en comisaría. Un caso difícil.
Se estiró, se desperezó, dio media vuelta pero el brazo siguió buscando un pequeño roce con ella, ese pequeño contacto era el que le decía que todo iba bien y podría volverse a dormir. No lo encontró, dio otra media vuelta y bufó sabiendo que iba a pasar justo lo contrario de lo que pretendía. Ahora ya no había remedio, abrió los ojos, se tumbó boca arriba y con un pequeño esfuerzo se levantó.
Se dirigió a la cocina para ver qué podía asaltar de la nevera. Alargó la mano para abrirla y se encontró con la mano estirada, con la intención de abrir la puerta de la nevera y sosteniendo el móvil con el pulgar apretándolo contra la palma. —¿Cuándo coño he cogido el móvil?— Pensó un par de segundos mientras sentía la ráfaga de frescor salir por la ranura de la puerta.
—Ah, sí—. Al salir del dormitorio había pasado por el despacho camino de la cocina, el móvil estaba sobre la esquina de la mesa así que lo agarró inconscientemente. —Nada— Nada que le gustase de la nevera, no es que la Garbure de Bearn le hiciese ascos, pero esperando la noche anterior que Kate llegase del trabajo ya con el caso cerrado había decidido sorprenderla con una pequeña exquisitez francesa, acompañada por supuesto con un caldo Beaujolais Blanc, nada como una delicia francesa para el paladar acompañada con el fermento de la Chardonnay y Aligoté para mitigar rápidamente la peor parte del trabajo de Kate.
Ya cerca de las nueve lo llamó avisando que habían nuevas pistas, éstas parecían que eran las definitivas para cerrar el maldito caso que llevaban tras él durante más de 8 días. Así que él sació su hambre y guardó la ración de Kate para el próximo que abriese la nevera y le apeteciese.
Cerró la puerta de la nevera y abrió la del congelador, miró el interior sin decidirse a coger lo único comestible que podría engullir de ese sitio en ese momento. —Helado— sacó la tarrina y la dejó a la otra parte del mostrador.
Se quedó parado, de pie, mirando hipnotizado la tarrina de helado sin saber qué hacer durante unos segundos, intentando poner en funcionamiento sus neuronas e intentar dilucidar cuál era el siguiente paso que había que dar a esa tarea tan complicada. Dio un suspiro repentino y fue como si hubiera descifrado además un gran acertijo —eso, cuchara— así pues, giró la cabeza mirando los cajones, sin decidirse por cual era el que contenía las cucharas. Se fijó que encima de la encimera estaba el escurridor de cubiertos, y dentro había una herramienta que tenía idéntica forma al objeto que tenía en mente. Así que alargó el brazo agarró la cuchara y como si al fin su cuerpo ya supiese lo que debía hacer desplazó el taburete para poderse sentar.
Se sentó, dejó la cuchara a un lado y fue a abrir la tarrina cuando vio que aún tenía en la mano el teléfono móvil. Abrió la tarrina y con una media sonrisa pulsó el primero de sus números favoritos. Al tercer tono se abrió la comunicación.
- ¿Qué haces despierto?
- ¿Te molesto mucho?
- No. ¿Qué haces levantado?
- Te echo de menos.
Oyó un suspiro por el auricular, sabía que ella estaba sonriendo.
- ¿Tienes mucho trabajo ahora o te tomas un descanso conmigo?
- Me apetece un descanso, ¿quieres un café?
- Yo estoy con helado, el café me desvelará todavía más.
- Yo me haré ese café, ¿de qué es el helado?
- Vainilla.
- Hmmm. Delicioso.
- Sí, está delicioso, y en tus labios todavía sería más delicioso.
- Castle.
- Ooo... hmmm, ahí, en ese hueco que se forma bajo en el cuello en la unión de las clavículas.
- Castle, para.
- ¿Acaso tienes el altavoz puesto?
- No. Pero sabes
- Pero sé —la interrumpió— que mientras trabajamos nada que recuerde a sexo.
- Aquí la única que está trabajando soy yo, y, no es la razón. Pero sabes —recalcó para indicar que volvía a decir la frase que había cortado—que no deberías incitarme si luego no vamos a poder ir más lejos, ¿eso es lo que quieres?
- Quiero tenerte aquí.
- Yo también.
- Eso lo soluciono rápido. Me cambio de rop…
- No, ayer dijiste que tienes reunión mañana… esta mañana… en unas horas, y este caso podemos resolverlo sin ti, hemos dado la orden de detención y los chicos y yo estamos esperando a que lo traigan de Long Island.
- ¿Te veré por la mañana?
- No creo, te vas temprano y aunque ya hayan hecho la detención allá me quedan al menos 3 horas aquí. Descansa y mañana nos vemos.
- Con un helado.
- O un café.
- ¿Ya te has echado la leche?
- Nop, iba a eso. Se está terminando de calentar.
- ¿Puedes hacerme un favor?
- No voy a hacer ninguna escena aquí ¿lo sabes?
- Sí, lo sé. En otro momento haremos video-llamada.
- ¿Qué quieres que haga?
- ¿Podrías hacer la forma de un corazón con la leche?
- Castle, no tienes remedio.
- ¿No estamos haciendo un descanso juntos? Pues como si yo te preparase el café.
- Espera un momento, no sé hacer bien estas filigranas.
- Espero.
Durante unos segundos no se oye nada por los auriculares hasta que se oye la risa de Beckett por el auricular de Castle.
- Ya he esperado ¿y bien? ¿Tienes tu corazón?
- Tengo mi corazón aunque no en el café, ja, ja, ja.
- ¿Tan mal te ha salido el dibujo?
- Más o menos. No del todo mal, puesto que se parece a otra cosa.
-¿Y es?
- Los chicos me están haciendo señas, parece que el caso avanza. Te dejo.
- Espera, haz una foto al café, quiero ver qué te ha salido.
- Ja, ja. Mejor no.
- Pues dímelo.
- Ha salido… algo que te encanta que te lama con un poco de helado de vainilla. —Sin darle tiempo a contestar acabó la conversación—Te quiero.
- ¿Y eres tú la que se queja de dejar las cosas a medias? —habló al auricular, pero le pareció y enseguida comprobó por el color de la pantalla que ella ya no escuchaba.
Dejó el móvil a un lado, se llenó otra cucharada más de helado de vainilla y se quedó observándola, miró hacia abajo sabiendo lo que se iba a encontrar —Ya ni helado se puede comer uno tranquilamente— se levantó volvió a dejar la tarrina en su sitio y relamiendo la cuchara se fue al dormitorio con una sonrisa en sus labios.
